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ZP o la virtud de la discreción

El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.
11 de septiembre de 2024 21:58 h

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A José Luis Rodríguez Zapatero le cayó encima una tormenta de reproches y hasta insultos cuando, una vez celebrada la última elección presidencial en Venezuela, el pasado 28 de julio, no se apresuró a pronunciarse en público sobre su tan discutido resultado. No fui yo de los que se abalanzaron sobre él con tal motivo. En primer lugar, no acabo de entender por qué todo el mundo debe pronunciarse todo el rato sobre todo lo divino y lo humano. Esta pulsión por opinar diarreicamente se ha convertido en hegemónica con el auge de las redes sociales, y muy en particular con la adicción a Twitter, ahora X. Si un político o un famoso no sale de inmediato a lamentar la muerte de una decena de personas en un accidente ferroviario en la India, es que carece de sensibilidad y empatía, e incluso puede ser acusado de complicidad en la tragedia. En fin…

En el caso concreto de Zapatero y la elección presidencial en Venezuela, yo me lo imaginé más bien tratando de propiciar el diálogo entre las partes, de conciliar lo difícilmente conciliable, de intentar impedir que la sangre llegara al río. Tal es su talante personal y tal es la misión de los mediadores en conflictos internacionales. Miren, yo no sé de todo, hay cosas de las que no tengo pajolera idea, así que no me leerán comentarios sobre las últimas noticias del telescopio James Webb. Pero algo sé –un poquito, solo un poquito– de política internacional tras varios lustros de corresponsal del diario El País en cuatro continentes y dos años de director general de Comunicación Internacional en La Moncloa (bajo la presidencia de Zapatero, por cierto). Y una de esas cosas que sé es que la discreción puede resultar muy útil en determinadas circunstancias.

“¡Transparencia!”, grita hoy mucha gente cuando trata de poner en apuros a algún rival que está intentando resolver un problema con la máxima reserva posible. Pues miren, no estoy de acuerdo. Si se quiere que sean efectivas, no pueden retransmitirse en vivo y en directo todas las negociaciones. Especialmente cuando se trata de la vida o la libertad de terceros. La inmediatez televisiva o tuitera lleva a las partes implicadas a expresarse y actuar de modo maximalista e intransigente a fin de contentar a sus respectivas parroquias. Les aleja de esos posibles puntos intermedios –ni para ti ni para mí– en los que quizá pudiera encontrarse un acuerdo. Así es como tuvieron éxito las negociaciones para la paz en Irlanda del Norte que terminaron en 1998 con los Acuerdos del Viernes Santo. 

En el actual conflicto venezolano, Zapatero medió entre las partes para conseguir la concesión de asilo político en España a Edmundo González, el candidato a la presidencia de la oposición a Maduro, según ha informado este diario. ZP no es un bocachancla, medió exitosamente siguiendo la recomendación de don Miguel de Cervantes: “No puede haber gracia donde no hay discreción”. 

Pero los bocazas del PP tipo González Pons ni esperaron a que el avión militar español que traía a Edmundo González aterrizara en Torrejón de Ardoz para empezar a hacer ruido. El desagradable ruido de una traca frente a un hospital. De haber exigido la semana anterior la concesión de asilo al político venezolano para proteger su libertad y hasta su vida –explícitamente en boca de Isabel Díaz Ayuso–, pasaron a calificar esta medida humanitaria de regalo al régimen de Maduro. 

A ver si se aclaran nuestras derechas, siempre negativas, nunca positivas. ¿Están diciendo qué lo suyo hubiera sido negarle a Edmundo González el asilo en España que él mismo solicitaba? ¿Que lo adecuado hubiera sido dejarlo tirado en Caracas para que lo detuvieran, juzgaran y condenaran a prisión? ¡Menudo disparate! Pertenezco a una generación que luchó por la liberación de Mandela y no quiero ver a nadie enjaulado por sus ideas. No trago con planteamientos politiqueros y pseudo maquiavélicos de cuanto peor, mejor.

Zapatero ha hecho muy bien en no pronunciarse sobre el resultado de las elecciones venezolanas. Si se quiere mediar de modo positivo entre unos bandos enfrentados, no se puede salir en la tele o las redes sociales emitiendo condenas explícitas a uno de ellos. Un mediador debe ser percibido como alguien mínimamente neutral. Esto es de primero de mediación o arbitraje.

Sé que no pueden evitarlo, que el picotazo del escorpión está en su naturaleza. Aun así, tengo que decir que el PP mejoraría su credibilidad si alguna vez renunciara a abrir los muchos periódicos y telediarios de derechas españoles con la expresión de absurdas discrepancias. Nuestro Gobierno no ha aceptado que Maduro sea el ganador de los comicios del 28 de julio, sigue exigiendo una verificación independiente de todas las actas electorales. Pero tampoco tiene ninguna necesidad de apresurarse y declarar ya mismo que Edmundo González triunfó de modo indiscutible y es el presidente legal y legítimo de su país. Nuestro Gobierno ya metió la pata en tiempos del fogoso Josep Borrell al frente de Exteriores cuando proclamó a bombo y platillo presidente venezolano al ahora políticamente desaparecido Juan Guaidó. Aquello no sirvió para nada.

En estas y otras crisis graves, hay que trabajar con paciencia y el mayor silencio posible para conseguir una fórmula que libere a unos rehenes, consiga un alto el fuego en un conflicto bélico o abra una pacífica transición democrática. Esto también es de primero de política nacional e internacional.

Vivimos en un tiempo que valora más la exageración que la sobriedad, el exhibicionismo que la mesura, el espectáculo que la eficacia. Pero no es lo mismo un partido de fútbol que la búsqueda de la paz en Irlanda del Norte. La retransmisión televisiva de unas negociaciones delicadas seguro que da entretenimiento a una audiencia siempre sedienta de sensaciones fuertes, pero también puede ser perjudicial para el objetivo de paz y libertad que desea la gente de bien.

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