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Así desafían colectivos de artistas los mensajes engañosos de las empresas de energías fósiles

"El gas no es limpio, ni verde ni renovable", dice esta falsa publicidad colocada en las marquesinas de Barcelona (abril 2021)

Marta Montojo

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Una broma de ‘April Fools’, el equivalente al día de los inocentes de los países hispanohablantes, tuvo lugar este 1 de abril. Las marquesinas de autobuses de Barcelona, Bruselas, Londres, Ámsterdam, Dublín, Lisboa o Milán, entre otras ciudades, amanecieron con carteles publicitarios de empresas de energías fósiles. Pero, en lugar de destacar aspectos positivos de las marcas, los anuncios mostraban imágenes de niños llorando y frases como “el gas natural no es limpio, ni verde, ni renovable”.

La acción, coordinada por el colectivo Gastivists, que engloba a grupos locales en diez países europeos, pretendía poner en evidencia la inversión millonaria de la industria del gas, recogida en documentos como este informe del Observatorio Europeo Corporativo, para “vender la idea de que el gas es bueno”, señala esta organización en su web.

La táctica que emplean estos activistas se llama subvertising (publicidad subversiva), y se viene utilizando en acciones de protesta desde hace décadas. Se enmarca en el concepto más amplio de culture jamming, que consiste en alterar los símbolos presentes en los diferentes medios de comunicación para luchar contra determinados hábitos de consumo que se incentivan desde la publicidad.

Una de las referencias en este ámbito es BUGA UP (siglas de Billboard Utilising Graffitists Against Unhealthy Promotions), un grupo de activistas australianos que desde los años 70 se dedicó a boicotear decenas de miles de vallas publicitarias que contenían anuncios de tabaco. En 1994 Australia prohibió la publicidad de productos tabaqueros en estos espacios. 

“Desde entonces hay colectivos similares en muchas ciudades del mundo, y cada vez somos más”, explica Peter Marcuse, uno de los artistas fundadores de Brandalism. En activo desde 2012, este grupo ha dedicado varias de sus campañas a denunciar el greenwashing (lavado verde de imagen) de las empresas que aún contribuyen a financiar las energías fósiles. Ellos también recurren al arte de guerrilla para reemplazar la publicidad oficial por “anuncios de parodia”, un movimiento donde según Marcuse hay cada vez más crítica a las empresas que contribuyen a la crisis climática.

A medida que “las empresas contaminantes están intentando cambiar su estrategia y lanzar mensajes de lucha contra el cambio climático”, advierte, iniciativas como Brandalism, formadas en parte por ecologistas y en parte por diseñadores y artistas, inspiran la formación de nuevos grupos de desobediencia civil no violenta a través de la creatividad y el humor. Algunos ejemplos son el movimiento Adfree Cities, la campaña británica Badvertising o Z.A.P. (Zero Automobile Publicity), un colectivo reciente en España y que ya ha llevado a cabo iniciativas contrapublicitarias en Sevilla, Madrid, Barcelona y Zaragoza.  

En septiembre de 2020, Brandalism dedicó su campaña contra el greenwashing al sector del automóvil. Los artistas dieron el cambiazo a anuncios oficiales de firmas como Range Rover, Ford, Volkswagen, BMW, Citroen, Lamborghini o Vauxhall, entre otras, por diseños que, a su juicio, reflejaban una imagen más ajustada a la realidad de la conducción y a sus impactos medioambientales y sociales.

“Las marcas quieren dar una imagen que no corresponde en absoluto con la realidad. Los anuncios muestran un coche conducido en un escenario espacioso, muchas veces en medio de la naturaleza– en una playa vacía, por ejemplo– como si el coche se fuera a conducir en esas condiciones. La realidad es que la mayor parte de las veces se conduce en un entorno de estrés y ruido, rodeado de muchos otros coches y causando un problema ambiental y de salud pública en la ciudad”, explica Marcuse.

En París, a finales de 2015, durante la Cumbre Mundial del Clima de Naciones Unidas (COP21), los activistas retiraron de las marquesinas carteles de aerolíneas, petroleras y otras empresas contaminantes y colocaron centenares de anuncios de parodia que pretendían exponer la “incoherencia de que muchas de estas empresas patrocinaran el encuentro”.

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