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Entrevista

Beatriz Cazurro: “Se está monetizando la crianza utilizando las inseguridades de los padres y madres”

La psicóloga y terapeuta Beatriz Cazurro.

Lucía M. Quiroga

18 de febrero de 2025 21:40 h

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La psicóloga y terapeuta Beatriz Cazurro trabaja desde hace más de 20 años con familias que acuden a su consulta para abordar diferentes temas o problemáticas a la hora de relacionarse entre sí. Sabe por experiencia que es un asunto complejo, atravesado por múltiples factores, y que requiere de un abordaje integral. Quizás por eso rechaza los métodos simplificados que algunos 'expertos en crianza' venden como milagrosos.

Su propuesta es compleja y simple a la vez: atender más a la forma en que nos relacionamos que a las cosas concretas que hacemos. En su último libro, Atender lo invisible (Planeta, 2025) defiende ir más allá de las pautas generalistas y centrarse en fortalecer los vínculos con nuestros hijos e hijas. Algo que pasa por aceptar las limitaciones e imperfecciones de las personas adultas.

Empecemos por el principio, el título del libro: ¿Qué significa “atender lo invisible” cuando hablamos de la relación entre padres, madres, hijos e hijas?

Es muy difícil poner palabras a algo que no se ve, y ese ha sido mi principal reto a la hora de escribir este libro. En las relaciones familiares hay una serie de cosas que se ven, como los actos o las palabras, pero hay otras muchas que no: las dinámicas que hay por debajo, el contexto cultural, social, económico y político en que se dan, los conflictos de pareja que pueda haber, la relación con la familia de origen, la infancia de los padres, la violencia obstétrica que haya podido haber en el embarazo o en el parto… Son muchísimas cosas contextuales que no se ven y que determinan la relación entre padres e hijos.

El libro busca huir de pautas generalistas, que tienden a simplificarlo todo, y opta por abordajes integrales centrados en el vínculo. ¿Por qué debemos centrarnos en cuidar las relaciones?

Porque muchas veces estamos tan preocupadas por hacerlo todo bien que nos olvidamos de lo que ocurre en realidad. Al final las cosas son mucho más complejas, y las pautas educativas o de crianza no son recetas infalibles. Buscamos soluciones fáciles para sentir que como padres y madres lo estamos haciendo bien, pero estamos tan centrados en lo que hacemos que se nos olvida lo realmente importante: quién soy yo para mi hijo o hija. Esa exigencia de perfección nos hace a veces centrarnos en detalles pequeños que nos bloquean en la toma de decisiones. Por ejemplo, he tenido madres que se bloqueaban pensando si estaría bien decirle a su hijo que había hecho un dibujo muy bonito o darle una galleta un día.

Muchas veces estamos tan preocupadas por hacerlo todo bien que nos olvidamos de lo que ocurre en realidad. Al final las cosas son mucho más complejas, y las pautas educativas o de crianza no son recetas infalibles

Ahondando en el concepto de vínculo, ¿por qué cree que es más importante fortalecerlo que las herramientas concretas que utilicemos para relacionarnos?

Los vínculos seguros son el lugar donde los niños necesitan estar para crecer, explorar, equivocarse y desarrollarse. Por eso es importante estar, la presencia, y no lo que nos han contado del tiempo de calidad, sino la cantidad de tiempo y la disponibilidad. Hay que confiar en la relación, porque el desarrollo se da de manera espontánea si las condiciones son buenas. Si hay conexión, intimidad y tiempo, si alguien te cuida, el desarrollo surge por sí solo.

A la hora hablar de la exigencia de perfección, señala que esta recae especialmente en las madres. ¿Hay una lectura de género en esto también?

Completamente, sí. A las madres se nos exige muchísimo más. Parece que la culpa de toda la vida se haya transformado ahora en hiperexigencia: tengo que hablarles muy bien a mis hijos, saberlo todo sobre disciplina positiva, de pautas de nutrición infantil, intervenir de la mejor manera posible en cualquier situación… Es cierto que mi percepción puede ser un poco sesgada, porque la mayoría de las personas que acuden a mi consulta o que leen mis libros son mujeres. Pero lo cierto es que es así. De hecho, ellas suelen ser quienes estudian, leen todo lo que hay sobre educación o crianza, y los padres, en el caso de que los haya, aprenden de lo que les cuentan sus mujeres.

¿Se está dando una cierta profesionalización de la crianza?

Sin duda. Y lo entiendo porque estamos en un momento en que tenemos información sobre todos los temas que puede resultar abrumador. Existen tal cantidad de recursos de psicólogos, asesores de lactancia, asesores de crianza, nutricionistas infantiles, expertos en juego infantil, madres influencers… Tanto contenido es imposible de digerir. La información es importante, por supuesto, pero la información no es lo mismo que la relación. Acercarnos a lo que ocurre en nuestros cuerpos al relacionarnos con nuestros hijos nos permitirá conocernos mejor y comunicarnos de forma más honesta y segura.

