En casa de la ilustradora ucraniana Sasha Anisimova nada hace pensar que vive en un país en guerra. Todo parece normal. Cuadros, fotografías y una cabeza de ciervo en 3D decoran las blancas paredes del salón, donde a veces toca el piano. Dispone de luz, agua, calefacción e Internet, lo que le permite teletrabajar sin problemas.
Fuera, sin embargo, aunque hay tiendas y cafeterías abiertas e incluso a veces se puede disfrutar de un pequeño concierto, nada es normal. En Járkov, la segunda ciudad más importante de Ucrania, en el este del país, siguen sonando las sirenas antiaéreas. Los bombardeos rusos han causado cientos de muertes, han dañado la infraestructura civil y han reducido a escombros barrios enteros de esta localidad duramente castigada por la la guerra.
En una videollamada con elDiario.es, Anisimova agradece “estar viva” y “poder contarlo”. “Puedo contar qué está pasando en mi país”, dice.
El día que dio comienzo la invasión ordenada por Vladímir Putin, Anisimova, de 30 años, se despertó con el sonido de las explosiones y solo le dio tiempo a meter algo de ropa y comida en una mochila antes de partir junto a su novio hacia el oeste de Ucrania, cerca de la frontera con Polonia. Después pasaron varios meses en el centro del país y ahora están de vuelta en Járkov, situada a solo 30 kilómetros de la frontera rusa. Su casa, por suerte, sigue en pie y, aunque tiene miedo, ha decidido quedarse y estar cerca de su familia.
“Cuando me voy a dormir pienso que tal vez mañana mi edificio puede ser el siguiente que destruyan, y es horrible, pero así es como vivimos en Ucrania. Ya no hacemos planes de futuro”, dice Anisimova, a la que aún le cuesta creer que esté viviendo esta situación en pleno siglo XXI.
La importancia de lo cotidiano
La invasión rusa ha obligado a esta joven diseñadora gráfica a valorar el presente más que nunca, aunque en realidad fue antes, durante el intenso encierro de la pandemia, cuando se dio cuenta de la importancia de lo cotidiano, de poder pasar un rato con los amigos o pasear tranquilamente por su ciudad.
Por eso ahora, en medio de la incertidumbre y la amenaza de las bombas, ha decidido dibujar escenas cotidianas sobre fotografías de edificios destruidos por los ataques rusos con el objetivo de que la gente “no olvide cómo era la vida antes de la guerra”.
Imagina, por ejemplo, que aún hay vida en hogares destrozados o que muchas personas han dejado atrás, y la recrea a través de siluetas humanas que leen un libro, toman una taza de té, ven la televisión o simplemente se abrazan.
“Al inicio de la guerra una amiga me envió una fotografía de un edificio alcanzado por un misil donde aún se podían ver perfectamente los apartamentos, que parecían cajas. Yo solía pasear con mi perro por ese edificio y me encantaba mirar a los vecinos a través de las ventanas, y ahí me di cuenta de lo que habíamos perdido, de que ya no pasearía de la misma forma y ellos no volverían a cenar en sus casas”, dice mientras sonríe tímidamente.
También ha recreado mascotas, muebles, cuadros o árboles de Navidad, así como muros y balcones que fueron pulverizados. Otras veces, el escenario de sus trazos es el metro donde tanta gente se pudo refugiar tras el estallido de la guerra o una plaza donde sus vecinos solían pasear.
Admite que al principio fue muy duro dibujar en medio de toda esa destrucción, pero cree que con su trabajo “ayuda a que mucha gente se sienta mejor” y por eso lo comparte a través de las redes sociales, una herramienta con la que muchos ciudadanos ucranianos han narrado en directo el horror de esta guerra.
Anisimova, que recibe numerosos mensajes de agradecimiento de sus compatriotas por hacerles recordar cómo eran esas vidas antes de la guerra, piensa que las redes sociales han ayudado a combatir la desinformación y la propaganda difundida por el Kremlin, pues a través de ellas, sostiene, “la población rusa ha podido ver lo que está ocurriendo en Ucrania”.
“Cuando alguien ve que es la propia población, y no los políticos o los medios de comunicación, los que te cuentan qué está pasando es más fácil de creer”, dice. Con sus dibujos a través de Instagram, ella intenta “hablar, transmitir un mensaje y compartir información”.
Mientras la guerra continúa con duros combates en el este del país y sin solución diplomática a la vista, Sasha trata de aferrarse a los instantes de normalidad, aunque los paseos con su perro sean mucho más cortos y apenas se aleje de casa. Lo único que ahora tiene claro es que cuando termine la guerra celebrará por todo lo alto su 30º cumpleaños, el que nunca pudo festejar por la invasión rusa.