Josep Borrell: “Israel es muy dependiente de la ayuda militar de EEUU y algunos países europeos, sin eso no podría hacer lo que hace”
Josep Borrell (La Pobla de Segur, 1947) acaba de dejar el puesto de Alto Representante de la UE para Política Exterior y de Seguridad. Arrancó hace cinco años como jefe de la diplomacia europea, en un mundo al que aún no había llegado ni la COVID-19, ni la caída de Kabul, ni la invasión rusa de Ucrania ni los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la masacre israelí posterior en Gaza. Y tampoco la reciente caída de Bashar Al-Asad en Siria. “Para mí lo más preocupante es la dinámica en Oriente Medio”, reconoce Borrell: “Es un problema estructural: el distinto valor que damos a la vida humana, el distinto valor de la norma según donde y quien la aplique, es algo sobre lo que los europeos deberíamos haber sido más exigentes”.
Borrell, expresidente del Parlamento Europeo y exministro de Exteriores con Pedro Sánchez y de Obras Públicas con Felipe González, inicia una nueva fase personal: “Ahora me gustaría tener más tiempo y, por lo tanto, vivir más despacio”.
Acaba de concluir su mandato como Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Y el mundo hoy parece más peligroso que hace cinco años. ¿Por qué?
Hay que tener mirada larga. Mi llegada al puesto de Alto Representante de la UE en 2019 coincidía con el 30º aniversario de la caída del Muro de Berlín [9 de noviembre de 1989], y lo que está pasando ahora no se puede entender si no se analiza la trayectoria seguida desde entonces. ¿Qué ha ocurrido para llegar donde estamos?
En primer lugar, no haber integrado a Rusia en un sistema político en el que compartir un proyecto de libertad y de progreso: Rusia se ha quedado con sus aventuras coloniales en la periferia –Siria fue la más importante de ellas, seguida por la invasión de Ucrania—, y como suministradora de hidrocarburos.
El otro gran hecho de estas tres décadas es la emergencia de China. No era un actor político entonces, y ahora es un gigante desde todo punto de vista –tecnológico, económico– y con una influencia estratégica superior a la de Rusia.
Y el tercer fenómeno es el resurgir de la identidad, en particular en el mundo musulmán cuya identidad ha sido oprimida y menospreciada.
¿Qué consecuencias ha tenido esto?
Todo eso ha formado un caldo de cultivo en el que ha desestabilizado a las sociedades occidentales. Por una parte, porque las clases medias y trabajadoras se han visto afectadas por la globalización. Y, por otra, por el fenómeno migratorio, que levanta fantasmas en muchos países del mundo occidental. No tanto en España, porque nuestra migración, sin la cual España no podría funcionar, es mucho más asimilable porque proviene en su mayoría de América Latina. Pero en otros países sí se da una polarización en torno a la migración, con una visión distorsionada de África y del mundo musulmán.
En Estados Unidos, por ejemplo, Pete Hegseth, el nuevo secretario de Defensa elegido por Donald Trump, al frente del Ejército más poderoso del mundo, se ha tatuado en el brazo el lema Deus Vult –“Dios lo quiere”–, el grito del Papa Urbano II para llamar a la Cruzada.
En la extrema derecha estadounidense resurge el mito de la Cruzada, como el grito de guerra del cristianismo frente a la amenaza musulmana. Y cuando ves lo que pasa en Oriente Medio, es extremadamente preocupante que el secretario de Defensa de EEUU se tatúe “Dios lo quiere” y reivindique a los cruzados como referentes.
Al final de un largo proceso de deterioro del multilateralismo y del derecho internacional, hemos llegado a una situación en la que los conflictos se resuelven por la fuerza, como es el caso del Cáucaso, Ucrania, Oriente Medio o África.
Las únicas dos regiones del mundo que no tienen conflictos entre Estados son América Latina, donde las sociedades son muy violentas en el interior, pero no tienen conflictos interestatales, y el sudeste asiático, donde tampoco hay conflictos interestatales, si bien viven con la permanente tensión de lo que Pekín considera el mar de la China.
¿Y qué viene ahora?
