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Lo castizo, según la Generación Z: cómo reconectan los jóvenes con la tradición en La Paloma y otras fiestas de Madrid

Imagen de archivo con el arranque de las fiestas de La Paloma en 2017.

Guillermo Hormigo

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La típica estampa de las fiestas populares en Madrid suele ser una pareja entrada en años, él de chulapo y ella de chulapa, bailando un chotis. La alternativa es quizá una imagen más familiar, por ejemplo un padre acompañando a su hijo pequeño e introduciéndole en estas celebraciones castizas. La gente joven queda en tierra de nadie, como mucho vinculada a botellones como el de San Isidro. Pero ¿están tan fuera de la tradición mientras la cultura pop se nutre constantemente de ella? Coincidiendo con las fiestas de San Lorenzo, San Cayetano y La Virgen de la Paloma, en Hoy Se Sale hemos pensado que lo ideal es que ellos mismos respondan a esta pregunta.

Empiezan hablando de sus primeros contactos con las verbenas. Alberto (Majadahonda, 2000) cuenta que sus padres le llevaron alguna vez a La Paloma, pero a sus 22 años ya lo ve como un recuerdo lejano: “Sí me acuerdo de los banderines, de la decoración en los techos, los pañuelos típicos o los trajes tradicionales madrileños. No me viene ninguna imagen de las procesiones, por ejemplo, normalmente íbamos a tomar algo algún día y ya está”.

Los padres de Luis Carlos (Moratalaz, 1992) nunca fueron mucho de este tipo de celebraciones en la capital. Apunta algo vital para entender la idiosincrasia de las verbenas de agosto, unas fiestas madrileñas cuando menos madrileños hay en Madrid: “Nunca estábamos, nos íbamos todo el mes de agosto al pueblo [Pedro Bernardo, Ávila]”. Desde la adolescencia y su primera juventud hasta sus 30 años recién cumplidos (suyo es el punto de vista más millenial que centennial) sí se deja caer más por algunas fiestas, sobre todo las del Pilar y las de Moratalaz, su barrio.

Irene (Canillejas, 1997) es quien más apegada ha estado a las fiestas madrileñas ya desde chiquitita: “Es algo que he vivido siempre en mi casa. Hemos ido mucho a La Paloma y sobre todo a San Isidro, y por supuesto mis padres me compraron de pequeña el traje de chulapa”. Cuando ahora que tiene 25 años asiste a ellas, aunque disfruta de actividades más enfocadas al público juvenil, los conciertos y las cosas del beber en general, valora sobre todo la simbología y la parafernalia que envuelven la ciudad. Lo resume en la idea de “ir a ver gente bailar chotis y entender lo que está pasando”.

Identidad a base de chotis

El chotis es precisamente un nexo de unión entre sus tres relatos. Si el desayuno andaluz de los colegios por el Día de Andalucía ha contribuido a configurar una nueva identidad colectiva y compartida en esta región, algo parecido (salvando las enormes distancias entre una identidad histórica y la otra) podría pasar con las clases de chotis en los centros educativos de Madrid. Los tres las rememoran con motivo de San Isidro. Alberto vive en Majadahonda y ahí el 15 de mayo no es festivo. Por ello, en esa misma fecha lo celebraban con “una especie de verbena” en las aulas, aunque en el resto del municipio no hubiese actos oficiales programados. “Ponían chocolate y bollos y todos íbamos vestidos de chulapos y chulapas”, añade.

Me remueve muchísimo que en el mismo sitio en el que estoy yo con un clavel en el pelo tomándome un mini de vino haya un grupo de señoras superpintonas y vestidísimas o una niña monísima disfrazada de chulapa con sus padres

A Irene el chotis le recuerda irremediablemente a su abuela, que habla mucho de él “y de la chulería madrileña porque ella es de Usera de toda la vida”. Una de las cosas que le encanta de La Paloma es que al haber menos trasiego la gente mayor que practica este baile toma la calle, con más libertad o protagonismo que en otras fiestas como San Isidro. La intergeneracionalidad es justo lo que destaca de las fiestas de Madrid respecto a salir en otros ambientes: “Me remueve muchísimo que en el mismo sitio en el que estoy yo con un clavel en el pelo tomándome un mini de vino haya un grupo de señoras superpintonas y vestidísimas o una niña monísima disfrazada de chulapa con sus padres”.

