El presidente que cambió la historia del CD Tenerife

Javier Pérez, en la antigua sede del CD Tenerife en el callejón del Combate

Luis Padilla (ACAN)

Santa Cruz de Tenerife —

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Hoy se cumple el vigésimo aniversario del fallecimiento de Javier Pérez y Pérez, el presidente que cambió la historia del CD Tenerife. Los números, no siempre fríos, nos pueden acercar a la dimensión de su legado: desde su acceso a las categorías nacionales, hace casi 72 años, la entidad blanquiazul sólo ha estado trece temporadas en Primera División… y, de ellas, once fueron bajo el mandato del dirigente palmero, que se prolongó poco más de dieciséis años.

Antes de la llegada de Javier Pérez al palco del Heliodoro, el CD Tenerife sólo conoció el paraíso en el curso 61-62, militando los 32 ejercicios restantes en otras categorías. Y tras su marcha, la entidad blanquiazul únicamente ha vuelto a estar en la élite en la temporada 09-10, repartiendo las otras 23 campañas en otros niveles competitivos. ¿La diferencia? La ambición: estar en Primera División dejó de ser un recuerdo para convertirse en un objetivo.

La ambición. La ambición ha sido otro de los legados de Javier Pérez, que recibió una herencia complicada al acceder a la presidencia. Socio número 842 del CD Tenerife, lideró la Alternativa Azul y Blanca, un grupo de valientes que se hizo cargo de un equipo con 300 millones de pesetas [1,8 millones de euros] de deuda, que acababa de descender a Segunda División B y que apenas congregaba a tres mil espectadores en un Heliodoro que, literalmente, se caía a pedazos.

Socio número 842 del CD Tenerife, lideró la Alternativa Azul y Blanca, que se hizo cargo de un equipo con 300 millones de pesetas de deuda, que acababa de descender a Segunda División B

En aquel verano de 1986, el CD Tenerife debía afrontar “un pago urgente” de seis millones de pesetas a cuatro jugadores [Rubén Cano, Alonso, Andrés y Voro] para evitar ¡el descenso a Tercera División! Aquello era un caos… y Pérez prometió el paraíso: en su primer acto público, la presentación del Tenerife 86-87, con la UD Las Palmas en Primera División, habló de “tener la supremacía del fútbol canario” y de “copar las cotas más altas del fútbol nacional”.

El optimismo. Javier Pérez fue un optimista irredento que convenció al Cabildo Insular para activar la remodelación del Heliodoro, mientras se reconciliaba con la masa social al canarizar la plantilla: rompió moldes al iniciar el curso con un técnico tinerfeño [Martín Marrero], fichó a jóvenes de la Tercera División como Pedro Martín (23 años), Tata (22) o Isidro (19)… y repatrió a David (Binéfar), Víctor (Murcia), Salvador (Las Palmas) o Lope Acosta (Logroñés).

El ejercicio se cerró con el ascenso a Segunda División y un presidente que se negó prolongar los festejos y lanzó un eslogan ambicioso: ahora empieza lo bueno. Y aunque el Tenerife 87-88 logró una permanencia solvente, eso no agradó a Pérez, que para el curso 88-89 apostó por Benito Joanet como técnico y “un equipo muy discreto” según la prensa. La derrota en el trofeo Teide ante un Marino recién ascendido a Segunda División B confirmó los pronósticos.

“No me importa haber perdido este torneo, porque vamos a subir a Primera División”, respondió Pérez a aquellas críticas. Diez meses más tarde, tras una épica promoción ante el Betis, la Isla celebraba un éxito que –excepto don Javier– nadie podía imaginar. “El ascenso es la mayor compensación que voy a tener como presidente del Tenerife. Podremos lograr otros objetivos, pero nunca serán tan ansiados como éste”, dijo en los vestuarios del Benito Villamarín.

Demostrando ser un visionario, Pérez ya apostaba en el verano de 1989 por “construir una Ciudad Deportiva que permita nutrir al primer equipo con jugadores de la cantera” y por “remodelar el Heliodoro hasta lograr un cerramiento total a dos niveles [obra que se culminaría en 2001]”. Eso sí, en contra de la moda imperante, exigía “no construir una pista de atletismo alrededor del terreno de juego, pues aumentaría la frialdad del público hacia los jugadores”.

Para entonces, nadie en la Isla aspiraba a algo más allá de la permanencia en la élite, pero Pérez, que había apostado por fichajes como los de Felipe o Quique, impropios de un recién ascendido, pronunciaba la palabra UEFA. El curso acabaría con una agónica permanencia, tras una promoción ante el Deportivo. Antes, el presidente superó una escisión en su junta y unas elecciones [marzo de 1990] en las derrotó a su exdirectivo Sergio Batista por 1.393 votos a 290.

