Rubén Sánchez: “La cultura del bulo es un jaque a la democracia”
Hace algo más de una década, varias ciudades andaluzas amanecieron llenas de carteles con la cara del periodista Rubén Sánchez sobre un rótulo en el que se leía “Se busca”. Doce años después de aquello, Sánchez lo cuenta con cierta tranquilidad, aunque reconoce que, en alguna ocasión, tuvo que regatear una calle directa y dar un rodeo solo para evitar exponer a su hija a aquellas imágenes.
Hace doce años no había un debate tan activo sobre los bulos como lo hay ahora. Pero, detrás de aquella acción difamatoria estaba curiosamente un colectivo como Manos Limpias, que todavía hoy, sigue liderando este tipo de procesos que consisten en enturbiar el debate y los tribunales para que, cuando llegue -si es que llega- el final del proceso, y todo se demuestre falso, ya sea -probablemente- demasiado tarde. Tarde porque algunos lo habrán olvidado, y tarde porque a otros les dará igual y seguirán creyendo que algo de cierto había.
Pero para Rubén Sánchez, no hay otro final, que llegar al final de la difamación, aunque sea a costa de poner a prueba su resiliencia y su paciencia. Lo de aquellos carteles, no obstante, fue un antes y un después en su vida. Y con aquella historia arranca su nuevo libro, Bulos: manual de combate, que ha presentado este miércoles acompañado del escritor Antonio Manuel en la Sala Mudéjar del Rectorado de la Universidad de Córdoba. Unas horas antes del acto, camino del tren, el periodista y secretario general de Facua, atendía a Cordópolis para contar algunas claves de un manual con el que poder ganar algunas batallas en la guerra contra el bulo.
Plantear que todo está corrupto y podrido es muy cinematográfico, y cierta gente lo compra
PREGUNTA. ¿Qué te motivó a escribir un libro basado en tus experiencias con los bulos y los ataques personales?
RESPUESTA. La idea surgió de las preguntas que me hacían amigos, conocidos y seguidores en redes sociales sobre cómo enfrentar el acoso, las amenazas y la difamación. Quería compartir mi experiencia de los últimos 12 años, particularmente con la extrema derecha, que me ha tenido como objetivo. El libro es una especie de manual autobiográfico donde explico cómo he aprendido a responder, combatir y, a menudo, ganar la lucha contra el odio y la difamación.
P. ¿En qué momento te diste cuenta de que no era una cosa puntual, sino que estabas siendo objeto de una campaña orquestada?
R. El punto de inflexión fue en 2012, cuando Luis Pineda de Ausbanc comenzó a difamarme a mí y a Facua. Al descubrir su pasado como líder de una organización terrorista de extrema derecha, el Frente de la Juventud, y publicarlo en Twitter, intensificó sus ataques. Pineda, que se presentaba como un defensor de los consumidores, no quería que se conociera su pasado y me amenazó con demandas, exigiendo dinero a cambio de borrar el tuit. Pero además, este señor llega al extremo de llenar Sevilla, Jaén y Málaga de carteles con mi cara llamándome delincuente con un rótulo de 'Se busca' y una caricatura de mi rostro.
Aquella fue una campaña en la que colaboraron Manos Limpias, que me puso una denuncia falsa en los tribunales para intentar que me imputaran en el caso UGT. Y también el Partido Popular de Andalucía, al que convencieron fácilmente de que Facua era una organización corrupta, que estaba implicada en las en la trama de los ERE y que cometía fraude con las subvenciones. Y el PP se lo compró. Incluso en el Parlamento de Andalucía sueltan esas mentiras. Lo hace una parlamentaria del PP porque le venía bien para atacar al partido que gobernaba en aquel momento, intentando vender la idea de que el PSOE financiaba a organizaciones ciudadanas que cometían fraude con el dinero público.
P. Me estás contando esto, que lo he seguido, pero es que parece que fue en la prehistoria.
R. Sí, sí. Te entiendo. Es que ten en cuenta que he ganado 25 sentencias contra individuos de la extrema derecha, incluyendo pseudoperiodistas, políticos y empresarios. Y aquella fue mi primera victoria, hace ya 10 años. Y fue histórica, porque a Luis Pineda se le obligó a publicar en Twitter durante 30 días consecutivos que me había difamado. Esa sentencia ha sido pionera a nivel mundial.
Enfrentarse a una campaña de difamación tiene un impacto emocional inevitable
P. ¿En qué sentido?
R. Pues porque mi abogado solicitó que la publicación de la rectificación se hiciera en el mismo medio donde se produjo la difamación, en este caso, Twitter, y de forma reiterada. Esto sentó un precedente importante para la lucha contra la difamación en redes sociales. Y además, porque la publicación de la rectificación se realizó desde la cárcel, donde Pineda cumplía una condena de tres años, lo que le obligó a conectarse a Internet desde prisión para cumplir con la sentencia. Hubo que instalar un equipo para ello.
