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Antonio Gómez nació en Cuenca en 1951. Tras su paso por Melilla y el Aaiún, donde trabajó en la explotación de las minas de fosfatos, abandonando el Sahara Español de una manera un tanto traumática, siendo uno de los últimos civiles españoles en salir, desde 1977 reside en Mérida. Es conocida su faceta de artista experimental, creador de una nutrida poesía visual. Su obra ha sido presentada en más de veinte países, estando presente en diversas y prestigiosas ferias.
Son incontables los talleres que ha organizado, las ponencias que ha dictado; muy numerosas sus publicaciones. Atinadamente, informa de su arte Eva Guzmán: “Lo original de la obra de Antonio Gómez trata de la interacción con las distintas parcelas artísticas, del diálogo surgido, entre otros, de los híbridos del poema visual, poema-objeto, poema-canon, poema-montaje.”
Sin embargo, no ha descuidado la poesía discursiva, que también abunda en su trayectoria. Ahora, la encomiable Editora Regional de Extremadura ha publicado, en una primorosa edición, su poesía discursiva completa, o reunida, como se enuncia en el subtítulo; su título: ‘El corazón y la memoria’. Casi un cuarto de siglo de creación poética. Es una poesía que mantiene un diálogo fluido con su poesía visual. Generalmente, son unos poemas de poco decir, antirretóricos, que van encaminados a presentar el nervio de un mensaje central, como sus poemas sin palabras. Con sus propias palabras, contundentes, reprocha a sus palabras que “Para eximir culpas / en espiral expanden / mis ripios / y mis rimas / entre tanta tiniebla”
El primer poema del libro precisamente alude a la esencia del poema aflorada más como materia, o como signos, que como palabra: “A veces las palabras / nada significan. // Cada ausencia, / cada huella, / cada cicatriz, / son un poema.” Y es muy consciente (por eso su especie de temor, sumo respeto a la palabra) de que “Las Palabras / si se maquillan mienten”.
El arte en el poema visual no se manifiesta como en una pintura, que es vaga hechura, por muy bueno que el cuadro sea. El poema visual, sin embargo, posee una condición sinóptica; su condición es enteramente perspicaz. El vocablo “sinóptico” procede de un término griego que significa “ver conjuntamente”. O sea, sin análisis, con extremada rapidez. Bajo este encuadre definitorio, el poema visual no precisa, para hacerse realidad completa, de la (como sucede en otras disciplinas, la literatura o la música) necesaria sucesión del tiempo para hacerse inteligible.
En el poema visual se conjugan lo espacial, en su conformación plástica, y el temporal chispazo del pensamiento (chispazo, nada de demora), produciendo un rotundo mensaje sin palabras. Sin las palabras, entendidas como segmentos fónicos, pero con los precisos significados que originan los sonidos del lenguaje. Constituyen así atrayentes signos lingüísticos, donde el significante abre un abanico de posibilidades regidas por un cromatismo geométrico, una pintura casi siempre deformadora, y sustentada en un concepto que exige una bien definida y rauda comunicación, cargada de ironía y cabalmente rotulada en el título de los poemas. El ingenio es factor primordial.
La introducción a esta poesía reunida, introducción justamente titulada ‘El Gran Gómez’, ha corrido a cargo de Elías Moro, quien reconoce que “la labor de Antonio Gómez como dinamizador cultural en y desde Extremadura admite pocos parangones”, admitiendo asimismo que su poesía experimental, incesante y fructífera, “ha solapado, cuando no ensombrecido injustamente, la poesía escrita de Antonio Gómez”.
Hay que tener en cuenta, con todo, que la publicación de su poesía discursiva ha sido simultánea, más o menos, con la experimental o visual. Siempre el lector ha tenido la oportunidad de conocer puntualmente esta poesía razonadora, meditabunda. Grandiosa es su reflexión sobre la inestable realidad: “La realidad, / con sus trampas, / compone / y descompone. / Da luz, /junta / y reconcilia. // Abre o cierra, / dice o calla”.
Antonio Gómez ensaya esa forma de poesía, de poesía escrita, temporal por ser escrita, pero que atesora un carácter espacial y una impronta visual. Me refiero al haikú. Y este haikú, o especie de haikú contenido en ‘El corazón y la memoria’, propende a mostrarnos una nítida imagen de un solo vistazo, desdeñando, desde luego, un planteamiento discursivo, una naturaleza retórica: “Bajo este viejo cielo / todo es horizonte / y reglas de juego”, que destaca de maravilla los entes más visibles de la naturaleza: el cielo y su horizonte y las leyes por las que aquella cabalmente se rige.
En esta colección de colecciones -donde cada poema se nutre (insistimos en su antirretoricismo) de una sola idea, como la poesía visual del autor-, asoma también un nihilismo resuelto en sombra y en anonimato: “Pasar sin más, / sin nada, / andando. // Dialogando / con la tarde, / una encina / o el Guadiana. // ¿Qué podrá hoy crear un idiota?” Una sombra activa, juguetona, fuera de la entidad; ahondando en uno como dios travieso: “Tu sombra / como un duende, /haciendo de las suyas. // Me empapa / me envuelve / y me penetra”. La palabra, en esta poesía, se resiste a mostrarse como notoria presencia, a pesar de que, paradójica, triunfalmente, el poema esté hecho con palabras, con las palabras justas. Tres aprecios que son gestuales, que no acuden a la palabra para reafirmarse: “Tu presencia / tu comprensión / tu sonrisa: // Tres de mis ventanas”.
En esta suculenta compilación, tributando a lo experimental, hay juegos fónicos: gozo/pozo; “Contra / contraataques. / Contra / contracorrientes. / Contra / contradicciones.”, etc.; anáforas: “Conozco el saber de la experiencia / el dolor de la tragedia / y el valor de la esperanza. // Conozco las fingidas apariencias, / las que trastocan y alteran / la realidad sin argumentos.” Y así diez simétricas estrofas más, con el “Conozco” por delante. Es un poema situado en los finales del volumen. Y es de notar que los últimos poemas son más narrativos, en los que el sentimiento se explaya más. El principio de las estrofas: “Deambulo por detrás de la verja / que oculta y aísla”, “Espero una señal, un indicio”, “Espero una evidencia que cuestione”, se encaminan a un término concluyente: “Hasta que no se apaguen las brasas / del fuego que ilumina la conciencia, / todas las dolencias tienen cura”.
Antonio Gómez sabe indagar en esa realidad que supera al mundo, siendo emblemática la realidad poética. Wittgenstein dictaminaba que el mundo es solo lo que acaece, mientras que la realidad es tan amplia como lo virtual. Él sabe que un cuchillo de palo, en los hechos del mundo, es muy diferente a un fusil. Sin embargo, en su poema, maravillosamente los aúna: “En sueños, / tan peligroso es / un cuchillo de palo / como un fusil.” Y el poeta también se muestra contemplativo. Ama el mundo, pero el mundo se le resiste con sus múltiples inconvenientes. Acepta lo inevitable, pero sabe que “lo humilde no es sometimiento”.
Acabemos esta reseña con dos de los mejores ejemplos de este libro de libros. Dos versos constituyen un exacto aforismo: “Todas las semillas germinan, / si encuentran tierra que las cubra”.
El escritor nos llama a reflexionar: ¿De qué condición será la tierra que culmine en la creación? Un colofón perfecto se halla en este terceto: “Resistir es el remedio, / seguir evitando trampas / y nacer todos los días”.
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