'Lección de arte' sobre cómo exponer lo contemporáneo en un museo clásico

El Museo -ahora Nacional- Thyssen Bornemisza no se caracteriza por su contemporaneidad, sino por una pintura clásica que llega hasta el postimpresionismo y poco más allá. De hecho y según parece, sus estatutos no contemplan que se realicen exposiciones de arte actual. Sin embargo, existe una cierta tendencia mundial a mostrar arte de ahora mismo en instituciones clásicas con la idea de establecer relaciones entre el pasado y el presente. Tendencia que ha conducido a algunos éxitos pero también a despropósitos como las pinturas a la pólvora del chino Cai Guo-Qiang en el vecino Prado.

No obstante, el director del Thyssen, Guillermo Solana, antes de serlo tenía cierta querencia por lo moderno, de modo que ha buscado una especie de vía lateral para introducir el hoy en el museo: vistiendo como evento educativo lo que es una exposición en toda la regla. En el catálogo se explica que Lección de arte (hasta el 28 de enero) está realizada por el departamento de Educación del Thyssen de forma casi colectiva, algo que no hay por qué dudar. Pero las casualidades felices también se dan en la museística.

La muestra se ha organizado siguiendo tres criterios que son otros tantos apartados: Cuestionar, Reformular y Transformar. Las dos primeras se sitúan en la sala-sótano del Thyssen, pero la última es realmente algo especial. Vayamos por orden.

La idea de Cuestionar parte de la base de que lo que cuelga en los museos no ha de ser aceptado de forma acrítica, dado que todo puede cuestionarse o reubicarse, al menos mentalmente. Desde que se crearon los museos clásicos que hoy conocemos, en aquel siglo XIX repleto de posicionamientos ideológicos, esas instituciones y sus contenidos han ido siendo contemplados de manera muy diferente en el curso del tiempo. Tanto en la presentación de las obras, que de acumulativa ha pasado a casi clínica, como del entendimiento individual de esas obras, que hoy se entienden incompletas desprovistas de su entorno original, muchas veces ya inexistente e irreproducible.

En esta sección se encuentran piezas que parecen pensadas para la ocasión, aunque casi todas sean previas. Se abre con Mirar, ver, percibir (2009) de Antoni Muntadas, tres flexos de mesa que iluminan esas palabras recortadas en negro sobre una pared blanca. El espectador es quien decide si está mirando, viendo o percibiendo. Más claro, agua.

Otra pieza del mismo año y muy efectiva es Sobre este mismo mundo de Cinthia Marcelle, una larga pizarra a cuyos pies se acumula el polvo de tiza de los tiempos. Tiene algo de artificiosa, pero logra su objetivo. Es probable que el soviético Pavel Kogan no estuviera necesariamente al tanto de como John Cage había devuelto el protagonismo al espectador/oyente, pero su corto de diez minutos Verles la cara (1966) es justo eso. Kogan filmó las reacciones de los visitantes del Hermitage del entonces Leningrado ante la Madonna litta (1490-91) de Leonardo. Rostros que son un mundo. Alicia Marín presenta Contemporáneos (2000), una de sus acumulaciones de libros y Rineke Dijkstra Ruth dibujando a Picasso (2009), una escolar copiando la Mujer llorando (1937).

Transformar no parece tan directo como Cuestionar porque, ¿qué ha de transformarse? ¿El museo o como se vive el museo? La respuesta viene en forma de cita:

Es posible, seguramente deseable. Desde luego implica una relación algo más sofisticada con el arte clásico que la de los futuristas italianos cuando clamaban por la demolición de los museos.

La cuestión es que no resulta una idea tan sencilla de expresar. El Aligned (2017) de E-ZETA, son unas gasas colgadas entre las que discurrir y el Deseo tu deseo (2003) de Rivane Neuenschwander son centenares de cintas de muñeca milagreras que cuelgan en la reja de la iglesia de Nosso Senhor do Bonfim en Bahía. Ambas están bien y tienen mucho sentido pero, bien mirado, no parecen tener una relación muy específica con un museo de pintura clásica.

Sucede un poco como con la obra de Dora García, 100 obras de arte invisibles (2001) compuesta por frases como “Suprimir recuerdos a voluntad”, “Averiguar las veces que alguien ha llorado” o “Nada” (la última). Una obra estupenda que anima a reflexionar sobre lo que llamamos arte, pero que tampoco es demasiado específica.

Esa relación directa puede encontrarse en Los zapatos de Malraux (2012) de Dennis Adams, donde este recrea una serie de fotografías de sí mismo realizadas por el aventurero, político y hombre de letras francés junto a ilustraciones para su ensayo El museo imaginario (primera edición de 1947, reeditado en España en Septiembre por Cátedra).

Lo inmediato del vínculo entre lo nuevo y lo ya musealizado, a veces desde hace siglos, aparece en el tercer apartado, Transformar. Lo cual sucede porque las obras de esta sección no están en salas aparte, sino prácticamente en medio de la colección del Museo. La intervención es amplia, con otra obra de Antoni Muntadas sobre la percepción o pinturas clásicas esquematizadas por Kota Ozawa, el Diez minutos más mayor (1978) de Herz Frank, vídeo que se fija en los espectadores como hacia Kogan, pero donde los espectadores, se supone que de una función de marionetas, son niños.

Semejante a la propuesta interna de Educathyssen llamada Ser visto. También, en la sala de surrealistas del museo se encuentra 33 preguntas por minuto [Arquitectura relacional 5] (2000-2001) de Rafael Lozano-Hemmer, que viene a ser un generador de preguntas, muchas de ellas absurdas. Está también Big valise una especie de obra colectiva de estudiantes con referencia directa a la Boite en valise (1914) de Marcel Duchamp.

Pero los puntos más interesantes de Lección de arte son las intervenciones de Mateo Maté, muy extensa, y la de Olafur Eliasson, una sola pieza. Mateo Mate dispone Área restringida ( América ) (2011), un mapa de América delineado por separadores como una forma de mostrar la realidad de las fronteras en una sala dedicada a retratos franceses e ingleses del siglo XVIII. También tiene unos muebles camuflados, pero lo más fuerte es la confrontación de sus Pinturas Uniformadas con los cuadros de la sala dedicada a pintura norte-americana del siglo XIX. Las pinturas uniformadas utilizan colores de camuflaje de diferentes ejércitos del mundo en lo que parecen cuadros tan bucólicos como los habituales de la sala. Solo que estos cuadros ocultan a su vez figuras uniformadas que apenas se distinguen. Cuando se expusieron por primera vez, hacia el 2007 ya eran muy interesantes pero aquí, enfrentadas a originales de apariencia casi inane, despliegan todo su sentido.

Y vamos finalizando con Olafur Eliasson, aunque aún queden otros trabajos por mencionar. Solo nos encontramos cuando nos movemos (2004) es una máquina lumínica cuyo efecto consiste en quebrar la continuidad de las líneas y los colores. Y como en el caso de Maté, esto, que normalmente ya funciona muy bien, adquiere nuevo sentido al enfrentarse a obras geometrizantes de principios del siglo XX.

Lección de arte es una exposición interesante tanto por el lugar donde se realiza como por su concepción. En los museos trabajan muchas personas en principio no relacionadas con el departamento de Exposiciones, pero cuyo conocimiento del arte, clásico y contemporáneo no es menor. Es más, esos departamentos que siempre parecen auxiliares son lugares donde pueden desarrollarse ideas expositivas que, por salirse de los cauces habituales, aportan puntos de vista diferentes y por regla general teniendo más en cuenta al público potencial. Deberían menudear más.