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La neoyorquina que filma quién está detrás de la expansión del plástico

La documentalista Deia Schlosberg, en su casa de Nueva York

Cristina Rojo

Nueva York —

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Caminando durante dos años sobre la cordillera de Los Andes, el mundo se convirtió en un lugar mucho más pequeño para Deia Schlosberg. Educadora, activista y sobre todo documentalista, esta mujer criada en la zona más rural del estado de Nueva York comprendió cuán profundamente nuestras acciones están conectadas con el planeta. Galardonada con el premio a la Aventurera del año por National Geographic (2009), y apresada durante días por filmar protestas antifracking en Dakota del Norte, Schlosberg estrenó a finales de 2019 el potente documental The Story of Plastic. Y no quiere que al verlo te sientas culpable e impotente, sino que levantes la vista hacia los productores de plástico y les plantes cara. En octubre de 2016, el nombre de Deia Schlosberg (Nueva York, 1980) saltó a las portadas de los medios de comunicación estadounidenses: una joven había sido ser detenida en Dakota del Norte por grabar las protestas de nativos americanos ante la construcción de una gran tubería de extracción y transporte de gas (Keystone Pipeline) para fracking. Las autoridades apresaron a Schlosberg y la mantuvieron aislada durante 56 horas bajo acusación de conspiración, con cargos que podrían haberla condenado a un máximo de 45 años en prisión. Las redes sociales se incendiaron y un buen puñado de celebridades como Mark Ruffalo o Neil Young encabezaron una carta de protesta que llegó hasta oídos del entonces presidente Barak Obama.

Finalmente, los cargos contra ella fueron retirados. Tres años después de aquel incidente, tras el que editó la cinta Awake, a dream from Standing Rock, Schlosberg ha vuelto a la carga con un nuevo trabajo. El documental The Story of Plastic (La historia del plástico) es un impactante relato que recorre medio mundo para reunir algunas de las voces de quienes conviven con las consecuencias más desastrosas de la existencia de este polímero. Bahías atestadas de restos flotantes, hábitats destruidos, poblados llenos de miseria donde mujeres sin protección separan a mano sucios envoltorios procedentes de otros países... y también enormes plantas de producción que llenan la atmósfera de emisiones nocivas y enferman a quienes viven a su alrededor.

A diferencia de otros reportajes sobre la problemática del plástico, la clave de The Story of Plastic está en una línea del tiempo mediante la que se analiza la evolución del material sintético y las distintas argucias narrativas de la industria petroquímica para justificar su imparable expansión, hasta la producción actual de unos 400 millones de toneladas métricas anuales.

Dado que un 99% del plástico proviene de energías no renovables, los responsables de su producción son los mismos que se dedican a agujerear el planeta en busca de petróleo y gas natural (en Estados Unidos son gigantes empresariales como Exxon, Shell, Conoco Phillips o Dow Dupont). Mientras desvían la atención pública hacia el último estadio de la cadena de producción y los esfuerzos de limpieza del océano o su inversión en reciclaje, la industria ha comenzado a acelerar su producción. Si bien hoy en día es difícil pensar en una vida sin plástico, The Story of Plastic enfatiza la idea de que este es el futuro de las compañías petroquímicas a medida que el consumo de combustible decrece. El documental explica esta nueva tendencia de inversión y exportación en Estados Unidos: en los próximos cinco años, está prevista la inversión de 195.000 millones de dólares para la creación de 325 nuevas plantas de producción y exportación de plástico.

Aunque hace al menos ocho años que el documental estaba entre los proyectos de Deia Schlosberg, el motor de la historia aún no estaba maduro. “En aquel momento ni la sociedad estaba lista, ni yo estaba especialmente emocionada por el tema, ni estábamos frente a una aceleración de producción como la que vivimos ahora. Fue a través del trabajo en otros proyectos, siguiendo la expansión del fracking y la industria petroquímica cuando me di cuenta de que estábamos hablando de los mismos actores. Es la misma historia... ¡Está todo conectado!”, dice con ojos brillantes en una tranquila cafetería del barrio de Harlem (Nueva York).

“En un momento dado reconocí las mismas tácticas y los mismos argumentos de los detractores del cambio climático, como criticar a la gente que acude a una protesta por hacerlo en coche, o por utilizar plástico en su vida cotidiana. Y no es así, estas personas están tratando de cambiar el sistema. La pequeña cantidad de gasolina que consumen para ir a la manifestación es irrelevante en el contexto de toda la producción que existe. Si se quedaran en su casa, nada cambiaría. Esto es una técnica depurada, nos hace sentir culpables por nuestras elecciones a la vez que nos distrae de la causa real de estos problemas. Es muy astuto por su parte”, sentencia.

“Todo el discurso de limpiar el océano... ¡Es imposible!, argumenta la documentalista. Si invierten grandes cantidades de dinero en el mar es porque es ahí donde el problema es más visible y va a generar más atención, pero cortar los anillos de plástico del cuello de una tortuga marina no va a tener el mismo efecto que cerrar una planta de producción de plástico”.

Schlosberg da un sorbo al café solo en su taza de acero inoxidable. Lleva la imagen de una joven, la misma que preside su mesa de trabajo en su casa-oficina, a escasos metros de la cafetería donde nos encontramos. Forma parte de una colección del artista Shepard Fairey que el diario Washington Post lanzó a toda página con motivo de la toma de posesión del actual presidente estadounidense, Donald S. Trump, con la idea de que cualquier ciudadano pudiera salir a la calle y utilizarlas como pancarta. “Me gustó la idea de que absolutamente todo el mundo pudiera tener un póster con estos mensajes de solidaridad y dignidad humana. Estoy de acuerdo con todo lo que eso representa. Incluso el hecho de poder protestar, de tomar parte de esa desobediencia civil es un privilegio. Es un lujo que mucha gente, incluso en este país, no puede permitirse”.