Ahora nos embarcamos en un momento en el que el comercio se utiliza como arma y lo va a ser cada vez más. Y por eso los países a los que el presidente electo de EEUU, Donald Trump, ve como adversarios por sus balanzas comerciales, tienen razones para estar preocupados.
En el caso de Europa, el país que tiene un superávit comercial más importante con Estados Unidos es Alemania y, como China, es visto por Trump como alguien que exporta sus capacidades excedentes de producción, en detrimento de los puestos de trabajo estadounidenses. Es una actitud muy mercantilista. Pero si Trump hace lo que dijo que iba a hacer, empezará poniendo aranceles a China y a todos los competidores, entre ellos Europa.
Sin embargo, durante un tiempo parecía que las relaciones comerciales servirían para allanar transiciones democráticas o avances en derechos.
Durante muchos años los europeos hemos construido nuestra política exterior sobre la base de una política comercial. Los franceses dicen que el comercio, le doux commerce, dulcifica las relaciones. Pero hay relaciones comerciales que crean dependencias, y las dependencias se pueden convertir en un arma, que es lo que nos ha pasado con el gas ruso o lo que nos puede pasar con los minerales críticos que necesitamos y que tampoco tenemos.
Las excesivas dependencias nos hacen vulnerables. Suelo poner el ejemplo del paracetamol: cuando llegó la COVID-19, en Europa no producíamos un solo gramo de paracetamol. La gente se moría, ibas a la farmacia y no había paracetamol. ¿Por qué? Porque habíamos trasladado toda la producción a lugares más baratos creyendo que el mercado global sería capaz de atender cualquier demanda en todo momento y condición.
De esa crisis aprendimos que la política comercial también tiene que tener como objetivo garantizar la autonomía Aunque tampoco hay exagerar: hemos pasado en la UE de lo que se llamaba cooperación al desarrollo a algo llamado partenariado y, en la nueva Comisión Europea, a que se considere que el objetivo de los partenariados sea abrir mercados a nuestras empresas y garantizar el suministro de materiales críticos. No digo que eso no sea importante, pero da una visión diferente de lo que el mundo espera de una Europa comprometida con el desarrollo.
En todos estos años ha viajado mucho y mantenido reuniones con líderes y ministros de los cinco continentes. Y habrá visto de primera mano las consecuencias diplomáticas de la actitud de la UE en relación con el gobierno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu y la masacre en Gaza.
En el mundo no occidental, la guerra en Gaza y la tragedia humana que allí se ha producido y se sigue produciendo se ve como un abuso de fuerza que se tolera porque quien ejerce esa fuerza desproporcionada es aliado o protegido de Occidente.
Muchos no consideran que valoremos igual las víctimas civiles en Gaza que en Ucrania. Y probablemente los europeos no lo ven así porque no ven todo el dramatismo de lo que está pasando en Gaza.
Israel ha decretado el mayor bloqueo informativo de una democracia en la historia de una guerra. No hay periodistas que cubran lo que ocurre ni en Gaza ni en ningún sitio donde actúa el Ejército de Israel en su respuesta a Hamás. No ha habido otro momento en el que la potencia dominante haya decretado con tanta fuerza ese bloqueo: aquí no hay ojos que vean y cuenten. Las televisiones europeas no muestran en toda su crudeza lo que está pasando allí. Hay una diferencia enorme entre lo que ve el espectador de una cadena árabe y lo que ve un espectador de una cadena israelí o europea. Y ojos que no ven, corazón que no siente.
La percepción que tenemos de la guerra en Gaza no es la imagen que se corresponde con la catástrofe de 45.000 muertos, de los cuales el 70% son mujeres y niños, y con miles de niños mutilados. Deberían producir más emoción en nuestras sociedades, pero no la producen porque falta el elemento de la mediatización.
Y además en Alemania hay posicionamientos a favor de la causa palestina que son censurados o incluso penalizados. Alemania es un caso límite, claro, pero ¿hasta cuándo el sentimiento de culpa por el pasado va a condicionar tanto la acción política del presente?
Tanto en el colegio de comisarios como en el Consejo de la UE, su posición, que se parecía a la del Gobierno español o irlandés, era minoritaria. La Comisión Europea podría haber acelerado la evaluación del acuerdo de Asociación con Israel, que tiene una exigencia de cumplimiento de los derechos humanos.
