El voguing es un baile que da nombre a la exposición Elements of vogue, un caso de estudio de performance radical, que permanecerá hasta el 6 de mayo en el CA2M de Móstoles. Popularizado a nivel mundial por Madonna en 1990 y al año siguiente por la película Paris is Burning de Jennie Livingston, precedido en 1989 por el documental Voguing: The Message de Bronstein, Low y Walworth, recogido en la exposición.
El voguing es algo que nació en el Harlem negro/latino de los 80 en ambientes discotequeros y con gran influencia de las drag queens y del entorno gay en general. En realidad esta influencia gay en el baile había venido siendo constante y determinante desde el alumbramiento de las nuevas discos americanas y europeas de mediados de los años 70. Esto se diversificó, por ejemplo en una escena disco gay-negra bastante subterránea que describen muchos de los grandes productores del house de esos 80 en Chicago.
Esa escena de baile alternativo fue fundamental para el desarrollo de baile electrónico, pero también para entender las implicaciones artísticas, políticas, sociales y personales en torno a las nuevas formas de música y de la situación. Ya el house había crecido en torno a lemas comunitarios como My house is yours and your house is mine. Sobre ello hay estudios que van desde los musicológico hasta lo filosófico. Y de esto y la cultura negra sobre la que se basa va Elements of vogue.
La exposición ha sido comisariada por Sabel Gavaldón y el director del CA2M, Manuel Segade según una idea nacida hace ya ocho años, que las exposiciones imaginadas no siempre pueden realizarse en el momento. La idea es relativamente sencilla y tiene que ver con el potencial político-estético de minorías marginadas cuando estas no se manifiestan en entornos encapsulados sino a plena luz del día.
El camino que traza Voguing, tiene cierta semejanza en su estructura temporal y argumental con el Lipstick Traces de Greil Marcus, libro que partía de un análisis del punk para remitirse incluso a los Illuminati del siglo XVIII. Aquí no se llega a tanto, apenas a la Harlem renaissance de los años 20 del pasado siglo. Pero alrededor de cada uno de los ejes principales giran hechos e imágenes cuya relación entre sí o con el tema general, no son tan evidentes pero dejan intuir que sí, que existen conexiones.
Por ejemplo, la exposición se abre con I’m a man, un cartel famoso en la lucha por los derechos civiles de los años 60. Glenn Ligon pintó una versión del cartel en 1980 pero lo hizo sin mayor atención a cuestiones técnicas y cuando lo revisó, doce años más tarde, encontró que estaba muy dañado. En vista de lo cual le pidió a un restaurador que hiciera un análisis de los daños y eso es lo que se expone como Condition Report. Este tipo de parábola sobre la reivindicación, su expresión plástica y la degradación que puede producir el paso del tiempo no es infrecuente en Elements of vogue y por lo general actúa como detonante para iniciar un tema genérico, en este caso conjurar la muerte como se indica en los textos de pared.
Tal vez sea el momento de explicar que no se ha editado un catálogo propiamente dicho, sino un libro, Cuerpo político negro, una selección de textos compilada por Mireia Sentís. Su relación intelectual con la exposición es muy estrecha, pero no se atiene en lo absoluto a ella, de forma que no puede servir como guía o recuerdo de la misma.
Esta es una idea explícita de Manuel Segade quien considera el catálogo como parte de la exposición y por lo tanto no puede contenerla. Aunque se entiende, no deja de resultar problemático porque lo ganado en el terreno de la elaboración intelectual (el libro está muy bien) se pierde en algo tan fundamental para un museo como es la documentación. Esto dicho en una institución y una dirección entre cuyas líneas de trabajo se incluye rehacer exposiciones notables del pasado. Exposiciones cuya documentación era deficiente o dispersa.
Continuando, esto de la conjura de la muerte era algo que los negros americanos venían padeciendo desde su rapto en África y sus descendientes tuvieron que asumir como una presencia de la violencia no castigada hasta hoy mismo. Del I’m a man se pasa a los Panteras Negras y sus significación en la política y en una idea del diseño. Al fin y al cabo, uno de sus más destacados miembros, Eldridge Cleaver, inventó unos pantalones-pene antes de hacerse republicano conservador, una integración tan negacionista del propio ser que también parece una forma de muerte. La sala explica enseguida que esa posibilidad cierta de sufrir la violencia simplemente por ser negro llega hasta ahora mismo con el asesinato de Trayvon Martin en el 2012, cuyo autor fue, una vez más, exonerado.
Y supone un salto hacia aquel contexto ver la guía para viajeros y moteros negros de The Negro Motorist Green Book (1936-1966) de Victor Hugo Green, que indicaba los lugares donde podían repostar, comer o dormir los viajeros de color sin tener problemas.
Luego regresar al baile, la fiesta provocadora y el SIDA, ese otro tema de muerte que tanto pesaba en la sexualidad de los 80. A estas alturas ya vemos que casi todo lo que se ve son intervenciones de uno u otro carácter en el espacio público y esa es una de las lecciones de la exposición: que esta cultura tiende a relacionarse con las comunidades. Seguramente porque no había torre de marfil donde los artistas negros, también marginados, pudieran refugiarse. La artista Adrian Piper, de las más conocidas junto a Lorna Simpson entre las presentes, lo explica muy bien en una entrevista de su juventud.
Así se va pasando por el cuerpo como sujeto pasivo de la injusticia y activo contra ella, por las subjetividades radicales de principios de siglo, la imagen en movimiento, la cultura ballroom o en la necesidad de representación. Todo ello en dos plantas unidas por un ascensor donde suena una pieza de Terre Thaemlitz (blanco), uno/a artistas que introdujo en la electrónica cuestiones de identidad de manera más radical.
Casi ninguno de los artistas presentes es muy conocido en España y tampoco demasiado en la oficialidad artística internacional, por lo cual esta es una ocasión estupenda para conocer unos trabajos (fotografías, vídeos, música, textos, dibujos, pinturas, instalaciones) que no es solo que estén muy bien, sino que se refieren como indicaba antes a lo común en una colectividad dada. Son su documentación artística.
Y aún no hemos hablado de una pulsión que recorre toda la exposición y que puede resumirse en la idea de performance. Pero no una performance hiper-intelectualizada y astringente, sino una más bien celebratoria y de rebeldía. Y a lo largo de la exposición hay programadas varias performances.
Elements of vogue es una exposición sobre negros, negros gays y su lucha. Pero es también la historia norteamericana que no suele contarse. Está muy bien porque ver a unos artistas puestos al servicio de sus comunidades, de las que toman y a las que dan otra voz, es algo diferente. Es un arte que no tiene nada de naif ni de panfletario pero resulta de lo más efectivo. Quizás porque a lo largo de toda la exposición no se perciben dicotomía entre arte elitista y arte callejero. Todo está relacionado porque todo responde a la misma injusticia.
La exposición, todo hay que decirlo, tiene una carencia grave e imposible de resolver. Hace un año llegó al poder Donald Trump y con él una forma radical de entender lo minoritario, lo no adaptado a la norma. Elements of vogue está apoyada por la embajada de los EEUU. Los tiempos de una exposición traen consigo estas paradojas.