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Alemania, lo que ha cambiado y lo que sigue igual

Angela Merkel.

J.M. Costa

Merkel sigue. Pero no todo sigue igual. Tras el análisis de los resultados electorales, sus posibilidades de formar Gobierno parecen complicadas, aunque nada insuperable. Los socialdemócratas pasarán a la oposición, según dicen, y la coalición que se prefigura sería la llamada Jamaica (CDU/CSU -Negro-, Liberales -Amarillo-, y Verdes -como su nombre indica-). En términos generales, la política del país más poderoso de Europa ha sufrido un seísmo que, no obstante, podía haber sido aún más peligroso. Y de cara al exterior, cierta tranquilidad en el frente.

Para entender lo que ha sucedido, y no es nada sencillo, hay que recordar un par de cosas. Que el gobierno Merkel ha acogido en la última legislatura a casi un millón de refugiados y que los males del SPD tienen que ver con su participación en el Gobierno, pero aún más con la profunda desconfianza hacia un partido socialdemócrata que realizó una reforma laboral que ha sido admitida con enormes reservas. En estas condiciones, que Alternative für Deutschland (AfD), xenofoba y gritona, haya logrado un 13%, parece algo casi moderado.

Los dos grandes partidos se han dejado las plumas hasta el punto de parecer gallos viejos, cosa que en realidad son. Bajar del 41,5% al 33% por parte de los cristiano-demócratas significa perder casi un 9% y eso es muy malo. Sobre todo teniendo en cuenta que la CSU, su rama bávara, ha tenido uno de los peores resultados de su historia, con apenas un 47%, dejándose 9,8%. Lo normal allí se considera por encima del 50%. Además, el hecho de que AfD haya obtenido en Baviera un 10%, viene a negar una de los lemas cristiano-sociales desde la época de Franz Josef Strauss (1915-1988), la gran figura histórica del partido quien dejó bien claro que “a nuestra derecha, nadie”. Pues ya tienen a alguien y si se añade que el SPD bávaro ha caído en algunas circunscripciones a un casi testimonial 10%, el panorama allí parece el de una derecha muy conservadora peleándose con la ultra- derecha. Algo que puede generar tensiones en toda la cristiano-democracia. De hecho, el líder de la CSU, Horst Seehofer, insinuó enseguida que igual reclamaban un grupo parlamentario propio.

Los socialdemócratas han obtenido su peor resultado histórico. En algunas zonas, como en Sajonia (antigua RDA), son el cuarto partido y hay en distritos donde no han llegado al 10%. ¿Causas? La remota ya está explicada antes: el personal no se fía de un partido de sedicente izquierda que perpetró lo que para Alemania fue una reforma laboral durísima. Se puede decir que las españolas fueron mucho más brutales, pero eso sería como contarles aquello de Mal de muchos... Con esa espada de Damocles sobre la cabeza, el SPD podría haber intentado algo diferente, pero su mayor ocurrencia fue presentar a un candidato no contaminado por el Gobierno de la última legislatura, en la cual han sido meros acompañantes de Angela Merkel. El problema es que Martin Schulz, que venía de la presidencia del Parlamento Europeo, no ha dado mucho pie con bola.

Acogido con cierto entusiasmo según las encuestas, ha ido dando bandazos y cabalgando sobre temas delicados, como sus durísimas acusaciones y casi amenazas a Turquía. Pero aunque Schulz mismo haya fallado, eso no es todo. Si se recuerda que la mitad del Bundestag se elige de manera directa y mayoritaria (la otra a través de las listas de los partidos y proporcional) los candidatos dependen de un programa que puedan argumentar ante sus electores locales. Y en el programa no había mucho más que algunas cuestiones sociales que no iban al fondo del problema: la ley que ellos mismos habían impulsado.

El hecho de que el SPD haya perdido casi la misma cantidad de electores, en torno a 400.000, hacia cuatro partidos tan alejados como AfD, Liberales, Verdes y La Izquierda, indica que el partido lleva mucho tiempo sin aclararse sobre su situación en el eje político y los electores son lanzados al exterior como por una centrifugadora enloquecida. El SPD pasaría a la oposición a lamerse sus heridas e imaginar nuevas propuestas y actitudes. Es lo lógico y tendría la virtud de no dejarle el liderazgo de la oposición a la AfD. Pero el futuro no tiene nada de halagüeño.

Los Liberales son un partido raro. Como afirmó de forma algo incauta su antiguo líder, Guido Westerwelle, el FDP se siente El partido de los adinerados” (en realidad un Besserverdienende traducible como los que más ganan). A lo largo de la historia de la RFA ha sido el partido bisagra en muchas ocasiones y su influencia ha servido en lo interior como contrapunto, bien al ala social de la CDU/CSU, bien a la socialdemocracia. En lo exterior solo hace falta mencionar el nombre de Hans Dietrich Genscher, ministro de Exteriores entre 1974 Y 1992. El FDP tradicionalmente había estado entre el 15% y el 20% y con eso bastaba. Pero realmente habían perdido mucha base argumental desde que los dos grandes partidos adoptaron actitudes directamente liberales a partir del 2000. Hace cuatro años ni siquiera habían logrado entrar en el Bundestag con un magro 4,8%. Ahora ahí los tenemos, llegando al 10,7%, adelantando a los Verdes y a La Izquierda y siendo de nuevo indispensables para formar gobierno. Parte de su éxito quizá venga de su actitud fieramente europeísta, en vivo contraste con los tonos nacionalistas de la AfD.

