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Y de postre, punitivismo

El asesinato de Belén Cortés, educadora social en un centro tutelado de Badajoz, ha abierto un debate que en principio pareciera producirse sobre las condiciones laborales del personal social. Sin embargo, se centra más en un carácter punitivito.
La propuesta como solución que plantea rebajar el umbral de la edad penal de menores para condenar a menores infractores tan sólo obedece a una reacción visceral que entiende que las agresiones, asesinatos, hurtos y otros delitos o crímenes desaparecen ante mayores penas y cuánto más restrictivas sean estas. Aunque tenemos casos paradigmáticos como el de Estados Unidos donde, existiendo la pena de muerte, el índice de criminalidad es mayor al de países donde no existe, centrarnos en la pena y la condena nos puede cegar a la hora de no abordar no sólo las causas que producen estos resultados sino las garantías para que sea un proceso justo y objetivo para con las partes involucradas, sin pretender que la justicia avale la humillación como proceso penal.
Y es que el punitivismo es la visión que plantea como apuesta principal el castigo penal e incluso el endurecimiento de las penas para hacer frente a la delincuencia como problema social. Es decir, el castigo como correctivo.
Porque la alternativa no es el inmovilismo equidistante bajo el nombre del antipunitivismo sino la apuesta de la justicia restaurativa, que se basa en tres principios: compensación del daño a las víctimas, responsabilización del agresor o victimario, e involucración de la comunidad. Y ese último punto es fundamental. ¿Se involucra a la comunidad sin prevención e intervención? Si en ese caso Belén no hubiese estado sola, si hubiera habido más personal con el que rotarse y no hacer guardia de 72 horas, si todo el sector social en su conjunto (dependencia, mayores, menores, migración, etc.) no estuviera al límite y no presionase al personal a tragar con la situación para no dejar a las usuarias sin nada… Si la sociedad no es consciente de la realidad social y de las condiciones de quienes (con)viven o pueden pensar que son a las únicas a las que les pasa, que es culpa suya, es difícil hablar de reinserción y compasión.
En un momento de rearme militar, y de desmantelamiento de lo público y social, ese tipo de medidas propuestas buscan que seamos simples vigilantes y carceleras de quienes molestan en la sociedad, de quienes hacen que la foto no sea tan perfecta y bonita
Pero es que yo pienso: ¿a Belén le gustaría que todo centro en el que haya menores se convierta en una cárcel? Porque si se habla de los centros de menores como si todos fueran del mismo tipo, lo cual tan sólo sirve para estigmatizar a la infancia, especialmente a la que está en centros de acogida, y en este caso esparcir más racismo señalándolo como un centro de menores migrantes, ¿eso repararía el daño que se le ha causado? ¿A su familia le ayudará a sanar su herida? Todo mientras los cambios en el sector social, que es de competencia autonómica, sufren una mayor precarización.
Porque unas mayores condenas o unas concertinas en las puertas para que no pudieran salir del centro, ¿hubieran evitado su muerte (o agresión) si al final es la única persona trabajadora que forma parte de un equipo social? Belén podría haber sido Marcos, Samba, Andrea, y tantas otras compañeras que sufren agresiones trabajando en el sector social, no sólo a quienes trabajan con menores, al no tener equipos suficientes, y donde parece que se nos invita a controlar los desechos de la sociedad.
En un momento de rearme militar, y de desmantelamiento de lo público y social, ese tipo de medidas propuestas buscan que seamos simples vigilantes y carceleras de quienes molestan en la sociedad, de quienes hacen que la foto no sea tan perfecta y bonita, borrándola de ella y encerrándolas en centros lejos de donde podamos verlas ni cómo están ni a quienes las contienen ahí. ¿Es esto lo que queremos ser?
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