Hartas
Hay una clase de horror inimaginable. Sucede ahí afuera, y tú siempre lo ves desde la distancia que, crees, te separa de lo monstruoso, ese adjetivo que tanto se utiliza para deshumanizar lo que es humano. Pero cuando eres una mujer, la distancia siempre es la misma. Lo que cambia, en todo caso, es la suerte o el contexto social.
Todas estamos profundamente hartas, todas estamos profundamente horrorizadas esta semana con el caso de Gisèle P, esa mujer francesa que ha salido con toda la dignidad del mundo en el macrojuicio contra su marido, el hombre que la violó durante años y la sedó para que otros hombres también lo hicieran, 51 tipos concretamente. Es todo tan atroz que cuesta hasta leerlo, supongo que porque todas pensamos, en el fondo, que algo así nos podría pasar potencialmente a nosotras.
Hay otra víctima más en esa familia, aunque todos los son: la hija. Bajo el seudónimo de Caroline Darian, la pasada semana abandonó la sala llorando menos de 20 minutos después del inicio de la audiencia. En el ordenador de su padre, al que ahora no llama así, 'padre’, sino progenitor, los investigadores encontraron fotomontajes de ella desnuda. Ella lo describe como un padre cálido y presente en un libro que publicó en 2022 sobre el caso, ‘And I Stopped Calling You Papa’ (‘Y dejé de llamarte papá’). Allí cuenta cómo siempre la llevaba a la escuela, la recogía cuando salía de fiesta, la consolaba, la ayudaba. Vamos, un padrazo. Pero también la fotografiaba desnuda sin su consentimiento. Ahora, teme, puede que también abusase de ella, aunque él lo niega.
Así que ahí está ese padre y marido aparentemente cálido y amable, electricista de profesión, ciclista en sus tiempos libres. Y están todos los demás acusados que representan un caleidoscopio de la sociedad francesa de clase media y la clase trabajadora: enfermeros, soldados, carpinteros, expertos en informática, periodistas locales, con edades entre los 26 y 74 años. Muchos tienen familias, muchos tienen hijos.
Siempre es más fácil identificar a los violadores como los “otros”: ignorantes, extranjeros, bestias, animales, monstruos, tipos bebidos, tipos a los que se les fue la cabeza, celosos compulsivos, alimañas, inadaptados sociales, violentos. Porque hablar de los agresores como una excepción, anomalía, o monstruosidad, ayuda a presentar la violencia sexual como algo ajeno a la masculinidad. Pero, como bien demuestra este caso, lo cierto es que las agresiones no solo ocurren en callejones oscuros, también dentro de las casas. Y los violadores no son animales ni monstruos; son padres, maridos, hijos, amigos, colegas, hombres de familia. Sabemos que lo son porque los que llegan a enfrentarse al sistema judicial como está ocurriendo ahora mismo en Francia, se describen en esos juicios como buenas personas, como seres humanos que simplemente cometieron un error o que malinterpretaron una determinada situación.
Fijaos cómo está de arraigada la cultura de la violación que casi todos accedieron a llevar a cabo la agresión, pese a saber que Gisèle estaba drogada e inconsciente. Fijaos cómo de arraigada está la cultura de la violación que el caso ha provocado hasta un examen de conciencia entre los propios médicos franceses, porque Gisèle había visitado a ginecólogos y neurólogos por una serie de síntomas desconcertantes, pero no había recibido ningún diagnóstico que apuntase hacia los abusos sexuales. Ningún médico, siquiera, consideró esa hipótesis.
El juicio durará hasta el 20 de diciembre, así que aún nos queda mucho horror por digerir y asimilar. Ojalá más hombres leyeran sobre este caso y sobre otras violaciones, y no se pusieran inmediatamente a la defensiva, agitando el ‘not all men’ como bandera. Sí, seguramente tú que lees esto no seas como estos sujetos y seguramente creas que nadie en tu entorno puede ser uno de esos depredadores sexuales. Pero lo cierto es que sí, por estadística alguien de tu entorno puede serlo. No te estamos atacando, estamos pidiendo que te horrorices tanto como nosotras para cambiar las cosas. Y esto no va de compartir un post sentido en redes sociales, va de mucho más que eso.
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