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'Espolón Walker' a las Grandes Jorasses, un sueño hecho realidad

Espolón Walker a las Grandes Jorasses

Adriano M. Cófreces "Pincho"

4

Voy a “parafrasearme” a mí mismo cuando subí a lo alto de las Jorasses por la 'MacIntyre-Colton' hace 10 años…

En aquella ocasión hacía 15 años desde que vi por primera vez el tremendo murallón. En esta ha sido un poco más, y posiblemente unos cuantos de los que estén leyendo estas líneas a duras penas habrían nacido.

25 años después: cara Norte de las Grandes Jorasses

La primera vez que fui a los Alpes, a Chamonix, y más concretamente al macizo del Mont Blanc, fue en junio de 1999. Estábamos en los últimos días del LIV Curso Superior de Montaña, impartido en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE), y como es lógico, fue una experiencia abrumadora. Técnica de todas las puntas, movimiento encordado por glaciar esquivando y saltando grietas, piolet tracción, aristas de roca, hielo y nieve, ascensiones a esos ansiados cuatromiles, especialmente al Mont Blanc, al cual ascendimos por la ruta de los cuatromiles sin aclimatar, cogiendo el primer teleférico del día... Un fin de curso digno de cualquier montañero que se precie como tal, con aspiraciones a “alpinista”.

Cuando bajé el primer día del tren de Montevers y vi el imponente murallón jorobado al fondo de un glaciar lateral de la Mer de Glace, luego me enteraría que se llamaba 'Leschaux', y la montaña soñada, las Grandes Jorasses, dije en mi estilo “bocachancla superior” en un arranque de valentía y sobretodo, ilusión y sueños: ¡Por ahí tengo que subir yo!

De hecho, casi vamos ese verano tres alumnos recién diplomados a la 'Walker', y a día de hoy, me alegro de nuestro abandono porque no sé cómo hubiésemos acabado en el caso de haber superado siquiera la rimaya (risas).

Costó 15 años auparme a la cima del Montañón de marras, para colmo, por la renombrada 'MacIntyre-Colton', con dos grandes amigos, Kiko Borja y Jesús Andrés “Chakel, en una exprés de manual, y pudiendo trepar la increíble ruta totalmente de día y disfrutando de unas excepcionales condiciones que permitieron surcar la línea de una forma bastante atípica. Fue una de las jornadas más memorables que recuerdo en montaña.

Para esta otra línea, la 'Walker', la mítica, la original, la de los libros, la de los antiguos, costó 25 años clavados, pero por fin, el sueño de un aprendiz de montañero se hizo realidad, eso sí, a costa de muchos años de aprendizaje, retiradas, intentonas, amigos fieles y, sobre todo, en los últimos años, el apoyo de la familia, que al final son los que pagan las ausencias y realizan el esfuerzo cuando se quedan en casa (mi mujer y mi hija).

Soy consciente de que por ahí se sube mucha gente, unos en un día, otros en un par, incluso un grande del alpinismo tardó poco más de dos horas. Dicen que está muy equipada, que el grado es fácil, que ya no es lo que era, pero para mí ha supuesto cumplir un sueño que se manifestó nada más ver la Gran Norte hace más de 25 años. Las sensaciones que me llevo quedarán de por vida en mi interior.

Como podremos comprobar si seguimos leyendo, ni está tan equipada, ni el grado es bajo y, efectivamente, ya no es lo que era… Pero igual por otras razones que hasta dentro de unas líneas se nos escapan si no hemos estado allí.

En este 2024, justo cuando he cumplido 50 años de edad, una cifra bastante considerable a la par que respetable, la ilusión no sólo no ha disminuido, sino que, con más bagaje, tranquilidad y experiencia en estas lides, la vida en general se ve con otro prisma y sabiendo adaptar el “ansía viva” a mis capacidades he podido disfrutar realizando un sueño para cualquier alpinista.

Cara Norte de las Grandes Jorasses... solo con escuchar esas palabras se me eriza la piel. A mí, y a la inmensa mayoría de montañeros…

Y ahí entra en juego la otra mitad de la cordada: el compañero.

Esta vez, la ocasión vino servida con un buen amigo, al que conocí no hace demasiado tiempo, pero es de esas personas que te inspiran confianza desde el primer momento. Suelo definirlas como “personas fiables”. Básicamente se puede resumir como personas en las que puedes confiar, de las que te puedes fiar.

Martín, Ramos de apellido, y zamorano hasta la médula. Es bombero de profesión, de 57 años, y con 10 ochomiles a sus espaldas, de los cuales 9 fueron sin oxígeno suplementario.

Hemos estado durante una temporada infinidad de veces juntos en la montaña, escalando en roca, hielo, mixto, esquiando en montaña, recorriendo aristas, descendiendo corredores con esquís, unidos por una cuerda y confiando nuestras vidas el uno al otro. Pero lo más importante, después hemos hablado con una cerveza en la mano de la vida. Más allá de la montaña, más allá del deporte y el ego.

Una simple llamada en verano, allá a principios de junio, para decirle que si le apetecía ir a darle un pegue a una “Grande Course” en Alpes bastó para cerrar el trato. Sin fecha, ni lugar. Solo esperando al momento y las condiciones adecuadas.

Bueno, siendo fiel a la primera propuesta, salió el nombre icónico… Integral… Integral de Peuterey. Y eso es irresistible….

A mediados de junio marché una semana larga para Chamonix con el LXXIX Curso de Montaña de la EMMOE, y pude comprobar in situ que este año las nevadas tardías y la transformación de la nieve estaba en unas condiciones que podían augurar un buen verano.