El Colegio de comisarios nunca se llegó a enterar de que algunos gobiernos habían hecho tal petición a la presidenta de la Comisión. Y aunque algunos lo supiéramos, son las reglas de funcionamiento de la Comisión, un tema no está en la agenda si la presidencia no quiere.
Y la presidenta, Ursula von der Leyen, no quiso.
La presidenta manifiestamente puso la carta en el cajón y nunca quiso hablar de ella. No quería ni siquiera plantearse la posibilidad de influir sobre el comportamiento de Israel por procedimientos coercitivos. Con Netanyahu se ha intentado aplicar es la persuasión. Y obviamente no ha sido suficiente.
Por mi parte, lo máximo que he conseguido ha sido que se sancionara a algunos líderes de los colonos violentos de Cisjordania, pero siempre a remolque de decisiones tomadas por Estados Unidos.
Planteé al Consejo medidas en el límite de mis competencias, que no eran de tipo comercial, sino de las relaciones políticas. Sabía que no tenía mayoría suficiente, pero algunos Estados lo habían pedido y había que atender su petición y no desconocerla
Lo más preocupante es la dinámica conceptual que se vive en Oriente Medio. Ya no es un problema táctico, es un problema estructural. La percepción del distinto valor de la vida humana, del distinto valor de la norma según donde y quien la aplique, es algo sobre lo que los europeos deberíamos haber sido más exigentes.
Pero, como he dicho antes, hemos intentado utilizar la persuasión, pero con un éxito muy escaso con Netanyahu. Y con Hamás los europeos no hablamos, la interlocución se ha hecho a través de Qatar con la mediación estadounidense y de Egipto, fundamentalmente
No he estado en esas negociaciones, no sé a quién atribuir más la culpa de que no se haya alcanzado el alto el fuego que varias resoluciones pedían al Consejo de Seguridad de la ONU sin superar el veto de EEUU. Hay distintas versiones sobre quién buscaba aceptar el alto el fuego en Gaza y quién en el fondo no lo quería y qué importancia se ha dado en esas negociaciones a la liberación de los rehenes. Al menos se ha conseguido con Líbano después de bombardeos, que ha acabado por poner a Hizbulá de rodillas.
Y ahora también hay gente que dice: 'Bueno, pero si han liquidado a Hizbulá y la caída de Hizbulá ha arrastrado la caída de Asad... pues alegrémonos“. Ciertamente, hay que alegrarse de la caída de Asad que, por cierto, nadie había anticipado, pero no todos los fines justifican todos los medios.
La percepción del resto del mundo sobre el doble rasero occidental se vio con el espaldarazo diplomático que supuso para Vladímir Putin la celebración de la cumbre de los BRICS en Rusia.
Quisimos aislar a Rusia políticamente y asfixiarla económicamente con las sanciones. Hemos debilitado su economía, pero no la hemos aislado políticamente. Putin ha sido un gran beneficiario, desde el punto de vista narrativo, de lo que está pasando en Oriente Medio, porque, le ha quitado trascendencia a lo que está haciendo en Ucrania. Mucha gente en el mundo musulmán e incluso en las extremas izquierdas europeas, perciben a Israel como una cabeza de puente de Occidente en el mundo oriental.
Cierto que Israel es muy dependiente de la ayuda militar que recibe de Estados Unidos y de algunos países europeos: sin eso, no podría hacer lo que hace. Por eso hay que diferenciar a un Estado de sus gobiernos. Se puede criticar al Gobierno de Israel sin por eso merecer el calificativo de antisemita.
Económicamente hablando, las sanciones han privado a Rusia de recursos, está vendiendo menos hidrocarburos y más baratos, le han privado de la tecnología sin la cual no puede abrir nuevos campos de gas en el Ártico, le han dificultado acceder a bienes producidos por los europeos... Pero, si se miran las estadísticas de las exportaciones europeas a los países de Asia Central, por poner un ejemplo, se ve que hay una clara circunvalación de las sanciones: lo que algunos países europeos ya no venden a Rusia se lo venden a un tercero que a su vez lo vende a Rusia. Es algo muy llamativo
La máquina de guerra de Rusia, no podría funcionar sin el apoyo de Irán, Corea del Norte y China.
