Hace dos años, cuando Christine Baglow se mudó de Nueva Orleans a South Bend, Indiana, conoció en una cena a una mujer con un currículum formidable: ex asesora legal en el Tribunal Supremo, profesora de la facultad de Derecho de la Universidad de Notre Dame (Indiana) y jueza del tribunal de apelaciones del séptimo circuito de Estados Unidos. Se llama Amy Coney Barrett y tenían amigos en común.
La jueza se mostró “muy amigable”, recuerda Baglow. “Me pareció una persona muy amable, considerada y auténtica”. “Probablemente yo era la persona con menos credenciales académicas sentada a esa mesa, pero que me escucharan con atención y me pidieran mi opinión, particularmente en cosas relacionadas con niños y adolescentes, me pareció muy bien”.
Baglow, de 49 años, dirige el servicio juvenil de la iglesia católica de Saint Joseph en South Bend de la que Barrett y su familia son feligreses. “No todo el mundo con su nivel de educación responde de esa manera ante los demás y ella, sin duda alguna, lo hizo”, dice Baglow.
Ahora, mientras Estados Unidos asimila la noticia de la muerte de Ruth Bader Ginsburg y especula sobre quién sustituirá a la jueza progresista y cuando, el nombre de Barrett ha saltado al primer plano, Donald Trump ha tuiteado que seleccionaría la persona que reemplace a Ginsburg “sin demora”. Posteriormente afirmó que propondría a una mujer. [Este lunes dijo que anunciaría un nombre al final de esta semana, tras los servicios fúnebres para Ginsburg, y se reunió con la jueza, según ha informado Fox News).
Pero las elecciones presidenciales son el 3 de noviembre y el voto anticipado ya ha comenzado. En un país muy dividido, las prisas de los republicanos en el Senado para llenar la vacante en el Tribunal Supremo se ha convertido en motivo de controversia. El domingo, el candidato demócrata, Joe Biden, calificó el plan de Trump para desarrollar este proceso de forma inmediata como un “abuso de poder”.
No es la primera vez que Barrett se encuentra en el ojo de la tormenta. Estaba en la lista de posibles nominados de Trump en 2018, cuando el presidente se decidía sobre quién reemplazaría a Anthony Kennedy, un juez que se retiró. Pero el presidente tenía otros planes para Barrett. “La estoy reservando para [sustituir a] Ginsburg”, dijo Trump según publicó Axios.
En Barrett, de 48 años, el sector conservador ve a una joven y estricta constructivista, es decir que interpreta la Constitución al pie de la letra con lo que cree que los padres fundadores pretendían al redactarla –una jurista del estilo de Antonin Scalia, el juez conservador (y amigo íntimo de Ginsburg) que murió en febrero de 2016 y para quien Barrett trabajó como asistente legal en el pasado–.
El hecho de que la jueza, católica devota y madre de siete hijos –ella y su esposo, Jesse M. Barrett, tienen cinco hijos biológicos y adoptaron dos nacidos en Haití–, sea considerada como posible sucesora de Ginsburg preocupa a los progresistas. Muchos temen que, de lograr el puesto, Barrett votará para revocar Roe v. Wade, el fallo de 1973 que reconoció el derecho al aborto en todo el país.
Barrett se opone al aborto y ya ha respondido a preguntas sobre su fe y el papel de esa fe en la interpretación de la ley. Durante una de las audiencias de confirmación de candidatos en 2017 en el Senado, la demócrata Dianne Feinstein de California comentó: “El dogma vive con fuerza dentro de usted”.
Hubo quien vio el comentario como algo discriminatorio hacia los católicos. Quienes conocen a Barrett creyeron entonces que las preguntas ayudaron a mostrar que ella es una buena candidata para el Supremo porque sus respuestas traslucían a una persona tranquila que no se deja llevar por las pasiones.
“Algunos senadores se preguntaron si sus convicciones religiosas podrían afectar a su interpretación de la ley”, dice uno de sus colegas, Paolo G Carozza, profesor de derecho de Notre Dame. “Me pareció, para ser honesto, algo risible”.
“Conociéndola como la conozco y habiendo visto la forma en que trabaja, el único modo en que sus convicciones religiosas pueden afectar a lo que hace como juez es que le dan la humildad para decir, 'lo que hago solo tiene que ver con la ley, con interpretar sus valores fundamentales y mantener el Estado de Derecho y el sistema legal, nada más'”.
A medida que la estrella de Barrett se eleva, la atención de los medios y los demócratas en sus puntos de vista sobre el aborto provoca quejas en algunos de la comunidad de Notre Dame. Un exalumno, Alex Blair, ahora abogado en el bufete de Chicago Segal McCambridge Singer & Mahoney, dijo en 2018 al diario South Bend Tribune: “Ha sido raro ver a la persona más inteligente que conozco reducida al voto que podría emitir sobre un tema concreto cuando es mucho más que eso”.
Carozza recuerda a Barrett como una de las mejores estudiantes de Derecho de la facultad de Notre Dame en 1996. Dijo que le parecieron injustas esas preguntas de los demócratas en el Senado, ya que Barrett no deja que su religión quede plasmada en sus opiniones y no hace proselitismo.
“No creo que sea injusto cuestionar a alguien que ha sido nombrado para la judicatura sobre sus creencias religiosas”, dijo. “Si alguien dice: 'Voy a interpretar la ley según lo que dice el Corán o lo que dice la Biblia', eso es algo que no querríamos en nuestra república”.
“Lo que hace que sea injusto en su caso es que se habló solamente partiendo de la base de que se sabe que es una persona religiosa y no a partir de lo que ha escrito o cualquier posible comportamiento que pudiera interferir con la administración de la ley”.
Traducido por Alberto Arce