Llamadas a Martín, semana tras semana, que anda ya expectante, se suceden hasta finales de julio. Un mes de julio en el que disfruto de tres semanas de aclimatación perfecta para escalar en altura. Vacaciones a cero metros sobre el nivel del mar, en Nazaré, Portugal, aprovechando para visitar a Martín y su familia en su “pueblo”, Zamora, de camino a mi destino.

Piada de Suiza… La Norte del Cervino se ha escalado, cosa impensable un verano normal hoy en día. También a finales de julio unos amigos surcan la Integral de Peuterey en buenas condiciones.

Hay nervios, cierta ansiedad por ir definiendo fecha y actividad. La meteo está inestable a principios de agosto, parece que entra un frente y tormentas por la zona del Mont Blanc. Pero, en un arranque de decisión, nos reunimos en Jaca el 4 de agosto y viajamos a donde den bueno que hay un buen objetivo. Miro la meteo como un obseso en todas las fuentes que conozco, varias veces al día, a la vez que lo cotejo con los conocidos en la zona. Un frente parece que va a pasar entre los días 6 y 9. ¡Mierda! Le doy vueltas a ir a alguna zona alta de Pirineos para hacer algo en altura de cara a aclimatar mínimamente y desde allí al objetivo... que aún no hay. 'Integral Salenques-Tempestades-Aneto-Maladetas-Alba' y de ahí a Chamonix… Norte Vignemale y de ahí a Ecrins… Dolomitas…

Por avatares del destino, una urgencia familiar me impide estar antes del 5 en casa. El día 3, desde Granada, le llamo y le digo que nos vamos directamente a Ecrins, que parece que nos da tiempo a hacer una “de calentamiento”, tormenta, y “una buena”. Ante todo, que no falte la ilusión y la motivación… Aunque a veces es fácil pasarse (risas).

El día 4 veo una piada de unos “máquinas” que han trepado la 'Walker' en el día, parando a dormir ya de bajada. Condiciones excelentes dicen. Los primeros de la temporada... Esto se complica por momentos, la incertidumbre de la meteo que baila con tormentas arriba y abajo no deja centrar mucho la jugada, pero el veneno ha entrado directamente en vena.

El día 5, ya en casa por la Jacetania, y en la enésima vez que miro la meteo y las condiciones, se alienan los astros y veo la ventana. Le llamo mientras viaja:

- “Martín, ¿cómo vas?”

- “Pues he salido hace un rato de Zamora y llego sobre las 17 más o menos”.

- “Agárrate fuerte al volante, que vienen curvas…”

- “¿Lo cualo?”

- “Nos vamos a la 'Walker'…”

- “La 'Walker'… ¿Las Jorasses?”

- “¡Ahí mismo!”

- “Joder, Pincho, no me lo puedo creer…”

Dicho y hecho, quedamos en Jaca para hacer las últimas compras de esas cosas que siempre palmas cuando sales de lejos y no pueden faltar en una aventura de esas características, y vamos a casa a cenar y a ¿dormir?

Plan previsto y preparación

Día 6 agosto

02:00 Diana y salida a Chamonix.

14:00 Llegada a Chamonix.

15:30 Tren de Montevers.

16:30 Aproximación a refugio.

19:30 Refugio de Leschaux.

Día 7 agosto

Descanso “activo” en Leschaux.

Día 8 agosto

Levantarnos con la calma, sin prisa, pero sin pausa, y sin estrés a disfrutar. Sin plan tentativo temporal, escalar la idea es escalar la 'Walker' y bajar hasta Plampincieux, al otro lado de las Grandes Jorasses, para cenar pizza. Luego para casa vía Chamonix para recoger el coche.

Una última llamada antes de llegar. Quedamos a la entrada de Jaca en la tienda Barrabés Pillamos las cuatro cosas que nos faltaban y a Castiello, a casa. Cenamos con mi esposa e hija, Marta y Adriana, y a dormir a las 22, como dos niños buenos.

A las 2 de la mañana estamos cafeteados en el coche camino de los Alpes. Podríamos decir que este es el primer vivac. Poco y mal dormir, mucho y bien conducir. Comienza la rosca.

Llegamos a Chamonix a la hora prevista. Gente a montones. Una cola bestial en el tren. Me voy a por los tickets y pregunto por la ocupación. Brutal. Hora y media de cola… ¡Coño que no llegamos hoy! Y la idea es dormir al menos una noche a 2.000 metros para que “la ostia” de pasar un par de noches a 4.000 metros no sea tan dolorosa… ¡Que venimos de la playa, de cero a cuatromil sin querer!

Pero lo conseguimos, mientras uno hace cola, el otro prepara la mochila, y viceversa. Ajustamos todo lo posible el material y comida, apretamos dentro todo lo necesario y para arriba. Cuando decimos todo lo necesario es intentando ajustar todo al gramo, para no portear nada que llegue sin usarse arriba. Una de las claves de estas “Grandes Courses” es ir lo más ligeros posible sin dejarse nada.

La piada del día 4 habla de hielo duro y goulottes interesantes en la parte superior… Recomiendan piolets técnicos. Ha habido otra ascensión que insiste en lo mismo, piolets técnicos y tornillos. “Chakel” me dijo que cuando estuvo él el año pasado echó de menos unos buenos piolets. No es lo normal, pero es lo que hay. Nomic para el primero de cuerda. Que nosotros somos de los normales, si los buenos aprietan…. Comida para dos días, 1´5 litros de agua, gas, hornillo, una cuchara,a demás de saco ligero de plumas, esterilla, una chaqueta caliente, unos guantes gordos… Y todo el material de escalada en roca. ¡Que no es poco! Hemos echado unas cuerdas dobles de 7´7mm ¡canelita! 60 metros, podríamos cortarlas a 50 metros, pero valen una pasta para mutilarlas. Casco, pies de gato cómodos tipo zapatones, arnés ligero, cesta con dos mosquetones, reunión XXL, mosquetón de marrones, juego de micros y friends hasta el 3, fisus, media docena de cintas largas y otras 6 con un solo mosquetón. Además un par de clavos, ya que nunca se sabe lo que te vas a encontrar ahí arriba. Por otra parte, ya no está tan pitonada como antaño, los clavos se van perdiendo y nadie reponemos.