Schlosberg no es una activista contra el plástico al uso, pero sí una persona tremendamente comprometida con todo aquello que oprime el derecho a una existencia digna del ser humano. “Soy muy consciente de lo que consumo. Es una de las virtudes de no tener mucho dinero –se encoge de hombros–. Y esto es a lo que me dedico, es mi vida al completo. El proyecto en el que trabajo ahora, Bootstraps, se produce a sí mismo a través de donaciones, y el poco dinero que sacamos de ahí es para pagar nuestra casa, que es a su vez oficina y sala de grabación. También costea nuestros viajes para trabajar, pero en definitiva vivimos de manera muy asequible porque todo es trabajo”.

Personas como Greta Thunberg, la joven activista ambiental sueca, son fuente de inspiración para Schlosberg: “Ella es un recordatorio de que hace ya tiempo que hemos pasado el momento de ser cuidadosos con nuestro discurso. Ha llegado la hora de llamar a las cosas por su nombre”.

Schlosberg rescata sus propias raíces, las de una niña que creció entre bosques, en el lado más rural del estado de Nueva York. “El lugar de donde vengo tiene un solo semáforo”, recuerda. “Pasábamos mucho tiempo entre árboles y montañas. Aquello fomentó en nosotros la idea de que la naturaleza es un bien común y todos debíamos poner de nuestra parte para cuidarlo”.

Años más tarde, después de trabajar como educadora, terapeuta en la naturaleza y otras ocupaciones al aire libre, Deia Schlosberg emprendió un peregrinaje que le llevó a cruzar la cordillera de Los Andes a pie. Tardó dos años, y los 12.500 kilómetros que recorrió entonces le valieron no solo el premio de 'Aventurera del año' de la prestigiosa National Geographic junto a su compañero de viaje (Greg Treinish), también un estremecedor entendimiento de lo pequeño que es nuestro planeta. “¡Se puede recorrer andando!”.

“Puedes conocer los datos numéricos, como cuán grande es aquel estado o aquella provincia, cuantas veces cabe un país dentro de otro, sus metros cuadrados... pero todo eso proporciona un entendimiento muy vago sobre el tamaño de algo. Hasta que lo pones en la perspectiva de recorrer una distancia y ver cómo se siente. Entre otras cosas, caminando un continente me di cuenta de que un solo humano puede tener más impacto del que pensamos en sistemas globales deficientes. Ser activista no es inútil. Tenemos mucho más poder del que nos hacen creer”.

Aquella experiencia se fundió inexorablemente con la semilla de su compromiso personal por causas como el cambio climático o un sueldo digno. Schlosberg se mudó a Montana y se matriculó en Ciencia y Cinematografía de Historia Natural. Desde entonces no ha dejado de hacer punzantes documentales donde denuncia injusticias sociales y ambientales. Es toda su vida. Y cuando no graba, edita, promociona o investiga, o postea en las redes sociales una invitación para acompañarla en una manifestación por el sueldo mínimo interprofesional que, casualmente, pasa por su barrio al día siguiente.

Sus viajes y su personal interés por conectar con la gente le han hecho ver esa interconexión tan especial que existe entre las piezas más pequeñas que forman un gran puzle. Una realidad que se hizo tangible en el estreno de The Story of Plastic, en California, el pasado mes de octubre. Varios de los problemas con compañías petroquímicas que se exponen en la cinta son la realidad diaria a la que se enfrentaba el público, que respondió emocionado. Poco después el documental fue galardonado con el Premio Favorito del público en Cine Comprometido.

“Estaban muy animados al ver que algunos de sus propios problemas estaban reflejados en la película, porque incluso si dedican sus vidas a esta causa muchas veces sienten que no consiguen nada. Que están aislados y desesperados. Ver la película juntos fue muy potente para ellos... Una de las asistentes me dijo que ahora lo ve todo de otra forma, sus demandas son como el piñón para el engranaje de una gran maquinaria, pequeño pero indispensable para su funcionamiento”.

Schlosberg explica que este es el mensaje subyacente de The Story of Plastic: si alguien quiere marcar la diferencia como individuo, debe actuar con un sistema global en mente. “Las elecciones de consumo son importantes, y deberían ser de sentido común, pero en mi opinión no son una manera de cambiar las cosas”, argumenta la autora.

Schlosberg reflexiona sobre la importancia que tienen los medios de comunicación en una sociedad democrática. “Es fundamental saber quién está detrás de la narrativa de cualquier historia, ¿por qué es este el mensaje que recibes y no otro? Aún recuerdo perfectamente cuando tenía unos 12 o 13 años y en la escuela nos hablaron de los distintos tipos de publicidad. Teníamos que identificar las clases y por qué cada una estaba relacionada con un tipo distinto de manipulación. Aquello me pareció muy impactante... y no digo que debamos ser completamente escépticos sobre todo, pero es una herramienta que todos deberíamos ejercitar a menudo para vivir en una sociedad verdaderamente saludable”.

¿Volvería a filmar en una situación como la de Dakota del Norte? “Ahora mismo”, dice Schlosberg sin dudarlo. “Fue muy duro, una súper mierda, pero me ayudó a comprender mejor cómo funciona el sistema, y estoy muy agradecida por ello. Hizo mi visión del mundo algo más desalentadora. Pero si está más cerca de la verdad, eso me parece bien”.

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