La llamada dieta keto, o cetogénica, recibe su nombre de la cetosis, un proceso metabólico que ocurre cuando el cuerpo quema grasas en lugar de carbohidratos. Aunque pueda parecer bastante nueva, se empezó a poner en práctica en la década de 1920 como tratamiento para personas con epilepsia después de que una investigación demostrara que el ayuno reducía la actividad convulsiva. Este tipo de alimentación, más allá de las aplicaciones clínicas y usos terapéuticos, es una de las dietas de pérdida de peso con mayor interés de los últimos años.
¿Qué es la dieta cetogénica? Como explica la Doctora Clotilde Vázquez, jefa del Departamento de Endocrinología de los hospitales universitarios Fundación Jiménez Díaz, Rey Juan Carlos, Infanta Elena y General de Villalba, “la dieta keto supone un cambio muy drástico en lo que llamamos la alimentación saludable, que sería el patrón de dieta mediterránea”. Pero su “uso no se puede generalizar sin un control porque puede producir efectos secundarios nada deseables”, advierte Vázquez.
Cómo funciona la dieta cetogénica
La dieta cetogénica tiene tres rasgos fundamentales, dos de ellos son claves: es un patrón de alimentación rico en grasas y bajo en carbohidratos, tanto simples —azúcar de mesa o miel— como compuestos —harina, pan o arroz—, y moderado en proteínas. Difiere, por tanto, de las recomendaciones generales de una alimentación saludable.
El objetivo es que el cuerpo entre en un estado llamado cetosis, que es cuando las reservas de grasa empiezan a descomponerse para ser usadas como fuente de energía en lugar de usar carbohidratos. Estos cuerpos cetónicos son compuestos metabólicos que se generan en el organismo como respuesta a la falta de reservas de energía.
Por tanto, se ingiere mucha grasa —casi el triple de lo que recomiendan autoridades sanitarias como la Organización Mundial de la Salud—, sin ninguna restricción de las calorías, y se limita el consumo de hidratos de carbono. Aunque no hay un dato exacto, esta restricción suele ser de menos de 50 gramos de carbohidratos al día, una cifra muy inferior a lo que solemos ingerir de forma habitual si tomamos como referencia algunas de las cantidades diarias estándares: una ración de legumbres cocidas tiene 20 gramos, o un plato de arroz, unos 40 gramos de hidratos de carbono.
La otra manera de aumentar los cuerpos cetónicos es, como apunta Vázquez, hacer ayuno, comer menos de lo que se necesita y, además, como hemos indicado, comer muy pocos hidratos de carbono. Los cuerpos cetónicos vienen de la oxidación de nuestra propia grasa. Si los carbohidratos son la principal fuente de energía de nuestro cuerpo, y no tenemos suficiente cantidad, el cuerpo descompone la grasa en cetonas, que se convierten entonces en la principal fuente de combustible para nuestro cuerpo y proporcionan energía al corazón, los riñones y otros músculos y como fuente de energía alternativa para el cerebro.
Por tanto, se trata de algo útil en determinadas circunstancias, como para perder peso, “aunque su uso no puede generalizarse sin un control porque puede provocar fatiga, hipoglucemia y otros efectos secundarios nada deseables”, advierte la Doctora Vázquez.
Qué alimentos incluye la dieta cetogénica
Aunque no hay un solo modelo de dieta cetogénica, todas las versiones priman el consumo de alimentos ricos en grasas y proteínas, como huevos, pescado, carne, marisco, grasas y aceites, verduras bajas en carbohidratos como lechuga, brócoli o espinacas, lácteos como queso parmesano, frutos secos y algunas frutas con poco contenido de azúcar, como fresas o arándanos.
En cambio, para alcanzar un estado de cetosis prolongado debe limitarse el consumo de pan, patatas, pasta o arroz —ricos en hidratos de carbono—, refrescos azucarados, helados o cereales ricos en azúcares, salsas y aliños o alimentos almidonados como el cuscús.
La mayoría de los planes cetogénicos permiten el consumo de alimentos ricos en grasas saturadas, como carnes procesadas y mantequilla, así como fuentes de grasas insaturadas.
¿Qué le puede pasar al organismo con una dieta cetogénica?
Como hemos visto, la falta de hidratos de carbono hace que agotemos nuestras reservas de glucógeno y provocamos que las grasas se conviertan en el principal combustible del organismo. Y esto puede tener consecuencias metabólicas a la vez que pueden aparecer efectos como “mala digestión, estreñimiento, flatulencia, distensión y otros trastornos digestivos”, advierte Vázquez.
Una dieta rica en grasa saturada, por otro lado, es “un factor de riesgo para desarrollar ateromas, la lesión que se produce en nuestras arterias y que define la aterosclerosis, una enfermedad silente que acaba produciendo estrechamiento de las arterias, cardiopatía isquémica, infarto, angina de pecho, entre otras”, y que, lo más peligroso de todo, puede pasar desapercibida.
Aunque no estamos frente a una dieta milagro exprés para perder peso, sí hay estudios que confirman que las dietas bajas en carbohidratos en general, y la dieta cetogénica en particular, ayudan a perder peso a corto y medio plazo y mejoran algunos marcadores como el azúcar en sangre o la grasa abdominal. Sin embargo, también es cierto que no es recomendable para todo el mundo ni para seguirla durante un largo periodo de tiempo porque su eficacia solo se ha demostrado a corto y medio plazo. De ahí que la dieta cetogénica requiera una planificación cuidadosa y la supervisión de un profesional.