La portada de mañana
Acceder
El Gobierno da por imposible pactar la acogida de menores migrantes con el PP
Borrell: “Israel es dependiente de EEUU y otros, sin ellos no podría hacer lo que hace”
Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

Entrevista

Teresa Vicente, ganadora del Nobel verde: “Se trata de hacer la paz con el planeta y ahí estamos las mujeres”

Elisa Reche

Murcia —
29 de abril de 2024 09:44 h

0

Teresa Vicente (Lorca, 1963) rara vez desfallece. La profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad de Murcia (UMU) e impulsora de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que le otorga personalidad jurídica al Mar Menor, aprobada en septiembre de 2022, se desploma en un sofá oscuro de una cafetería céntrica de Murcia con un vaso de agua en la mano -ha venido corriendo de otras entrevistas planeadas a lo largo del día-. El lunes 29 a las 9.30h (esta entrevista transcurre, entonces, en dos tiempos) se puede publicar porque la activista está recibiendo en la ciudad estadounidense de San Francisco el Premio Ambiental Goldman, equivalente a un Nobel de Medio Ambiente, por Europa. Los otros cinco galardones irán a parar a África, Asia, Islas, Norteamérica y América Central y del Sur.

La vida de Vicente bien podría escribirse como un cuento de hadas o como la lucha de San Jorge contra el dragón: nace en una habitación del Teatro Guerra de Lorca porque su bisabuela se había casado con un artista que decide levantar un escenario en la casa familiar; pasa su infancia y adolescencia en el Jardín Botánico del Malecón murciano escuchando las ranas y observando los árboles mientras que entra y sale del despacho de su padre, de quien aprende el ejercicio de la abogacía; estudia Derecho sacando un 10 de primero a quinto con la idea firme de luchar para que la naturaleza también tenga derechos en pleno hervor de la década de los ochenta; escribe su tesis cum laude sobre justicia ecológica en un convento de monjas de clausura que encuentra casualmente; consigue en pleno covid junto con otros ocho promotores y miles de fedatarios reunir más de 500.000 firmas pertinentes para que la ILP se apruebe en el Parlamento español con el apoyo de todos los grupos parlamentarios, excepto Vox; y recorre las Cumbres Mundiales del Clima con el objetivo de que no haya “un analfabetismo ecológico ya que no nos podemos permitir más no saber”.

La laguna salada más grande de Europa, que ha sufrido tres décadas ininterrumpidas las agresiones del urbanismo, el turismo y, en los últimos años, los efectos devastadores de la contaminación de la agricultura y la ganadería intensiva está ya personada en tres causas, a falta de que se desarrolle el reglamento que le dé una tutoría.

“Tenía claro desde muy pequeña que era necesario un Derecho Ambiental que criticara este modelo antropocéntrico”, apunta Vicente con sus ojos brillantes. “Cuando empecé a ver la agricultura intensiva en el Mar Menor yo lloraba”, y por eso “me dediqué a estudiar todo lo que tenía a mano para establecer un nuevo paradigma de la justicia ecológica”, señala la activista mientras se retira un rizo caoba de la frente entre en el cansancio de la mala noche que ha pasado y la agitación por recibir este galardón mundial. El Mar Menor tiene, ahora, voz propia; es el único ecosistema de toda Europa que puede 'hablar'.

¿Qué recuerda del Mar Menor en su infancia y adolescencia? ¿Qué significa para usted la laguna?

Mi adolescencia ha transcurrido en el Mar Menor porque ahí veraneaban mis amigas. La laguna ha sido aprender a navegar, los primeros novios, ir en tabla desde Santiago de la Ribera hasta la Escuela de Pieter, las noches, los balnearios. Ya de casada, he veraneado allí con mis hijos.

Para mí, como para la mayoría de los murcianos, es una identidad y un paraíso que parecía que siempre iba a estar así. Era difícil imaginar que nosotros mismos, con nuestro modelo de desarrollo, nos lo íbamos a cargar. Por eso he ido acumulando todo el conocimiento científico que he podido desde muy jovencita, porque quería investigar sobre la justicia ecológica que, en ese momento, era un tabú en el mundo del Derecho.

Es profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad de Murcia (UMU), donde también ejerce como subdirectora del Centro de Estudios de Cooperación y Desarrollo y directora de la Cátedra de Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza. Escribió su tesis sobre justicia ecológica. ¿Por qué dice que era un tabú investigar sobre ello?

Porque en la Facultad de Derecho no se podía estudiar nada relacionado con el medio natural. La interdisciplinariedad, entonces, no existía. Cuando propuse mi tesis, en 1986, había un gran recelo mutuo entre las ciencias sociales y las naturales que viene de la concepción cultural de la Edad Moderna. En mi generación ya hubo un cambio y el tribunal de mi tesis fue el primero que estuvo formado por un ecólogo y un catedrático de Filosofía del Derecho.

