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Franco del Carro
Días atrás encontré un libro con una selección de tragedias de Shakespeare traducidas por mi Maestro José María Valverde. Es una de esas joyas que aparecen en las librerías de lance o de ocasión, cada vez más recónditas y escasas. Qué decir de la traducción: excelente. Y excelente también la introducción. Valverde era un avispado lince extremeño que abundó en la Universidad de Barcelona en beneficio de su alumnado.
Y en esas estaba cuando se apareció la conmemoración de los 50 años de libertad, así le dicen, con motivo de que el próximo año se cumplirá medio siglo de las desaparición del general superlativo que murió en la cama. No pasé de Hamlet a la dictadura franquista ni de Romeo y Julieta a los estertores de la misma. Ocurrió con la frase que le dice el adivino a César: “Cuidado con los idus de marzo.” Se produjo entonces mi traslado mental, qué mal está uno, a aquellas pintadas que inundaron Santiago de Compostela a partir precisamente del 20 de noviembre de 1975. Pintadas largas y trabajadas con rotulador con mensajes y citas apocalípticas casi siempre indescifrables. El autor, Franco del Carro, era un andarín y sonriente personaje que en ocasiones pedía unas monedas. Apodado “El catalán”, muchas veces utilizaba lo recaudado en darse un festín en un conocido asador santiagués, “La cabaña del Cazador”, yo lo vi. Con una medio sonrisa, saludaba desde la mesa ante un chuletón, unas mollejas y unas papas de la tierra. Franco del Carro no escribía sobre el otro Franco ni nada que se le pareciera. Franco del Carro escribía sobre sí mismo, sobre su propia ensoñación, sobre su propia locura. Desapareció como vino, sin decir nada. Y desaparecieron sus pintadas.
En esa conmemoración aludida, que trata de festejar una libertad que no empezó precisamente con el “hecho biológico”, como eufemísticamente se mencionaba el fallecimiento del dictador, deberían incluir algún espacio de debate o de recreo para recordar a del Carro. Alguien tendrá fotos y los textos darían mucho juego en estos tiempos. Seguro que, por ejemplo, mejorarían la retórica de la oposición opositora en el congreso de los diputados, alegrarían las mañanas de los miércoles, que es cuando se pretende controlar al gobierno desde la hipérbole, el histrionismo y la perversión dialéctica. Las sentencias de del Carro pillarían por sorpresa a más de un ministro y repercutirían todavía más, en el estruendo general de la duda omnímoda en el que vivimos.
Franco del Carro fue el epítome de aquellos tiempos casi libertarios por el ambiente –no en el sentido actual y argentino del término libertario. Mis compañeiros de entonces seguro que lo recordarán con la misma sonrisa con la que él nos saludaba.
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