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Manuel Millares en la Fundación Antonio Pérez

Pintura del artista en la Sala Millares de la Fundación Antonio Pérez de Cuenca

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El año pasado se cumplió el vigésimo quinto aniversario de la creación en Cuenca de la Fundación Antonio Pérez. Al hilo de la efemérides, se ha publicado el libro ‘Millares: Escritos y Entrevistas’, que reúne un nutrido número de textos del artista Manuel Millares. Además de su de sobra reconocida obra plástica, cuenta con una sólida producción literaria que este volumen pone ejemplarmente de manifiesto. La edición de estos textos se ha llevado a cabo por los profesores, y estudiosos de la obra de Millares, Julián Díaz Sánchez y José Luis de la Nuez Santana.

El pasado día 9 se presentó esta publicación, con la presencia de la viuda de Manuel Millares, Elvireta Escobio, su hija Coro y el crítico Alfonso de la Torre. Presentación que tuvo lugar en la espléndida Sala Millares del Museo de la Fundación Antonio Pérez, una sala que consolida, para el público, la apreciación del fundamentado quehacer del artista canario. Y que sirve, además, para acoger conciertos de música de primera categoría. Verbigracia: en esta sala ha actuado el prestigioso Jordi Savall.

En Cuenca, sin lugar a duda, se acepta que la marca estrella del arte moderno que la urbe alberga es el Museo de Arte Abstracto Español, constituido por la colección que el pintor Fernando Zóbel dio a conocer en 1966 y que tuvo la virtud de trocar la ranciedad de una villa de sotanas negras y huera burguesía en un lugar de importancia artística, altamente cosmopolita. Un director del MOMA de Nueva York afirmaba que el museo conquense de arte abstracto era el pequeño museo más bello del mundo.

Si la pionera colección de Zóbel, perfectamente evolucionada, se ciñe a un arte específico, el Museo de la Fundación Antonio Pérez es, acogiéndose mayormente también al arte informalista, mucho más receptivo. Bien es verdad que su sitio es muy amplio, un antiguo convento, espacialmente generoso, de carmelitas descalzas. Los fondos son incesantes. Las donaciones muy copiosas.

La Fundación la lleva la Diputación de Cuenca, siendo muy competente al conducirla. Su presidente de Honor es, por supuesto, el propio Antonio Pérez.  Consta de 35 salas situadas en cuatro plantas. Es tan grande la colección que se encuentra repartida en cuatro sedes: Cuenca, San Clemente, Huete y Sigüenza, pueblo natal de Antonio Pérez.

Los más grandes artistas representados coinciden con el elenco del Museo de Arte Abstracto: Saura, Canogar, Millares, Bonifacio, Feito, etc. Y no sólo se exhiben obras de artistas muy consagrados, como en el museo de Zóbel, sino de creadores no tan renombrados pero muy activos. Valga como ejemplo una obra, ‘Homenaje a Man Ray’, del artista manchego Teo Serna.

El museo de debe a la potente personalidad de Antonio Pérez, cuya colección de arte se fue convirtiendo, desde 1998 hasta ahora, en la enjundia artística que hoy ostenta la Fundación. Antonio Pérez se tiró muchos años en París, trabajando en la emblemática editorial española Ruedo Ibérico (el nombre lo creó él). Se pueden ver en el museo los significativos ejemplares que en ese momento no se pudieron editar en España por las cortapisas de la señora Censura.

Manuel Millares fue colaborador de Ruedo Ibérico. Antonio Pérez, él lo dice, no se considera artista, pero es autor de los numerosos ‘objetos encontrados’, que constituyen un devoto homenaje a Duchamp. Él dice que no es artista, pero que ha aprendido a mirar; de ahí esos objetos intactos.

Miquel Barceló, que tiene obra en la Fundación, declara que él la dejaría exclusivamente como exposición de los ‘objetos encontrados’ de Pérez. Esto constituye un claro juego, pues gracias a estos objetos, todo lo que se halle bajo el cobijo del museo de la Fundación Antonio Pérez, por el hecho de estar ahí, es una obra de arte.

No tenía aún 25 años cuando Manuel Millares, conocido mejor como Manolo Millares, publicó por primera vez en el periódico ‘Falange’, de Gran Canaria, su isla natal. Entonces participaba en la I Exposición de Arte Contemporáneo en Las Palmas, y como expositor da sus opiniones, aventurando claramente la condición artística de su futuro: “Los acontecimientos han hecho que el artista se haya replegado en su propio mundo y se niegue a reconocer aquello que, por su concepción, pudiera tener afinidad con la fotografía, el ‘cine’ en color y otros muchos objetos de procedimientos mecánicos.

Por esta razón la mente creadora del artista se oculta en la forma abstracta y en lo no real y rechaza todo aquello que pudiera injerirse en sus propios medios.“

Para él, el realismo fue un tema controvertido, completando su reflexión en diversos escritos. En estos primeros tiempos colabora con sus hermanos en editar trabajos en la colección poética ‘Planas de Poesía’. Se enfrenta con su hermano Agustín, que defendía, según apuntan los editores del libro de Millares, “un realismo de denuncia social explícito, basado en claves representativas más bien formularias”.

Por el contrario, “Manolo opuso una postura abierta a los lenguajes de vanguardia, aquellos que, según su parecer, estaban más de acuerdo con las grandes transformaciones del mundo contemporáneo”. Su clave, por un lado, es desdeñar ese manido concepto de realidad que entiende una gran mayoría, como él mismo afirma, concebida como una “mera representación de las cosas”, insistiendo “en un ya viejo y craso error”.

Por otro lado, la gran valía de los escritos de Millares es que poseen una enorme calidad literaria. Este libro recoge escritos sobre artistas, sobre arte, poemas, teatro y otros escritos y entrevistas, acompañados de algunos recónditos dibujos suyos. Si Manolo Millares no hubiera pintado y sí escrito, hubiese destacado como un buen escritor y, sobre todo, un magnífico poeta imbuido de un notable tono experimental. Tiene un breve poema dedicado al pintor Pollock, de hacia 1958, escrito en un papel al lado de un dibujo; poema que se muestra con los tintes de un auténtico caligrama.

Y desde muy temprano ya vislumbró su principal configuración en los cuadros matéricos por los que acostumbramos a definirlo esencialmente, viendo sus arpilleras, fragmentos de cerámica, tierra…, hallando “en el campo expresivo de mi plástica, un derecho fundamental: su valor de cosa inviolada”. Para blindar este valor, el creador acababa cubriendo los materiales con la afianzada pasta de los chorros de pintura.  

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