'Generación 2018', entre explorar lo distinto y redisponer lo existente
Generaciones en La Casa Encendida y Circuitos en la Sala de Arte Joven de la comunidad de Madrid son citas importantes. No hay más echar una ojeada a su historia (esta es la decimoctava edición de Generaciones y será la vigesimonovena de Circuitos) para darse cuenta de que por ambas y muchas veces en ambas, han pasado bastantes de los artistas que hoy están en cualquier conversación. Sin embargo, en los últimos años es posible detectar cierto escepticismo en la crítica. Repasando lo escrito sobre ediciones anteriores se desprende un cierto sentimiento de déjà vu , de que esto en realidad no avanza.
En realidad, cabría preguntarse y de hecho se ha preguntado cien mil veces, si no estamos ante la muerte de la pintura y la escultura. Suena un poco como la canción de R.E.M. It’s the end of the world (as we know it). R.E.M. añadían And I feel fine. Una de las piezas que se muestran en esta Generación introduce muy bien el tema. Umbral, de Serafín Álvarez (1985) viene a ser un pequeño grotto, típicos en los jardines pudientes desde el Renacimiento y en muchos jardines públicos de finales del XIX y principios del XX. Dentro de la pequeña gruta y sin lugar para sentarse hay un monitor y una fuente de sonido. Lo que se muestra igual sorprende a algunos visitantes del arte, pero resultará de lo más familiar para millones y millones de adicionados a los videojuegos. Se trata de lo que en los juegos suele llamarse un paisaje abierto por el que el jugador puede deambular con plena libertad recorriendo entornos generados digitalmente. En la isla hay cuevas, desiertos o junglas y todo tipo de objetos que se refieren a hitos de la ciencia ficción como 2001, Dune o El Planeta Salvaje.
Umbral es un juego que recuerda a algunos como Dear Esther (2012) en el cual la acción es mínima: reconstruir una historia a través de las cartas dejadas en una isla desierta en las Hébridas por Esther. El juego recibió muchísimos premios y suscitó la discusión en torno a si en realidad era un videojuego o una obra literaria. Que también habría respondido a una forma distinta de entender la literatura.
Umbral está aquí como obra de arte, como todo lo que entra en un museo (Duchamp dixit). Pero en realidad tiene más sentido frente al propio ordenador o televisor asumiendo el control que en LCE se ha cedido a un algoritmo. En todo caso se plantea una pregunta: ¿cuantas personas que hace solo unos años se habrían dedicado a pintar habrán dirigido su actividad a estos terrenos? Hacia unos videojuegos que ahora llegan a plantear cuestiones morales bastante duras o a desmontar jugando las teorías libertariano-capitalistas de una Ayn Rand.
El resto de Generación 2018 parece arte tal y como lo hemos conocido en los últimos tiempos y que también va perfilándose. Se trata de algo que bien podría llamarse freeform, como algunas corrientes en la música y que suele incorporar elementos que antes solían presentarse aislados. Casi todo en Generación 2018 respondería a esa idea.
José Díaz (1981) explora las posibilidades de una pintura en cuya presentación aparece la palabra informalista (término europeo surgido en la segunda mitad del siglo XX para reunir todo tipo de prácticas poco o nada realistas). Pero José Díaz, como otros pintores y pintoras de hoy, no se conforma con su propia subjetividad concibe la pintura como un elemento casi constructivo o más bien planimétrico relacionado con situaciones genéricas, en esta pieza la M-30 de Madrid, una vivencia muy común.
Lo de Antonio Gagliano (1982), Sistema Nacional de innovación, es interesante porque se basa en algo muy industrial, muy de la época en que surgió la actual idea de la pintura y del aura de obra única: las imágenes presentadas junto a las patentes. Algunas son antiguas como una chistera que se transforma en bombín de 1878 o una de 1925 sobre obtención de dibujos animados por transparencia (fundamental en el desarrollo del género). Otras son más contemporáneas como un panel solar hecho de vacío de 2013. Está bien, con un punto retro en que ideas muy locas se unen a piezas que realmente significaron un progreso técnico.
