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Cadena de compromisos
Un medio de comunicación suelta el bulo, pongamos que El Mundo -no es ficción ni improbable, hay trayectoria-, otro medio o programa da crédito y lo recoge, El Hormiguero, un poner, y un sindicato lo pone en circulación ante la justicia; entonces, casualmente, aparece un juez de cámara y ya tenemos caso.
Otros se suman, amplifican y menguan según el interés no escrito, hay pisto para programas y tertulias y hasta para comparecencias. Una cadena de fidelidades ciega, aunque luego esa confianza de los que forman la cadena se vea defraudada por la verdad. Pero da igual, van a por ello, aunque sea muy burdo y, lo fundamental, van porque forma parte del compromiso. Si se rompiera la cadena por algún despistado puede incluso entrar en funcionamiento el código rojo. No se admiten solos.
Si no fuera por el respeto que le tengo a ese revolucionario baile, en palabras del maestro flamenco José Luis Ortiz Nuevo, de las bulerías, diría que son buleros en los tablaos y mentideros de la corte, y otras cortecillas provinciales subalternas, que practican con denuedo el baile. Los buleros, no los revolucionarios del baile, campan por redacciones y tertulias sin que parezca afectarles ni sus propias mentiras a sueldo ni la vergüenza por ser portadores, tal vez, en ciertos casos involuntariamente, de las mismas. Ni siquiera conocen al jefe pero sí saben que son parte de la cadena de compromisos.
Sin embargo, se da otro compromiso, en este caso corporativo, entre periodistas, que es tal que no es infrecuente encontrarse con solidaridades profesionales aún sabiendo el papel que ocupa actualmente cada uno u ocupó antes en algunos de los innumerables destinos que la vida precaria del periodismo les deparó. Lo cierto es que la profesión está jugando un papel en la política que lejos de contribuir a la salud democrática está contribuyendo a la podredumbre y desconfianza. Lo curioso es que los buleros están empeñados no en combatir los bulos, que sería improbable, sino en negarlos y que sus bulos sean considerados otro bulo más, es decir que viviríamos, como parece, en un fangal de bulos de bulos.
La engreída personalidad de algunos les ha llevado a pensar que son sacerdotes de la libertad de expresión, a pesar de los antecedentes, y que su sacerdocio les da derecho a tumbar o mantener en pie un gobierno, un partido, un político. Una misión, dicen que tienen. En estos momentos en cualquiera de esos mentideros cortesanos se estará tramando una próxima cadena, con la seguridad de que los compromisos la llevarán a los objetivos previstos. Unos periodistas son conscientes de su papel, otros son solo un eslabón torrentino en la cadena que les ha tocado.
Del escritor mexicano, Hector Aguilar Camín, saqué este sucedido: Un cacique tuvo una urgencia urinaria, entonces paró y bajó del coche y se puso a mear delante de un chalet. El perro que lo advirtió empezó a ladrar, su ladrido provocó otro y otro y, así, hasta que los ladridos se perdieron en la distancia de la noche. Pensando, volvió al coche y mientras se abrochaba la bragueta, se dijo: estos perros son como los políticos, solo el primer cabrón sabe por qué ladra.
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