Opina que algo con menos carácter “identitario madrileño” sería incapaz de reunir todo esto. Y de algo similar habla Luis Carlos cuando menciona un nuevo “orgullo madrileño” que explica un cierto auge de estas celebraciones y que mucha gente prefiera quedarse a las verbenas veraniegas en vez de huir de la ciudad: “Hay un interés por recuperar las tradiciones adaptándolas a los tiempos más modernos

Alberto, que ha abrazado este tipo de festividades por otro camino, no está seguro de que la gente joven en general las siga “a tope”: “Quizás muchos nos acercamos a ellas a través del arte. Una persona a la que le gusta leer sobre Madrid se encuentra todo este costumbrismo, lo más auténtico que tenemos, y llama mucho la atención. Creo que cuando la juventud más ajena llega a esto suele ser por la literatura, el cine o por los grupos más modernos que vienen a tocar”. En su caso, menciona dos películas muy de verbena que le despertaron esta inquietud: La virgen de agosto (2019), de Jonás Trueba y Cielo negro (1951), de Manuel Mur Oti.

Para Luis Carlos la música es influyente además en otro sentido: “Rosalía o C. Tangana han recuperado cosas de la tradición que dimos de lado porque en su momento nos parecían demasiado patrias”. Una cuestión siempre problemática para la que cree que basta aplicar el sentido común: “Evidentemente hay cosas que reconvertir y cosas que desechar, como el maltrato animal que era habitual en muchas fiestas veraniegas, pero hay otras que no hacen daño a nadie y que está bien mantener en el imaginario. Yo no me voy a poner a bailar un chotis, pero me gusta verlos, y cuando sea más mayor querría que los jóvenes de entonces también los vean”.

Luis destaca el caso de La Húngara, que después de colaborar con C. Tangana ha pasado de asociarse con lo hortera o lo pasado de moda a referente de “aquello que dimos de lado hasta que nos dimos cuenta de que mola”.

Irene considera “un tema farragoso” esta reconfiguración de la cultura tradicional: “Yo creo que la obsesión por las raíces nace de una inestabilidad tanto laboral como emocional muy fuerte, junto con un neoliberalismo que lo estetiza todo y lo vacía de contenido. Es complicado no ver ciertas muestras de lo cañí como un simple intento de hacer dinero”. Desde su punto de vista “al final todo recae en la manera en la que cada una vive las fiesta. Una persona que hace música electrónica puede también formar parte de un imaginario madrileño de fiestas desde su espacio sonoro aunque no esté relacionado con la tradición, la cual debemos mantener y apreciar sin renunciar de ninguna manera a cosas nuevas o a personas que se están reinventando”.

Por otra parte, defiende que hay muchas maneras de vivir las fiestas y no todas las razones para ansiar su llegada deben ser estrictamente culturales o folclóricas: “Hay formas de ocio, sobre todo de gente joven, que siguen muy estigmatizadas. Estar impaciente porque llegue el 15 de mayo o el mes de agosto para ir a tomarte unas litros con tus colegas porque quizás no estás en el lugar ni el momento de interesarte por otra cosa también es esperar a las fiestas de Madrid”.

Hacer barrio y crear comunidad

Pese a estos nuevos interesados en las fiestas por los cambios en las dinámicas culturales o algún turista que se topa fortuitamente con ellas, Alberto piensa que “al final va sobre todo gente del barrio”, que además acude “con una mentalidad más tranquila que en otros ambientes: pasárselo bien sin desfasar”. En el caso de San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma son además “su actividad de salvación” frente a la asfixiante y calurosa monotonía del verano: “Los pocos que se quedan van de buen humor porque por fin se lo pueden pasar bien, la gente sale con mangueras o a refrescarse en general y al menos lloran sus penas”.

El apoyo vecinal influye mucho en la sensación de que crece el interés por estas fiestas

Luis Carlos subraya la labor de asociaciones y grupos culturales en las fiestas de Lavapiés o Moratalaz, dos de las que mejor conoce, por acercar las celebraciones a todo tipo de públicos con iniciativas o actividades de distinto tipo y enfocadas a diferentes perfiles: “El apoyo vecinal influye mucho en esa sensación de que crece el interés por estas fiestas”.

En ese sentido, Irene va un poco más allá y recuerda que Madrid no es solo el centro. Hay vida (y fiestas) más allá de La Paloma o San Isidro, en gran medida gracias a la labor de esas asociaciones vecinales de las que se acordaba Luis. “Madrid también es Canillejas, San Blas o Vallecas. El centro sigue siendo un punto muy importante de convergencia cultural, pero también un sitio cada vez más inhabitable”, dice.

Termina con una reflexión que invita a replantearse qué es lo verdaderamente propio de esa identidad madrileña, popular y comunitaria que atrae a muchos jóvenes: “Para un montón de gente de la ciudad son los barrios, mucho más al alcance de ciertas clases sociales, ciertas situaciones económicas y ciertas edades. Este año a muchos les han suprimido las fiestas o les han reducido las ayudas, siendo además los lugares en los que probablemente más gente no pueda permitirse ir de vacaciones en verano. Es importante remarcar ese Madrid más allá de lo cool o lo puro”.

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