El documental que destapa las locuras de los terraplanistas

2020 es el año elegido para la que, según los terraplanistas, será la “aventura más grande y audaz hasta la fecha”. Un crucero zarpará con la intención de demostrar que la Tierra no es redonda, sino un gigantesco disco bordeado por una pared de hielo. Ni Polos ni forma circular. Como si fuera Juego de tronos, defienden la existencia de un colosal muro de 60 metros que nos separa del abismo. Los participantes en esta aventura ya se enfrenta un primer problema: las cartas náuticas están diseñadas con la curvatura del planeta en mente.

A pesar de que rebatir a Copérnico o Isaac Newton no parece algo demasiado propio de este siglo, la realidad es que una amplia comunidad continúa mirando con escepticismo teorías como la heliocéntrica o la gravitatoria. Tampoco se creen “lo de los dinosaurios” y aseguran que es todo una invención, a la vez que defienden que los humanos “no venimos de los monos”. Son algunas de las locas afirmaciones que se pueden escuchar en el documental La Tierra es plana, dirigido por Daniel J. Clark y recientemente estrenado en Netflix.

El reportaje se adentra en una amplia comunidad norteamericana de terraplanistas que señalan a los gobiernos y a la NASA como principales artífices de este gran engaño. Pero sus seguidores, al contrario de lo que se podría pensar, no son un grupo reducido. Han ido sumando adeptos hasta organizar una Conferencia Internacional de Tierra Plana celebrada en Colorado en 2018.

La polémica ha llegado incluso al ministro y astronauta Pedro Duque, que fue cuestionado al respecto por un youtuber con más de 300.000 seguidores: “La gente cree que la Tierra es plana e inmóvil porque así lo indica el método científico y la simple observación. La Tierra bola, en cambio, está basada en teorías que jamás se han comprobado y en imágenes fraudulentas creadas por ordenador”.

El político, protagonista de varias misiones al espacio exterior, terminó preguntándose con impotencia cómo se podría ayudar “a estos miles de personas a los que tienen engañados (y seguramente les sacan dinero)”. Es ahí donde radican las fake news: cuesta mucho más desmontar una mentira que difundirla, por muy loca que sea.  

Es lo que también parece preguntarse el documental de Clark, que en lugar de cuestionar a los terraplanistas busca introducirse en sus vidas para intentar comprender cuál es el motor de su creencia. “Me hice terraplanista porque intenté desmentirlo. Todos hemos pasado eso”, afirma Mark Sargent, protagonista del reportaje y uno de los principales líderes del movimiento.

Asegura que se pasó nueve meses investigando con “rigurosas” pruebas. Una de ellas, consistió en observar una página de vuelos en tiempo real para verificar si alguno cruzaba el océano Pacífico o Índico, pero pasaron las horas y “no encontró ninguno”. Finalmente, decidió subir un vídeo para contar un hallazgo que acabaría viralizándose y convirtiéndole en una especie de gurú.

Según Sargent, el Sol y la Luna “no son más que luces en el cielo” y la Tierra no es “un globo girando a miles de kilómetros por hora”, sino un gigante terrario como un plató de Hollywood comparable a la película El show de Truman. ¿Su prueba? Que si mira al horizonte puede distinguir otras ciudades: “Esos edificios que ves a lo lejos son de Seattle, si hubiera curvatura no los veríamos”, asegura. Para él, un experto astrofísico como Neil deGrasse Tyson se ha convertido en “aquel que no debe ser nombrado”, ya que les señaló como un movimiento antintelectual al límite de la civilización.

No es el único personaje peculiar. Nathan Thompson se dedica a botar pelotas de ping-pong sobre martillos con cuidado para que no caigan al suelo y, en sus ratos libres, a divulgar el terraplanismo. “Esta es la obra maestra de Edward Hendrie, La mayor mentira de la Tierra. Os voy a leer el índice brevemente”, dice mientras conduce su coche sosteniendo el libro con una mano y el volante con la otra. El merchandising de lo que algunos consideran una doctrina tampoco se queda atrás. Fabricaron raquetas, relojes, mesas de café y, por su puesto, mapas artesanales con la Tierra en forma de disco. Incluso hay grupos de citas solo para terraplanistas.

El documental no escatima en contrastar sus teorías con los datos aportados por físicos, psicólogos e incluso astronautas como Scott Kelly, que vivió durante un año en el espacio. Sin embargo, aunque la evidente ironía de algunas situaciones resulta inevitable, no se usan las figuras de estos expertos para ridiculizar el discurso de los otros. “Nos cuesta no mirar con superioridad. A veces la única forma de cambiar la opinión de alguien es avergonzarlo, pero creo que ese debe ser el último recurso”, considera el físico Spiros Michalakis.

Algunos de los terraplanistas son empujados al margen de la sociedad. Se divorcian, pierden amigos o dejan de hablarse con familiares, lo cual les deja doblemente aislados: si pierden la fe ya no les quedaría muchas otras opciones para relacionarse. No por ello, como apunta Kelly, hay que obviar el problema de quienes “intentan desacreditar principios científicos” y además divulgarlo al resto. Mark Sargent es consciente de la crítica, pero sigue una lógica común de los extremismos basada en el “es bueno que hablen, aunque lo hagan mal”.

División dentro del propio tierraplanismo

El gurú de los terraplanistas explica que el movimiento está dividido en dos facciones: los que creen que el cielo está cubierto por una cúpula (la mayoritaria) y los que no. También existen guerras internas para desacreditar a algunos miembros como la de Matt Boylan, quien acusa a Sargent de estar en nómina por el gobierno en colaboración con Hollywood. Para participar en este documental llegó a pedir 5.000 dólares, el 12% del beneficio, el control creativo y que dijeran que su “enemigo” era un ejecutivo de Warner.

Otra que sufrió las consecuencias fue Patricia Steere, que se dedicaba a grabar programas de radio con miembros reconocidos de la comunidad. La acusaron de ser reptiliana, de beber su propia sangre e incluso de pertenecer a la CIA simplemente porque las siglas de la agencia coincidían con las tres últimas letras de su nombre. Todo encajaba.

Steere fue víctima de la misma lógica según la cual sostienen su teoría. En lugar de partir de una hipótesis y buscar pruebas para demostrar su veracidad, recopilan datos que sostengan su propio dogma. Es lo que se comprueba en los últimos minutos del reportaje. Probablemente, los más surrealistas y representativos de todo este pensamiento.

El denominado como “experimento de luz” consistía en instalar tres postes a nivel del mar y disparar un láser desde un extremo para comprobar la altura del terreno entre ambos. No obstante, la prueba falla porque a tanta distancia la luz se dispersa y el haz se hace demasiado grande como para usarlo de referencia. Lo intentan de nuevo, esta vez con dos paneles agujereados por el que debe pasar la luz de una linterna. Tiene sentido: si quien sostiene el foco al otro lado necesita elevarlo para compensar la curvatura, entonces la Tierra es redonda. Al final, es lo que ocurre. “Interesante, muy interesante”, se limita a decir el terraplanista. Como era de esperar, el test no fue dado por válido.