En el refugio de Leschaux

Nos montamos en el legendario tren cremallera de Montevers, donde echaremos un bocata tranquilos antes de adentrarnos en el exiguo “mar de hielo”, la antaño grandiosa “Mer de Glace” que ofrecía un espectáculo único desde las terrazas de la estación superior del tren y ahora es un lamentable espectáculo de glaciar enterrado en piedra desde muy arriba, con un retroceso brutal y que da poca esperanza a las nuevas generaciones en lo que a su conservación se refiere.

Bajamos andando a la Mer de Glace por el nuevo acceso, bajo el nuevo teleférico, ya que han tenido que cambiar todo debido al retroceso del hielo. Miro mis fotos de 1999 y las de este 2024 y veo eso de que las comparaciones son odiosas. ¡Vaya desastre!

Se puede ir sin crampones hasta Leschaux sin pegas. Nos adentramos en terreno glaciar llano, con un par de cuestas, pero es tal la cantidad de roca que hay que puedes ir por morrenas tranquilamente o pisando piedras para no resbalarte. Las grietas son ciegas y totalmente visibles, la cuerda sobra en esta época estival.

Unas tres horas después llegamos al refugio de Leschaux, donde podemos disfrutar de una rica y abundante cena con el resto de montañeros alojados, una docena. No cabe ni un alma más.

Somos los únicos que tenemos previsto ir a la 'Cassin', y el personal nos mira con una mezcla de curiosidad y sorpresa al ver a dos paisanos ya más que maduros con la ilusión de dos jóvenes.

Nos citan para desayunar a las 07:30 del día siguiente, junto al resto, pese a no tener que madrugar, pero todo sea por no molestar. Confirmamos con un francés “oui, dácord”.

Caemos rendidos en la litera tras una agotadora jornada con la diana a la 01:30, casi 1.200 kilómetros de coche, 1.000 metros de desnivel positivo, malcomidos y malbebidos, y cargados como mulas, ya que llevar todo en la mochila no reparte el peso por el cuerpo como cuando vas escalando con ello distribuido por arnés, cuerda al aire y demás. Se veía de venir, nos dan las 09:30 y porque nos da vergüenza quedarnos más tiempo durmiendo (risas).

Desayunamos al sol, disfrutando de las vistas, en una mañana radiante en la que no se aprecia indicio de tormentas a la vista. Eso nos anima a subir a trepar una vía de autoprotección encima del refugio. Allí coincidimos con dos chicos que van por unas placas terroríficas a nuestra izquierda. Cuando estoy en el tercer largo y miro para atrás observo como desde Italia viene por el Glaciar du Géant a toda máquina una tormenta brutal. Llego arriba y monto rápel. Aviso a los compañeros que no lo podían ver aún de lo que nos ataca por la retaguardia y, a toda máquina para abajo.

Nos pilla, pero aún libramos bastante bien, llegando al refugio con los calzoncillos parcialmente secos. Cuando pasan los rayos y truenos, y cesa la lluvia, quiere salir a ratos tímidamente el sol, y aprovechamos para poner a secar ropa, cuerdas y material. Casi la liamos y nos toca salir con todo mojado al día siguiente para la Walker. Ansia viva, que se podría decir...

Cena y a observar la inmensa Cara Norte de las Grandes Jorasses, a intentar identificar los puntos clave, rimaya, diedro Rebuffat, diedro de 75 metros, péndulo, placas grises, nevero triangular, chimeneas rojas y... cima. ¡Es inmenso! Cuesta dimensionar más de un kilómetro de pared.

Llega el día

Los dos muchachos que conocimos escalando por la mañana, de Israel, súper humildes y muy majos por cierto, se sientan con nosotros y nos dicen que iban a pasar por allí unos días escalando, pero que sin plan preconcebido. Tienen comida y material de vivac y escalada para ir a la guerra.

Hablamos de la palmada en la Eslovena, del triunfo en la Colton, de si esto y lo otro, de que si nosotros vamos a ir a disfrutar, sin prisa, ni estrés, a entrar por abajo y salir por arriba lo más dignamente posible, pero sin ningún tipo de presión ni objetivo digno de deportistas que busquen la fama. Saldremos con las primeras luces, y para arriba. Les decimos que no tenemos problema en hacer dos o tres vivacs, pese a llevar comida para dos días, y luego bajar... ya sabemos todos el refrán: “hasta la mierda baja…”

Nunca han hecho una “Grande Course”, y vamos hablando de táctica, de ahorro de energía, de que al llegar a cada reunión fuera la mochila, que ojo al agua, no beber todo antes del vivac, que nunca se sabe, si ves clavo aislado con cintajos, lo mismo es la ruta que no, embarque, ojo con los horarios en la bajada, que hay grietas abisales y seracs gigantescos colgando, etc. ¡La cuestión es que, no sé cómo, pero acabamos con los prismáticos del refugio viendo los posibles vivacs y repartiéndonos por la pared!

Hoy es el día. Hoy comienza a coger vida el sueño de hace 25 años. El día de intentar emular a esos grandes alpinistas de principios de siglo pasado, el XX, que con un material precario y tremendamente pesado se aventuraban en esos muros infinitos, unos con más suerte que otros, y con resultados en ocasiones realmente dramáticos.

Desayunamos y hacemos la mochila. Arnés, casco y frontal para bajar la ferrata de acceso al glaciar de Leschaux con las últimas penumbras de la noche.

