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José J. Jiménez

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Todo lo que somos ahora empezó aquí. El barranco es un hito que trasciende lo geográfico o lo geológico. Es mucho más que un mero socavón excavado por el agua y los vientos. Es un espacio que articuló los primeros siglos de existencia de la ciudad. Le dio de beber; la proveyó de piedra; fue escenario de todas y cada una de las revoluciones y crisis; sirvió como campo de batalla… Y también es un espacio sentimental. Lugar de trabajo. Escenario de juegos infantiles de muchas generaciones. Contexto de amoríos, alegrías y tristezas. Y por eso sorprende cómo está. ¿Qué le pasa al Guiniguada? Abandono. La basura, la pérdida del paisaje agrícola, la ruina de un catálogo patrimonial riquísimo o el estado en el que se encuentran los barrios que se asoman a su cauce son el resultado de décadas de desidia pública y vandalismo privado. El barranco es una realidad compleja que recorre de manera transversal todos los entornos naturales y sociales de Gran Canaria. Es un resumen perfecto de todos los pisos bioclimáticos y ecosistemas. Pero también es un espacio social que abarca lo rural y lo urbano: los vecindarios de clase alta de Tafira y Santa Brígida, los modestos Riscos y los barrios de Vegueta y Triana.

“Hay una paradoja”, señala la geógrafa Lidia Romero. “Hay gente de cierta generación que tiene mucho arraigo al Guiniguada porque era su patio de recreo de la niñez y vivió en y con él. Y no estamos hablando de nostalgia. Es algo más. Porque era una parte importante en el día a día de la ciudad. Pero hoy hay un desconocimiento brutal de sus recursos y de sus posibilidades. La gente que practica el senderismo o el ciclismo no sé a lo que va. No entiendo que no haya una denuncia. El barranco es un vertedero”. Romero imparte clases en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y es una de las mayores expertas mundiales en paisajes aterrazados. Uno de sus grandes temas de estudio es el Guiniguada: “Hay un paisaje cultural muy completo donde se combina el uso del agua, de la tierra, la construcción de bancales y un inmenso patrimonio histórico. Pero es que hay que añadir el valor inmaterial: hay todavía gente que puede hablar de cómo se vivía, de cuál era la percepción del espacio hasta los años 50 y 60”. Un tesoro sepultado por la basura.

Y desde el propio Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria son conscientes del problema: “Hay vertidos peligrosos, hay zonas que necesitan de una poda y estamos atentos a esos espacios que están sufriendo vandalismo”. Belén Hidalgo, concejala de Sostenibilidad Ambiental, Agricultura y Ganadería, nos recibe en el Centro de Recursos Ambientales de El Pambaso, una instalación que, poco a poco, va dejando de ser un jardín para convertirse en un centro educativo y de producción agrícola. “Hemos pasado de ser un lugar bonito a ser un lugar útil”, indica. Aquí se siembra, se experimenta, se aprovechan los recursos y se restauran viejas terrazas y acequias que llevaban más de medio siglo arruinadas. “El Pambaso históricamente era una finca como otras muchas que existían en el Guiniguada. Y hoy día queremos usar este espacio para fomentar el uso de las fincas, tanto públicas como privadas, como explotaciones agrícolas y que pueda recuperarse la actividad en la zona”, expone.

Una idea que se topa con problemas administrativos. “Hay un problema de competencias que se entremezclan: hay zonas urbanas, zonas rústicas y después está el fondo del barranco, que es competencia del Cabildo. Nos tenemos que sentar los responsables de las dos instituciones e implicar a la Heredad de Agua, a los vecinos y a los agricultores porque nuestro compromiso es que este lugar sea el espacio que todos deseamos”, dice. Por lo pronto, adelanta, se está preparando un programa de batidas con voluntarios y un programa de renaturalización de laderas. “Si el ciudadano es participe de estos proyectos eso provoca que el que viene a tirar un vertido se dé cuenta de que este espacio se está cuidando y se lo va a pensar”.

El sueño de Fernández-Aceytuno

En 1996 se presentaba el Proyecto Guiniguada, un plan nacido del genio del arquitecto José Miguel Alonso Fernández-Aceytuno que pretendía sentar las bases de una nueva relación de la isla con su paisaje. “Era un proceso inicial. Una actuación en tres zonas muy concretas del barranco que tenían como objetivo principal crear ilusión en la ciudadanía. La idea era que a partir de la rehabilitación de un espacio la gente diera el paso para rehabilitar su propia vida a través de su entorno inmediato”, rememora Isabel Corral, paisajista licenciada en Bellas Artes y estrecha colaboradora del arquitecto. El proyecto fue seleccionado junto a otras 25 propuestas por la Comisión Europea y dotado con 1.100 millones de pesetas (6,6 millones de euros) para su realización en el periodo 1997-2000. Pero “una cosa son los compromisos adquiridos y las palabras y otra muy distinta son los hechos”.

