El 4 de febrero los largometrajes vencedores en los Goya volverán a copar portadas y titulares. El cortometraje se tendrá que conformar con algún pie de página. De hecho, no hace tanto tiempo que la Academia de Cine estuvo a un paso de retirar las categorías de cortos de la ceremonia.
Es cierto que ha llovido desde entonces, pero es un hecho bastante definitorio: el cortometraje español no parece gozar en nuestro país de la salud que tiene fuera. El pasado martes se daban a conocer los nominados a los Oscar y un corto español se colaba entre los que optaban al premio más importante de la industria. Timecode, dirigido por Juanjo Giménez, se convertía en la única película que había conseguido llegar hasta ese punto de la carrera. Ahora le toca ganar.
Desde que El Laberinto del fauno estuviese a un paso de ganar el Oscar a mejor película de habla no inglesa, hace diez años, ningún otro largometraje ha conseguido cruzar el charco y competir en los Oscar. En cambio, nada menos que cinco cortos han aspirado a la estatuilla. En ficción probaron suerte 7:35 de la mañana, Binta y la gran idea, Éramos pocos y Aquel no era yo. En animación lo hizo La dama y la muerte; y muy cerca de la alfombra roja se quedó el corto documental Minerita. En cambio, aquí se tienen que conformar con una parte muy pequeña de las ayudas a la creación, tienen que batallar por las ventanas de distribución y por una difusión digna de la calidad de las propuestas realizadas.
¿Cómo es la industria del corto español?
Nuestro Gobierno no lo sabe con certeza. En España no existe ningún registro oficial que recoja todos los cortometrajes que viajan por festivales y muestras. Como bien refleja el informe Situación del cortometraje en España realizado por el director y divulgador del mundo de este formato Eduardo Cardoso, el anuario del ICAA se torna insuficiente porque solo da cabida a aquellos filmes que han podido calificarse.
Un trámite que en 2013 solo formalizaron 237 trabajos. Algo que no cuadra demasiado con los que se presentan en algunos festivales del sector: en las ediciones del mismo año, los datos que maneja el informe dicen que en festivales como Alcine, o Cortogenia se presentaron casi setecientas películas cortas y al Notodofilmfest 1.226 películas.
¿Qué pasa con todas esas películas que no quedan reflejadas en los datos oficiales? La ausencia de respuestas es un síntoma de la falta de preocupación de las instituciones por el formato. “Realmente hacen falta datos a la hora de comparar nuestras cifras con las de otras cinematografías”, explica Pepe Jordana, gran conocedor del sector y coordinador de una de las iniciativas más remarcables de este tipo de cine en nuestro país: El día más corto.
“Es una inversión que se tendría que hacer para conocer la situación real de nuestro mercado. No puede ser que el Ministerio de Cultura hable de que se hacen algo más de doscientos cortos y nosotros de cuatro o cinco veces más”, explica Jordana. Esto entraña un riesgo claro: “Si para el Ministerio solo existe una pequeña parte de la producción, las medidas de protección de nuestro patrimonio cultural se aplicarán solo a esa pequeña parte”.
“Los subvencionados”
Algo que pesa sobre la industria del cine español, independientemente de su formato, es la coletilla de que su trabajo goza del privilegio eterno de la subvención constante. Parte de las ayudas al cine español se quedaron bloqueadas en julio de 2016 por el adelanto del cierre presupuestario. Méndez de Vigo desbloqueó finalmente en noviembre de ese año otros 10 millones de euros asignados para largometrajes. Pero los cortos se quedaban todavía sin una sola dotación.
Si no fuese por el trabajo reivindicativo y visibilizador de entidades como la Asociación de la Industria del Cortometraje (AIC), la Coordinadora del Cortometraje Español, o la Plataforma de Nuevos Realizadores (PNR) -la más longeva de las tres-, no se hubiese producido la corrección. Finalmente, en diciembre de 2016, el Ministerio asignaría 850.000 euros a las ayudas al corto.
Para Miguel Parra, Vicepresidente de la Coordinadora del Cortometraje Español, el formato no se debería compara constantemente con el alcance de las películas que duran más. “Esto no es ninguna batalla contra el largometraje. Hay que tener claro que defendemos la visibilidad del corto pero en ningún caso en detrimento de otros formatos”.
“Sólo hace falta compararnos con otras cinematografías vecinas. Francia, Alemania, Inglaterra o Portugal: nos dan sopas con honda en este sentido”, explica Pepe Jordana. “Si vemos lo que invierten en cultura estos países... no se entiende lo que pasa aquí”. Para explicarlo, Jordana utiliza un ejemplo muy visual. “Es como la energía solar: en España tenemos sol 350 días al año, pero Alemania produce más energía solar que nosotros. ¿Por qué? Pues es un misterio. Lo mismo pasa con el corto”, afirma.
“Yo siempre digo que los cortometrajistas son los 'verdaderos emprendedores' del cine español. Nos siguen llamando subvencionados, cuando resulta que sin subvenciones seguimos haciendo películas, cada vez más y mejor”, defiende Jordana. “Siempre entendiendo que hacer un cortometraje no es barato: no estamos hablando de subir un vídeo a YouTube, estamos hablando de hacer cine de corta duración”, añade.
Pero no solo de pan vive el hombre, si se quiere tener una industria cultural sana hay que fomentarla. Y eso no se consigue sólo sacando con urgencia y de la manga unas ayudas con las que calmar los ánimos.
