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'Cementerio de animales': terror adulto sobrio, inquietante y algo pasteurizado

El cine de terror no solo es ese espacio de transgresión y recorridos por el lado oscuro de la psique idealizado por algunos aficionados al género: es un océano de narrativas diversas, recorrido también por corrientes conservadoras que postulan el mantenimiento del orden, la resignación o la condena implícita de hábitos (recuérdese la tendencia del cine slasher a mortificar a adolescentes sexualmente activos, invertida en Cherry Falls)... El deseo de ascender socialmente, o de desear lo que no se tiene, es motivo de castigo en Siete deseos o The final wish, y ya estaba presente en relatos clásicos como La pata de mono, de W. W. Jacobs.

La exploración del miedo humano a la muerte y la desaparición total de la existencia también se convierte fácilmente en un cuento ejemplar de condena a quienes no aceptan el estado de las cosas o viven un duelo que se considere excesivo, alejado de lo convencional. Los escarmientos contra estos apegos presuntamente patológicos toman múltiples formas, relativamente previsibles en el cine de terror de ouijas e invocaciones que se vuelven en contra del convocante. En Insidious 3, por ejemplo, una chica invoca al espíritu de su madre y atrae un fantasma malévolo.

En la novela Cementerio de animales, el escritor estadounidense Stephen King planteó una sórdida historia sobre las reacciones de un padre de familia que descubre un lugar donde se puede resucitar a los muertos. Primero, reanima a un gato para no apenar a su hija. Posteriormente, sube las apuestas a causa de la pérdida de uno de sus descendientes. Una de las frases más recordadas del libro, “sometimes dead is better” (a veces, muerto es mejor), podría considerarse un ejemplo de mensaje de resignación extrema, justificada por motivos argumentales y quizá con ánimo más pesimista y provocador que moralizante.

La historia juguetea con mitologías diversas (el zombi, el poseído, el Wendigo). King ofreció una narración rotunda y angulosa poblada por personajes relativamente complejos. El protagonista, por ejemplo, comete actos desesperados para conservar a su familia, pero inicialmente se muestra irritable y tiene fantasías de abandonar a los suyos para vivir la libertad del hombre solo.

El libro se ha convertido en dos películas, además de una secuela de la primera de ellas. En ambas adaptaciones, Louis pasa a ser un padre siempre amoroso que acaba trastornado por el duelo... y por los sucesos desatados al utilizar el suelo de un cementerio indio abandonado. Su esposa, Rachel, es una mujer traumatizada por la muerte de una hermana.

La nueva adaptación está firmada por Dennis Widmyer y Kevin Kölsch, realizadores de Starry eyes. El dúo conserva una parte significativa del resumen audiovisual planeado por el mismo King (guionista de la versión de 1989, Cementerio viviente, dirigida por Mary Lambert), pero emplea un tono muy diferente. Además, se reserva unas cuantas variaciones y reorientaciones. La competición entre fidelidades es discutible. Para empezar, la novela y la primera película no siempre estaban en sintonía: si el libro iba muy en serio, algunas estridencias estilísticas propias del terror fílmico de los ochenta no ayudaban a traducir esa seriedad en imágenes.

King vuelve a estar de moda

Stephen King, escritor prolífico e influyente, fue una fuente inagotable de productos audiovisuales en los años 80 y 90. Estas adaptaciones llegaron a parecer un subgénero en sí mismo, aunque los resultados fuesen desiguales y a menudo poco afortunados. Tras algunos años en que las versiones cinematográficas con ciertas ambiciones (La niebla, la remozada Carrie) se alternaban con producciones de serie B, parece que el escritor de Maine vuelve a reinar tras el éxito rotundísimo de la nueva It y la producción de la serie Castle Rock o el largometraje El juego de Gerald.

El tronco bibliográfico del autor se ramifica en versiones de enfoques diversos. Sin ir más lejos, Cementerio de animales se distancia de una It más apegada al recurso del sobresalto. La cinta de Andrés Muschietti (Mamá) seguía más al pie de la letra las convenciones del terror de multisalas reciente, añadiendo algunas pinceladas gore al consabido carrusel de sustos para (casi) todos los públicos.