Llegué, además, a la universidad con esa idea. Mis amigas eran todas de ciencia y yo les hablaba de la justicia social, la gran revolución previa por la que habían obtenido derechos los trabajadores y las mujeres, que conocía porque mi padre era un hombre de izquierdas. Mientras me tenía que leer un tocho de Derecho Canónico, ellas tenían un libro igual de gordo de Margalef que hablaba sobre ecología. Claro, me pasaba todo el rato con el libro de Margalef. Incluso terminé haciendo la tesis doctoral en un convento de clausura porque me hacían bullying.

¿Por qué le hacían bullying en la universidad?

Porque no querían que escribiera la tesis. Me decían que era una tontería, que estaba loca, que no valía para nada. Un día me fui a correr al Malecón [en Murcia] para desestresarme y, por primera vez, me fijé en una casa colonial y entré a preguntar si me la podían alquilar. Me abrió una monja de clausura, le conté lo que me ocurría y me puse a llorar -en esa época me pasaba los días llorando-. Me respondió que eran de una orden de San Francisco de Asís, quien también le daba derechos a la naturaleza, y que podía quedarme a estudiar en la planta de arriba que no ocupaban porque eran tan mayores que no podían subir. Estuve dos años allí. Obtuve cum laude en la tesis y mi primer ejemplar está allí.

Durante su lucha para que saliera adelante la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que le otorga personalidad jurídica a la laguna y que fue finalmente aprobada en septiembre de 2022 en el Senado, ¿se ha sentido en alguna ocasión como David frente a Goliat?

Nunca miro al enemigo porque han sido siempre muy grandes desde que era pequeña. Es decir, llegar con 18 años a la Facultad de Derecho, con toda la ilusión, y decirte que era una locura plantear allí la responsabilidad del desastre que estábamos ocasionando al planeta. Aunque tenía, eso sí, la fuerza de mi padre, que siempre me decía: '¿Por qué no? Diles que el derecho es cambio, yo estudié durante la dictadura, ahora estamos en una democracia y todos los días cambian las leyes'. También contaba con la fuerza de la juventud.

Me ha acompañado siempre una oposición muy grande, pero también una compañía muy grande. Los conventos de clausura se me abrían, mucha gente estaba conmigo y siempre tenía unos brazos que me hacían sentir feliz. A mí no me importa la caída, me importan unos brazos abiertos para poderme levantar.

¿En qué momento de acumular cajas de firmas de la ILP en su despacho de la Universidad de Murcia sintió que era posible tener las necesarias para que se aprobara la ley? ¿Perdió en algún momento la esperanza?

Mis compañeros me decían 'Teresa, no llegamos' y yo decía, llegamos. El momento más difícil fue en 2021. En octubre necesitábamos 500.000 firmas y en agosto llevábamos 250.000. Ahí el Mar Menor empezó a hablar -para los que dicen que la naturaleza no habla-, y dio un grito de muerte con la segunda anoxia. Se desató la locura. Por las tardes nos reuníamos en mi departamento profesores de toda la universidad porque estábamos desbordados con la cantidad de firmas. Empezamos a hacer la criba nosotros mismos y llegamos a la Junta Electoral Central con 640.000 sin necesidad de hacer uso de la prórroga de tres meses que nos habían dado. Allí empezaron a llorar al abrir las cajas porque estaban todas con sus gráficos, perfectas, nos dijeron que nunca habían visto nada igual.

¿Por qué considera que en tantas ocasiones los gobernantes se resisten tanto a reconocer lo evidente y adoptar las medidas necesarias para enfrentarse a problemas medioambientales de envergadura, como ha sido el caso del Mar Menor en la Región de Murcia durante tantas décadas?

Porque los gobernantes lo que intentan es mantener el statu quo. Si son gobernantes de derechas intentan mantener un modelo neoliberal, en el que la economía está por encima de todas las cosas. Creen que el progreso económico es la base para la felicidad de la humanidad y no ven que esto pueda provocar degradación social o ecológica. Nosotros hemos tenido en esta región ese modelo durante muchos años.

Desde Occidente solemos pensar, por ejemplo en la Amazonía, cuando imaginamos lugares donde se llevan a cabo acciones brutales contra la naturaleza. ¿Por qué considera que es más difícil que seamos conscientes de acciones similares en España o Europa?

