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SOY GORDA (ESEGÉ)

La alegría de perder

No somos más felices cuando estamos con lo más nuevo ni con lo último.

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Actualizaciones de estados, resultados de los partidos de fútbol, las variaciones del valor del dólar, los avatares de la vida amorosa de Pampita, ofertas fuera de serie. Y el reloj imparable marcando, segundos, minutos, horas. Pídalo YA.

Nos bombardean constantemente con lo que debemos saber y hacer para estar actualizados y no perdernos nada. La competencia por ganar nuestra atención es feroz. Pero, ¿y si desobedecemos? ¿Qué pasa si practicamos el arte de perder cosas diciendo que no a esas propuestas? ¿Nos quedamos afuera? ¿Afuera de qué?

El icónico eslogan de Nike, “Just Do It” (Hazlo), es más que una frase canchera y pegadiza: es una orden disfrazada de mantra, que nos incita a consumir como si fuera una legítima necesidad. Aparece como una fórmula para superar obstáculos y actuar allí donde la indecisión nos retarda.

La frase del anuncio es poderosa. Como otras, ha trascendido el mundo de la publicidad para convertirse en un dictamen que opera sobre el inconsciente colectivo, como si irse a comprar un par de zapatillas o una remera implicara de verdad un gesto desafiante, la posibilidad de un cambio de vida. Fue lanzada en 1988 y la leyenda urbana dice que se inspiró en las últimas palabras de un prisionero antes de su ejecución.

Nos decimos que es preferible hacer algo de lo que podríamos arrepentirnos que arrepentirnos de no haberlo hecho. En el clímax de la década de 1990, Queen cantaba “Lo quiero todo, y lo quiero ahora”, frase que sintetiza el leitmotiv de la cultura actual. Tenerlo todo se ha convertido en un ideal. Pero, ¿es así, con urgencia, como se enfrenta la vida, se superan los miedos y las dudas cuando necesitamos dar un paso crucial?

Para el psicólogo y filósofo danés, Svend Brinkmann, el terror de perdernos algo ha generado un síndrome conocido en inglés como FOMO (Fear Of Missing Out) y se ha convertido en epidemia. En su libro La alegría de perderse cosas, Brinkman reivindica el estoicismo frente a la agotadora búsqueda de autoayuda, una arremetida contra la presión de hacer y ser más, un despojarse de las sobre estimulaciones mediante las antiguas ideas acerca de la moderación, es decir de no pretender abarcarlo todo.

Se trata de una actitud ética y estética, contraria a la que impulsa la oferta actual de más de 2 mil libros disponibles en Amazon sobre cómo lograr hacer más, o de las 13 mil entradas en los buscadores sobre cómo hacerlo durante una mayor cantidad de tiempo. No es fácil defender la idea de conformarse con menos y es difícil preocuparse realmente por algo de una forma vinculante y duradera. Pero hay un mundo más allá de nosotros mismos en el que algo puede ser bueno o malo, con independencia de nuestros deseos. Puede ser liberador perseguir el bien, aunque no haya una ganancia personal inmediata y visible.

“La pureza de corazón es querer una sola cosa”, decía el creador del existencialismo, el filósofo Soren Kierkeggard. Para que nuestra vida no sea una confusión amorfa, para poder comprometernos con las personas, es conveniente ponerle freno a esa necesidad de darle respuesta a todo lo que aparece ante nuestros sentidos.

Vivimos en una sociedad donde estamos obsesionados con no perdernos nada. No queremos quedar al margen de las últimas novedades y experiencias. No soportamos la idea de que algo se nos pase por alto, nos da miedo que algo se nos escape. Pero, en vez de hacernos libres, esa búsqueda incesante (e imposible) de satisfacción nos llena de frustración. No somos más felices cuando estamos con lo más nuevo ni con lo último.

¿Qué pasaría si suspendemos con conciencia esa demanda y nos empezamos a perder cosas? Es probable que nos podamos conectar con algo más profundo de nosotros y de los demás. Abandonar lo intrincado y complicado en vano y concentrarse en lo simple puede ser muy bello. Mirar a los ojos, apreciar el follaje de un árbol, leer un haiku puede ser conmovedor y nos devuelve nuestro carácter más humano.

“Menos es más” es una frase que refiere a la idea de que la simplicidad y la claridad de las cosas simples pueden ser mejores que las complejas. Es un principio que se encuentra en varias tradiciones y que se asocia con el minimalismo. “Menos es más” es un breve sintagma que se le atribuye al arquitecto y diseñador industrial alemán Ludwig Mies van der Rohe, quien la popularizó en las primeras décadas del siglo veinte. Mies van der Rohe fue un pionero de la arquitectura moderna que propuso construcciones con estructuras mínimas para crear espacios abiertos. Alude al empleo exclusivo de los elementos que forman parte del mensaje, sin elementos ornamentales. 

Dejar de intentar y esforzarse por ser “más duro, mejor, más rápido, más fuerte”, como dice la canción de Daft Punk y celebrar, disfrutar de la vida en los términos de cada quien, puede ser muy liberador.

Me recuerda a las ideas de la estadounidense Rebeca Solnit, autora de Una guía sobre el arte de perderse, quien propone una exploración estimulante del deambular, sobre perderse y abrazar lo desconocido. Escrito como una serie de ensayos en los que cruza experiencias propias, explora temas como la incertidumbre, la confianza, la pérdida, la memoria, el deseo y los lugares. Se trata de un viaje de descubrimiento, estimulante y pleno de saberes, muy bien escrito, que nos ilumina sobre la forma en que vivimos. Apoyándose en disciplinas tan diversas como la filosofía, la historia y el arte, Solnit habla sobre la pérdida, perder y perderse uno mismo, e indaga sobre qué es eso de vivir con incertidumbre.

El filósofo Matthew Crawford habla de la necesidad de trabajar juntos en “ecologías de atención” para escapar de las distracciones permanentes y las necesidades insaciables creadas por la cultura del desarrollo ilimitado. Crawford propone construir una cultura donde la cinta de correr no exista y sugiere pequeños rituales para frenar el estrés y ponerle un dique al desenfreno. No se trata de la gran revolución social, pero sí de pequeñas transformaciones que pueden mejorar nuestra calidad de vida. Por ejemplo, desactivar las notificaciones de redes sociales y del chat, y no utilizar el celular antes de ir a dormir. Esas breves desintoxicaciones nos dan espacios y tiempos que podemos destinar a caminar, a encontrarnos con las personas, a escuchar música o dibujar.

Perder una competencia, certezas, objetos, el control, nos puede hacer sentir que nos estamos perdiendo a nosotros mismos, pero en simultáneo esas pérdidas pueden ser hallazgos de otros mapas y nuevas felicidades.

LH/MF 

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