Todavía oigo el eco de la voz de Martín al ir bajando por las escalas y cuerdas... “La 'Walker', Pincho, la 'Walker', aún no me lo creo…”

Aproximamos por la margen derecha orográfica del glaciar, de día, sin crampones ni encordar aún. Cómodos, cada uno con sus pensamientos, a ritmo de no sudar, mirando embelesados la inmensa “Norte”.

Ya he pasado por aquí varias veces. Cuna del alpinismo. Increíble como en tres días de agosto de 1938, del 4 al 6 exactamente, Riccardo Cassin, Luigi Exposito y Ugo Tizzoni trazan el sueño de cualquier alpinista.

Pienso en la mochila que llevo a cuestas, que me pesa y me hace darle vueltas en la cabeza a lo que nos va a costar surcar esos 1.200 metros de desnivel que tengo enfrente. No puedo explicarme cómo lo harían ellos, con macutos llenos de clavos y ferralla. Materiales pesados y poco funcionales, con la única información según cuenta la leyenda de una postal y punto. Increíble. Abrumador.

Vamos ganando metros hasta que llegamos a la zona más alta del glaciar, cubierta de nieve y ya con grietas dignas de tener en cuenta. Nos encordamos. Y ya nos unirá la cuerda hasta que lleguemos a tierra firme al otro lado de la montaña, dependiendo el uno del otro, Adriano de Martín y Martín de Adriano, sin mayor propósito que cumplir el sueño de dos amigos.

Esquivamos grietas y algún serac, y llegamos a la zona del borde, la famosa y temida rimaya. Subimos bastante alto por el hielo buscando el punto más débil, y pese a estar ya algo abierta, encontramos un lugar cómodo para equiparnos del todo. Unos metros más abajo, un punto de acceso que deja llegar a una zona relativamente fácil. Y aquí, hay que buscar lo fácil. Aquí, la cobardía no está permitida a menos que sea para leer el terreno y evitar sitios de valientes.

Y mientras, por dentro, piensas para ti… ¡Qué valiente que eres, cobarde!

Un baño de realidad

Me armo hasta los dientes, cojo todo el material, y pasamos del encordamiento glaciar al de escalada con cuerda en doble. Aún con crampones para destrepar por el borde de la rimaya hasta el punto en que pueda acceder a la roca. Pierdo unos metros... Voy buscando un lugar que me permita encalomarme al muro. Meto un Totem negro. ¡San Negro! El juego que ha dado ese friend… Miro para arriba y veo que esa fisura es un sitio para valientes. Yo busco algo para gentuza de mi estilo, mala y cobarde. Bajo otro poco y doy con el sitio. Tú eres mi hueco. Arriba, crampón derecho, mano izquierda, crampón izquierdo, manos arriba, subo unos metros y encuentro una exigua repisa que me deja cambiar relativamente cómodo de calzado. Me enfundo los pies en el calzado de escalada y al lío. Ya no nos quitaremos los pies de gato hasta dentro de… ¡un par de días!

Subo la longitud de cuerda, monto reunión y recupero al amigo. Justo en ese momento vemos a los israelíes Dan y Uyi entrar a la zona de nieve del glaciar, próximos a la rimaya. Una distancia perfecta para no irnos estorbando en las reuniones.

Salimos en ensamble, pensando en que en un rato estaremos en la famosa R1 de la reseña de Castellet de hace 30 años (1994). Y, ¡una mierda! (risas).

Ensambles interminables instalando pocos seguros y muy alejados para estirar las tiradas, pasos de IIIº que te recuerdan el terreno en el que te mueves, graduaciones antiguas, “rocher pourrie”, estás alto, peso a la espalda y, para colmo, eres un escalador muy mediocre. ¡Todo pinta a nuestro favor!

Vamos contorneando el 'Espolón Walker' hacia la izquierda, sin prisa, pero sin pausa, hasta situarnos en una zona que, sin ser difícil a simple vista, ya da respeto y parece que se dejará franquear hacia la vertical. Vemos algún clavo por arriba que da cierta confianza.

Durante tres largos, algo picantes sobre el Vº/V+, de navegar, de no equivocarte, de proteger bien y alargar mejor para no llegar con el arnés por las rodillas del roce y peso de la cuerda, vamos subiendo en busca del famoso diedro Rebuffat.

En el último de ellos, ya debajo de lo que después comprobaríamos que era su base, me voy al borde izquierdo, muy a la izquierda, en una travesía fácil hacia una instalación antigua con varios cintajos y un diedro que se aprecia factible desde mi posición. ¡Error! Lo veo nada más llegar a ella. Me asomo al abismo. ¡Mierda! No lo veo. Miro para arriba. Esto no lleva a ningún sitio “fácil”. Destrepo y monto. Una vez “embarcao”, me resigno y recuerdo que me lo habían dicho por activa y por pasiva…. Hilar bien en el Rebuffat, ir directos a dónde haya mierda, que la hay, latas de hace 70 años, restos de vivacs, porquería alpinista, al fin y al cabo.

Recupero cuerda y sigo observando desde allí mientras sube Martín. Le mando directamente bajo el lugar que suponemos correcto, donde hay un par de clavos y un diedro terrorífico que se lanza al cielo. Me asegura y destrepo la travesía que palmé reuniéndome con mi amigo.

Se oye un zumbido similar a un avión a reacción de lejos. Nos apretamos a la pared, y pasa por detrás un bloque que debía caer desde cerca de la cima. Caen rocas varias, como una bomba de racimo. Te das cuenta que ir relajado está muy bien, que ir sin estrés y despreocupado, es bueno para disfrutar sin tensión, pero cuanto menos tiempo se pase en terreno expuesto, más posibilidades de salir por arriba indemne y feliz.

