Garantizar una respuesta integral a las víctimas de violencia sexual, adaptándose a sus necesidades legales, psicológicas y sociales, al tiempo que fomentan la sensibilización y la prevención de este tipo de violencia en la sociedad. Este es el objetivo de los Centros de Atención Integral a Víctimas de Violencia Sexual (CAIVAX), una red destinada a ofrecer apoyo especializado a mujeres mayores de 16 años.
A diferencia de los Centros de Atención a Víctimas de Violencia de Género (CAVI), los CAIVAX trabajan exclusivamente con casos en los que el agresor no mantiene una relación afectiva con la víctima, atendiendo tanto agresiones de desconocidos como de conocidos.
En Murcia, el CAIVAX La Jacaranda, ubicado en El Palmar, cuenta con un equipo multidisciplinar formado por psicólogas, trabajadoras sociales, educadoras sociales y asesoras jurídicas. Hemos visitado sus instalaciones para conocer en profundidad su labor y dialogar con las profesionales que forman parte del centro: Concha Asín, coordinadora técnica; Andrea Sánchez y Cristina Sánchez, asesoras jurídicas; Mª José Garrido, trabajadora social; y Bárbara Senia, psicóloga. Junto a ellas, exploramos cómo se enfrentan día a día al reto de atender a mujeres que han sufrido violencia sexual.
¿Qué se entiende por 'violencia sexual'?
Cristina Sánchez: La violencia sexual abarca cualquier acto dirigido hacia una mujer que se realice sin su consentimiento, esto incluye desde comentarios, gestos o propuestas no deseadas, hasta contactos físicos como tocamientos o besos forzados. En su forma más grave, implica el uso de la fuerza, la intimidación o incluso la manipulación mediante sustancias químicas para anular la voluntad de la víctima, llegando a actos como penetraciones o introducción de partes del cuerpo por vías vaginal, anal o bucal.
Existe cierta controversia social sobre dónde está la línea que separa lo que es violencia sexual de lo que no, ¿un piropo es violencia sexual?
Cristina Sánchez: Vaya por delante que para nosotras ninguna forma de violencia es mínima o insignificante. Toda mujer que haya sufrido cualquier episodio de violencia sexual merece el mismo respeto y atención, ya sea un comentario humillante, un contacto físico no deseado o una agresión física grave. Sin embargo, tanto la ley como la sociedad distinguen entre distintas formas de violencia para aplicar penas proporcionales. Por ejemplo, una agresión sexual bajo sumisión química se considera más grave que un piropo callejero, aunque este último también puede ser violencia.
Es importante entender que incluso acciones que algunos consideran “pequeñas”, como tocar a alguien sin su consentimiento, son delitos que pueden conllevar penas de prisión de hasta cuatro años.
En los últimos años la ley ha reconocido nuevas formas de violencia que antes no contemplaba, como los comentarios con connotaciones sexuales o conductas de acoso, como el envío de mensajes insistentes o el seguimiento constante. Estos actos, que generaciones anteriores podían justificar o normalizar, colocan a las mujeres en situaciones hostiles y humillantes. Es importante entender que incluso acciones que algunos consideran “pequeñas”, como tocar a alguien sin su consentimiento, son delitos que pueden conllevar penas de prisión de hasta cuatro años. Normalizar estas conductas también perpetúa la violencia, y reconocerlas como tal es clave para avanzar como sociedad.
Algunas mujeres que se autoperciben como feministas y empoderadas y sufren una agresión sexual sienten una confusión muy grande porque siempre pensaron que a ellas no les podría pasar, ¿cómo se aborda este tipo de casos desde la psicología?
Bárbara Senia: El empoderamiento y la violencia sexual no tienen nada que ver, y esta confusión tiene razones históricas: en el pasado se ha vinculado a la mujer con una posición pasiva, y al empoderarse, muchas creen que se están protegiendo completamente de todos los peligros, sin embargo, es importante entender que no podemos prever ni evitar todas las amenazas, como una agresión sexual.
Desde la psicología, se les ayuda a tomar conciencia de que la culpa no es de la víctima, sino que forma parte de un sistema en el que estas cosas siguen ocurriendo. Un ejercicio común es que se imaginen que la víctima es su mejor amiga y se traten a sí mismas con la misma compasión y comprensión. Además, abordamos la presión de la autoexigencia perfeccionista, que les lleva a pensar que deben poder con todo, cuando en realidad, ninguna mujer está exenta de ser víctima de violencia.
¿Las mujeres víctimas de abuso sexual infantil pueden acudir a vosotras a pesar de que las agresiones hayan ocurrido hace tiempo?
