Dos intelectuales, Mario Vargas Llosa y Félix de Azúa ocuparon un espacio destacado en lo que llamamos 'la actualidad'. Parece que todavía hay un espacio para intelectuales en la vida pública española o, al menos para algún tipo o grupo de intelectuales pues, siendo ambos muy distintos comparten algunos atributos y rasgos ideológicos. Uno, puede que el más determinante aunque no sea evidente, es el hecho de ser varones, somos frágiles, envejecemos mal y el patetismo es un rasgo de una íntima conciencia de fracaso. La ranciedad, ¡ay!, es casi inevitable, qué le vamos a hacer.
Lo que sí resalta es que ambos sean miembros de la RAE y plumas de El País y todos sabemos que esto último es determinante. A pesar de su pérdida de crédito 'El País' conserva el respeto entre miembros de las generaciones mayores de sesenta años, 'quien tuvo, retuvo'. Y el ser ambos académicos no es coincidencia tampoco, afecta a su naturaleza ideológica. Pero lo interesante es ver como tanta gente acepta que ser miembro de una academia es un mérito científico, cultural o cívico, eso les da pie a reprobar la conducta de De Azúa.
Ser académico implicaría, según ese modo de pensar, tener una conducta ejemplar y no ser reaccionario. Creo lo contrario, que es más natural el pensamiento libre y el carácter democrático fuera de academias. Como tengo amigos, amigas y hasta familiares en tales entidades no digo que lo haga imposible, pero lo dificulta. Ser una persona completamente maleducada, clasista y machista está al alcance de cualquiera, el amargor de estómago lo dan los años, y eso no depende de tener estudios, títulos y oposiciones.
No hay duda de que en la sociedad española está muy asentada la cultura burocrática y dirigista de la dinastía borbónica importada por Felipe V, por ello conservan el prestigio instituciones que funcionan por cooptación, precisamente para que continúe lo establecido. Son clubs de caballeros, que haya dentro pocas damas está en su naturaleza. Imaginar una cultura sin comisarios, con debates libres y lugar para la disidencia es poco imaginable en España.
Las declaraciones clasistas y machistas del señor De Azúa sobre la alcaldesa de Barcelona, señora Ada Colau, son un ejemplo de chulería y matonismo que solo se explica por un envanecimiento que tiene un origen último en la clase social. La burguesía más poderosa en España claramente es esa chusma parasitaria que se sienta en el palco del Bernabeu, pero la burguesía más escanciada y obsequiosa consigo misma fue tradicionalmente la barcelonesa, cuando en Madrid aplaudían 'La Revoltosa' en el Palau se sentaban solemnes observados por las máscaras de Beethoven y Wagner. El clasismo de De Azúa solo mostró lo que fue y aún es la relación entre los señores de la casa y la portera, el desprecio hacia otro ser humano.
Lo que ocurre es que los tiempos han cambiado y tener carrera universitaria y cátedra por oposición hoy día ya no es lo que era en tiempos de nuestros padres y resulta que a la Ada no le da la gana de venderle pescado al Félix. Tendrá que buscarse la merluza en otra parte.
Sin embargo, figuras como la suya todavía encuentran un lugar acogedor en una corte madrileña cultural e ideológicamente en crisis. Una corte que en los años ochenta, a la sombra del PSOE de González, barrió de la escena al antifranquismo y creó un paisaje de pijerío ilustrado con impostado pasado izquierdista. Figuras decadentes que, como Dorian Grey, guardan un retrato escondido, pero De Azúa se descuidó y nos mostró su tétrico retrato y pudimos ver una estampa grotesca, no hay guapo que resista el castigo de la maldición narcisista. A esa corte de Caja Madrid fueron llamados y acogidos antes intelectuales vascos para el combate entre españolismo y vasquismo, ahora llaman y les ponen púlpito a los catalanes que impugnan el catalanismo. No hay debates culturales o ideológicos en España, solo hay guerra civil por otros medios.
El caso de Mario Vargas Llosa es muy distinto, aunque la celebración de su cumpleaños mimado por presidentes, ministros, magnates y mangantes también disgustó a muchas personas que admiran sus obras y lo respetan. Particularmente, disfruté y aprendí de sus novelas anteriores a los años noventa, lo considero un gran novelista, sin embargo discrepo de muchas de sus opiniones, que él defiende con sincera vehemencia.