Podríamos decir que aquí es dónde de repente la situación nos da un baño de realidad y nos pone en situación de dónde nos encontramos, de lo insignificantes que somos, de lo poco que importamos a la montaña que nunca nos llamó, y resulta un revulsivo para activar todos nuestros mecanismos de supervivencia. Esos que quizás aún teníamos aletargados.

Martín se prepara para darle al diedro Rebuffat. Pinta difícil. Pinta terrorífico. Comienza a escalar con mochila. Pelea. Sube, asegura lo que puede hasta un clavo roñoso. El siguiente se ve muy lejos. Escalar con mochila no es cómodo. Es cansado. Y por encima de 3.500 metros de altitud, sin aclimatación previa, las pulsaciones suben fácilmente ante el esfuerzo. Pelea, sube, baja, se cuelga, pelea. Nada, no se ve muy fácil. Baja. Descansa y lo intenta sin mochila. Pero el esfuerzo de la lucha lo ha dejado exhausto.

Arranco yo, subiendo hasta ese clavo, y a la vista del otro. Obcecado con llegar, saco uña y estribo, y subo unos metros con unos micros y algún paso. Hasta tengo un pequeño vuelo que queda en un microinfarto sin más consecuencia. De repente, colgado de la uña, y aún a un par de metros del cintajo, se me enciende una bombilla y me dice: ¡Qué coño estamos haciendo! A ver, Adriano, si por allí se subió en 1938 con botas, y estás en un diedro desplomado colgado de una uña… ¡Algo no cuadra!

Por debajo llegan a nuestra reunión Dan y Udi. Están alucinando. Les digo desde arriba que justo a unos metros del comienzo del diedro se intuye una vira “fina, fina, filipina” que da acceso a un diedro liso, pero mucho más tumbado y, a priori, amable. ¡Ojo ,todo en inglés! Me imagino que cuando el hambre aprieta, hasta el coco funciona buscando alimento. Destrepo recuperando todo para no abandonar nada, que aún queda todo.

Dan coge la delantera, e intenta “nuestro” diedro. Como era de esperar, palma. Con bastante más dignidad, todo hay que decirlo. Pero bueno, sirva como excusa que es un escalador con 8c+ confirmado. Parecido a nuestro quinto o más (risas). Baja y se asoma donde le había dicho yo, y efectivamente, por una travesía fina de pies sobre el 6a accede al otro diedro y escala hasta la reunión. Por detrás va su compañero y luego nosotros. Vaya rosca. Y no hemos despegado del suelo.

Buscando el camino de los pioneros

A partir de aquí ya iremos juntos hasta Chamonix con ellos, compartiendo risas y penurias en los vivacs, y alguna “ayuda” que nos hicieron cuando hizo falta. Llevar por delante a alguien que te marque el camino no está suficientemente valorado. Solo se embarca uno, no cuatro.

En la repisa sobre el Rebuffat, quinta reunión, Dan casi se va hacia la izquierda, cosa de los buenos, que buscan lo difícil. Y de los malos, que nosotros acabamos de hacerlo. Mientras aseguro a Martín, le paso los croquis que llevo en papel, tamaño folio, para no tener pega dos cincuentones con la vista cansada… o vaga. Y, efectivamente, un “no” bien grande. Sale para la derecha por unas viras con resaltes, y de nuevo unos largos larguísimos, ensambles de acabar material, hasta llegar a la reunión ocho, lugar en el que hemos adelantado a los amigos, que se habían embarcado por un terreno más abajo, y les indicamos por dónde llegar hasta nuestra posición.

Cambiamos a la novena reunión, al otro lado del espolón, y por decirlo así en la vaguada de la MacIntyre-Colton, que tantos buenos recuerdos me trae de hace diez años.

Llega Martín y mira embelesado el diedro y el entorno. ¡Sobrecogedor!. Yo ya he subido a la cima, y sé que voy a guarrear en cuanto tenga que apretar un poco. Un servidor es “subidor” más que “liberador”. Así que le ofrezco a Martín que él escale los 75 metros del diedro sin mochila, disfrutando, como si no estuviésemos con toda la impedimenta para una “Gran Norte”, y ya la subo yo de segundo por la otra cuerda.

El Diedro de 75 metros es algo así como el mejor diedro en 6b que puedas encontrar en Los Galayos, pero cerca de los 4.000 metros y rodeado de glaciares inmensos. Con clavos clave se puede proteger a dolor. Ni media palabra más... ¡allá que va!

Llegan los israelitas, que de forma aplicada, como me dicen, se quitan la mochila nada más llegar a las reuniones: “Eso fue lo primero que me dijiste en el refugio de Leschaux para ahorrar incomodidad y esfuerzo en las Grandes Courses”. En cuanto salgo, vienen detrás. Aprovecho para echarles unas fotos bestiales.

¿Las reuniones…? Mejor ni hablamos de eso. He de confesar que yo me fío de prácticamente cualquier mierda... Pero allí, reconozco que reforcé y comprobé todos los “truños” que había por seguro (risas). No desde el prisma de los amigos israelíes, gente joven acostumbrada a las últimas corrientes y materiales, que cuando llegaban me miraban espantados. Da palo hasta poner foto de alguna, a algún extremista de la seguridad absoluta le podría dar un infarto.

Surcamos el diedro y aparecemos bajo las travesías antes del péndulo. Largos “fáciles para una rata”, pero difíciles de leer para escaladores deportivos con poco monte. Lo digo siempre, buscar el camino que llevaron los pioneros es un arte, y aquí no vamos lentos, y sin embarques.

El famoso péndulo tiene una cuerda de no muy buen pinta y un mosquetón por donde podemos hacer una maniobra de descuelgue mutuo y que facilita mucho la cosa. Una vez abajo, seguimos por restos de cuerda fija, que mejor no coger, y llegamos a la décimo quinta reunión.

