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Alemania y el signo de la historia

El canciller alemán en funciones  Olaf Scholz.

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El SPD ha caído en Alemania. Verdes y Liberales han seguido una suerte similar. El gobierno tricolor no ha funcionado. El resultado de AfD era una profecía autocumplida. 

El fracaso socialdemócrata ha sido, sin duda, lo más sonado este 23 de febrero y seguramente responde a un sinfín de factores, estructurales algunos, coyunturales otros, a la desorientación del partido y a las decisiones erráticas Olaf Scholz, pero hay también un aire de fin de ciclo histórico frente al que el gobierno ha reaccionado con perplejidad e inmovilismo. 

Las previsiones de la Comisión Europea daban a Alemania pésimos resultados económicos a medio plazo. Las estrictas normas fiscales que se apresuraron a defender en Bruselas, para atar en corto a los países del sur, han sido, finalmente, las mismas que les han asfixiado. Incluso el jefe del Bundesbank, Joachim Nagel, pidió hace unas semanas que se suavizara el freno de la deuda que Angela Merkel llevó a la Constitución para asegurar la austeridad. Este asunto sigue palpitando hoy sobre la mesa de negociaciones. El hundimiento de la industria automovilística y la factoría china, que satisface ya su demanda interna, vinieron a hacer el resto. Las empresas alemanas están cayendo una detrás de otra como un castillo de naipes. La crisis puede ser devastadora y se sumará a la crisis energética que sufre el país desde la guerra de Ucrania. Si no se lidera ni el mercado de las plataformas tecnológicas ni las cadenas globales de producción, el futuro acaba siendo una auténtica pesadilla. Alemania acusará, especialmente, los aranceles de Donald Trump y, además, la gestión de la OTAN por parte de EEUU les obligará a derivar parte de sus recursos a la política de defensa. 

Es evidente que la socialdemocracia alemana no ha sabido responder a este panorama tan apocalíptico y es posible que, a futuro, ni siquiera esté en condiciones de hacerlo. 

A la alternativa socialdemócrata le ha pasado factura el advenimiento de una sociedad postindustrial en la que se ha roto el pacto que existía entre el reformismo socialista de extracción burguesa y un mundo obrero en retroceso, sometido cada vez más a relaciones laborales temporales y frágiles. En la economía política de la inseguridad son los trabajadores industriales o blue collars los que padecen las crisis. Parcialmente sustituidos por contingentes de inmigrantes (a los que no se duda en demonizar), se ven obligados a elegir entre sufrir un elevado desempleo o ser pobres con “trabajo”. En este contexto, es en el que triunfa el discurso neofascista de la “reemigración” y en el que un 80% de la población entiende que debe haber alguna corrección del modelo de acogida. La antigua RDA se entrega en cuerpo y alma a Alternativa por Alemania, después de una reunificación que no estuvo a la altura de las expectativas y que se tradujo en marginación, frustración y falta de autoestima. Los jóvenes votan a los ultras borrando el pasado nazi que no han vivido y convencidos de que se les ha robado el futuro. El pesimismo y las emociones tristes siempre mueven resortes excluyentes y regresivos bajo modelos autocráticos.

Lo cierto es que en la fase postindustrial del capitalismo financiarizado y cognitivo, la socialdemocracia ha perdido parte de su base social, entre otras cosas, porque la posición laboral ha dejado de ser causa de pertenencia para ser causa de desigualdad y jerarquización social, y se ha debilitado el discurso de las necesidades materiales y del pleno empleo que movilizaba al sector obrero. Los trabajadores industriales no gozan de estabilidad, ni de continuidad biográfica; nada es seguro ni a largo plazo para ellos. Y esta inseguridad, que ya es endémica, resulta electoralmente rentable para las derechas que encuentran en el nacionalismo, la xenofobia y el proteccionismo una expresión de pertenencia alternativa. Las apelaciones a determinados valores tradicionales como elementos de identidad comunitaria, rescatan un elemento emocional para la política que permite reforzar los vínculos y el sentimiento de inclusión. Y uno de los mayores obstáculos que afronta cierta socialdemocracia es el de no ser capaz de movilizar emoción alguna en una situación evidente de fragmentación social. La opción descafeinada por una mera gestión técnica del neoliberalismo, por el centrismo ideológico o la mentalidad business friendly, no resulta una opción electoralmente atractiva cuando las mayorías tienen poco que perder.

Por esta razón, entre otras, el SPD debería volver a sus raíces: ocuparse de la clase trabajadora y frenar el capital especulativo. Las izquierdas deberían integrar la disparidad de identidades proletarias fragmentadas y precarias que ha alumbrado un nuevo contexto postfordista en el que ya no existe un proletariado global en sentido orgánico.  

Evidentemente, combinar semejante horizonte con el que prefigura la CDU en Alemania se antoja, cuando menos, difícil. La CDU pretende superar el impasse con más política migratoria, represión y control de fronteras, bajada de impuestos, menos gasto social y retroceso ambiental. Merz fue directivo del fondo de inversión estadounidense BlackRock, es un millonario de tendencias conservadoras que podría propiciar, más o menos conscientemente, un marco favorable para la AfD. De momento, ya sabe que violar el cordón sanitario no acarrea consecuencias tan graves y que puede permitirse romper algunos tabúes. 

Que el gobierno de Alemania esté hoy en manos de la posible coalición de dos fuerzas que deberían ser tendencialmente contradictorias se ha visto como una salida airosa que nos permite respirar, pero no hay que olvidar que es Friedrich Merz quien tiene las riendas y que la ingeniería tiene sus límites en política. Si las izquierdas no toman nota, con semejante experimento, no será fácil frenar la implacable aniquilación que encabalgan las derechas en toda Europa. Si el SPD se convierte un mero comparsa de las propuestas democristianas este paréntesis será el de una oportunidad perdida. Apenas queda tiempo para cambiar el signo de la historia.

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