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El noruego que vino huyendo del frío y se quedó atrapado detrás de 36 escalones

Per H. Pettersen junto a las escaleras que le aíslan en el barrio de Loma Dos, en Mogán.

Silvia Álamo

Las Palmas de Gran Canaria —

Las barreras son aquellas trabas e impedimentos sociales, económicos o arquitectónicos que dificultan la integración de las personas en la sociedad. Las más usuales y complicadas para la ciudadanía en el día a día son las barreras arquitectónicas. Per H. Pettersen es un noruego que lleva unos años instalado en la localidad de Arguineguín, en el municipio de Mogán. Llegó a Gran Canaria con el convencimiento de que el clima de las Islas le vendría bien para la enfermedad neurodegenerativa que padece. Sin embargo, desde hace un tiempo estar aquí le acarrea más problemas que beneficios. Las barreras arquitectónicas a las que se enfrenta diariamente le han hecho replantearse su vida en la Isla. Frente a su vivienda hay una escalera que lo deja prácticamente aislado y la falta de mejoras en la accesibilidad por parte del Ayuntamiento sureño hace que Pettersen -y otros muchos vecinos y vecinas- no puedan llevar una vida normal, dentro de sus posibilidades. 

Tiene 65 años y es consciente de que su enfermedad no va a mejorar. Ahora intenta tener una vida más fácil. Ya ha perdido movilidad en sus piernas y brazos, cada vez le cuesta más escribir y hasta firmar, lamenta. Ahora mismo vive con un 50% de su capacidad pulmonar y empieza a notar la pérdida de audición. Desde su vivienda, en Loma Dos, mira con desconsuelo las escaleras que le acorralan en la parte alta del barrio. Más aún viendo que al lado hay un espacio habilitado para construir una rampa que le devolvería la ilusión. Reconoce que ha derramado más de una lágrima por esta situación. 

Paulina Martínez es una de sus vecinas más apreciadas. Es canaria pero vivió muchos años en Noruega, por lo que domina el idioma a la perfección. Es ella quien se encarga de los trámites burocráticos de muchas personas que viven en Loma Dos. Pasear con ella por el barrio es descubrir el enorme cariño que le tienen. “Recuerdo cuando vino y me contó su problema, no sabía qué hacer y me pidió si podía hacerle una petición y presentarla en el Ayuntamiento”. Fue el 14 de marzo de este año -hace ocho meses- cuando le dio registro de entrada a la petición, avalada por la firmas de muchos vecinos y vecinas del barrio, entre las que se encuentra la de una concejala del actual Grupo de Gobierno. El Consistorio aún no ha respondido a esta solicitud. 

Martínez cuenta que hace unos meses uno de los vecinos de la comunidad de propietarios que se encuentra justo al lado de la escalera le dejó una llave para que Pettersen entrara por el edificio y, a través de la rampa, llegara a la zona comercial de Arguineguín. “Se puso súper contento, el hombre tenía otra cara”, recuerda. Sin embargo, la ilusión le duró poco, ya que algunos de los propietarios no estaban de acuerdo por si ocurría algún problema. “Llegó a ofrecer pagar un seguro por si le pasaba algo, pero no llegó a nada. Es una pena, pero les entiendo”, reconoce la vecina, “es el ayuntamiento quien tiene que facilitar la accesibilidad del barrio, no solo para él sino para todos las personas que viven en Loma Dos”.  

Conmovido por la situación, el noruego recuerda cuando se decidió a comprar una casa en el municipio sureño. Fue hace algo más de cinco años y aunque era consciente de la enfermedad que padecía, nunca pensó que fuera a avanzar tan rápido. “Incluso pensó que las escaleras le vendría bien para ejercitarse y darle movilidad al cuerpo”, cuenta Martínez. Pettersen escucha la conversación al otro lado del teléfono, se fue a pasar unos meses a su país. Su ilusión es volver en febrero y que exista una rampa que le permita bajar a Arguineguín. Si no fuera así tiene que tomar medidas. 

Loma Dos es una barrio en el que conviven unas mil personas, la mayoría de ellas de origen noruego. Compuesto por viviendas y urbanizaciones, en esta zona de la localidad de Arguineguín no hay tiendas, ni parques infantiles o adaptados para personas mayores. El recorrido para salir del barrio sin usar las escaleras es de aproximadamente dos kilómetros, solo hasta la popular rotonda de la cola de la ballena, la entrada al casco viejo de la localidad sureña. 

Lo cierto es que Pettersen no es el único vecino afectado por la inaccesibilidad de este barrio. Según cuenta Martínez, hay muchas personas mayores a las que cada vez les cuesta más bajar y subir por las escaleras, muchos padres y madres con carritos de bebés e, incluso, jóvenes con bicicletas. “¿Qué necesidad hay de dar la enorme vuelta pudiendo hacerlo tan cerca?”, se cuestiona. “La verdad que esa pequeña obra sería un beneficio tremendo para todos”. 

Mientras se hacía este reportaje, se pudo comprobar como las escaleras suponen una barrera para los residentes de la zona. En ese momento dos noruegos que llegaban de viaje saludaban a Martínez mientras cargaban con sus maletas y hacían alusión a lo molesta que era la escalera. “Es difícil subirlas con tanto peso”, admitían.  Martínez recuerda que hace unos meses un vecino de 84 años se desmayó al subir la escalera con la compra. “Tuvimos que llamar a una ambulancia porque tiene marcapasos”. 

A esto se le suma que una vez y llegan a la entrada del casco de la localidad no existe un paso de peatones que les permita cruzar sin miedo de ser arrollados por un vehículo. “Tienen que tomar medidas ya, hace unos años murió un señor mayor aquí arrollado por un coche”, recuerda la vecina. 

La petición fue enviada de nuevo el pasado 12 de noviembre el Consistorio sureño con un alegato escrito por un vecino en el que hace alusión a todas las barreras arquitectónicas a las que se enfrenta la sociedad. Además, recuerda que en el barrio viven muchas personas para las que esta escalera se convierte en un desafío diario. “Debemos establecer como un problema relevante de salud pública la necesidad de suprimir las barreras arquitectónicas (...) Resulta necesario que hagamos ciudades accesibles a todos para que puedan vivir con absoluta independencia”, concluye el escrito. 

Este periódico se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento de Mogán, pero desde el Consistorio no han ofrecido una respuesta a las preguntas formuladas. 

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