Miro la hora y el sol, y le digo a Martín que hasta aquí hemos llegado. Queda menos de una hora de luz y tenemos sitio donde dormir, y medio tumbados, cosa que no es poco en esta vía.

Dan y Udi dicen de seguir, pero les digo lo que queda de luz y que entran en las placas grises, que son delicadas, finas y sin vivacs. Me dicen que no hay nieve, y quieren llegar a un vivac con ella para hacer agua. “Up to you” (tú mismo), les respondo. Sale Dan como un “Sputnik”, pero al rato le oímos decir que monta reunión y fija una cuerda. Se baja. Puedes ser un escalador excepcional, pero eso no conseguirá que la Tierra deje de rotar.

En el vivac hay que ser práctico. Rápido. Abrigarte. Descalzarte pies de gato y ponerte cómodo, Montar algo seguro para no rodar abajo cuando te eches a dormir, colgar el material y dejarlo listo para salir por la mañana. Que no se caiga nada. Beber, comer...

Bueno, ni beber, ni comer. No hay nieve, así que no hay agua. Y si no bebes, no hidratas. Deshidratado, no digieres. Si no digieres, no comes. Y así fue. Un trago dejando algo para el “no desayuno” y a la cama sin cenar.

Cama corta, fría y dura. Nos ajustamos los cabos de anclaje a la línea de vida, y al saco con el arnés bien ajustado. Sin casco, no teníamos nada por encima y un desplome nos protege de la vertical. Algo es algo. La verdad es que no fue mala noche. Casi estirados, y sin viento molesto. Temperatura agradable y nada de rocío. Sed, mucha sed,e so sí. Personalmente, no tuve hambre, me imagino que el cansancio ayuda a olvidar sensaciones inútiles o sin solución.

Segundo día. Recordando a Cassin

Amanece, que no es poco. Nos ponemos en marcha. Desperezándonos mientras nos ponemos el material en el arnés. No desayunamos. Echamos el trago que dejamos, y en un golpe de viento de esos que aparecen cuando el sol del amanecer pone en marcha el ventilador atmosférico, la cajita con las pastillas para el hipotiroidismo que he de tomar todos los días sale volando. ¡Mierda! Encima voy a acabar llorando antes de bajar de cima cuando se vuelvan locas las hormonas (risas). La vida es un drama, pero es mi drama, y me encanta...

Nos calzamos los pies de gato y vamos a por el décimo sexto largo, que nos sale regalado, por cierto, gracias a la cuerda fijada por nuestros amigos la tarde anterior.

De la reunión16 a la 21 los largos aprietan. son finos, mejor no caerse. Los quintos son quintos de verdad, y eso solo sabe interpretarlo el que ha conocido grados antiguos, cuando solo llegaba la escala de dificultad hasta el sexto grado. Menos clavos de lo reflejado en los croquis, y alguno que sacamos con la mano, vamos encontrando por terreno que, sin ser muy difícil, no lo pone fácil.

Pero como la vida a veces es justa, en la reunión 21, en el del vivac Cassin, hay un pequeño nevero a 30 metros desviado por la vira. Paramos a fundir. Sacamos los hornillos, cogemos hielo y... Bebemos, bebemos, incluso comemos. Llenamos las cantimploras. Volvemos a beber. ¡Vaya alivio! Esto da un impulso al ánimo, que no era malo, pero íbamos con mentalidad de reserva por si teníamos que llegar al “nevero triangular” sin agua.

En el largo 22, donde la reseña pone trece clavos... ¡Ya podéis quitar unos cuantos! La mitad más o menos diría yo. Hay que trepar. Vº/A0 dice la piada. Si vas con esa mentalidad ¡estás jodido!Muy jodido. Hay que leer. Hay que moverse. Hay que echarle morro. ¡Me cago en....del Cassin y sus colegas en 1938! ¡Putos ídolos! Los siguientes largos, saben a gloria bendita.

Bien bebido y bien comido, vamos cogiendo altura sobre la 'Colton'. A ratos, sobre una especie de arista, y a ratos, por muros. Va saliendo al sol. El sol es vida, te anima, te sube la moral, te insufla energía. Calor lo que se dice calor no hace. De hecho vamos casi todo el rato con el chaquetón puesto, incluso escalando, pero tampoco nos podemos quejar.

Vemos por fin el “nevero triangular” y sale la frase mítica… “Por fin viene nuestro terreno”. Mítica porque, en general, ese terreno y altitud también nos da en to los morros...

Llego a la reunión 27, a la altura de Martín, y subo un poco más. Me calzo botas, crampones y piolets. Salgo al nevero con un Nomic y un técnico ultraligero. Pero... ¡Si me rebota esta mierda! No vea usted como estaba el hielo. Ahora ya sé por qué han echado un buen rato estos dos paisanos con piolets clásicos. Monto reunión en el resalte de roca en travesía antes de las chimeneas rojas y recupero a Martín. Incómoda y fea. Pero al menos, suena bien la Nº30, ya queda menos hasta la 40.

Vuelve él a la carga y pillamos a Dan y Udi justo en la entrada a las “goulottes” de las chimeneas para entrar de nuevo a la roca en la Torre Roja. Mientras, yo he estado hablando con una cordada ibérica que viene por debajo, y me preguntaban que de dónde éramos y cómo estaba el tema. Habían entrado el mismo día que nosotros, pero al medio día, habiendo vivaqueado bajo el diedro Rebuffat. “Navarricos somos”, me dicen. Les digo que el tema está “preto”, sin huecos, y que si encuentran un lugar algo cómodo, que se queden por abajo, que por allí no pinta muy buena la cosa.