El paraíso. Con un CD Tenerife aún sin consolidarse en Primera División, Javier Pérez redobló su apuesta por la ambición y en el verano de 1990, en una sorprendente operación, fichó sin pagar traspaso al jugador más prometedor del fútbol argentino: Fernando Redondo. Y durante casi una década, las hazañas se convirtieron en rutina y el aficionado birria asumió con naturalidad que lo normal era habitar en el paraíso y ser seguidor de un grande del fútbol nacional.

Fue una época de fichajes rutilantes, presentaciones con fuegos artificiales, técnicos prestigiosos, pretemporadas en el extranjero, clasificaciones para la Copa de la UEFA, millonarios contratos televisivos… En medio, en noviembre de 1992 y tras una ejemplar conversión en Sociedad Anónima Deportiva, Javier Pérez fue elegido presidente del primer consejo de administración del CD Tenerife con el respaldo de 16.964 acciones, frente a las 3.761 que apoyaban a Teófilo Bello.

Muchos de los mejores momentos de la centenaria historia blanquiazul –y otros no tan buenos– están ligados a la presidencia de Pérez, que revolucionó el fútbol español con propuestas como las designaciones arbitrales por ordenador

Fue también una época en la que por el Heliodoro desfilaron decenas de futbolistas superlativos y el CD Tenerife firmó innumerables gestas deportivas: los dos triunfos ante el Madrid que decidieron campeonatos y le dieron fama planetaria, la victoria en Auxerre con dos jugadores menos y sin portero, el triunfo frente a la Juventus, la remontada contra el Lazio, el gol milagroso al Brøndby en Copenhague, la agónica salvación ante el Valencia en el Heliodoro...

Y es que muchos de los mejores momentos de la centenaria historia blanquiazul –y otros no tan buenos– están ligados a la presidencia de Pérez, que con el tiempo se alejó de algunos compañeros de la Alternativa Azul y Blanca y se rodeo de colaboradores como los consejeros Adelardo de la Calle o Conrado González, amén del director deportivo Santiago Llorente. Y mientras, revolucionó el fútbol español con propuestas como las designaciones arbitrales por ordenador.

Eso sí, varios fichajes desacertados, un descenso inesperado en la primavera de 1999 y el paso del tiempo desgastaron la figura de Pérez, que en la recta final de su mandato impulsó la creación de la Ciudad Deportiva que hoy lleva su nombre, pudo ver culminada la reforma integral del Heliodoro y, en junio de 2001, disfrutó de su segundo ascenso a la élite, obtenido en lucha directa con un gigante como el Atleti y sellado con el gol de Hugo Morales en Leganés.

El final. En esa última etapa de dificultades, Javier Pérez destacó por la defensa del CD Tenerife en momentos complicados como los suscitados en los llamados caso Jordi y caso Barata. En ambas situaciones actuó con su peculiar vehemencia, pero obtuvo resoluciones favorables a los intereses blanquiazules. Y aunque en el Heliodoro se hizo habitual el “Pérez, vete ya”, acudió a las elecciones del 30 de diciembre de 2002 con el Proyecto Tinerfia como baza.

Esa revolucionaria propuesta, muy discutida en su día, sería copiada con los años por varios clubes para usarla como tabla de salvación. Los accionistas, sin embargo, dieron un apoyo mayoritario al grupo liderado por Víctor Pérez-Ascanio y Quico Cabrera [17.148 acciones, frente a las 7.869 presentadas por Javier Pérez] y se produjo el relevo en el consejo de administración blanquiazul. A partir de ahí, se intentó alejar de la entidad... pero no le dejaron.

¿La razón? Su sustituto en el cargo, Victor Pérez-Ascanio debutó como presidente con la presentación de una querella criminal contra Javier Pérez por la comisión de presuntos delitos contables. El caso, basado “en lo que se oye por ahí”, fue “sobreseído por falta de pruebas”, pero la acción judicial provocó una fractura en el entorno blanquiazul y castigó anímicamente al expresidente, ya enfermo de cáncer, que falleció el 13 de diciembre de 2004 en su casa de Tegueste.

Desde entonces, el paso del tiempo ha agigantado la figura de Javier Pérez y Pérez, un optimista integral que recogió un club en ruinas y que, con su ambición sin límites, lo acostumbró a vivir en el paraíso.

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