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Bucha no será la excepción

Seis cuerpos calcinados yacían en el suelo este pasado martes en Bucha, tras la retirada de las tropas rusas. EFE/ Sara Gómez Armas
6 de abril de 2022 22:36 h

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Todas las guerras, y la de Ucrania también, se basan en el uso de la violencia hasta los límites que permitan las circunstancias y que sean necesarios para conseguir los objetivos militares. Crímenes de guerra, genocidios, crímenes contra la humanidad, ejecuciones sumarias, matanzas, masacres, exterminios, asesinatos de todo tipo es lo que ocurre en las guerras, en todas, en Ucrania también. Será Rusia quien probablemente cometa más atrocidades en esta guerra, sí, pero muy probablemente también lo hará el ejército de Ucrania y los grupos armados de autodefensa que operan en la resistencia armada. La guerra es así y no tiene límites. Las imágenes de Bucha nos indignan y entristecen, al tiempo que nos muestran qué es la guerra y lo que está pasando cada día desde que esta empezó. 

La legislación internacional que pone normas a los conflictos armados no sirve para frenar la locura de la guerra. Una vez esta ha empezado son pocos, o ninguno, quienes piensan en las consecuencias penales de sus actos, más aún si el tribunal en el que deben ser juzgados solo ha funcionado en muy limitados casos, condenando a líderes militares africanos, o con tribunales ad hoc de características similares para Ruanda, los Balcanes o incluso para la Alemania perdedora de la Segunda Guerra Mundial. En todo caso se juzga a los perdedores. No puede ser de otra manera. Robert McNamara en el documental The Fog of War lo dice muy claramente. Si EEUU hubiera perdido la Segunda Guerra Mundial, Le May, Truman y él mismo hubieran sido juzgados por crímenes de guerra. Porque sus bombardeos indiscriminados en buena parte de Alemania y Japón, y el lanzamiento de las bombas atómicas en 1945 no pueden ser definidos de otra manera. Y no es solo aquí donde esto ha ocurrido, me atrevería a decir que en todas las guerras a mayor o menor escala se han producido crímenes contrarios al DIH.

Son muchos los crímenes de guerra que han salido impunes en la historia, los que se den en la guerra de Ucrania parece que seguirán el mismo camino. Porque, independientemente del resultado final, para los rusos la guerra la ganará Rusia y para los ucranios la ganará Ucrania. Aún más, para esa parte del mundo que siga en la estela rusa cuando todo esto acabe, los militares sanguinarios rusos serán valientes héroes resistentes contra la opresión de Occidente. Igual que para Europa, EEUU y países aliados y cercanos, los héroes serán los bravos soldados de la resistencia ucraniana que repelieron el todopoderoso ejército ruso. Pocos se preguntarán por los crímenes que tanto unos como otros cometerán. Ha sucedido antes, los libros de historia, el relato, lo escriben los vencedores. El olvido y la impunidad parecen ser el precio que hay que pagar por la paz, al menos en el corto plazo. 

Antes o después esta guerra acabará con un acuerdo de paz que poco diferirá de las conocidas exigencias que el Kremlin hizo públicas antes de comenzar la invasión militar de Ucrania. El resultado serán miles de muertes que bien habrían podido evitarse. Muertes de militares, que son aceptadas como el mal menor, pero la gran mayoría, como en casi todas las guerras, de civiles. O militares amateurs que pensaban que empuñando un fusil enviado por Occidente se convertirían en héroes. Ese será el resultado de la guerra, dos gobiernos ganadores, en ambos bandos discursos legitimadores de lo hecho, que destacarán los logros y ocultarán los fracasos, que rendirán honores a sus muertos, premiarán a sus valientes y perdonarán a sus supuestos perpetradores de crímenes de guerra.

Nadie honrará a los otros héroes, quienes salieron con vida de esta guerra, quienes huyeron a tiempo, quienes pudieron resistir sin armas y quizá por eso salvar la vida, quienes desertaron, quienes rechazaron formar parte de la barbarie. Son pocos los y las resistentes de la guerra que conoceremos por oponerse a participar en un contexto en el que la violencia, la rabia, el odio, la ira y el miedo lo impregnan todo. Nadie rendirá homenaje a quienes se alzaron en contra de las armas, la guerra y la violencia por la razón que fuere, en Rusia, en Ucrania, o en sus países aliados. No habrá honores para los desertores. E incluso se les tachará de cobardes. No habrá reconocimientos para los incrédulos, desconfiados, críticos, que piensan que esta guerra bien podría haberse evitado o parado antes, que hay quien se beneficia de todo esto y no son ni la población de Ucrania ni la de Rusia. No habrá espacio en los libros de historia para pacifistas inconformes que habrán sido objeto o de la represión o de la humillación en su propio país. 

Bucha ha mostrado el horror de lo que con toda seguridad está pasando en muchos lugares de Ucrania (y en decenas de conflictos armados hoy activos). Por supuesto, es necesario un Tribunal Penal Internacional con la firma de todos los Estados, también de los 60 todavía ausentes, entre ellos, Estados Unidos, Rusia, China o Israel. Y juzgar a Vladímir Putin por crímenes contra la humanidad. Así debería haberse hecho por Chechenia o Siria. Pero lo que de verdad es necesario y urgente es poner fin a la guerra. Pero no con más muertos, ni con más guerra, sino con paz. Cada día que pase se cometerán más crímenes de todo tipo. Algunos los conoceremos, la mayoría no. Alargar la guerra es la peor de las opciones para la seguridad de la población civil. Las violencias de unos legitiman las violencias de otros. Si lo que nos preocupa es que lo visto en Bucha no se repita, hay que forzar una negociación que imponga un alto el fuego inminente. Esto no es solo una guerra entre Ucrania y Rusia. EEUU y sus principales aliados deben sentarse en la mesa y negociar para parar esta locura. Y ceder, ceder hoy, para estar vivos mañana.

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