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Manuel Martínez-Forega, escritor y pescador de truchas o viceversa

El escritor Manuel Martínez Forega pescando en el río Gallo, de Molina de Aragón

Amador Palacios

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Manuel Martínez Forega, nacido en Molina de Aragón y habitante de Zaragoza durante gran parte de su vida, es un escritor multidisciplinar y con una abundante actividad literaria. Es poeta, ensayista, narrador, traductor, conferenciante, además de crítico literario, de arte y editor. Fue fundador de la colección de poesía La gruta de las palabras, editada por las Prensas Universitarias de la Universidad de Zaragoza. Profesor de cursos de verano, vocal de congresos internacionales, investigador de la obra de importantes autores españoles: Francisco de Aldana, Luis de Góngora, Ángel Guinda, Mariano José de Larra, León Felipe, Juan Ramón Jiménez. Asimismo, durante algunos años ha sido becario del Ministerio de Asuntos Exteriores Español y del Gobierno de Checoslovakia, como también del programa europeo de estancias en el extranjero de la Fundación CAI-CONAI.

Es miembro numerario de las siguientes sociedades: Sociedad General de Autores de España, Asociación Colegial de Escritores y Centro Español de Derechos Reprográficos. Ha cosechado algunos galardones, como el Premio de Poesía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el Premio “Búho” de la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro y el Premio “Roland Barthes” del Congreso Europeo a la Traducción. Su poesía ha sido traducida al rumano, checo, macedonio, ruso, búlgaro, inglés, francés e italiano. Entre sus numerosas versiones vertidas a nuestro idioma (de Molière, Vladimir Holan, Paul Valéry o François Villon, entre otros), destaca su traducción de la célebre antología de Paul Verlaine ‘Los poetas malditos’.

Manuel Martínez-Forega viene organizando desde hace más de dos décadas unos encuentros sobre poesía (al principio eran también sobre pintura) en el pueblo, de la provincia de Guadalajara, Peralejos de las Truchas, en la comarca del Alto Tajo. Hace como un mes se ha celebrado el último, XXIº encuentro, versando sobre la traducción literaria, especialmente la poética. Manuel establece la convocatoria con unos oportunos correos electrónicos que nos envía a los amigos, acordándose “democráticamente” qué asistente dirigirá el debate en cada edición; y allá que vamos, cumpliendo un grato ritual, año tras año. Unas veces acuden muchos y otras no tantos. Siempre somos un mínimo sobre de una docena, si bien en ocasiones los asistentes han alcanzado el número de 40 personas. Nos reunimos en la acogedora pensión peralejense Casa Pura.

En su vasto comedor, el sábado a la tarde se desarrolla el debate, y el resto del fin de semana hacemos excursiones, caminando o en coche, por los bellos parajes, y degustamos la rica comida casera que nos ofrece Puri y su hermana Vitori, activas y simpáticas propietarias de la pensión, las cuales poseen una fabulosa memoria, sin necesitar escribir para satisfacer las comandas ¿Y por qué Peralejos de las Truchas? Pues porque Manuel Martínez-Forega, natural del pueblo cercano de Molina de Aragón, es pescador de truchas, faenando en el balbuciente curso del Tajo y el, no menos hermoso, curso del río Gallo, en Molina, además de conocer otros ríos de la zona, como el Cabrillas o el Guadalaviar.

En esta reciente reunión, concluyendo la cena del sábado, le pregunté a Manuel: “Manuel, ¿qué te sientes más, escritor o pescador?” Y el autor de tan profuso currículo literario me contestó:  “Pues, querido Amador, yo te diría que pescador”. A partir de ese momento, los congregados estuvimos muy atentos a las palabras de Manuel, seguros todos de que iban a ser la mar de interesantes. “Háblanos de tu historia como pescador”, volví a inquirirle, a lo que contestó: “He visitado ríos trucheros desde los 12 años (antes, ciprínidos y pércidos eran las especies que me llamaban la atención como practicante de la ‘pesca parada’).

Durante esos sesenta años, he recorrido la geografía peninsular desde el alto Guadalquivir en la Sierra de Cazorla, en el sur, hasta el Miño en Lugo, el Sella y el Piloña en Asturias, el Pas en Cantabria, el Irati en Navarra, y prácticamente todos los cauces del Pirineo en el norte; y desde la difícil garganta Jaranda en la comarca cacereña de la Vera, en el oeste, hasta los ríos Pitarque, Guadalope y Mijares en Teruel. He pescado en Eslovenia, Francia, Chequia, Argentina y Suiza. También durante esos sesenta años he practicado todas las modalidades comunes que admite la pesca de la trucha: al tiento con cebo natural (gabarra, lombriz, quesito, cangrejo, frailuco…); lance ligero con cucharilla o buldo; y a mosca con ‘cola de rata’.

