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Gernika, 1937: el bombardeo terrorista como arma de guerra

Gernika, con una representación del cuadro de Picasso.
4 de mayo de 2024 21:56 h

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“El crimen fue en Granada”, escribió don Antonio Machado en memoria de Federico García Lorca. La victoria en la Guerra Civil española del triple fascismo aliado –nazis 'hitlerianos', fascistas 'mussolinianos' y franquistas– está sembrada de crímenes de guerra: el crimen también fue en Badajoz, en el Bajo Aragón, en Málaga –'la desbandá', con entre 3.000 y 5.000 civiles asesinados, en Madrid –bombardeada sin piedad durante tres años de asedio, con noches donde cayeron “más de ochocientos obuses en diez minutos”, escribió Arturo Barea–, en Alicante, Cartagena, Granollers, Barcelona y, entre otros, en Bilbao y otras localidades vizcaínas. El 26 de abril se cumplió el 87º aniversario del símbolo de todos esos crímenes: la destrucción de Gernika. Su importancia no es sólo por ser cuna emblemática de las instituciones históricas vascas sino por ser la primera vez en la historia que se utilizaba el destructivo bombardeo en alfombra o de saturación.

El primer bombardeo de una población civil en la guerra española tuvo lugar el 22 de julio de 1936. Dos Breguet XIX con los distintivos de la República –que procedían de la base aérea de Recajo, La Rioja, en poder de los sublevados–, bombardearon Otxandio, causando 61 muertos y numerosos heridos. Posteriormente, otras poblaciones vascas sufrieron bombardeos aéreos –Irún, Eibar, Aramaiona, Lamiako, Galdakao, Sondika, Bilbao...–, antes de los masivos contra Elorrio y Durango –que del 31 de marzo al 4 de abril de 1937 sufrió cuatro bombardeos de la Aviazione Legionaria en los que se arrojaron un total de 14.840 kilos de explosivos que causaron de 172 a 336 víctimas mortales, destruyeron 71 edificios y dañaron otros 234– y, a continuación, Gernika.

Por la otra parte, la aviación republicana efectuó cerca de 50 bombardeos de poblaciones civiles a lo largo de 1938. El más mortífero fue el perpetrado el 7 de noviembre contra Cabra, Córdoba. Tres Tupolev Katiuska SB-2 arrojaron una veintena de bombas que causaron más de 100 víctimas y 200 heridos. El de Cabra es uno de los bombardeos olvidados –quizá porque no había periodistas para contarlo– sobre poblaciones indefensas en la Guerra Civil. El mismo caso de Villarreal de Álava (Legutio o Legutiano), que sufrió once bombardeos aéreos el 30 de noviembre y el 24 de diciembre de 1936, durante la única ofensiva que realizó el ejército vasco.

El lunes 26 de abril de 1937 era día de mercado en Gernika y aunque se suspendió ante las noticias de probables bombardeos, numerosos baserritarras de los caseríos de los alrededores ya habían bajado a vender sus productos como hacían cada lunes y, a pesar de que se habían sellado los accesos a la ciudad, también habían llegado de los alrededores cierta cantidad de aficionados para presenciar el partido de pelota vasca convocado en el frontón aquella tarde y que también sería suspendido.

De 16.30 a 19.45 horas, las alarmas de ataque aéreo no dejaron de sonar. Desde las bases de la Legión Cóndor en Vitoria y Burgos y de la Aviazione Legionaria, en Soria y Vitoria, llegaba en oleadas una potente escuadra compuesta por más de 40 bombarderos alemanes, una docena de cazas italianos y, según se descubrió a principios de siglo, un número indeterminado de aparatos de la aviación golpista con las misiones de protección de los bombarderos y ametrallamiento de las carreteras en torno a la población, no se sabe si también de bombardeo, lo que echó por tierra la última de las mentiras oficiales sobre la destrucción de la ciudad.