Además, hay otro dato, el saldo disparado de las cuentas corrientes en las regiones más pobres de Rusia, como las de Buriatia y Tuva, según los informes del Banco Central de Rusia. Y eso tiene que ver con el sueldo de los soldados reclutados o sus pensiones, lo que está generando una verdadera reestructuración en regiones olvidadas y pobres.
Estimamos que el Ejército ruso tiene un 70% de profesionales, un 10%-12% de prisioneros y, el resto, menos de un 20%, son soldados movilizados obligatoriamente. Eso le garantiza a Putin estabilidad social, porque los muertos no los pone la clase media de Moscú. Y, al mismo tiempo, hay un flujo de dinero a las regiones pobres que ahora están viviendo un boom. Esta es una de las razones por las que Putin puede aguantar el coste social de la guerra, y, también, porque la economía de guerra, el keynesianismo militar, ha producido más actividad económica y más generación de renta acompañada de una redistribución social y regional a un coste humano muy alto.
Hay un elemento relevante de los últimos meses en la guerra de Ucrania, y es la participación de Corea del Norte.
El gran apoyo de Corea del Norte a Rusia son las armas. Los europeos solemos decir que hemos dado 1 millón de proyectiles a Ucrania después de un año de empujar a la industria, pero Corea del Norte le puede haber suministrado 5 millones. En realidad, son estimaciones, pero sin duda aportan a Rusia más que nosotros a Ucrania.
Corea del Norte, irónicamente llamada república democrática, es un país 100% militarizado. Su Ejército supera los 1,2 millones de efectivos: es una dictadura férrea, un país pobre dedicado a la producción masiva de armamento y al desarrollo tecnológico en el ámbito militar.
Por otro lado, el gran suministrador de drones a Rusia es Irán. Aunque a mí me lo hayan negado abiertamente todos los ministros iraníes con los que me he reunido. Y luego está China, que suministra bienes de uso dual que no son estrictamente hablando armas, al menos no hasta ahora, pero que se pueden utilizar para producir armas.
China ha sustituido masivamente a Europa y el G7 en la relación comercial y económica con Rusia: antes eran los europeos los que compraban y vendían energía por otros productos. Ahora han sido sustituidos por China.
Por todo esto Rusia ha aguantado el coste de la guerra.
En las últimas semanas, ha habido otra vuelta de tuerca con los misiles balísticos proporcionados a Ucrania, y con el misil hipersónico y con cabeza nuclear, pero no cargada, que lanzó Rusia. Llevamos desde febrero de 2022 hablando de la posibilidad de una escalada que se vaya de las manos.
Por eso hemos sido cautelosos en nuestro suministro de armas. Y siempre siguiendo a los estadounidenses. En esta guerra, la capacidad tecnológica de un lado anula a la del otro. Es la eterna historia del escudo y la espada, del arma ofensiva y el arma defensiva, hasta el punto de que ahora las viejas bombas tontas de la guerra antigua acaban siendo las más eficientes porque no las puedes inutilizar con barreras electrónicas en las que Rusia es muy eficiente porque no estar guiadas electrónicamente.
Y con los carros de combate pasa algo parecido, la mayor parte de ellos se utilizan como artillería estática, porque si salen a campo abierto son víctimas de un dron o de un campo de minas.
La idea ucraniana de atacar Kursk para hacer que Rusia retirara tropas del Donbás para rechazar la invasión en su territorio no ha surtido el efecto esperado. Rusia las ha retirado del frente sur, muy inactivo, de manera que la presión en el Donbás sigue siendo muy fuerte. Y la presencia de las tropas norcoreanas, aunque 10.000 hombres no sea mucho, puede crecer.
En ese ir Europa después o detrás de Estados Unidos, ahora parece que la Casa Blanca, con Trump, puede apostar más por una política de paz por territorios en el caso de Ucrania que por la actual del apoyo militar y económico a Volodímir Zelenski.
Los europeos hemos dicho que ayudaríamos a Ucrania tanto como hiciera falta durante tanto tiempo como fuera necesario, lo cual expresa un compromiso ilimitado. Pero nada es ilimitado. ¿Puede Europa sustituir al esfuerzo militar estadounidense en el caso de que éste cesara? Es la gran cuestión que, hoy por hoy, no tiene respuesta. Depende de la voluntad política, pero aun así es complicado en el corto plazo.