Irene Grau (1986) viaja bastante y desde hace un tiempo lo hace con un pequeño cuadro blanco que cuelga en alguna pared de la habitación, ya sea hotel, apartamento, o casa privada, donde resida. Lo que vemos son fotografías frontales del cuadro en los diferentes entornos. Este traslado de lo poco significativo pero propio a lugares ajenos y poco notables en sí mismos puede funcionar y resultar sugerente. Quizá en el sentido de una de las frases de apertura de la película Sans Soleil (1983) de Chris Marker sobre una serie de cartas de Sandor Krasna: “He dado la vuelta al mundo varias veces y ya solo lo banal me interesa”.
Lo de Antoni Hervás (1981) parece relacionado con el informalismo mencionado en José Díaz, plásticos trasparentes de colores vivos y ninguna forma reconocible. Esto tiene relación con la mitología como proxy de una reflexión sobre el Fistfucking Manifesto (1985) de Robert Prager, cuyo nombre ya era algo indicativo. Podría estar bien pero el problema es que nada de eso se deduce de la misma pieza. Parecen los restos de una decoración de club y parecen reclamar más estroboscopios, luce UV y música potente más que una sala museística. Lo cual hace regresar al primer punto, aquello de los paradigmas del arte.
Lola Lasurt (1983) realiza una exploración en España negra (1899), un libro de viajes del pintor y dibujante español Dario de Regoyos (1857 - 1913) y el escritor belga Émile Varhaeren (1855 - 1916). El viaje resultó ser un recorrido por lo más truculento de una España que ya era de por sí muy bestia. Lasurt pinta y realiza cortos y aquí los combina con efectos de reflejos en una sala oscura. Da que pensar y funciona.
Por su parte Elena Lavellés trata en Dark Matter el tema de la moneda, del patrón oro adoptado en la conferencia de Breton Woods en 1944 que significo en principio la adopción del patrón oro como respaldo de las monedas nacionales, pero en realidad significo el ascenso del dólar USA como divisa de referencia y el establecimiento de un nuevo orden económico mundial. Lavellés pone esto de manifiesto mediante muestras de minerales, una escultura realizada con periódicos que asemeja las capas de una mina abierta y un mapa sobre la explotación del subsuelo de México y la correspondiente destrucción de entornos naturales.
Por su parte Fran Meana (1982) muestra en Startercultures: Hongos, alquimia y su territorio, un título que ya dice bastante y se concreta en la sin duda muy aleccionadora fabricación de quesos. La cosa tiene más sentido de lo que parece a primera vista y trata de la producción inmaterial, la biopolítica y otros conceptos elevados pero más en concreto con la posibilidad de que esos productores, las bacterias, se declaren en huelga por una serie de circunstancias que se explican en un vídeo.
Levi Orta (1984) se mete en un tema muy noticiable, absurdo y divertido pero con todo tipo de implicaciones. El Heredero trata de Günther IV, el animal más rico del mundo al heredar hace poco unos 140 millones de Euros (le sigue una chimpancé de nombre Kalu con 60 millones de Euros). El tema, claro, se presta a la ironía y Orta la utiliza a fondo.
Quedan los trabajos de Marco Godoy (1986), directamente relacionados con lo político y más en concreto con el poder como en el ya bastante explícito: Símbolos de poder, sonidos de la revuelta y tiene que ver con símbolos clásicos de ese poder (un globo terráqueo, un trono) y unas pocas situaciones publicas donde se cuestiona ese poder.
Lo que puede verse es el trabajo de unos artistas ya experimentados (todos han expuesto bastante) cuyo único nexo común ese esa forma libre mencionada antes. Eso y referencias a cuestiones exógenas y generalmente sociales que sustituyen inquietudes intimas y subjetivas. Buscando nuevas vías en un campo predeterminado: el del gran arte.