El plan, con el subtítulo de paraíso posible, pretendía la rehabilitación paisajística y la restauración del patrimonio arquitectónico, arqueológico, agrícola, hidráulico e industrial de tres zonas nucleares del cauce bajo: La finca de El Galeón y el Palmeral de Santa Brígida; el eje Jardín Canario-El Maipez y El Pambaso. A partir de ahí se planteaba una continuidad de acciones que incidían en la conversión del barranco en un gran equipamiento de carácter natural, agrícola y cultural. Una maravilla que recibió varios premios internacionales y que generó ilusión. “Fue brutal ver como todo aquello se venía abajo y que no había manera de continuar si no pasábamos por el aro de lo que la administración quería. Ellos decían que no era posible hacer el proyecto tal y como había sido redactado sino que había que hacer otras actuaciones. Y se gastó el dinero en una serie de cosas que no sirvieron para nada”, relata Corral. En el 2000, el equipo técnico del proyecto dimitió. En una carta remitida a la Comisión Europea se describía una situación de falta de autonomía de los profesionales con respecto a la dirección política del Cabildo. María Eugenia Márquez pilotaba entonces la institución.

Según la paisajista, el panorama actual es “lamentable” pero cree que aún hay oportunidad de enmienda: “Cada vez que me acerco al Guiniguada lo hago a través de esa oportunidad frustrada. Eso me produce pena, pero creo que la opción todavía existe. Tú caminas por ahí y ves que hay gente joven cultivando fincas abandonadas; gente con ganas de recuperar la agricultura; gente con ganas de tener una casa y rehabilitarla; con ganas de hacer algo… Es un espacio que se podría recuperar. Pero para eso debe haber verdadera voluntad política más allá de la retórica electoralista. Eso y que la ciudadanía tenga muy claras cuáles son las necesidades de la ciudad y presionar para que las cosas se hagan”.

Los vecinos y vecinas del entorno coinciden en las dos realidades que sostienen el discurso de Isabel Corral: que el barranco está mal y que es necesario y urgente actuar para recuperarlo. “Penoso es ponerle un epíteto suave”, sentencia contundente Ramón Montesinos, presidente de la Asociación de Vecinos de El Batán-San Roque. “No hay palabras para describir cómo está ese barranco. Mucha gente de estos barrios trabajó en las fincas del barranco y sacó a sus hijos adelante trabajando. Y la gente vieja aún recuerda que por ese barranco bajaba el agua limpia; tú no veías el barranco sucio; cuando único se llenaba de basura era con el agua torrencial de la cumbre. Hay que tener en cuenta que la gente lavaba la ropa en el Guiniguada. Y el barranco era una delicia. Pero hoy en día eso ya no existe; todo está perdido”.

El líder vecinal nos pone en la pista de un viejo molino de principios del siglo XIX que se encuentra justo a la salida del barrio de El Batán. Pasamos junto a la rotonda del Pío-Pío y podemos ver antiguas cuevas estanque repletas de basura. Un poco más abajo, el molino nos da la medida del desastre del entorno bajo del barranco. Animales muertos, basura, restos de muebles, escombros jeringuillas… Los techos de tea original resisten, pese a haber sufrido algún incendio parcial. “Los molinos están derruidos, las entradas de las atajeas a los estanques del barranco están obstruidas. Y no hay nadie que haga nada”, denuncia. Y es que en el entorno del Guiniguada se puede encontrar una de las concentraciones de patrimonio más importantes de la isla: “Desde el punto de vista hidráulico, el más rico de toda Gran Canaria”, valora la geógrafa Lidia Romero. “Si ya nos vamos al tramo urbano comprendido entre Fuente Morales y la desembocadura ahí se acumula una cantidad enorme de patrimonio histórico. Desde yacimientos arqueológicos prehispánicos a todo lo que supone ese mundo agrícola. Y a eso hay que sumar la geología y los valores medioambientales. Hay tal aglomeración de recursos que, hablando coloquialmente, es un espacio que se sale. Es único”. Isabel Corral añade los valores paisajísticos: “Cuando tú caminas por el cauce y miras hacia las laderas puedes ver la potencialidad que tiene. Yo la primera vez que lo vi, ya integrada dentro del equipo que elaboró el proyecto que se presentó a Europa en 1996, pude ver el Central Park de Las Palmas de Gran Canaria”.