“Cuando hablo de ayudas no hablo de subvenciones”, explica Pepe Jordana. “La ayudas pueden ser muchas: desgravaciones fiscales, ayudas a la hora de contratar, formación, difusión... No estamos hablando de 'dame dinero para producir'. Hablamos de un sector que tiene un potencial enorme y no lo estamos aprovechando”, sentencia.
Para Miguel Parra, la difusión es una batalla constante. “En el ámbito estatal no conseguimos entender por qué -por ejemplo- Televisión Española no participa más del mundo del cortometraje”, defiende. “Entendemos que las televisiones públicas deberían implicarse más en este mundo. Versión Española organiza un concurso y lo agradecemos, pero a grandes rasgos sería de agradecer una mayor implicación”.
Ante la falta de difusión por parte de las instituciones, la industria se mueve. Iniciativas como El día más corto consiguieron el pasado 21 de diciembre realizar 356 proyecciones por toda España y llegar a más de 30.000 personas, fomentando la visión y el consumo de cortometrajes y triplicando los resultados del año anterior.
Miguel Parra cuenta que “no hay más que irse a cualquier festival para ver la calidad de las propuestas”. En España se celebran 333 certámenes dedicados a este formato. “Allí te das cuenta de que la sensación del público que es más que buena. La gente que es profana al medio, cuando la animas a dar el paso y asistir a una proyección de cortos, sale impresionada”, cuenta el Vicepresidente de la Coordinadora del Cortometraje Español.
Para Pepe Jordana, el tema es triste. “La conclusión es que esto clama al cielo”. Según él, “la política oficial a nivel de protección de un bien cultural que arrasa fuera, parece ser que en vez protegerla la estamos maltratando. Y esto es una situación que no se entiende. Es una cuestión de futuro: el corto es el cine del mañana y esta situación no se puede comprender”, reflexiona el coordinador general de El día más corto.
Un formato con mucho presente y más futuro
De la calidad y el alcance del corto español dudan pocos. ¿Ejemplos? Cuerdas, de Pedro Solís, tiene el Récord Guinness al Corto de Animación más premiado, y Porque hay cosas que nunca se olvidan, de Lucas Figueroa, ostenta el mismo título en ficción. Lo que tú quieras oír, de Guillermo Zapata, es el corto español más visto en YouTube. Y ahora, Timecode ha logrado una nominación al Oscar. Pero antes ya hizo lo que no ha podido ningún largo español desde Viridiana -en 1961-, hacerse con una Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Para Juanjo Giménez, el director de Timecode, el corto español goza de muy buena salud. “Sí que es cierto que muchos festivales fuera de España aprecian realmente lo que les llega de aquí. Los programadores esperan productos españoles porque saben que son de gran calidad”, nos cuenta. “Pero tampoco quiero decir que aquí no se aprecie: hay un montón de gente que está deseando ver cortometrajes y se ve en lo potente que es el circuito de festivales de este formato aquí”, puntualiza el realizador, al que entrevistamos en pleno boom mediático por su nominación al Oscar.
Juanjo Giménez cuenta que el formato tiene unas posibilidades de las que una producción de los filmes de más duración carecen. “La presión financiera y el dinero que exige normalmente un largo afecta a lo que se explica y a la intención creativa”, describe. “No es lo mismo tener detrás a gente que está esperando el retorno de una inversión, que a gente que haya invertido algo mucho más modesto que te permita esa libertad”.
“Esta libertad te lleva a experimentos o a puntos de vista que en un largometraje son mucho más difíciles de alcanzar. La diversidad creativa en el corto es mayor por muchos motivos”, defiende el realizador.
Miguel Parra coincide: “el formato del cortometraje es mucho más arriesgado en sus apuestas temáticas y formales. De hecho, ha sido el corto el que realmente ha narrado la historia de la crisis. Los problemas sociales y económicos a pie de calle los ha recogido este formato infinitamente más que los largometrajes comerciales”, cuenta Parra.
El único nombre español que compite en los Oscar nos cuenta que él prefiere trabajar en lugar de dar puñetazos en la mesa. El cine de corta duración no puede ni debe lamerse las heridas. “Intento huir de las lamentaciones conscientemente”, cuenta. “No quiero aparecer en los medios como un cineasta que se queja. Tenía un profesor cuando estudiaba cine, Jose Luís Guerín, que decía que la palabra 'cineasta' y la palabra 'queja' no deberían aparecer nunca juntas. He decidido que debo dar mensajes positivos. Quiero demostrar a la gente que con buenas películas vas hacia adelante”, defiende Juanjo Giménez.
“Es una batalla ardua pero creemos que la hay que librar”, opina Miguel Parra. “Creemos que es un formato con mucho futuro. Más del que podríamos imaginarnos: puede que en estos tiempos de la celeridad, el cortometraje sea el tipo de historias que más se consuma. Hay miles de historias que descubrir en apenas unos minutos”, concluye Parra.
Para Pepe Jordana, hay que seguir en la trinchera porque la industria está recibiendo el tipo de reconocimiento que merece... paulatinamente. “Aunque haya crisis y falten ayudas, el corto español cada vez va consiguiendo más cosas. Es alucinante. Tenemos un corto con una Palma de Oro en Cannes y que va a los Oscar, y no ha sido el único en los últimos años. Nos quejamos pero por otra parte nosotros estamos haciendo nuestra parte”.
El próximo 4 de febrero se celebra la gala de los Goya y las categorías dedicadas al cine de corta duración celebrarán que son premiados con la visibilidad y el reconocimiento que merecen. Esperemos que tengan fuerzas para seguir trabajando contra viento y marea.