Pelean bien la “goulotte” con sus piolets clásicos y llegamos a la reunión 34, donde una exigua repisa permite sentarse a duras penas a dos personas. Ellos siguen, pero claudican y se acomodan en la minirepisa de la reunión 35.

¡1.200 metros… ¡Por los cojo...!“ 40 largos dice la reseña más usada. Son 1.200 metros de desnivel, un poco más, eso fijo. Pero de cuerda se va… Se va mucho. 40 largos a 40 metros de media ya nos darían 1.600 metros.

Pero es que muchos, pero muchos, son a tope de cuerda, y tan solo de la “R0” de la rimaya a la “R1” del topo son tropecientos metros. Ensambles varios. Para la próxima vez iré pensando más en dos kilómetros que kilómetro y poco (risas).

Segundo vivac

Cae el sol. Aún queda luz, pero…. Dan y Uyi dicen, como ayer, que quieren darle un pegue hasta la cima, que ya es terreno fácil. Me da la risa. Risa sana, pero sorprendido de que las ganas puedan a la razón. Más aun tras el “revolcón” de ayer tarde.

Nosotros tenemos un providencial trozo de nieve en nuestra “suite” que nos servirá para fundir y hacer agua y, de paso, cenar algo. Que de cuatro barritas al día no se mantiene la bartola.

Nos ponemos a fundir cuando unas voces nos llaman. Increíble, han subido hasta un largo por debajo de nosotros. Pero se hace de noche. Nos hablamos y les decimos como tenemos el tema. Nos asomamos y vemos dos ¿microrrepisas? unos metros a nuestra derecha en el absoluto vacío.

Coordinamos. Un poco de gestión de equipo y para arriba a casa. Miguel y Alberto so dos tíos supermajos y muy competentes que vieron rápido las vistas que iban a tener en su habitación modelo “piernas al aire”.

No veas los cuatro en nuestra morada para fundir y cenar. Ni en una terraza en la punta de la Torre Eiffel. Decía el chiste aquello de: ¡Organización! Pero para evitar polémica gratuita con las nuevas normas sociales lo omitimos (risas).

Lo conseguimos. Incluso da la sensación de que ya nos conociésemos de antes por la confianza unos con otros, la coordinación y el “colegueo” trabajando bien y a gusto en equipo. Ya con las últimas luces nos sentamos los cuatro, cada uno en su hueco con un poco de viento de oeste, molesto pero no insufrible, y a esperar al amanecer.

Veo a Martín temblar. Le da el viento de lleno. Martín es flaco como un palo de escoba. Va en reservas de “capa térmica” o sea, grasa en negativo, no como el gordiflaco que suscribe, que puede sobrevivir en bolas un par de días fijo en frío y sin comer.

Le ofrezco cambiar el sitio para ponerle a resguardo. Me mira con incredulidad, casi mirada de amor. “¿En serio?”, me dice. “A ver, Martín, los amigos no sólo están para lo bueno, a las maduras hay que estar”, le respondo. Nos metemos con las botas en el saco. No hay sitio ni para ellas fuera. Y todo bien colgadito. Hoy sí que tensamos los cabos de anclaje bien a la línea de vida. Pero bien. Pies al aire, esterilla bailando al son del viento y posiciones imposibles.

Dormí profundamente, tanto que en una ocasión me desperté sin saber ni dónde estaba, medio colgando en el vacío, sujeto por la cuerda y viendo un millón de estrellas enfrente y las luces de los pueblos del valle abajo. Pasado el primer susto, volví a dormir como un tronco.

Amanece, nos desperezamos… Bien bebido, bien comido, puedo pasarme toda la noche dormido.

Martín me lo echó en cara nada más amanecer: “vaya sopladas te has metido”. “No, hombre, no, qué va…¡Tampoco ha sido para tanto!”, le respondo. Pero la realidad es que si me pongo la capucha es como que desconecto la mononeurona… Tampoco puedes hacer mucho más (risas).

Suben Alberto y Miguel a la “suite”, desayunamos y nos disponemos a salir. Hoy tampoco me voy a tomar la “pastillita”. Se fueron volando ayer, andarán por Suiza o Italia... a saber. No eres consciente de lo que puede significar esa frasecita graciosa hasta que te toca a ti. Pero aquí se viene a disfrutar, a llorar se va a la llorería dicen. Aquí se viene a escalar, a sentirte minúsculo entre murallas imposibles, a encontrarte contigo mismo. Y vaya si te encuentras…

Cima y descenso accidentado

Esto huele a cima. De hecho, ayer podríamos haber llegado, pero forzar la maquinaría a veces no es aconsejable. Pies de gato de nuevo, material de hielo y nieve en la mochila y hasta las “goulottes” de salida. Largos y largos que parecen no tener final por un terreno que ya me suena de cuando salí por aquí de la 'Colton'. Una arista increíble para llegar a la última dificultad nos junta a los seis de nuevo.

Las vistas hacia el valle, mientras viene el compañero, son sencillamente increíbles. A ratos miro y casi me entran ganas de llorar… Ya no sé si es la emoción de estar aquí arriba de nuevo, de estar acariciando la cima, o las “pu... pastillas” (risas).

Último cambio de pies de gato a botas. Crampones. Guantes. Piolets. Tornillos... Salen Dan y Udi los primeros. Quieren salir de la zona de los seracs lo antes posible. Están asustados desde que se lo dije en Leschaux. Y eso es bueno. Ser consciente de los peligros objetivos a los que te enfrentas e intentar gestionar lo mejor posible el franqueamiento puede alargar la vida. Detrás Alberto y Miguel. Por último, los “Agüelos Cebolleta”.

