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Gurugú Fútbol Club

Un grupo de inmigrantes juega al fútbol en el monte Gurugú/ Blasco de Avellaneda.

Jesús Blasco de Avellaneda

Nador (Marruecos) —

Cuando uno mira, en un día despejado, el monte Gurugú en todo su esplendor, no puede dejar de pensar en cómo se las arreglarán allí esos chavales para superar cada día sin desfallecer. En cómo puede un chico dejarlo todo, viajar miles de kilómetros y sobrevivir en un campamento empedrado, a la intemperie, cercado por hombres armados que vigilan todos sus movimientos y observar cada día, a escasos cientos de metros, el soberbio vallado, la última frontera; y la vida, la ansiada vida, más allá de las alambradas.

En esas condiciones, el día a día se desenvuelve en torno a funciones básicas de supervivencia. La alimentación, por ejemplo, se convierte en todo un ritual en donde hay asignada una persona para cada proceso. Están los que se levantan temprano y bajan a comprar pan con el poco dinero que puedan tener y los que van al zoco de Beni Enzar a mendigar en las casquerías y los puestos de fruta y verdura. También hay algunos que andan a por agua, otros que recolectan ramas de acebuche para hacer con ellas infusiones. Siempre hay algún manitas de los fogones que sabe rodearse de sus generosos pinches e incluso está el glotón del campamento.

En los asentamientos situados a menor altitud, la tarea principal es la de vigilancia. Los que allí subsisten son los encargados de velar por todos los que se esconden más arriba. Suelen ser los más veteranos, los que más tiempo llevan en el bosque. La mayoría duermen en cuevas y casi todos provienen de Camerún.

Sin embargo, el resto de campamentos están dispuestos como pequeñas ciudades de paso. Hay espacio para descansar, para cuidar de los enfermos, para comer, para rezar o para dormir. Siempre hay algún camarada que hace de peluquero, otro que intenta hacer las veces de médico o enfermero; está el que da las noticias al resto, el que enciende el fuego, el que corta la leña o el que remienda los ropajes. Pero, aunque parezca mentira, lo que no puede faltar en ninguno de estos emplazamientos es un campo de fútbol.

El fútbol les une

Ningún campo cumple las medidas reglamentarias y, en la mayoría de los casos, ni siquiera hay ramas, árboles o piedras que hagan las veces de portería, pero, en todos los asentamientos ocupa el lugar central. Es, sin duda, la instalación más importante de todas y la que demanda un mayor espacio.

En estos campamentos conviven hombres de diversas edades venidos de más de diez países distintos. Algunos son licenciados o ingenieros y en cambio otros no saben leer ni escribir. Pero, prácticamente todos se encuentran y se retan de igual a igual en el campo de fútbol.

El balón comienza a rodar al amanecer y no cesa de correr hasta bien entrada la noche. Parece una burla del destino pero, el esférico que utilizan en el campamento más numeroso -recogido de la basura- tiene impresas las banderas de los países europeos.

Todos, absolutamente todos juegan al fútbol y son seguidores de las principales ligas europeas. Muchos son forofos del Real Madrid, otros los son del Chelsea o el Manchester. Hay quienes siguen a un equipo simplemente porque en él juega un futbolista africano. Pero no cabe duda de que el equipo con más afición en el monte es el Barça.

Adama, un joven maliense de apenas 16 años, luce orgulloso la equipación del Fútbol Club Barcelona que encontró en un puesto de ropa de segunda mano, cerca de la frontera con Melilla. Él sabe que nunca llegará a jugar junto a Iniesta o Xavi, ya que confiesa que no es muy ducho con las piernas, pero sólo imaginarse siendo un gran jugador de balompié le vale para olvidar que está tirado en un frío y desolado monte a miles de kilómetros de sus padres.

Mantenerse activos

El fútbol es para ellos un deporte que les mantiene activos y en forma. Es su entretenimiento, su pasión, su vía de escape para aguantar las largas horas de hambre, de espera y de incertidumbre. Es el deporte rey en África y, en los campamentos de inmigrantes subsaharianos al norte de Marruecos, se ha convertido en la gasolina del motor de la esperanza que todos ellos llevan dentro.

Mohamed, un veterano senegalés, cuenta que el Gurugú es para los subsaharianos una república independiente en donde el fútbol no sólo es el deporte rey, sino una forma de entender la vida. Y, como toda república, el monte necesita un presidente. Ellos han nombrado -eso sí, entre risas- al futbolista Samuel Eto'o.

Eto'o representa para ellos la plenitud de los sueños y ambiciones que anhelan. Es camerunés de la etnia bassa, como la mayoría de los subsaharianos que pueblan el monte. Comenzó jugando en el modesto Kadji Sports Academy de su país y ahora es uno de los mejores delanteros del fútbol mundial. Lo ha ganado todo con su selección y con los mejores clubes del mundo sin olvidar nunca de dónde viene y sintiéndose siempre orgulloso de ser africano.

“Es nuestro referente. ¿Qué joven africano no quiere ser Eto'o? Él es uno de los más grandes y para nosotros es un ídolo, un orgullo”, comenta Yusuf, un camerunés con un dominio muy notable del balón.

Incluso minutos después de que las Fuerzas Auxiliares marroquíes abandonen el bosque, después de peinarlo durante horas en una de sus violentas redadas contra inmigrantes, y cuando todavía muchos camaradas permanecen escondidos, el balón ya empieza a rodar. Muchos no ingerirán más alimento que una infusión o un chusco de pan, pero todos esperan su turno para dejar atrás el sufrimiento en cada patada y soñar un futuro mejor con cada gol.

El fútbol, en el Gurugú, es un juego muy simple: un número indeterminado de hombres corren detrás de un balón durante todo el día y, al final, siempre gana la esperanza.

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