Usted es bastante crítica con algunos asesores e influencers sobre crianza y educación. ¿Qué es lo que están haciendo mal?

Creo que se está monetizando la crianza un montón. Como explico en el libro, no me parece problemático que haya personas que echen una mano, lo que me parece mal es que se simplifique todo. Que se utilicen las inseguridades de los padres y las madres, en una etapa de incertidumbre y vulnerabilidad, para venderles métodos simplificados que dan falsas esperanzas de éxito a corto plazo.

El punto de partida del libro son los buenos tratos a la infancia. ¿Cree que estamos consiguiendo un cambio de paradigma, de un modelo adultocéntrico y autoritario a uno que tiene más en cuenta los derechos de la infancia?

A nivel teórico, desde luego que sí. Pero en la práctica todos los cambios llevan más tiempo del que creemos. No podemos pensar que esta generación de padres y madres vamos a ser los que lo vamos a cambiar todo, porque los cambios a veces suceden más despacio de lo que nos gustaría. Además, si estamos todo el rato pensando en leernos 150 libros para hacerlo todo bien, al final eso nos sigue desconectando de nuestros hijos y del vínculo que generamos, así que estaríamos en otro modelo adultocéntrico, aunque sea diferente al anterior.

Las mujeres suelen ser quienes estudian, leen todo lo que hay sobre educación o crianza, y los padres, en el caso de que los haya, aprenden de lo que les cuentan sus mujeres

Al hablar de educación respetuosa, se plantea la pregunta “respetuosa, ¿para quién?”. ¿Corremos el riesgo de irnos a un modelo que solo tenga en cuenta el bienestar de los niños y niñas?

Para que los niños estén en equilibrio los padres tienen que estarlo también. De hecho, para que nuestro sistema nervioso aprenda a regularse necesitamos que alguien lo haya hecho por nosotros primero. Por supuesto que es necesario atender las necesidades de un bebé, pero esas necesidades no pueden arramplar con todo a su alrededor. Esto se ve especialmente en las madres, con la lactancia materna y la crianza a demanda. Y como siempre, una cosa es lo ideal y otra distinta la vida real. La cuestión es cómo construimos el puzle, teniendo en cuenta las necesidades de niños y niñas, pero que nosotros podamos estar también regulados y en calma para que todo funcione con más fluidez.

¿Debemos ser honestas también con nuestro propio punto de partida, con las limitaciones e imperfecciones que tenemos como adultas?

Sí, ser honestas con el punto de partida es fundamental para relacionarnos mejor. Si escapamos de la realidad, sería como intentar hacer un viaje sin saber exactamente el punto de partida. Conocer ese punto de partida, saber los problemas que yo he tenido en mi propia infancia, las mochilas o traumas con los que cargo, es importantísimo para saber que desde ahí es desde donde empezamos, y a partir de ahí establecer hacia dónde vamos, con qué herramientas y con qué ritmos. Es el concepto que explico en el libro: la aceptación radical. Reconocer las limitaciones que tenemos de forma adulta para poder conectar con nuestros hijos, incluso cuando fallamos o no sabemos qué hacer.

Se utilizan las inseguridades de los padres y las madres, en una etapa de incertidumbre y vulnerabilidad, para venderles métodos simplificados que dan falsas esperanzas de éxito a corto plazo

Porque, ¿qué ocurre si, intentando hacerlo bien, educando de manera respetuosa, un día nos enfadamos y gritamos, o incluso pegamos a nuestros hijos?

Tenemos que asumir que cualquier tipo de violencia tiene consecuencias sobre la infancia, y que esto no se debe dar. Pero si el vínculo es seguro, una situación así puede amortiguarse. Va a depender de cada niño y de la situación en concreto, o de la frecuencia con que se da ese tipo de violencia: no es lo mismo gritar un día que pegar todos los días. Pero si esto ocurre, yo propongo reconocerlo, pedir perdón y comprometernos como adultos a que no vuelva a ocurrir. En esto creo que sí hemos avanzado bastante.

Otra de las claves que se apuntan en su libro es la importancia de asumir nuestro “niño interior”, ¿en qué sentido?

A veces creemos que la infancia es una etapa que no tiene que ver con nuestra vida adulta, pero no es así. Toda nuestra experiencia infantil la llevamos puesta a día de hoy, porque forma parte de lo que somos, de cómo nos hablamos, de cómo vemos a los demás… Todo eso tiene un impacto sobre nosotros, a veces de forma más sutil y otras de manera más traumática. Por ejemplo, si a mí de pequeña me pegaban cada vez que saltaba en el sofá, cuando vea a mis hijos hacerlo algo se me revolverá dentro, y es normal que sea así. Ser padres y madres nos conecta de una manera especial con nuestro niño interior, remueve cosas de nuestra infancia que condicionan nuestra relación y nuestro vínculo con nuestros hijos e hijas.

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