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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

Casado busca una segunda oportunidad por el centro

El presidente del PP, Pablo Casado, interviene durante la segunda sesión del pleno en el que se debate la moción de censura planteada por Vox, en el Congreso de los Diputados.

José Precedo

22 de octubre de 2020 22:05 h

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Vox está solo en el Congreso. Tras horas y horas de discursos xenófobos y antieuropeos desde la tribuna del Parlamento en una de esas sesiones solemnes, la quinta moción de censura de la democracia que quedará para los libros de historia como la que menos apoyo tuvo. Después de dar crédito a bulos de todo tipo, de pedir que España saliese de la Organización Mundial de la Salud, de decir que la Unión Europea va camino de ser China y Catalunya una república islámica, de prometer la ilegalización de partidos nacionalistas y de izquierdas, todo, entre chascarrillos machistas y nostálgicos, la extrema derecha tiene 52 votos. Ni uno más.

Ni siquiera una abstención entre los 350 diputados que forman el hemiciclo, los que estuvieron presentes y los que votaron desde casa. El Partido Popular ha abandonado a la extrema derecha en la votación más importante del último año y medio y ni su exportavoz Cayetana Álvarez de Toledo, que había amagado con hacerlo, se atrevió a una abstención cómplice con Santiago Abascal. La Mesa leyó el sentido de su voto telemático cuando la lista llegó a su nombre: “No”. Igual que otros 297 diputados.

De la foto de Colón, aquella manifestación de PP, Ciudadanos y Vox contra el anterior Gobierno de Sánchez en febrero de 2019, queda Santiago Abascal clamando solo con el megáfono que implican horas y horas de emisión en directo de radios, televisiones y prensa digital.

Hoy Albert Rivera es un jubilado de la política a los 40 años. Su sucesora, Inés Arrimadas, trata de marcar todas las distancias posibles con Vox aunque sin importunar a sus cuatro millones de votantes, y el eurodiputado Luis Garicano les llama extrema derecha en Twitter

Solo faltaba Pablo Casado, que llegó de la sede del PP con un dilema diabólico: según una encuesta de Metroscopia, el 44% de los votantes del PP pedía votar a favor de la moción y el 39%, abstenerse mientras el 'no' solo lo defendían el 9% de sus electores. Cierto que el sondeo estaba hecho antes de la intervención de Santiago Abascal, un batiburrillo inconexo de soflamas racistas, alertas sobre amenazas de la masonería y otros históricos enemigos de la patria, bajadas de impuestos generalizadas y ciertas dosis de empatía con el franquismo de ayer y la ultraderecha de hoy que campa por Europa.

Ha presentado una moción de censura sobre el partido que le ha dado trabajo quince años y el tiro le ha salido por la culata

Pablo Casado

Tras mantener el suspense durante toda la semana, este jueves era el día de Casado. Y el líder del PP salió a degüello contra Abascal.  “No somos cobardes, lo que ocurre es que no queremos ser como usted, no queremos ser un partido del miedo, de la ira, del insulto y de la bronca”. “Esta no es una moción de censura contra Sánchez sino contra China, Soros, Botín, y la forma de vestir de los diputados, si hasta ha citado a Hitler”. [...] En estos dos años no he contestado a sus provocaciones“.

Pero esta vez el líder del PP sí lo hizo y a lo grande, vitoreado desde la bancada por algunos de los suyos en la cita más relevante de todas cuantas se han celebrado en el Congreso durante meses: “Hoy se censura usted a sí mismo. Y va a tener más éxito en esa censura que en la de Sánchez. Vox es el seguro de vida de Sánchez. Puro populismo, cuanto peor para España, mejor para usted. Prefiere sepultar el interés nacional por el interés propio. La conclusión es clara: o Vox o España”.

En su propia ecuación, el líder popular eligió España y ya no escatimó ni en alusiones personales: “Ha presentado una moción de censura sobre el partido que le ha dado trabajo 15 años [fue más un sueldo que un trabajo, a tenor de lo que ha contado el propio Abascal sobre aquello] y el tiro le ha salido por la culata. Es la hora de poner las cartas boca arriba y hasta aquí hemos llegado”.

Casado no había ahorrado críticas a la coalición de Sánchez e Iglesias, con la que fue muy duro como siempre, pero puntualizó que era “el peor Gobierno de los últimos 40 años”, y repitió “cuarenta” para dejar claro que él no incluye en la comparación al franquismo, como sí había hecho el portavoz de Vox la jornada anterior. Y emprendió una defensa de Europa y de la multilateralidad, renegó de la dictadura varias veces haciendo ver que las recetas de la extrema derecha son enfrentamiento entre españoles y que lo suyo es defender la transición y el 78.

En su primera intervención, media hora de reloj, trató de situar a su partido en el centro dando a entender que el extremo a la izquierda es el Gobierno y a la derecha, Vox. De Ciudadanos directamente se olvidó. Hizo en esos treinta minutos lo que llevaban pidiendo muchos meses los barones autonómicos a Casado, tras cinco derrotas consecutivas en las urnas.

Mientras el líder del PP desataba la tormenta contra Vox, Abascal tomaba notas aturdido en su escaño, mirando incrédulo a Iván Espinosa de los Monteros. El discurso más duro de los dos días le había llegado de su excompañero de partido, de quien sigue siendo su socio en importantes instituciones, de una persona con la que mantenía un trato cordial, sino una amistad. Cuando subió al atril un Abascal noqueado apenas acertó a repetir que estaba “perplejo” y a recordar que Vox había facilitado gobiernos del PP en Madrid, Murcia y Andalucía “sin pedir ni un cargo”. Lejos del tono bravucón de otras veces desplegó un discurso lastimero y reprochó que Casado se hubiera abonado a la “caricatura cruel” de su partido que habían hecho el resto de los portavoces. Compungido, afirmó: “Entiendo su voto pero no los ataques personales”.

