Tropezar con la alfombra
Todos los gobiernos acumulan basura bajo la alfombra. Ningún gobierno consigue esconder por completo la basura. Pero algunos gobiernos, a veces, se obstinan en tropezar con la alfombra. Quizá sea falta de equilibrio o de suerte, difícil saberlo. El caso es que hay gobiernos que encadenan tropezones. Y acaban cayendo.
Pedro Sánchez empieza a parecerse al Felipe González de hace 30 años. El actual presidente recordará sin duda aquellos tiempos, porque fue cuando se afilió al PSOE. Felipe ganó las elecciones de junio de 1993, aupado por los fastos de 1992: los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla, la inauguración del tren de alta velocidad, el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América… Y a partir de entonces su administración comenzó a desmoronarse.
En noviembre de ese año, Diario 16 publicó la primera información sobre el extraño enriquecimiento del director de la Guardia Civil, Luis Roldán. Roldán fue destituido en diciembre. Al poco afloró la sangre de los GAL. Y en abril de 1994 Roldán huyó de España. El suyo era un caso grave de corrupción, que se extendía, por la vía de los fondos reservados, a la cúpula del Ministerio del Interior. La fuga lo empeoró.
Si la cosa hubiera acabado ahí, tal vez la administración socialista habría sobrevivido. Quién sabe. Lo que acabó con Felipe González fue el ridículo: la invención de un policía laosiano, el “capitán Khan”, para encubrir, en 1995, que la detención de Roldán se había logrado pagando a un agente doble o triple, Francisco Paesa, quien previamente había esquilmado al huido ex director de la Guardia Civil. El Mundo contó la historia con pelos y señales.
Un gobierno puede sobrevivir a cualquier cosa, menos a convertirse en un chiste. Un gobierno puede acumular mucha porquería bajo la alfombra, pero no ha de tropezar con ella. Es decir, no debe contar patrañas ridículas para enmascarar lo obvio. En 1995 se descubrió también que el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, defraudaba a Hacienda. Un simple añadido a una situación grotesca.
Dada la favorable situación económica y la desorientación del PP, lastrado por Vox y zarandeado por “la presidenta”, Pedro Sánchez disponía de opciones para sobrevivir a la imputación de su esposa, al hedor del asunto Ábalos-Koldo o a la treta en que ha caído su fiscal general. Las opciones se desvanecieron, una tras otra, a partir de los “días de reflexión” que el presidente se tomó en abril, rematados con aquella estrambótica “carta a la ciudadanía”.
Cuando las cosas le fueron mal, Felipe González culpó a “algunos jueces descerebrados” y a un grupo de periodistas a los que definió como “sindicato del crimen”. Pedro Sánchez hace algo parecido.
Aún puede durar un poco. Recordemos que, a pesar de los pesares, Felipe González duró hasta las elecciones anticipadas de 1996. Y que, pese a su empeño en tropezar con la alfombra, perdió por sólo 15 escaños frente a José María Aznar: 156 el PP, 141 el PSOE. Alfonso Guerra pronunció una frase memorable: “Nunca una derrota fue tan dulce, ni una victoria tan amarga”. No resultaría tan dulce aquella derrota, vista la devastación posterior del PSOE.
Lo de Íñigo Errejón puede considerarse un ejemplo de lo que ocurre cuando a un gobierno lo martirizan los achaques. Errejón nunca estuvo en el gobierno y no milita en el partido de Sánchez, sino en ese apéndice que cuelga del PSOE y que llaman Sumar. Sin embargo, las consecuencias de su caída serán graves para la coalición y para el presidente. Demasiada hipocresía, demasiada “mediación” para encubrir desmanes.
Demasiados tropezones.
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