Las DANAs no son renovables
Los polígonos industriales fotovoltaicos compactan el suelo dificultando la infiltración, aumentando la escorrentía y, en consecuencia, el potencial destructivo de las inundaciones.
En el Estudio de Impacto Ambiental del polígono industrial fotovoltaico Serol , proyectado en la localidad alicantina de Salinas, asistimos a este ejercicio de desfachatez, común, por otra parte, a todas estas infraestructuras:
“La eliminación de la cubierta vegetal para la preparación del terreno, producirá una pérdida de suelo fértil que podrá ser temporal en aquellas zonas afectadas únicamente durante las obras y posteriormente restauradas, o permanente en las áreas ocupadas por las instalaciones (como los edificios de la PSF, vallado, etc…). Los riesgos erosivos estarán inducidos principalmente por los movimientos de tierras y las compactaciones permanentes, estas últimas fundamentalmente asociadas a la construcción de viales internos de servicio, así como con las compactaciones temporales inducidas por el trasiego de la maquinaria y acopios de materiales. Así, de la evaluación de estos efectos derivados de actuaciones temporales, se obtiene una categorización del impacto como compatible o no significativo”.
La pérdida de suelo fértil no puede calificarse como un impacto moderado y por tanto, asumible. Cualquier uso del suelo debe estar supeditado a la conservación de la fertilidad de la tierra, pues mantener la permeabilidad y esponjosidad del suelo permite la recarga correcta de los acuíferos, además de ser hogar de animales edáficos y sustento de las especies botánicas, sin olvidar que las raíces de las plantas ejercen un papel fundamental en la retención del suelo, impidiendo corrimientos de tierra. La eliminación de la cobertura vegetal hace que la tierra sea susceptible a la erosión, provocando la degradación a suelos desnudos, inertes, que pierden su función de captación de agua. Tampoco es cierto que se trate de efectos temporales, pues un suelo fértil tarda mucho tiempo en formarse. Por tanto, hasta las propias empresas promotoras reconocen, sin el menor rubor, que se disponen a implantar unas infraestructuras que van a erosionar y a compactar el suelo; sin embargo, de manera arbitraria carente de cualquier justificación, califican ese impacto como moderado en una región en la que las trombas de agua provocadas por una DANA o gota fría son cada vez más devastadoras por su creciente intensidad y frecuencia.
Según el artículo 18 del PATRICOVA (Plan de Acción Territorial sobre Prevención del Riesgo de Inundación en la Comunidad Valenciana), sobre el suelo no urbanizable afectado por peligrosidad de inundación “se prohíbe la realización de obras de infraestructuras que sean vulnerables o puedan modificar negativamente el proceso de inundación, incrementando los daños susceptibles de producirse como consecuencia de la misma”.
Sabemos que esta normativa se incumple de manera sistemática (baste como muestra la ingente cantidad infraestructuras urbanísticas establecidas en las zonas de influencia de ríos, barrancos y torrenteras) con consecuencias cada vez más graves debido al agravamiento de fenómenos climáticos extremos que, a su vez, es consecuencia de la crisis climática.
La Fundación Nueva Cultura del Agua determina ocho factores que definen la peligrosidad de las inundaciones: Cambio climático, ocupación de zonas inundables, espacios agrarios, impermeabilización del suelo, nuevas infraestructuras de transporte, obras de defensa frente a inundaciones, sistemas de alerta y cultura de gestión de riesgo.
La DANA o gota fría es un fenómeno climático típico de la vertiente mediterránea; sin embargo, la subida de las temperaturas debido a la actividad humana provoca un sobrecalentamiento de las primeras capas del agua del mar, un acúmulo extraordinario de energía que incrementa las lluvias torrenciales en intensidad y frecuencia agravando su capacidad de destrucción.
Se vende que las energías fósiles pueden ser sustituidas por energías presuntamente renovables con el fin de mitigar el efecto invernadero provocado por el exceso de emisiones de CO2; sin embargo, es imposible mantener el actual nivel de consumismo desaforado: no es viable desde un punto de vista técnico ni es aceptable desde la más mínima noción de la ética, pues los recursos necesarios para llevar a cabo esa transformación a un modelo energético no dependiente de energías fósiles se obtienen del mismo modo indecente habitual: expoliando recursos y condenando a la miseria a los pueblos que han tenido la desdicha de vivir en zonas a depredar.