Quienes no somos ricos no debemos compartir en absoluto sus ideas, el programa completo del neoliberalismo de Lippmann, Hayek y Friedman y los intereses norteamericanos, pero entiendo que hay valentía por su parte en defenderlas, ya que lo hace contradiciendo las simpatías de la mayor parte de sus lectores. Lo fácil para él sería hacer profesión de buenos sentimientos, invocaciones solidarias, vagas demandas de justicia social...,que es lo que desearía leer su público. Pero Vargas Llosa cree sinceramente que el mundo será mejor siguiendo el camino marcado por esos ideólogos, que a otros nos parecen una cuadrilla de miserables despiadados, y como lo cree sinceramente lo dice y lo practica. Su experiencia como candidato presidencial en Perú, narrada con franqueza en 'El pez en el agua'. Su pretensión de hacer de Perú un país europeo, cosa que él entendía que era “lo racional”, era completamente irracional. Cuando queremos alancear gigantes donde hay molinos acabamos maltrechos.
De todos modos, en algún momento de serenidad Vargas haría bien en constatar que si está rodeado de tanto poder es precisamente porque sus ideas defienden ese poder y este orden de cosas. No es un árbitro intelectual que esté al margen del conflicto de intereses en ningún tema en el que él toma partido: cierra filas con el nacionalismo español frente al catalán, está con Thatcher frente a los asalariados y los estados reguladores, con Aznar frente a la izquierda española… Y, si cerró las cuentas secretas en Panamá antes de recibir el Nobel, también debe reflexionar sobre su coherencia: ¿o cree que escapar al control del fisco de los estados es compatible con defender unas reglas del juego transparentes y justas para todos? ¿Es legítimo un orden económico que permite a los ricos no pagar al estado y que tenga que ser financiado solo por los pobres?
Sin embargo, aunque el intelectual Vargas sea un doctrinario en sus ideas, nunca lo es el escritor cuando escribe novelas, donde demuestra una inteligencia generosa y es absolutamente comprensivo con sus personajes, aunque piensen lo contrario que el ideólogo Vargas.
Aceptar su sinceridad y una búsqueda de 'la verdad' es esencial para comprenderlo, no hay impostación en su proceder ni tampoco en su obra, que trata descarnadamente de lo que tratan todos los escritores de un modo más o menos oculto, de su vida. En Vargas hay un lado de inocencia que es lo que le da fuerza, lo que le hace vivir de un modo excesivo, casi salvaje, y también lo que le hace parecer una figura con algo de infantil, como esa estampa de escritor que celebra su gloria con boato ostentando poder. A muchos ofende e incluso parece obscena esa imagen de un escritor celebrando su gloria y ostentando poder. Esa ceremonia recuerda demasiado a un funeral de estado, recordamos el de un escritor, también premio Nobel, su féretro a lomos de ministros. Esa celebración del estar vivo a una edad tiene algo de conjuro y nos hace pensar en lo que hay en sombra.
Pero Vargas Llosa entiende de ese modo la gloria y sabe que ésta solo se disfruta en vida, las ofrendas mortuorias no aprovechan a los vivos. Y en cuanto a la posteridad, aunque se haya jugado todos los cuartos a ella, a estas alturas intuye que solo es un hechizo que ciega y que la búsqueda de la posteridad transforma en mierda todo lo que toca, la pretensión de vida postrera vuelve mierda la viva a vivir. Dejemos al escritor Vargas Llosa que disfrute su gloria a su manera pero, eso sí, exijamos al intelectual que responda de la coherencia entre las ideas que defiende y sus actos.
Y también apareció al final enmarañado en la madeja de dinero de Panamá Pedro Almodóvar. Tras conocerse sus pasos financieros dijo que le encantaría volver a vivir la vida que tuvo en el año 85, cuando comenzó a ofrecer personajes e historias ingeniosas y bizarras, unas buenas y otras no pero siempre acogidas de forma entusiasta, acrítica y cómplice por aquel ambiente complaciente. Sin embargo, la vena más interesante es la narración de un fracaso, el mismo que aparece en 'Surcos' de José Antonio Nieves Conde o, de forma tragicómica, en 'Segundo López, aventurero urbano' de Ana Mariscal. El fracaso de la búsqueda del paraíso imaginado en el Madrid de los años cincuenta y primeros sesenta y el regreso imposible al pueblo que quedó atrás, esa línea que cierra 'Qué he hecho yo para merecer esto“', el conmovedor final de 'Átame' y que pretendió desarrollar en 'Volver'. Los pasos financieros panameños no están a la altura de la poesía que pide narrar esa historia de fracaso. Qué lástima.
Qué mal envejecemos. Pero qué bueno estar vivo.