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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

El Peñón en el zapato

Una delegación británica viaja a Gibraltar para celebrar el Día Nacional

Andrés Ortega

Gibraltar es algo más que una china en el zapato de las relaciones entre España y el Reino Unido. Recurrentemente, resurge como problema. Y desde que llegó el Gobierno de Rajoy, más. Pues frente a la constancia y perseverancia de los británicos y de los gibraltareños, hay una manía en España de que la política hacia Gibraltar cambie con cada relevo no ya de Gobierno, sino de ministro o ministra de Asuntos Exteriores. Y ello cuando las relaciones comerciales y de inversiones entre España y el Reino Unido son de importancia primordial para los intereses españoles, como se le hizo notar a García Margallo cuando llegó a Exteriores con una renovada política de “Gibraltar español”, tema en el que Rajoy se resiste a entrar públicamente, por prudencia.

Los gibraltareños no se andan quietos. Ya tienen su equipo de fútbol en la UEFA. Hay una constante tensión por las aguas territoriales no reconocidas por el Tratado de Utrecht del que en julio se cumplieron 300 años. Los británicos mantienen que son tres millas, mientras España sólo reconoce las aguas del puerto. Y quieren seguir con su política de hechos consumados, aprovechando una cierta debilidad de España. Cabe recordar que así se hicieron en tiempos con el istmo al ocuparlo, o ampliando el aeropuerto.

Lo más importante es, si llega a materializarse, el plan de ganarle terreno a un mar sobre el que, de acuerdo al Tratado –todo un anacronismo- no tienen jurisdicción. Y de cerrar la pesca a españoles echando bloques de hormigón al fondo de la bahía que pueden ser parte del anterior plan, y que ahora se traen desde Marruecos. La respuesta de España a esta última mala acción fueron los controles en el paso de la frontera terrestre, justificados en la vigilancia del contrabando, algo que la Comisión Europea ha considerado conforme al derecho comunitario.

Los intereses de Gibraltar y de Londres no siempre han coincidido, pues la prioridad del Reino Unido es el mantenimiento de la base en y bajo el Peñón. Pero en estos momentos coinciden un osado, Fabián Picardo, como ministro principal de Gibraltar, con un discurso neonacionalista por parte de David Cameron desde Londres, lo que en lugar de frenar, anima a los gibraltareños, que se enfrentan a un cierto discurso también neonacionalista por parte del Gobierno de España.

La última tensión con el buque oceanográfico Ramón Margalef no ayuda a serenar los ánimos, y la posible militarización, o simplemente violentización de la disputa, menos aún. Todo esto carece de sentido. Lo que tiene que hacer el Gobierno español, en consenso con las otras fuerzas políticas, es fijar un objetivo realista y perseguirlo, y no estar cambiando a cada rato de estrategia. Hay que volver a serenarse. Si el Peñón tiene una solución, será al final de un proceso largo no de tensión, sino de distensión, porque España debe comprender que no hay solución contra el parecer de los llanitos y estos deben comprender que la única alternativa –por el Tratado de Utrecht- a la situación actual es su retrocesión a España. Y a partir de ahí, a volver a empezar desde la Declaración de Bruselas que pronto cumplirá 30 años.

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