Los Verdes y La Izquierda no tienen nada que ver, pero son los segundos derrotados. Han ganado votos, pero apenas un puñado. Crecer del 8,4% al 8,9% y del 8,6% al 9,2% respectivamente no es como para tirar cohetes. A los Verdes aún les puede quedar la consolación de entrar en el Gobierno. Tampoco sería nada desgarrador para los actuales Verdes, un partido bastante pragmático y que insiste en lo ecológico y en la anti-xenofobia. Pero al fin y al cabo un partido que estaba en el Gobierno con Joschka Fischer como ministro de Exteriores cuando Alemania envió fuerzas militares más allá de sus fronteras, por primera vez desde la II Guerra Mundial. La Izquierda ha bajado en el Este de Alemania, su tierra originaria, donde la AfD ha logrado superarla en casi todos los distritos. A cambio, ha avanzado ligeramente en la antigua RFA y eso puede leerse de forma positiva. Lo que sucede con La Izquierda, un partido firmemente marxista, es que a veces emite mensajes ambiguos o contradictorios. Su vicepresidenta, Sarah Wagenknecht, una mujer con cierto aspecto de Pasionaria, había comenzado la campaña con la idea de salir como líder de la oposición, pero no ha sido así. Y la noche electoral dijo que igual no se había escuchado a los ciudadanos respecto a la cuestión de los refugiados, por hablar de mensajes ambiguos. Por otro lado, la formación ha perdido 400.000 votos, entregados directamente a la extrema derecha. Que han de ser recuperados.

Y ya finalmente llegamos a la Alternativa para Alemania. Para dar una idea de lo caótico del partido, explicar que a las pocas horas de hacerse públicos los resultados, su co-presidenta, Frauke Petry, anunció que abandona el grupo parlamentario. En lo económico son casi neoliberales, lo cual no se contradice con una ideología social nacionalista, xenófoba y antieuropea. No es que sean neonazis, pero en el fondo Hitler no les parece tan mal. Por otro lado, pueden presentar dos primeros candidatos tan desiguales como Alexander Gauland, un casi octogenario ultraconservador y Alice Weidel, economista que se ha declarado lesbiana en plena campaña y cuya pareja es oriunda de Sri Lanka. Gauland ya ha anunciado que van a hacerle la vida imposible a Merkel, pero con eso no basta. Su presencia en el Bundestag será poco efectiva, son los nuevos parias y aunque bastantes, no son muchos. Que había una minoría de alemanes que pensaba lo que la AfD dice tampoco era ningún secreto. Todo depende de si no siguen despedazándose en público, ahora en el Bundestag, y logran montar un programa coherente. También lo que vaya sucediendo en las elecciones a los Länder del Este. No es nada agradable tenerles ahí, pero tampoco es cuestión de sepultar la cabeza en un hoyo.

En general, aparte del tema refugiados no hay demasiados puntos polémicos. Quizá el de los automóviles diésel, que afecta a uno de las principales sectores del país. A Alemania le va razonablemente bien aunque tiene un talón de Aquiles financiero: la exposición de sus grandes bancos en el exterior está por ser valorada, aunque en casos como el Deutsche Bank parece claro desde hace años existen problemas. El otro punto -relativamente- débil es el social, pero es que, aparte de La Izquierda, casi nadie ha sacado de verdad el tema. Aunque todos hayan usado la palabra.

¿Y en lo internacional, lo que nos afecta más directamente? Para empezar, es probable que el actual ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble deje su puesto y tal vez pase a ser presidente de un Bundestag que puede llegar a ser una jaula de grillos. Con él se iría un político muy capaz pero con una concepción demasiado monetarista de la economía. Un político que pertenece a una generación para la cual la estabilidad monetaria era la principal preocupación. Cualquier cosa con tal de no caer en la híperinflación de la República de Weimar, uno de los factores que facilitaron el ascenso del nazismo. Entre las virtudes de Schäuble no entra la flexibilidad, como se ha demostrado con los países del Sur de Europa, de modo que su relevo puede ser significativo. Si es que se produce.

La otra cuestión Europea es cómo lidiar con la oferta-reto del presidente francés Macron de profundizar aún más en la Unión Europea y la Eurozona. Hay aspectos como una mayor independencia del Banco Central Europeo que no van a ser tan fáciles de aceptar. Por el momento Merkel tiene una pausa para pensárselo, no habrá gobierno pasado mañana. Mientras, se producirán las negociaciones del Brexit, que en realidad no han empezado o cómo lidiar con Donald Trump, aunque eso es algo bastante generalizado.

Sea como sea, No se prevén cambios dramáticos porque tampoco se han anunciado ni en los programas ni en la campaña. De forma que por ese lado, cierta tranquilidad. Si acaso la política monetaria alemana puede flexibilizarse algo. Hay países que lo agradecerían.

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