P'alante o p'atrás
La celeridad y la premura con que el PP ha cerrado unos pactos donde la ultraderecha ha obtenido cuanto había demandado -seguramente en Vox aún se estén preguntando si no deberían haber pedido más- han reconfigurado de manera inesperada, al menos para los estrategas populares, la dicotomía que deberemos resolver con nuestro voto el 23J. Hay que agradecérselo porque así ya sabemos todos a qué andamos y nadie podrá alegar después que no se había enterado bien o le informaron mal.
Vox ha expuesto con absoluta claridad cuál es el programa ideológico que pretende desarrollar desde las instituciones. El PP ha mostrado con aun mayor nitidez y urgencia su disposición a permitir que la ultraderecha libre sus guerras culturales contra las vacunas, los penes o las tetas desde las instituciones mientras los populares se ocupan de los asuntos importantes.
El pacto no puede resultar más diáfano en todas partes, desde Extremadura a Valencia. Vox les da sus votos a los populares para que gobiernen la economía y las cosas de comer y, a cambio, el PP le abre la puerta de las instituciones para librar desde ellas sus cruzadas ideológicas. Así de sencillo. Así de natural
El ruido ha cambiado de lado y ha modificado el significado de lo que decidiremos en las generales de julio. No se trata de elegir entre la peor o la mejor España, o entre parar o no parar a la ultraderecha o a Bildu, o escoger entre Sánchez o España, ni siquiera va de Sánchez sí o Sánchez no. Se trata de decidir entre progresar o regresar, entre completar los cambios de esta legislatura o dejar que los tiren a la papelera. Por fin sabemos qué significa exactamente eso de “derogar el sanchismo”: ir p'atrás lo que hemos ido p'alante.
Con su voto decide usted si prefiere seguir progresando, aunque sea con contradicciones y a veces a rastras, en el sentido de un Estado que intervenga activamente en la economía y una fiscalidad que reequilibre, aunque sea sólo un poco, el esfuerzo de las rentas del trabajo y la rentas de capital; o prefiere regresar a un Estado testigo del mercado, amigo, y una fiscalidad que vuelva a transferir de manera masiva recursos comunes a manos particulares, por medio de exenciones fiscales diseñadas para beneficiar a quienes más tienen y financiar con dinero público sus decisiones privadas.
Con su voto decidirá si quiere seguir caminando, no pocas veces con errores y contradicciones, en la dirección de reconocer y garantizar la pluralidad, la diversidad y el derecho a vivirlas de manera plena; o prefiere barrer todo a la papelera, tratando de regresar a aquella España uniforme, en la cual todos éramos españoles, católicos, heterosexuales, castellanoparlantes, el padre de familia tomaba las decisiones porque el padre siempre sabe qué es lo mejor y todos cuantos no encajaban en el perfil de la gente de bien eran excepciones, que se permitían siempre que no molestasen, supieran cuál era su sitio y cuáles eran los límites.
El Hormiguero, el programa de referencia de la política española, lo ha escenificado de manera sublime la semana pasada con las comparecencias ante Pablo Motos por parte de Pedro Sánchez y Núñez Feijóo. Primero, un español de bien -por supuesto, apolítico- pidiéndole explicaciones a un mal español -por supuesto, un político- que se junta con gente de mal para hacer cosas poco españolas. Al día siguiente, dos españoles de bien -por supuesto, apolíticos ambos- conociéndose y celebrando la amistad entre hombres bien entendida. Como debe ser.
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