Europa podría hacerlo, si quisiera, pero hay algunos países que no quieren. Por eso estábamos considerando, cuando ya llegó al fin de mi mandato, coaliciones interestatales entre los grandes países que sí estarían dispuestos a ayudar a Ucrania, con Polonia, Alemania, Francia, España, Reino Unido e Italia. En el ámbito de los 27, la European Facility difícilmente puede sobrevivir si hay países, como Hungría, que se oponen a su extensión y han estado de hecho impidiendo su aplicación.
El interrogante que se va a plantear en las próximas semanas es enorme.
Usted coincidió, siendo ministro de Exteriores y como Alto Representante, en el último tramo de la primera presidencia de Trump. Y los analistas dicen que ahora puede ser peor, a la vista de los nombramientos que está haciendo.
Por los perfiles de los nombramientos, la relación va a ser mucho más difícil. Yo tuve que relacionarme con Mike Pompeo [ex secretario de Estado con Trump entre 2018 y 2021]: discutíamos de forma relativamente constructiva, conversábamos, yo le visitaba en Washington y él venía a Bruselas.
Creo que los perfiles de los nombramientos que ha hecho Trump ahora son más difíciles de tratar. Pero eso forma parte del guion, Trump nombra a quien cree que le va a servir para aplicar las políticas que ha anunciado: expulsar migrantes, poner aranceles a la importación y acabar con las guerras, si bien de la guerra en Oriente Medio ha dicho poco.
Pero, a juzgar por lo que ha dicho su embajador en Israel, Mike Huckabee, acerca de que los palestinos no existen y el territorio de Cisjordania considerado ilegalmente ocupado por Naciones Unidas en realidad se llama Judea y Samaria, que los radicales ortodoxos del Gobierno de Netanyahu consideran que Dios le dio al pueblo de Israel, no anticipa nada bueno.
Lo que sí que ha hecho Ucrania ha sido distraer a Rusia de Siria.
El régimen sirio subsistía gracias al apoyo de Irán, de Hizbulá, que era el ejército de Al Asad, y de Rusia.
Rusia ponía la fuerza aérea; Hizbulá ponía la fuerza terrestre; e Irán ponía el apoyo económico y tecnológico. Y los tres se han debilitado: Hizbulá ha visto prácticamente liquidada su capacidad operativa; Rusia ha retirado su aviación de Siria; e Irán bastante tiene con defenderse de los ataques israelíes.
Eso le ha abierto el paso triunfal a la rebelión siria a quien llevaba años preparándose aunque la creíamos vencida.
Los europeos perdimos de vista lo que pasaba en Siria. Lo he contado alguna vez: algunos de mis colegas en los últimos consejos de la UE decían que Al Asad había ganado la guerra y que debíamos cambiar nuestra posición. Y, un mes después, Al Asad está en Moscú y los yihadistas están en Damasco, pero diciendo que su pretensión es gobernar su país y no acabar con Israel.
La caída de Asad se ha producido porque sus apoyos se habían debilitado. Rusia ha recibido una derrota muy fuerte e intentará salvar lo que más le importa: tener una base naval en el Mediterráneo.
Hay que alegrarse de que ese régimen despótico haya caído. Y vamos a ver de qué pie calzan los yihadistas, pero de momento han cambiado el turbante por el blazer, por la chaqueta cruzada, porque quieren dar una imagen de respetabilidad internacional. Su líder ha luchado en Irak y conoce las cárceles estadounidenses. Sabe que si va con el discurso de la yihad, la muerte a Israel y aplica los métodos del Estado Islámico, no va a ninguna parte.
Pero los que han derrocado a Al Asad y tienen ahora el control de Siria estaban clasificados como terroristas por Occidente.
Bueno, pero tampoco se podía esperar que surgieran allí mirlos blancos libres de pecado. Lo que han hecho lo han hecho los que podían hacerlo. Los actores son los que son.
Está por ver que no pase como en Irak, Túnez, en Libia, de Afganistán...