Pero la realidad de los barrios del Guiniguada va mucho más allá de carencias como la falta de limpieza o la destrucción patrimonial: “Hay viviendas en las que no hay cloacas”, explica Israel Medina, presidente de la Asociación Cofiris del Risco de San Nicolás. Hace ya unos años, los vecinos presentaron un proyecto a la convocatoria de presupuestos participativos para que los números impares de la calle Francisco Rodríguez Pérez pudieran conectarse a la red de saneamiento: “El barrio entero se volcó y fue el proyecto más votado. Pasó el 2017, el 2018, el 2019, el 2020, el 2021, ahí va acabándose el 2022... Y nadie ha hecho nada”, informa. “Año tras año nos dicen que en el siguiente ejercicio se va a meter la obra en los presupuestos municipales, pero no hay manera. Y ahora la pelea es si el tema es de Urbanismo, si es de Aguas... Y lo que sentimos en el barrio es que han jugado con nosotros y que nos han hecho perder el tiempo”. Y es sólo una de las muchas demandas. Asfaltado de calles, arreglo de accesos, puesta en marcha de las escaleras mecánicas y ascensores o planes que, de verdad, supongan un cambio real. Un estado que también se refleja en el propio Guiniguada. “El estado del barranco es lamentable: la gente tira cosas, está lleno de suciedad, la vegetación está totalmente descuidada… Nosotros hemos elevado un escrito al Cabildo para ver quién es responsable del mantenimiento del lugar y aunque es suelo rústico de protección paisajística es el Ayuntamiento el que tiene la responsabilidad en la retirada de trastos, mantenimiento de caminos, cuidado de la vegetación y la limpieza”. Y las palabras de Israel Medina no son una nota discordante. La gente de los barrios está muy cabreada.

Agua, urbanismo y otras ‘movidas’

¿Es posible recuperar el Guiniguada? La respuesta es sí. Pero para ello hay que abordar varios temas clave: el más espectacular desde el punto de vista urbanístico sería la eliminación de la autopista y la recuperación del cauce hasta el mar. Pero hay otra cuestión que levantaría aún más ampollas que una obra que, según el arquitecto José Antonio Sosa, sería “rápida, fácil y barata”. Y ese asunto espinoso se llama agua. Porque el Guiniguada no fue un barranco hasta la década de los cuarenta del siglo pasado (cuando se entubó por orden del Mando Económico de Canarias franquista). Antes era, a su manera, un río. La mayor parte del agua era conducida por acequias, canales o acueductos y almacenada en albercas, estanques y cuevas. Pero el cauce llevaba agua todo el año. “Hay que pensar que en Gran Canaria hay varios cauces que aún llevan agua a mitad del mes de agosto”, señala Santiago Martín Barajas, ingeniero agrónomo y uno de los artífices de la milagrosa renaturalización del Río Manzanares en Madrid.

Según afirma Martin Barajas, la consideración del barranco como una masa de agua superficial cambiaría para siempre la gestión del espacio y sería el motor de una regeneración ecológica sin precedentes. En lugares como Azuaje, Los Cernícalos o Guguy, el agua no deja de correr durante todo el año. En el curso alto del Guiniguada pasa lo mismo pese a la enorme presión extractiva. Legalmente, estos cauces deben considerarse como masas de agua superficiales, una figura que exige medidas de protección como la de mantener caudales ambientales suficientes que garanticen la supervivencia de los ecosistemas. En España hay unos 3.000 kilómetros de cauces protegidos. Canarias es la única comunidad autónoma que no cuenta con un solo metro reconocido. Y “la Comisión Europea le ha preguntado a España en varias ocasiones el porqué de esta situación”. El agua. El conflicto de siempre. Con una gestión hídrica consecuente con la legislación existente, la recuperación natural del barranco sería “espectacular y mucho más rápida de lo que nos podemos imaginar”.

“Me niego a pensar que no hay solución para el barranco”, coincide Isabel Corral. La paisajista insiste en que “la oportunidad frustrada” del proyecto de Fernández-Aceytuno debe servir como lección para hacer que el plan del paraíso posible, “con todos los cambios y actualizaciones que haya que hacerle”, vuelva a ser posible. “Sin duda que se puede recuperar. Pero hay que formar un equipo de gente que tenga ganas de trabajar, voluntad por parte de las administraciones y contar con los vecinos. Ese proyecto es perfectamente adaptable a las condiciones actuales. Lees el proyecto y vas al Guiniguada y es como si volviéramos al pasado para empezar el trabajo. Está claro que han pasado cosas y que el paisaje se transforma, pero se puede retomar sin problemas”.

Todas las fuentes coinciden en que la solución es colectiva. “Yo crearía una comisión de expertos en la que participen técnicos, instituciones públicas y asociaciones y crear una mesa técnica y ciudadana en la que nos sentemos todos y en el que se aborde el futuro del espacio desde un punto de vista ambiental, cultural, histórico y social”, mantiene la concejala Belén Hidalgo. El objetivo, añade, “debe ser buscar un amplio consenso entre las administraciones y las asociaciones de vecinos para evitar estas amenazas y sacar las muchas fortalezas que tiene el lugar”. Isabel Corral está de acuerdo con esto último: “Cuando los vecinos y vecinas hacen suyo un espacio, la cosa funciona casi de inmediato. Este tipo de proyectos (en relación al plan del arquitecto Fernández Aceytuno) serían una forma de cambiar esa relación que tiene el canario con su territorio: saber que lo público también es mío. Y los vecinos del entorno del barranco, en vez de tirar la basura a las laderas empezarían a gestionar con responsabilidad y cariño el entorno de sus casas. La gente tiene que entender que el paisaje es suyo. Si la gente establece esa relación con lo que tiene fuera de su casa, el resultado es maravilloso, porque el paisaje lo hacemos todos”. Todos. 

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