La conclusión que he extraído ha sido precisamente aquella ‒para mí‒ certeza de que la técnica elegida está ligada indisolublemente al carácter. Por eso mi técnica favorita es la más ágil, la que exige buscar y encontrar, con determinación y largos recorridos a lo largo y ancho del río, la mejor postura de la trucha. El lance, el lance ligero es lo mío.“

La técnica de Manuel Martínez-Forega pescando es muy depurada, diríamos que su pesca es completamente profesional. Participante de campeonatos nacionales, él ha competido formando parte del equipo de Castilla-La Mancha; equipo que fue campeón en Asturias, en 2007, consiguiendo en 2008 la medalla de bronce en La Rioja. Manuel no solo escribe literatura, sino también artículos técnicos de pesca en revistas especializadas, como la muy conocida ‘Jara y Sedal’. “¿Cómo te mueves, Manuel, en esta zona en la que estamos?”, le pregunté de nuevo.

Él matizó: “Para encontrar un modelo que señalara las condiciones bajo las cuales la ‘picada’ de la trucha era inequívocamente más frecuente y, por lo tanto, más segura, elaboré durante seis temporadas (por entonces, el periodo de desveda abarcaba desde el 19 de marzo hasta el 31 de agosto en baja montaña, y hasta el 30 de septiembre en alta montaña) una estadística aplicable a los ríos Tajo, Gallo y Cabrillas en la provincia de Guadalajara y basada en jornadas de pesca que, con breves descansos, se extendían desde el alba hasta el anochecer y en la que incluí diversas variables: fecha, condiciones atmosféricas (lluvia o no; viento o no; nublado o despejado; nubles y claros; etc.), temperatura, horas de mayor incidencia de picadas y señuelo artificial utilizado (cucharilla o mosca)”.

Y continuaba: “Los datos de todas esas variables fueron volcados en un gráfico cuyo resultado fue, efectivamente, inequívoco: no había ninguna tendencia plausible; los gráficos solo revelaban unos acusados dientes de sierra. En consecuencia, era imposible establecer un pico de acuerdo con dos o más de aquellas variables. He llegado, pues, a la conclusión de que el comportamiento de la trucha a la hora de atacar un señuelo es absolutamente impredecible”.

Este comportamiento errático es tal vez lo que levanta pasiones en el pescador de trucha

“Me gustaría saber, amigo, qué temperamento tiene la trucha, si es que posee temperamento”. “Yo te respondo con mucho gusto”, añadió: “La trucha es un pez muy tiquis-miquis. Es necesario aclarar que la trucha que aquí cito es siempre la trucha común, ‘Salmo trutta fario’ es su nombre científico. Para empezar, esta trucha exige un ecosistema elitista: aguas frías (nunca por encima de los 20 grados centígrados.), muy oxigenadas, claras, con un pH ni ácido ni alcalino: entre 6,5 y 8 (una acidez de 4,5 o menos, o una alcalinidad de 9 o más son altamente nocivas para su supervivencia). La trucha muestra una susceptibilidad desesperante. Le molesta todo: el sol, el ruido, el viento fuerte, la presencia humana en las orillas; en algunas geografías no soporta que el viento sople ‘solano’ (viento del este o sureste)… Es un pez depredador y, como todo animal depredador, muy inteligente (a la trucha no le encaja el axioma ‘tener memoria de pez’). Es extraordinariamente territorial: agresiva cuando algo invade su zona de caza; es caníbal y voraz cuando le aprieta el hambre, hasta el extremo de que todas sus susceptibilidades y escepticismos los troca en súbita y completa desinhibición si ha habido una eclosión de insectos específica, la que ella esperaba, no otra, pues es bien sabido que incluso con fértiles eclosiones la trucha ha seguido en sus trece: ‘amagada’ (escondida en las orillas) o ‘asolada’ (oculta en los fondos)”.

“Este comportamiento errático es tal vez lo que levanta pasiones en el pescador de trucha. Un comportamiento que augura resultados extremos: ‘hacer un bolo’; es decir, no coger ninguna trucha en toda la jornada, o ‘hacer un desparramo’; o sea, llegar a capturar bastantes más de un centenar de ejemplares (por poner un ejemplo verosímil y experimentado). Aunque hay tendencias en la actitud de la trucha, ninguna es determinante ni definitiva. En fin, podríamos seguir horas y horas. Pero por esta noche yo creo que basta.”

Muy satisfechos, todos terminando brindando, chocando los vasos de nuestros chupitos de pacharán. Brindamos, naturalmente, por la trucha sagaz, tan lista como el más pérfido de los humanos.

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