El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Gaia y la Vía Láctea
La banda lechosa que cruza el cielo de verano en las latidudes intermedias del hemisferio norte está presente en la leyendas y mitologías de casi todos los pueblos que han habitado nuestro planeta. La Vía Láctea no solo conforma un objeto celeste de extraordinaria belleza sino que se ha convertido en un arquetipo de la humanidad cuya naturaleza ha sido abordada desde diferentes aproximaciones que incluyen la mitología, la filosofía, el arte y la ciencia.
La belleza de un cielo estrellado cruzado por una senda blanquecina de bordes desdibujados y tachonada de nubes oscuras irregulares ha maravillado y requerido a los observadores del cielo desde la aparición del hombre sobre la Tierra. Su contorno irregular y el brillo desigual a lo largo de toda su extensión la singularizan frente a la simetría esférica de los planetas y la regularidad de los movimientos estelares, a pesar de participar de los mismos. El círculo y la esfera no casaban bien con la Galaxia. Las estrellas y los planetas parecían pertenecer a otro mundo más regular e inmanente que el que albergaba a la deshilachada banda luminosa, cuya apariencia se asemejaba más a los fenómenos irregulares y perecederos observables en la atmósfera terrestre.
Aristóteles, quien marcó el paso del conocimiento de la naturaleza en el mundo occidental hasta la revolución copernicana, incluyó a la Vía Láctea en su Meteorología, junto a los cometas, las nubes y los meteoroides. La asimetría de la Vía Láctea y su brillo difuminado e irregular la alejaban de la perfección de los cielos. Parecía representar la quintaesencia y los elementos terrestres más ligeros como el aire y el fuego, el suburbio de nuestro mundo.
Tuvimos que esperar a Galileo para que transformara un juguete óptico en un instrumento astronómico y nos descifrara, a través del telescopio, la verdadera naturaleza de la Vía Láctea. La Galaxia no es más que un conglomerado de estrellas. Un desarrollo técnico permitió dar una respuesta científica a una antigua pregunta y pasar de las meras hipótesis a la prueba observacional. Se iniciaba una nueva época en la manera de adquirir el conocimiento del mundo. No bastaba dar un conjunto de hipótesis razonables, se hacía necesario contrastarlas con la observación y la medida y rechazar aquellas propuestas que no se ajustaran a lo observado. El binomio ciencia-técnica daba sus primeros pasos y, como un tormento de Sísifo, nuevos desarrollos tecnológicos daban lugar a nuevas preguntas que necesitaban tecnologías más sofisticadas para ser respondidas. Y en esa estamos.
La banda lechosa que cruza el cielo de verano en las latidudes intermedias del hemisferio norte está presente en la leyendas y mitologías de casi todos los pueblos que han habitado nuestro planeta. La Vía Láctea no solo conforma un objeto celeste de extraordinaria belleza sino que se ha convertido en un arquetipo de la humanidad cuya naturaleza ha sido abordada desde diferentes aproximaciones que incluyen la mitología, la filosofía, el arte y la ciencia.
La belleza de un cielo estrellado cruzado por una senda blanquecina de bordes desdibujados y tachonada de nubes oscuras irregulares ha maravillado y requerido a los observadores del cielo desde la aparición del hombre sobre la Tierra. Su contorno irregular y el brillo desigual a lo largo de toda su extensión la singularizan frente a la simetría esférica de los planetas y la regularidad de los movimimientos estelares, a pesar de participar de los mismos. El círculo y la esfera no casaban bien con la Galaxia. Las estrellas y los planetas parecían pertenecer a otro mundo más regular e inmanente que el que albergaba a la deshilachada banda luminosa, cuya apariencia se asemejaba más a los fenómenos irregulares y perecederos observables en la atmósfera terrestre.
Aristóteles, quien marcó el paso del conocimiento de la naturaleza en el mundo occidental hasta la revolución copernicana, incluyó a la Vía Láctea en su Meteorología, junto a los cometas, las nubes y los meteoroides. La asimetría de la Vía Láctea y su brillo difuminado e irregular la alejaban de la perfección de los cielos. Parecía representar la interacción entre la quintaesencia y los elementos terrestres más ligeros como el aire y el fuego, el suburbio de nuestro mundo.