P. ¿En la cultura del bulo ha habido un antes y después de Vox?
R. Absolutamente. Y de hecho, en el primer territorio donde triunfa Vox es Andalucía, donde aupa a Moreno Bonilla al poder. Y Vox llega con un juez, el juez Serrano, que para la ultraderecha era un juez de prestigio, pese a que tenía una condena por prevaricación, y que viene con el discurso machista y con el discurso de las paguitas de la izquierda subvencionada. Y, justo lo que yo hago con un periodista que es Ángel Munárriz, que estaba en Infolibre y ahora está en El País, es investigar a Serrano por una de esas paguitas de las que él habla, que resulta que la había recibido él y no era una paguita, sino que era una pagaza; era una subvención de 2,5 millones de euros. Y Munárriz destapa que este señor ha montado una empresa para obtener una subvención y cuando la recibe no ejecuta el proyecto y se queda con el dinero.
Entonces, al final le desmontamos a Serrano el discurso poniendo de manifiesto que no era la izquierda subvencionada la que recibía indebidamente paguitas, sino que había sido él. Yo le pongo una denuncia en la UDEF, lo investigan, lo acaban encausando. Y ahora estamos a la espera de que se fije fecha del juicio donde la fiscalía pide 8 años de cárcel y yo ejerzo la acusación popular y pido 10 años. Entonces, ha sido este un caso especialmente llamativo en España de lucha contra las mentiras de la extrema derecha y de destapar las gravísimas irregularidades que había cometido un político, en este caso de Vox, haciendo justo algo de lo que él acusaba a esa izquierda subvencionada de la que tanto hablaba.
P. ¿Compensan las victorias judiciales tanto como para paliar el impacto que tienen este tipo de campañas a nivel personal o familiar?
R. Enfrentarse a una campaña de difamación de tal magnitud tiene un impacto emocional inevitable. Ver mi cara en carteles por toda Sevilla llamándome delincuente, las llamadas de mi madre angustiada, tener que esconder los carteles de mis hijas y recibir amenazas de muerte en mi buzón generan una gran tensión. Eso sí, a pesar del desgaste mental, esta experiencia me ha fortalecido y me ha enseñado a lidiar con los ataques y la difamación.
P. ¿Crees que los bulos han venido para quedarse?
R. Desafortunadamente, sí. El problema es que, incluso cuando un bulo se desmiente, muchas personas prefieren aferrarse a la versión que confirma sus prejuicios. Los bulos han afectado a una parte de la sociedad española que se estaba curando contra el machismo o el racismo. Imaginemos que una persona tiene prejuicios contra los inmigrantes, creyendo que son propensos a la delincuencia. Si se expone a bulos que vinculan a inmigrantes con delitos, su “sesgo de confirmación” le llevará a creerlos, incluso si luego se desmienten. Esta dinámica se observa con la homofobia, el racismo y el machismo, donde los bulos refuerzan estereotipos dañinos. Y esto no era así antes.
P. ¿Qué significa para la democracia que se haya instalado esta cultura del bulo?
R. Un jaque. La cultura del bulo es un jaque a la democracia. Y lo estamos viendo ahora con lo que ha ocurrido en Valencia. El objetivo es deslegitimar el sistema democrático, sembrar la desconfianza en las instituciones y en los políticos, presentando a la extrema derecha como la única alternativa válida. Eso se ha visto con figuras como Alvise Pérez, que se aprovechan de esta cultura del bulo para difundir teorías conspirativas y generar un clima de desconfianza generalizada.
Lo hemos visto con la DANA, ¿no? Como ha habido una serie de personajes mesiánicos como Alvise, que trasladaban la idea de que hasta había que desconfiar de la Cruz Roja, que no había que donarle dinero, que se lo quedaban, que no lo destinaban a ayudar a las víctimas, que eso solo lo iban a hacer ellos. Y, por tanto, al final, no solamente estás cuestionando a los partidos que pueden ser de centro-izquierda, sino que estás cuestionando al modelo en sí, a cualquier formación política y a cualquier institución. Porque ese mensaje es muy llamativo, es muy morboso, es muy espectacular, vende muy bien, ¿no? Trasladar teorías conspiranoicas y plantear que todo está corrupto y podrido es muy cinematográfico, y a cierta gente le gusta, compra ese mensaje y opta por creérselo
P. ¿Qué les dirías a quienes piensan que no se puede luchar contra los bulos?
R. Mi experiencia demuestra que sí se puede luchar y ganar batallas contra la desinformación. He ganado sentencias judiciales, indemnizaciones económicas y rectificaciones públicas contra mis difamadores. Algunos incluso han sido condenados a prisión, como Cristina Seguí, que recibió una condena de 15 meses por humillar a una víctima de violación. Es importante no rendirse y seguir denunciando los bulos y a quienes los propagan. Desde luego, por mi experiencia, se pueden ganar batallas, aunque no sé si se podrá ganar la guerra.
0