María José Garrido: Claro que sí. En nuestro centro, no hay límite de tiempo para que una mujer busque apoyo o asistencia; lo único es que deben tener más de 16 años. La usuaria de más edad que he atendido tiene 72 años, sufrió abusos por parte de su padre, algo que no contó nunca y que comenzó a revivir al ver noticias sobre violencia sexual.
Muchas mujeres no buscan denunciar, así que es nuestro equipo psicológico el que acompaña en el proceso de sanar. Si la mujer decide denunciar, se analiza la prescripción del delito, aunque creemos que estos crímenes no deberían prescribir nunca, ya que el impacto emocional de los abusos no desaparece con el tiempo.
De acuerdo a vuestra experiencia, ¿existe predisposición de las mujeres a denunciar después de una agresión sexual?
Andrea Sánchez: Depende mucho de la mujer y de la agresión sufrida, cada caso es diferente, algunas tienen claro desde el principio que quieren denunciar, otras dudan, decidan hacerlo o no, para nosotras es fundamental que estén informadas de todo lo que implica el proceso judicial, porque puede llegar a ser muy duro y victimizante. Conocer los pasos a seguir y las posibles consecuencias es clave para tomar la mejor decisión y que poco a poco vayan recuperando la seguridad y sensación de control sobre sí mismas.
¿A qué os referís con que el procedimiento judicial en casos de violencia sexual es victimizante?
Cristina Sánchez: Es victimizante porque muchos de los agentes que intervienen (jueces, fiscales, abogados) no siempre están formados ni sensibilizados en violencia sexual, a diferencia de la violencia de género, estos casos no van a juzgados especializados y son tratados como cualquier otro delito, como el robo de una cartera, por ejemplo. Solo este aspecto ya puede dar lugar a situaciones insensibles hacia las víctimas.
Además, el sistema judicial no suele respetar los tiempos emocionales de estas mujeres. A veces son llamadas a declarar cuando todavía no se encuentran preparadas psicológicamente, y en los interrogatorios pueden enfrentarse a preguntas insensibles, innecesarias y duras. Es complicado que una mujer que ha sufrido una agresión sexual con la navaja al cuello recuerde el color del mango de la navaja, y aun así, que no lo recuerde, puede llegar a ponerla en duda. En muchas ocasiones se recurre a detalles triviales que ignoran el impacto del trauma por la agresión sufrida, y esto solo aumenta la vulnerabilidad de la víctima.
Ante una agresión sexual, especialmente en casos de penetración o contacto físico, es fundamental no lavarse, no cambiarse de ropa ni cepillarse los dientes.
Por eso les insistimos mucho en que lo importante son ellas, no el resultado del juicio. Una vez denuncian, ya han hecho todo lo que está en sus manos, y es fundamental que no carguen con una posible resolución desfavorable, porque hay factores que escapan totalmente a su control.
Muchas víctimas de agresión sexual tienen dudas a la hora de denunciar porque en la gran mayoría de casos no es fácil demostrarlo, ¿qué recursos puede utilizar una víctima de agresión sexual que pueda servir de prueba en un juicio?
Concha Asín: Ante una agresión sexual, especialmente en casos de penetración o contacto físico, es fundamental no lavarse, no cambiarse de ropa ni cepillarse los dientes, la reacción inmediata y lógica siempre va a ser intentar “limpiarse”, pero hacerlo elimina pruebas clave para el proceso judicial. Lo ideal es conservar la ropa usada durante la agresión y acudir inmediatamente a un hospital con servicio de urgencias ginecológicas.
Si la violencia sexual ocurre por medios digitales, es crucial conservar cualquier contenido, aunque no lo consideremos relevante. Mensajes, fotos o grabaciones de voz pueden ser clave en un juicio. Muchas víctimas eliminan estos mensajes por vergüenza o por presión del agresor, pero hay que guardarlos siempre que sea posible. Además, ¡no se debe bloquear al agresor! Bloquearlo impediría recibir mensajes que podrían ser usados como prueba en el proceso judicial. Lo ideal sería optar por otras vías para evitarlo, pero esos mensajes pueden ser claves.
María José Garrido: También es importante tener en cuenta los testimonios de testigos de referencia, como familiares cercanos, aunque algunas personas piensan que los testimonios de seres queridos no son válidos, a menudo son las únicas pruebas disponibles. Además, las psicólogas y trabajadoras del Instituto de Medicina Legal valoran el estado emocional de la víctima, y sus informes también son pruebas importantes en el juicio. En muchos casos, el agresor se acoge a su derecho de no declarar, lo que hace aún más valiosos los testimonios y pruebas aportadas por las víctimas y su entorno.