Absolutamente. Por el momento Israel está creando zonas tampón necesarias para controlar lo que allí pase. Y ya ha entrado en territorio sirio, la primera vez en 50 años.
Y eso nos ha hecho perder la atención de lo que pasa en Gaza. Cuando una tragedia se cronifica pierde intensidad dramática en los medios.
El foco mediático ha cambiado, la realidad no. Mucha gente en Gaza corre el riesgo de ser exterminada. A los que se han quedado embolsados en el norte no les llega ninguna clase de ayuda humanitaria. Pero la atención mundial ya ha cambiado de registro. Ya está en otra cosa.
Israel ha entrado en Siria, entró en Líbano, ¿está intentando reconfigurar el mapa aprovechando el 7 de octubre?
El 7 de octubre les ha dado la gran ocasión para justificar una política de recomposición de la escena en Oriente Medio y de justificar su expansionismo. Es un expansionismo alimentado por voces puramente mesiánicas, ultraortodoxos, que en Europa llamaríamos ultraderecha, fanáticos religiosos que consideran que hay una cosa llamada derecho divino que es superior al derecho internacional.
Por otra parte, la comunidad internacional dice, pero no hace. Dice, pero no hace.
Cuando Rusia se quedó con Ucrania, inmediatamente prohibimos la importación de productos originados en Ucrania porque la ocupación era ilegal. Pero todavía no hemos conseguido ponernos de acuerdo no ya para prohibir, sino para etiquetar los productos producidos en Cisjordania, que provienen de territorios ilegalmente ocupados, igual de ilegalmente ocupados que los ucranianos.
Francia está bloqueada políticamente, Alemania tiene ir a elecciones y formar gobierno a lo largo del próximo año. Y, por otro lado, en el Consejo hay una mayoría de gobiernos de derecha y de extrema derecha.
Yo he reflexionado mucho, como antiguo presidente del Parlamento, sobre la correlación que hay entre la voluntad manifestada por el elector en las elecciones europeas y el resultado final de la composición de los órganos políticos europeos. Y no hay ninguna correlación.
Es decir, cuando un ciudadano es llamado a votar, piensa que va a escoger a quien quiere que le gobierne. Y si tú miras la relación que hay entre el voto manifestado por los europeos en las elecciones europeas y la composición de la Comisión Europea, no hay ninguna. La Comisión tiene una representación muy mayoritaria del Partido Popular Europeo, porque cada Gobierno nombra a su comisario.
Y Ursula von der Leyen ha sido elegida con el apoyo de una coalición centrada, de socialistas, populares, verdes y liberales. Y, en paralelo, hay otra coalición fáctica, que existe, que es la del PPE con los distintos partidos de extrema derecha que, sumados, están cerca de la mayoría del Parlamento Europeo.
Como se ha visto con la vicepresidencia para el representante de Giorgia Meloni, Raffaelle Fitto, y con los palos en las ruedas a la vicepresidencia de Teresa Ribera por parte de la derecha...
Y también con echarle agua al vino en materia de política ambiental, las políticas industriales asociadas a la descarbonización...
Ahí va a jugar un papel muy importante Italia [donde gobierna la extrema derecha de Meloni con la derecha de Forza Italia y los ultras de la Lega], que puede ser un pivote entre la coalición de la que no formaba parte inicialmente y los partidos más a la derecha a la derecha. Italia puede jugar ese papel de convertirse en un pivote de la escena política europea. y hay quien dice irónicamente que es un ancla de estabilidad en Europa, acostumbrados como estábamos a que cambiara de Gobierno con frecuencia.
Hay quien dice también en el Parlamento Europeo que una gran coalición en Alemania podría aplacar frenar a Manfred Weber, líder del PPE, en esa inclinación de pactar con su derecha.
No sé lo que puede pasar en Alemania, pero, a la hora de la verdad, los socialistas alemanes suelen dar sorpresas.
¿Qué planes tiene ahora?
Como todo ser humano, necesito poder hacer cosas que no sea ir corriendo detrás del último conflicto. Han sido años tremendamente exigentes en los que hemos hecho lo que hemos podido sin conseguir lo necesario. Ahora me gustaría tener más tiempo y, por lo tanto, vivir más despacio. Necesito slow it [desacelerar].
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