Tuvimos que esperar a Galileo para que transformara un juguete óptico en un instrumento astronómico y nos descifrara, a través del telescopio, la verdadera naturaleza de la Vía Láctea. La Galaxia no es más que un conglomerado de estrellas. Un desarrollo técnico permitió dar una respuesta científica a una antigua pregunta y pasar de las meras hipótesis a la prueba observacional. Se iniciaba una nueva época en la manera de adquirir el conocimiento del mundo. No bastaba dar un conjunto de hipótesis razonables, se hacía necesario contrastarlas con la observación y la medida y rechazar aquellas propuestas que no se ajustaran a lo observado. El binomio ciencia-técnica daba sus primeros pasos y, como un tormento de Sísifo, nuevos desarrollos tecnológicos daban lugar a nuevas preguntas que necesitaban tecnologías más sofisticadas para ser respondidas. Y en esa estamos.
Una nueva explicación de la luz
La espectroscopía nos llevó a la primera teoría empírica de la interacción de la materia con la radiación y la fotografía nos permitió objetivar la observación astronómica y almacenar la información de los cielos de una forma más compacta, fue nuestro primer disco duro. Ambos desarrollos transformaron la Astronomía en Astrofísica. Desde mediados del XIX hasta ahora hemos analizado la luz procedente de los astros utilizando los receptores y las teorías acerca de la naturaleza de la luz disponibles en cada momento. El electromagnetismo nos enseñó que la luz no era más que una onda producida por las cargas eléctricas aceleradas, una variación espacio-temporal del campo electromagnético. Esta concepción de la luz unificaba una fenomenología diversa que iba desde la luz visible a nuestros ojos hasta los rayos X pasando por la radiación infrarroja y las ondas de radio.
Los albores del siglo XX nos ofertaron una nueva explicación de la luz como un flujo de partículas donde cada una transportaba una determinada energía y todas se movían a la misma velocidad. La luz se nos muestra con una doble naturaleza, onda y partícula, donde la energía de cada partícula está asociada a la frecuencia de la onda. La mecánica cuántica, la física nuclear y la relatividad especial formaron el núcleo del decodificador que los astrónomos utilizamos para analizar la luz emitida por lo astros y obtener información del medio que ha atravesado hasta llegar a nuestros detectores.
Pero, ¿qué detectores? La historia de la astronomía se puede organizar en función del desarrollo de la instrumentación capaz de captar fotones en todo el rango de frecuencia del espectro electromagnético. Hasta mediados del XIX el único detector astronómico disponible era la retina del ojo humano, después vino la placa fotográfica. A mediados del siglo XX se incorporaron las antenas de radio para seguir, en un crescendo, con la célula fotoeléctrica, los detectores infrarrojos, los CCD (Coupled Charge Device) —que hoy todos llevamos en nuestro teléfono móvil— los telescopios de rayos X, rayos Gamma e ultravioleta. ¡Ah!, ¿pero la atmósfera no se encarga de preservarnos de estas radiaciones que pueden interactuar con el ADN y modificarlo aleatoriamente?, ¿para qué queremos detectores y telescopios de fotones que nunca van a llegar a la superficie terrestre?
Instrumentación científica
Los queremos porque para entender como funciona nuestro universo necesitamos captar la luz en todas sus longitudes de ondas. Las interacciones físicas que tienen lugar en el cosmos tienen picos de emisión en diferentes rangos de frecuencia y si queremos una interpretación de la naturaleza objetiva deberemos conocer todas las manifestaciones de su fenomenología. Y aquí es donde entra la astronomía aeroespacial.
Desde los años 50 del siglo pasado el hombre ha puesto en órbita, fuera de la atmósfera terrestre, a diferente cacharrería. Algunos de estos trastos transportaban instrumentación científica capaz de captar fotones en las longitudes de onda más energéticas (ultravioleta, rayos X y Gamma). Muchas veces su objetivo primigenio no era un mejor conocimiento del universo sino un mejor conocimiento del adversario en la guerra fría, pero los científicos hemos utilizado esta información para conocer mejor nuestro mundo.
Hoy en día la astronomía espacial es una de las fuentes de conocimiento más prolífica y precisa que tenemos y la Semana Mundial del Espacio, que acabamos de inaugurar en la Casa de la Ciencia de Sevilla, lo pone claramente de manifiesto. La banda lechosa que cruza nuestro cielo de verano ha sido estudiada con un sofisticado instrumental a bordo de un satélite llamado Gaia. La nueva visión de la Galaxia se expone bajo el nombre de “Mil millones de ojos para mil ochocientos millones de estrellas” en el museo Casa de la Ciencia de Sevilla. La Vía Láctea sigue siendo el formidable espectáculo celeste que ha maravillado al ser humano, ahora tenemos la oportunidad de disfrutarla aún más con la nueva visión que nos ofrece la astronomía espacial.
Sobre este blog
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
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