Altiero Spinelli, Manfred Weber, Teresa Ribera y el PP

18 de noviembre de 2024 22:50 h

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Atravesamos un momento especial en casi todo, pero también en el proceso de construcción europea. Las tensiones surgidas la pasada semana con relación al nombramiento de Teresa Ribera como vicepresidente de la Comisión, tienen diversas lecturas, pero todas ellas confluyen en un mismo lugar: ¿Qué Europa queremos? Es momento de recordar de donde venimos para entender que lo que está en juego no es la elección de un cargo en la Comisión, ni tampoco se trata de una escaramuza más entre el Partido Popular y el gobierno de Pedro Sánchez. Lo que está en juego es hacia dónde va a ir Europa en los próximos años. 

Altiero Spinelli fue un político e intelectual italiano que jugó un papel fundamental en el movimiento federalista europeo. Su firme creencia en la necesidad de una Europa unida surgió de sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial y su decepción con los estados nación. Spinelli, junto con Ernesto Rossi, fue coautor del “Manifiesto para una Europa libre y unida”, también conocido como el “Manifiesto de Ventotene”, en 1941. Este documento fue escrito mientras los dos hombres estaban confinados en la isla de Ventotene (cerca de Nápoles) por su oposición al régimen fascista de Mussolini. El “Manifiesto” fue un texto clave en la historia del federalismo europeo y sentó las bases para el movimiento de integración europea de la posguerra. Spinelli, después de fundar el Instituto Universitario Europeo de Florencia en 1965, fue elegido diputado en el Parlamento Europeo en 1979, donde impulsó la creación del Proyecto de Tratado de Unión Europea. Aunque el llamado “Plan Spinelli” no fue aprobado, tuvo un impacto significativo en el debate sobre la integración europea y contribuyó a impulsar el proceso de unificación europea. 

Recordar a Spinelli es importante en el momento en que, nuevamente, el auge del nacionalismo y el euroescepticismo representan un desafío importante para el avance del proyecto europeo. La combinación de distintas crisis y su solapamiento han generado una sensación e  incertidumbre y de falta de perspectivas que han ido alimentando  sentimientos nacionalistas y anti-UE en muchos estados miembros, dificultando así el avance hacia una mayor integración. Ha habido momentos, no tan lejanos, en los que los ciudadanos se han sentido mucho más cercanos al proyecto de la UE. No solo en la época dorada de Delors, sino también después, tras la caída del Muro de Berlín y con la ampliación hacia el este en 2004, se vivieron momentos en los que se detectó un sentimiento de esperanza y unidad entre muchos europeos. Pero, esos momentos han ido seguidos por períodos de crisis y desilusión. La forma en que se abordó la crisis financiera del 2008 no es ajena a ello. Se jugó la carta de la austeridad como “salida natural” a la hegemonía del neoliberalismo (que precisamente estaba en el origen de la crisis financiera) y ello erosionó notablemente, en algunos países más que en otros, los parámetros de bienestar del conjunto de la población europea.

La notable diversidad de los estados miembros de la UE y la falta de consenso sobre la dirección futura del proyecto europeo han ido convirtiéndose en obstáculos importantes, consolidándose la división entre los estados que son favorables a una mayor integración, que incluya una unión fiscal y política, y aquellos otros que defienden a una UE más intergubernamental, y, por tanto, con un papel más limitado. Esas distintas percepciones unidas a las coyunturas complicadas de muchos países, ha ido dificultando el avance hacia una “sociedad europea” cohesionada y con un sentido compartido de propósito. ¿Qué nos indica todo ello? Para recuperar el pulso europeísta de Spinelli y Delors, la UE debería reforzar de manera paralela sus capacidades, reforzando la integración en materia fiscal y de autonomía estratégica, pero, simultáneamente, generar mejores condiciones de vida (en temas como la ocupación, la desigualdad y el cambio climático) e incrementar la implicación ciudadana en sus dinámicas institucionales. Esto podría incluir reformas del Parlamento Europeo y la creación de nuevos mecanismos de consulta ciudadana. Ello contribuiría a promover un discurso positivo e inclusivo sobre Europa, combatiendo así la retórica nacionalista y euroescéptica con un mensaje positivo e inclusivo sobre los beneficios de la UE y la importancia de la solidaridad europea. 

Se ha hablado del llamado “efecto Bruselas”, cómo la capacidad de la Unión Europea de establecer normas globales en diversos ámbitos que, de alguna manera se acaban aplicando en todo el mundo debido al tamaño del mercado europeo (y sus fuertes capacidades importadoras y exportadoras) y la interdependencia económica global. Este fenómeno tiene importantes implicaciones para el funcionamiento de la democracia en los tiempos actuales, marcados por la emergencia climática y la inestabilidad geopolítica. Esto puede ser visto como una forma de globalización reguladora unilateral y pone de relieve la fuerza y legitimidad de los valores europeos a escala global. Hay que tener en cuenta que el efecto Bruselas no es ilimitado. Su eficacia depende de varios factores, como el tamaño del mercado de la UE, su capacidad reguladora y su disposición a promulgar normas estrictas. Estos factores pueden ser debilitados por varios retos, como ahora el crecimiento económico de países como China, las medidas que la administración Trump puede poner en marcha o, y aquí está una de las claves del debate actual, el auge de los partidos populistas y antieuropeístas.

La forma en que se abordó la pandemia y sus efectos fue muy distinta de la que operó en la crisis del 2008. Aquí la aceptación de la deuda y la emisión de eurobonos fue un elemento a destacar en una lógica de expansión del gasto. Pero, asimismo, se puso de relieve la falta de una política industrial propia, lo que genera dependencia y muchos problemas de suministro. El giro actual que pretende reforzar la “autonomía estratégica” (y apunta a un proceso de reindustrialización) de la UE apunta en otra dirección, pero de nuevo, ello exige más articulación política y económica. 

La continuidad de Ursula Von der Leyden en la presidencia de la Comisión permitía imaginar que todo ello podría seguir en la legislatura que ahora empieza. Pero es ahí donde Manfred Weber, viejo rival de Von der Leyen, está jugando sus cartas apostando por virar a la derecha el equilibrio de fuerzas surgido tras las elecciones del 9 de julio. Un giro hacia posiciones menos europeístas y más intergubernamentales, menos expansionistas en la capacidad inversora y reindustrializadora y más austera y limitadora del gasto. Menos Europa y más soberanía nacional. Un nuevo equilibrio político en el que el Partido Popular ha entrado como cómplice necesario. Un cómplice más interesado en seguir erosionando a Sánchez vía Teresa Ribera y en asegurarse el apoyo de los negacionistas y antieuropeos de Vox que en dilucidar que Europa quiere. De ahí la importancia del envite contra Teresa Ribera. Lo que se está jugando es qué Europa queremos: la Europa de Spinelli o la no Europa de Meloni y Orban.