Todos hemos pensado que el modelo económico de Europa es el mejor, que la naturaleza es infinita y su fuerza renovadora va a poder con todo. La ecología, además, es una ciencia reciente que apareció en el siglo XIX, pero se desarrolla en el XX. Entonces hay que cambiar la mentalidad y pensar que todos somos uno, tanto los humanos como los no humanos, pero ya no solamente la flora y la fauna, sino los elementos químicos, las interacciones. Cuando veamos la naturaleza como parte de la vida empezaremos a actuar de forma diferente y veremos una barbaridad lo que hacemos, como nos pasa ahora cuando vemos que un padre le pega una paliza a su hijo en la calle.

La mayor parte de las personas galardonadas con el Premio Ambiental Goldman son mujeres, ¿cree que tenemos mayor sensibilidad con los desmanes realizados contra la naturaleza, un mayor sentido de la justicia o mayor capacidad de resistencia frente a los poderes?

No tengo ninguna duda. Fíjate que cuando me dijeron que me habían concedido el premio Goldman me asusté y, entonces, me acordé de una de mis amigas, con quien he ido a las últimas cumbres mundiales del clima, Makoma Lekamakala, de Sudáfrica, que también es Goldman. Y pensé, si Makoma tiene el Goldman, yo quiero ser Goldman también y lo acepté.

 Las mujeres somos las que damos la vida, quienes vemos caer a nuestros hijos en las guerras. Hemos estado en todas las revoluciones por un mundo mejor, lo que pasa es que nos han silenciado en todas, hasta en la Revolución Francesa o en la de los años 60. Porque el feminismo, ahora, las ha reivindicado, pero hasta los propios de izquierda nos negaban nuestro papel. No nos van a silenciar porque somos las que hemos empezado la única revolución que va a ser pacífica, igual que la revolución de las mujeres. No hay que tenerle miedo a la revolución, hay que tenerle miedo a la guerra porque es una guerra sin salida, sin ganadores, solo con perdedores. En las últimas cuatro cumbres de Naciones Unidas a las que he ido como observadora quienes estábamos en los paneles defendiendo los derechos de la naturaleza éramos mujeres. Se trata de hacer la paz con el planeta y con nosotros, y ahí estamos las mujeres.

¿Ha sentido que en su ámbito laboral, la Filosofía del Derecho, se ha roto el techo de cristal?

En mi departamento sigo siendo la única mujer.

¿Cómo cree que la sociedad civil se puede concienciar de que esta década es fundamental a la hora de llevar a cabo cambios políticos, económicos y sociales para evitar consecuencias más drásticas ocasionadas por el cambio climático sin caer en la desesperanza?

Murcia se ha demostrado como una ciudad con mucha esperanza. Es una de las ciudades más conservadoras de España y en tiempos de la covid, cuando a la gente le daba miedo coger un bolígrafo, conseguimos 640.000 firmas para la ILP. Todos los partidos políticos votaron que sí en el Congreso, menos Vox. Del Senado salimos solo con tres votos en contra. Lo hemos conseguido porque en ningún momento hemos preguntado por la ideología política o la religión.

El Mar Menor está personado en los tribunales, en los juzgados y están ya hablando sobre él jueces, fiscales, magistrados y está hasta en el Tribunal Constitucional. Es decir, que está funcionando, pero es importante la tutoría porque ahí estamos todos siendo la voz del Mar Menor. Espero que cuanto antes se apruebe el reglamento que desarrolla esa tutoría en el ámbito judicial, y espero que el Tribunal Constitucional esté a la altura y le dé una tutela judicial efectiva al Mar Menor. Y, por supuesto, que diga que no al recurso interpuesto por Vox.

Hace dos semanas Vox intentó infructuosamente en la Asamblea Regional que se reformara la ley de protección del Mar Menor aprobada hace cuatro años y que fuera más laxa con la contaminación de nitratos y fosfatos de la agricultura y la ganadería, al tiempo que intentan rebajar las restricciones al urbanismo. El PP, por su parte, puso sobre la mesa que abrirá “un proceso de escucha” para cambiar dicha ley sin “dar un paso atrás en la protección del Mar Menor”. ¿Le preocupa que, finalmente, esto pueda suceder a pesar de que la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, visitara la Región de Murcia un día después comprometiéndose con 200 millones de euros más a los 500 previstos para la recuperación de la laguna?

A mí lo que más me preocupa es la mentalidad de la ciudadanía; si está igual de fuerte que cuando fuimos capaces de conseguir casi 700.000 firmas. Ahí todos los partidos políticos se pusieron al servicio de la ciudadanía, que es su función. Lo que me preocupa es que eso se desactive.

Teresa Ribera siempre nos ha apoyado, está muy bien su plan de recuperar el Mar Menor y que lo haga efectivo con ese dinero y la Oficina Técnica del Mar Menor. Pero tiene que recordar que, ahora, esa recuperación es un derecho subjetivo del Mar Menor.