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Prorrógalo otra vez, Pedro

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
29 de septiembre de 2024 21:57 h

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Primero era que había que sacar adelante la amnistía antes de ponerse con la legislatura; vivimos entonces aquel apasionante proceso legislativo donde casi había que pedir por favor a los beneficiados que la aceptasen. Después era justo y necesario esperar a que pasara el sofoco electoral adelantado en Catalunya antes de ponerse con los números de los presupuestos. A continuación, llegó que había que resolver quién ocupaba la presidencia de la Generalitat antes de poner en rumbo la legislatura y vivimos aquella ficción con la que Carles Puigdemont trató de convencer a los suyos de que era posible el truco o trato del Palau por la Moncloa.

Esta semana acaba de comunicarnos el presidente Sánchez que ahora lo más natural y apropiado pasa por esperar a que Junts y ERC celebren sus congresos de otoño -del federal extraordinario socialista nada dijo porque ya sabemos todos qué va a pasar- para ponernos con los presupuestos ya en plan formal y lanzar, al fin, la legislatura. Ya vamos con más retraso acumulado que los Aves a Galicia de Oscar Puente. Como sigamos rebajando así el listón de dónde poner la cinta para tratar de arrancar, por Dios, la legislatura, acabaremos pendientes del cumpleaños de mengano, las bodas de plata de zutano o la luna y las mareas.

No hacía falta ser un genio de la estrategia política para anticipar que a Junts le iba a escocer duro y por tiempo que Salvador Illa ganase la presidencia de la Generalitat. Y no únicamente por una cuestión de celos. El independentismo catalán atraviesa una crisis estructural, no una tormenta perfecta que, antes o después, escampe. Ya no es el actor principal de la política catalana, ahora ese papel le toca al PSC, en ERC van camino de abrirse en canal en público, los herederos de Convergencia afrontan su congreso con la cuota de poder institucional más pobre de su historia y la mayoría social parece haber pasado página y haber dejado a ambas formaciones en el capítulo anterior. Los presupuestos le valían a ERC porque ya había obtenido la baza de la financiación singular. Junts ni puede, ni va a conformarse con una contrapartida al menos equiparable y no quedan muchos triunfos que ofrecer guardados en la despensa de Moncloa. 

Empeñarse en julio en sacar el techo de gasto y volver a presentarlo ahora sin tocar un céntimo únicamente podía conducir a cantar con melancolía el “prorrógalo otra vez, Pedro”. Los socialistas y su líder empiezan a hacer ahora lo que deberían haber iniciado con brío renovado antes del verano. Preocuparse por acelerar el cumplimiento de los compromisos ya pactados para la investidura podía tener algún valor en julio. Hoy no vale ni el tiempo que le lleva a los socialistas contártelo. Que ahora se vaya a hacer lo que no se podía hacer antes se convierte en otra prueba más en su contra. La confianza debería haberse trabajado antes de las vacaciones.

Ahora que unos y otros se topan de bruces con la realidad podría conformar un buen momento para que dejasen de comportarse como si la misma no existiese, o pudiese cambiarse a golpe de tuits y titulares, o mirando a una estrella y deseándolo con todo el corazón, o dejando de respirar muy fuerte hasta que los demás se rindan. Ahora que Puigdemont y Junts descubren que, ni la redacción más perfecta del mundo, podía impedir que los jueces campeadores retrasasen la aplicación de la amnistía y los socialistas constatan que ya no es como antes y sólo existe una suma posible y viene con un coste, se dan las condiciones para que unos asuman que sería suicida dejar caer al único Gobierno que les garantiza cerrar las consecuencias judiciales del Procés y los otros entiendan que ser “handsome” ayuda para triunfar en el amor y en la política, pero no es el secreto del éxito en ninguna.

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