Cementerio de animales se asemeja a It en un cierto vaciado del humor oscuro habitual en la bibliografía de King. Widmyer y Kölsch apuestan por un terror de ceño fruncido, que parece buscar a un público amplio y adulto sin abusar del jump scare. Y, a pesar de las posibilidades nostálgicas de adaptar a un peso pesado de los ochenta (véase el laberinto de influencias cruzadas establecido entre It, Stranger things y la nueva It), renuncian a jugar esta carta. No se detecta ni rastro de un revival de las formas del terror de la época.

Sus responsables liman algunas aristas de la película firmada por Lambert. Podemos acusar de timoratos a Widmyer y Kölsch por alterar uno de los elementos más perturbadores del original, aunque quizá esto sirva para sorprender a los conocedores de Cementerio viviente y prepararles para otros cambios, o de pasteurizar y sosegar un filme previo más enloquecido y sangriento.

A la vez, más de un espectador respirará aliviado al ver que el fantasma que sigue a los protagonistas ya no parece una hada buena lindante con la figura de un secundario cómico. También puede ponderarse la interpretación de Jason Clarke (El escándalo Ted Kennedy) en el rol protagonista, en comparación con el trabajo actoral algo histriónico de Dale Midkiff.

Cementerio de animales supone, por tanto, una escenificación circunspecta de las fantasías terroríficas de King. El humor negro explícito en adaptaciones como Sonámbulos permanece soterrado en favor de un enfoque sostenidamente inquietante. El resultado pierde parte de la carnalidad de Cementerio viviente en favor de un enfoque espiritualista, en sintonía con un terror fílmico actualmente copado por las posesiones diabólicas y las permanencias fantasmagóricas. A cambio, ofrece una experiencia con bastante potencial atmosférico, aunque quizá demasiado estandarizada como para justificar comparaciones con El resplandor kubrickiano.

¿Familia, qué familia?

Como en Hereditary, no estamos ante una película visceral que conecte de manera obvia con la vertiente más agitadora y revulsiva de las pesadillas cinematográficas. Tampoco se nos ofrece un retrato especialmente complejo del miedo a la muerte o el duelo, por mucho que algunos diálogos proyecten un aires a debate sobre la gestión de la mortalidad humana y la posible necesidad de una fe que puede ser ilusoria.

Aún así, como la misma Hereditary, Cementerio de animales es una de los terrores recientes de difusión masiva que retuerce el conservadurismo político que proyecta el miedo mainstream actual, aunque no necesariamente se enfrente ni choque con este. De nuevo, como ya hemos visto en la ya mencionada Insidious 3, Exorcismo en el Vaticano o la española Verónica, la pérdida de un miembro de una familia nuclear (con sus cónyuges heterosexuales) y el duelo consiguiente son el detonante de una serie de acciones que conducen a la amenaza del conjunto de la familia. La moraleja posible es que solo una familia nuclear normativa está a salvo y puede cooperar en un mundo lleno de amenazas y competitividades externas.

Como manda el original de King, esta vez sí hay sangre (sin grandes excesos gore) y muertes, a diferencia de las agitaciones sobrenaturales sin grandes consecuencias reales propias del notable díptico Expediente Warren. El desenlace, además, proporciona una aparentemente malévola variación de estas historias de familias amenazadas, de una manera clásica que puede recordar abstractamente a los juegos posmodernos de Nosotros.

La familia protagonista se va convirtiendo en una versión distorsionada de la inicial, hecha de cuerpos lacerados y apuñalados, de muertos vivientes poseídos por fuerzas misteriosas. Si Nietzche escribió sobre abismos que devuelven la mirada, Cementerio de animales nos acaba mostrando una imagen de la familia reflejada en un espejo deformante. El dramático desenlace de la novela se reconfigura para resultar perturbador de una manera menos psicológica y más sobrenatural, pero potencialmente efectiva que nos vuelve a subrayar que quizá “dead is better”.