Una “goulotte” que, sin ser difícil, dos días después no se hace fácil. Pasos mixtos en roca innoble. La roca de las Jorasses es auténtico barro alpino, no regla mucho. Faltan clavos de la reseña… La tónica del pitonado ausente ya es ritual. No busques que llevas material, sube y calla, sal por arriba y disfruta del momento... Última reunión y salida arriba. No hay nada por encima...

“¡Cima, cima! ¡'Punta Walker...' Grandes Jorasses... La pu... 'Walker'!

Sólo ver la cara de felicidad y casi incredulidad de Martín es el mejor regalo para mí. Unas fotos rápidas, nos juntamos a Miguel y Alberto, y a por el descenso. Dan y Udi han salido como “Sputniks” y los veo cruzar bajo los seracs ya. Después me dirían que se quedaron con dos cosas en nuestras conversaciones en el refugio de Leschaux… A saber… Quitarse la mochila al llegar a las reuniones, y estar lo antes posible más allá del serac colgante...

El descenso es una actividad en sí mismo. 3.000 metros negativos, 2.000 de ellos por terreno glaciar y mixto bajo una barrera terrorífica de seracs, con destrepes realmente expuestos, unos cuantos de rápeles y, cuando por fin sales de ahí y llegas al refugio Boccalatte, otros 800 metros de cuerdas y destrepes, delicado, más cuando llevas las piernas cansadas y la cabeza pensando en el valle. Prohibido relajarse.

Bajamos de uno en uno por el espolón de la 'Punta Walker', podredumbre incierta, jodida escombrera más falsa que un billete de 7 euros, donde hay que ir buscando el camino menos malo, pues no lo hay bueno, hasta llegar al primer tramo glaciar.

Pasar la rimaya, encordarse, e ir lo más ágil posible, ya que correr se antoja difícil con la rosca que llevamos encima, hasta el colladito que da acceso al ramal que baja de la 'Punta Whimper'. Cuatro o cinco rápeles y al siguiente tramo glaciar.

Paso la rimaya. Me separo 10 o 12 metros y espero a Martín. Nos volvemos a encordar en glaciar, y comienzo a bajar una fuerte pendiente por nieve papa en busca del siguiente hito: el muro del Reposoir. De repente… “Adriano, Adriano, Adriano, me caigoooooo...”

Al primer “Adriano” ya se me pusieron las orejas de punta, pues Martín siempre me llama Pincho. Y eso significa algo. Me doy la vuelta y veo bajar como un bólido al compañero por la pendiente de cabeza hacia la grieta que hay donde rompe el glaciar. Suelto el piolet, me siento en la nieve clavando los talones como si no hubiese un mañana... Apoyo la espalda todo lo que puedo y comienzo a recoger la cuerda con fuerza mientras él intenta detenerse. Clava el piolet y raja la nieve. Vuelve a echarse encima del piolet, y yo ya tengo la cuerda con su peso notándolo en las manos. Se acerca la grieta, mierda, nos vamos al infierno. Clava el piolet, tenso un poco más la cuerda y se para… Se para a escaso medio metro del labio de la grieta. Redios, el corazón quiere salirse por la boca, pero hemos librado. Odio las bajadas, Odio el descenso. Un zueco casi acaba con la alegría. Los navarros que lo han visto desde el último rápel no dan crédito. Debió ser impresionante verlo desde allí.

Seguimos con cuidado. Sin parar, sin dejar de darnos golpes en las suelas para quitar otro posible zueco. Viendo lo visto, y comprobando que los crampones de Martín hacen un zueco brutal por la razón que sea, antiboots con el plástico sin propiedades o vete tú a saber, pasamos a cuerda corta, para evitar nuevos sustos.

Trepamos el resalte que da acceso a la cresta del Reposoir, donde están estratégicamente parados Dan y Udi esperándonos ya que yo me conozco mejor el descenso y esa parte es más perdedora y queda el último glaciar, con bastantes grietas. Supongo que en Israel no debe haber mucho de eso (risas).

Un trago, unos frutos secos, y para abajo sin parar. No veo el momento de llegar a “tierra firme”. Destrepes y destrepes, búsqueda de itinerario, ahora derecha, ahora izquierda, ahora cuidado con esa laja que se mueve, ojo a ese bloque…

Llegamos a los rápeles, el primero casi imposible de localizar si no eres buen navegador de monte. Cinco rápeles de 25 metros y en el glaciar… Rimaya delicada, puente de nieve de mírame y no me toques, y el último rápel para coger la última pendiente nevada. Pendiente fuerte. Nos encordamos los cuatro. Me quedo el último “porsi” hay otro “zuecazo”. Toca asumir a veces lo asumible. Miguel y Alberto vienen por detrás también cogiéndonos. Y por fin, últimas grietas, y el verde, lo marrón, la hierba y la roca. De esta parece que salimos.

Aún nos quedan otros mil metros de descenso, pero la vida ya se ve de otro color. Pasamos por el refugio Bocalatte, cerrado desde hace tiempo por el peligro de los derrumbamientos de los seracs de las Grandes Jorasses. De hecho, al llegar, casi te caes encima de él por las maromas de lo enriscado que está. Nos metemos en los cientos de metros de cuerdas y peldaños que facilitan el acceso por la pared.

Última escala, último resalte, última dificultad antes del torrente. Llamada a casa... “Estamos ya fuera. Todo bien. Gracias, gracias por aguantar estos caprichos egoístas que a mí me llenan y a vosotras os crispan. Gracias”.

Por fin llegamos al bosque, se huele el pueblo, se huele civilización, se oye a la gente. Llegamos a Plampincieux, en la Val Ferret italiana, al otro lado. Buscamos un bar. Queremos celebrar que hemos “Triunfado” en mayúsculas.

Lo encontramos. Casi ni nos quitamos las mochilas. Pedimos unas birras y brindamos. Brindamos por la camaradería, por el compañerismo, por la amistad.

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