“No vamos a ser rehenes de lo que ustedes digan aquí”, le replicó Casado en su segunda intervención sin levantar el pie del acelerador. Antes le había recordado que Abascal ya estaba en política cuando él iba al colegio y que algunos de los diputados de Vox ya tenía escaño en el Congreso cuando ni siquiera había nacido. (Escaño por el PP).

Si es cierto que Europa nos está mirando, ahora que va a transferir 72.000 millones de euros para combatir la crisis, en los despachos de Bruselas habrán podido ver por primera vez al populismo de extrema derecha clamando solo en el Parlamento español. Profiriendo consignas importadas de Trump y alentando además a las formaciones xenófobas que se levantan por el resto del continente. Esa sería la buena noticia que deja el debate que ha entretenido durante dos días a las principales autoridades del país en un momento crítico que además ha coincidido con el contagio un millón de esta segunda ola.

El aislamiento de la extrema derecha es de momento una foto fija porque no hay evidencias de que Casado vaya a renegar de los apoyos de Vox con los que gobierna en Madrid, capital y Comunidad, Andalucía y Murcia. Pero es más de lo que había sucedido en los últimos dos años y en cierto modo, votar 'no' a la moción de censura es una manera de reconocer la legitimidad del Gobierno que distintos sectores de la derecha han puesto en cuestión desde el mismo día de la investidura. 

Con su giro de este jueves Casado se enmienda además a sí mismo: está rompiendo la foto de Colón pero también la oferta que hizo la víspera de la jornada de reflexión de las penúltimas generales, cuando prometió que metería a ministros de Vox en su gobierno. Y por supuesto, acaba con el discurso de los últimos meses en un momento en que empezaban a sonar tambores de guerra a nivel interno. Algunos de los barones más proclives a la moderación, como el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, o el andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, celebraron después el viraje de Casado con mensajes en Twitter.

Ese anuncio de giro al centro en la misma sede de la soberanía nacional, más de dos años después de tomar posesión como líder del partido –cuando prometió que volvía el PP y la “España de los balcones”– sucede a las puertas de la negociación de los Presupuestos más importantes de la historia reciente y que el Gobierno diseña como un plan de reconstrucción nacional para cuando llegue la crisis posterior a la crisis: las consecuencias económicas de una epidemia que nadie sabe cuándo va a acabar.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le había tendido la mano la víspera para romper con la ultraderecha. Pero aún después de la intervención de Casado hubo otra dosis de leña al PP por parte de la portavoz socialista, Adriana Lastra, quien le pidió romper los gobiernos de Madrid, Murcia y Andalucía y le lanzó una larga lista de reproches. Y críticas más livianas del vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, que aplaudió su “discurso brillante” pero lamentó que este giro ideológico de Casado llega demasiado tarde. 

Minutos antes de la votación, bien entrado el mediodía, Moncloa mandó señales de que Sánchez iba a hacer un anuncio trascendente. En la tribuna aún intervenía Abascal. El presidente tomó después la palabra: “Vamos a detener el reloj de la reforma del Poder Judicial para poder llegar a un acuerdo con ustedes. En cuanto concluya esta votación aquellos partidos que tienen responsabilidad de Estado, sentémonos a renovar órganos constitucionales en beneficio de la constitución de la democracia y de la soberanía que está aquí representada”.

La tramitación del polémico proyecto registrado en el Congreso por el PSOE y Unidas Podemos para rebajar las mayoría de elección de 12 miembros del Poder Judicial en el Congreso –de los tres quintos a la mayoría absoluta–, y que había recibido reproches de las asociaciones judiciales y del Consejo de Europa, queda en suspenso a la espera de la respuesta del PP. La oferta de Sánchez incluye renovar también el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo y la dirección de RTVE.  

Casado ya no tenía más turnos de intervención, así que no pudo responder a la mano tendida del presidente del Gobierno. Su número dos, Teodoro García Egea, escribió en Twitter las condiciones para sentarse a negociar.

Nada que impida en principio retomar las conversaciones donde quedaron el pasado julio, cuando el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, y Enrique López, el negociador propuesto por Casado, tenían prácticamente cerrada la lista para renovar el Consejo General del Poder Judicial y en la que el PSOE reservaba algún puesto para que lo designase Unidas Podemos.

Sí subió al atril, al filo de la votación y todavía cariacontecido, Abascal para advertir a los españoles contra el riesgo de “caer en la zozobra”. Aun encontró tiempo de pronosticar que a corto plazo “morirá más gente y habrá más miseria” y de lanzar un mensaje optimista más a largo, para cuando Vox llegue al Gobierno. Luego sacó su particular conclusión de lo que acaba de suceder en el hemiciclo: “Casado ha tenido que insultarnos a nuestros votantes para poder negociar el reparto de los jueces con ustedes”.

Cuando llegó el momento de la verdad, Vox sumó 52 votos a favor de esa moción que buscaba un gobierno de independientes para convocar elecciones cuanto antes. Menos de los que logró Felipe González contra Adolfo Suárez, menos que Hernández Mancha contra Felipe González y menos que Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy, las otras tres mociones frustradas de la democracia.

El epílogo en la censura también fue obra de su promotor, el propio Abascal, quien al ver la que se le venía encima en el marcador electrónico del Congreso proclamó mirando a Sánchez: “Estamos solos pero mejor solos que mal acompañados”.

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