De hecho, esa transición responde al mismo modelo especulativo, basado en polígonos industriales que arrasan el suelo fértil y causan enormes daños en la naturaleza y en sus habitantes, daños ocultados deliberadamente por las empresas responsables; no hay ninguna sustitución, por el contrario, cada fuente de energía se suma a las anteriores: el carbón se sumó a la biomasa, posteriormente aparecen el petróleo y la energía nuclear y por último, las energías fotovoltaica y eólica, de manera que el consumo global de todas ellas no ha hecho sino aumentar. Además, debido a la inestabilidad de las energías presuntamente renovables, deben estar sustentadas por infraestructuras de energía fósil, especialmente, gas, por lo que es imposible deshacerse de la dependencia de los combustibles fósiles.
Tal y como, desgraciadamente, comprobamos el pasado 29 de octubre, las comarcas de l`Horta Sud, Utiel- Requena, La Foia de Bunyol y la Ribera son terreno inundable. En la localidad de Turís se registraron más de 600l/m2 en apenas 24 horas. Precisamente, Turís comparte con el vecino municipio de Alborache la ya aprobada instalación de dos polígonos industriales fotovoltaicos que arrasarán 450 ha de suelo fértil. En un escenario de posibles, más bien probables, inundaciones agravadas por la acción humana no parece una buena idea seguir reproduciendo obsesivamente las mismas actividades que han creado el problema, a lo que hay que sumar el efecto isla de calor que se genera bajo las placas. Más temperatura, mayor compactación del suelo, incremento de los daños debidos a las inundaciones. Según las previsiones (las mismas que se van cumpliendo tozudamente) los fenómenos climáticos extremos aumentan en intensidad y frecuencia ¿Qué podría pasar si las próximas precipitaciones superasen los valores ya alcanzados y con un suelo compactado por la presencia de miles de paneles fotovoltaicos? Es una insensatez carente de toda lógica no tener en cuenta riesgos cuyo peligro conocemos sobradamente, y de manera consecuente, la población de Turís ha convocado protestas contra este delirante plan, demostrando un sentido común desconocido para la propia Administración, que autoriza tales despropósitos.
Al hilo del ejemplo de Turís, que está de pleno en el área de influencia de esta DANA, podemos plantear, como futurible, qué pasaría a lo largo del río Vinalopó, sobre todo en el curso inferior (Bajo Vinalopó) donde se localizan poblaciones como Elche o Santa Pola, si en la cabecera del río (Alto y Medio Vinalopó) descargase una gota fría similar teniendo en cuenta que ya se ha transformado y compactado el suelo de las más de 4700ha afectadas por polígonos industriales fotovoltaicos.
Con el fin de justificar estos proyectos, las empresas promotoras han inventado el concepto de “agrovoltaica”, es decir, combinar las placas con los cultivos. Tal disparate apenas merece contestación, solo hace falta contemplar una de esas instalaciones para constatar que solo crean desolación, hasta tal punto, que un tribunal ha paralizado una planta solar por su impacto en las aves y aun en el hipotético caso de que en algún lugar fuera posible esa combinación “agrovoltaica”, es evidente que no se trataría, precisamente, de desarrollar bosques comestibles, sino de espacios agrarios también incluidos como factor decisivo en la peligrosidad de las inundaciones.
Por último, en cuanto a la cultura de gestión del riesgo, la propia Fundación por una Nueva Cultura del Agua define esta causa como: “una forma de pensar que no ha interiorizado el principio de precaución para la gestión de la incertidumbre y antepone sistemáticamente el beneficio económico privado a la seguridad de la ciudadanía, retrasando la adopción de medidas”. Principio también aplicable a la demencial gestión con la que se está tratando la implantación de las energías renovables y que podría resumirse con uno de los lemas habituales en las manifestaciones en defensa del territorio: “llaman transición a la especulación”.
Cambio climático, ocupación de zonas inundables, espacios agrarios (ocasionalmente), impermeabilización del suelo, nuevas infraestructuras de transporte y cultura de gestión de riesgo. Al menos seis de los ocho agentes que definen la peligrosidad de las inundaciones son aplicables a la gestión actual de la presunta transición energética, que va a degradar aún más unos ecosistemas agrarios y forestales ya castigados por nefastas actividades humanas como el pelotazo urbanístico, la agricultura basada en tóxicos o la industria alimentaria de la explotación animal.
Los efectos devastadores de las inundaciones no se previenen destruyendo los ecosistemas, tampoco “limpiando” cauces, pues la tierra y la vegetación ribereña son claves para frenar la velocidad del agua; por el contrario, contra la grave crisis, que cada vez nos golpea con mayor virulencia, se deben establecer medidas encaminadas a liberar el suelo y a decrecer en la producción y en el consumo, favoreciendo el autoabastecimiento energético, a actuar con la naturaleza y no contra ella; en definitiva, a respetar los límites que nos impone el planeta.
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