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A quién le importa el PSOE
Este otoño, el papa proge manifestó de una tacada que el aborto es una “ley asesina” y que “es feo cuando la mujer quiere hacer de hombre, la mujer es mujer”. Todo ello en perfecta consonancia con su rechazo explícito al acceso de homosexuales a los seminarios, que tan solo unos meses antes había revelado a los obispos: “Ya hay mucha mariconería dentro”. Lo más llamativo de estas manifestaciones no son su contenido, sino la indignación que llegaron a provocar en redes. La Iglesia solo lleva dos mil años profesando la misoginia y la homofobia, pero a algunos siempre les pilla por sorpresa.
Sospecho que muchas de esas personas indignadas coinciden con las que también se tiraron de los pelos hace unos días, después de la maniobra de la exministra Carmen Calvo para que en el Congreso federal del PSOE se resolviera de manera vinculante que el partido eliminará de su ideario la Q+ en las siglas LBTBIQ+. De pronto, parecía que hubieran descubierto que el PSOE no tolera la disidencia, tampoco en las identidades sexuales. Es posible que incluso crean que es un partido de izquierdas y que de ese modo traiciona a sus votantes, porque aquellos tiempos del señor X y la cal viva son agua pasada que no mueve molinos.
El PSOE actual: el partido que jamás ha derogado el Concordato que Franco firmó con el Vaticano (aunque ahora lo llamen de otra manera), lo que a estas alturas explica los privilegios fiscales y educativos de la Iglesia; el mismo que considera que lo peor de la crisis de la vivienda sea que no encuentren piso los camareros que “nos” sirven los espetos; el mismo partido que iba a derogar la Ley Mordaza nada más llegar al poder y, en cambio, condecoró a torturadores; el que no veía “hechos trágicos” en la masacre de migrantes subsaharianos en la valla; el que traiciona al pueblo saharaui pero no rompe relaciones formales con Israel ni aunque ya esté documentado que es un Estado genocida; el mismo que miraba para otro lado cuando las cloacas del Estado le hacían la guerra sucia a sus socios de gobierno, incluido el lawfare que ahora experimenta en su seno; el que por una simple cuestión moralista se está quedando atrás en la regulación del cannabis; el que se despide de sus gobiernos indultando a toda prisa a banqueros encarcelados con los que tiene favores pendientes; el que prefiere chuletones en su punto al respeto animal y la sostenibilidad; el que mete de tapadillo disposiciones especiales para dejar fuera a miles de mujeres en la equiparación de las pensiones de viudedad entre matrimonios y parejas de hecho. Podría comerme las seiscientas palabras de esta columna continuando con esa lista para demostrar lo obvio.
En realidad, el movimiento LGTBIQ+ sabe perfectamente que no se puede exprimir más al PSOE, que si el gobierno aprobó la Ley trans se debió a que el Ministerio de Igualdad no estaba en sus manos. Como buen partido de centro y de masas, el PSOE bascula a un lado u otro dependiendo de por dónde sople el viento, es decir, las encuestas, las coaliciones de gobierno y el cálculo electoral. Y esto sí es lo más preocupante de los últimos meses, que el PSOE haya abandonado su principal seña de identidad, el cálculo electoral. La semana pasada, de hecho, conmemoraban la Constitución, y de nuevo no se enteraron de que es precisamente por el flagrante incumplimiento del artículo 47, ese de la vivienda, por el que van a perder el gobierno en las próximas elecciones.
Y eso no lo van a remediar poniendo o quitando letras de ningunas siglas.
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