La flota aérea iba armada con una cantidad de bombas que oscila entre las 50 toneladas que manejan los historiadores extranjeros, pasando por las 31 que calculan los historiadores franquistas sobre informes oficiales nazis de 1937 y las 28,22 que aceptan las autoridades vascas actuales. La cifra sobre la que hay mayor consenso es la de las bombas incendiarias que se arrojaron: 5.472 artefactos de un kilo –cilindros de aluminio y magnesio con 65 gramos de termita, mezcla de limaduras de aluminio y de óxido de otro metal (el de hierro se emplea para soldar raíles y piezas de acero) que, inflamada por una espoleta, reduce el óxido y eleva la temperatura del metal hasta los 2.760 grados centígrados–. Fue un consenso que, a la postre, resulta fundamental, pues minimiza la discusión sobre el número de aviones y el tonelaje de las bombas rompedoras y explosivas al contradecir y desmentir los alegatos franquistas de que no se buscaba la destrucción de Gernika.

Durante tres horas y en sucesivas oleadas la acción conjunta de los diversos tipos de bombas arruinaron el 99% de los edificios de Gernika. Un 71% resultaron totalmente destruidos; un 7%, con graves daños; un 21%, con daños diversos e indemnes, un 1%. Entre estos, se salvaron de la quema el barrio residencial de la burguesía, una iglesia así como los supuestos objetivos militares: el pequeño puente de piedra sobre la ría de Gernika-Mundaka del río Oka y las industrias de guerra: Unceta y Astra, de armas cortas; Talleres de Guernica, que fabricaba bombas de aviación; Beistegui Hermanos, de piezas de ametralladora, y Joyería y Platería de Guernica, una fábrica de cubiertos reconvertida en industria de casquillos, además de Los Pirineo, fábrica de caramelos transformada en manufacturera de raciones de campaña.

Tampoco sufrieron daños la Casa de Juntas y el Árbol de Gernika, un roble sembrado en el siglo XIV (y sustituido tres veces, en 1742, 1860 y 2005), ante el que los señores de Bizkaia juraban fidelidad a los fueros y, después, los reyes de Castilla, desde Alfonso XI en 1334, como herederos del Señorío vizcaíno.

La inútil polémica del número de víctimas

El brutal bombardeo, bautizado “Operación Rügen” (reprensión, reprimenda, castigo) por los nazis, causó un número de víctimas aún no determinado con exactitud. Tampoco el de residentes: el censo de 5.500 habitantes estaba disminuido por los movilizados y los refugiados en caseríos y otras ciudades e incrementado por combatientes acuartelados o en retirada, más tres batallones de gudaris acuartelados, unos 2.000 combatientes, un hospital de sangre y una residencia para convalecientes, además de los forasteros y caseros que habían acudido ese día, así como los de pueblos vecinos del frente oriental que, empujados por el avance de las tropas franquistas, se habían refugiado en Gernika. Las hipótesis más fiables, por alejadas de intenciones propagandísticas, estiman un tope de 6.500 personas las que podían estar en Gernika la tarde del 26 de abril de 1937.

El número más o menos exacto de víctimas nunca se podrá conocer pues hay datos imposibles de establecer como los citados de los caseros y compradores que habían acudido al mercado, los cadáveres carbonizados o desintegrados y de los refugiados que huían del frente y se encontraban en Gernika, así como el consiguiente éxodo, que incluyó traslados de cadáveres. A ello se deben las oscilaciones que, desde el primer momento y a lo largo de los tres cuartos de siglo siguientes, ha sufrido la cifra de víctimas por partida doble, pues también ha sido víctima de las propagandas de ambos bandos, que la han magnificado hasta 10.000 y la han minimizado hasta 12. Sólo el general franquista Jesús Salas Larrazábal emprendió la tarea, por otra parte ciclópea, de levantar acta con nombre y apellidos de cada una de las víctimas, cifrándolas en 126.

En un primer momento, el Gobierno Vasco del lehendakari José Antonio Aguirre proporcionó la cifra de 1.654 muertos y 889 heridos –una relación que extrañó, pues el número de heridos en un bombardeo suele duplicar e incluso triplicar el de fallecidos–, que una semana después rectificó por boca de Jesús María de Leizaola, vicepresidente y consejero de Justicia y Cultura, reduciéndola a 592 personas, que ya incluía heridos fallecidos en los hospitales de Bilbao. De dónde sacaran cifras tan precisas es un misterio para los historiadores vascos actuales, que creen imposible que tal exactitud pudiera responder a la realidad o a una información verdadera.

El supuesto rigor de los números sería, pues, achacable a una maniobra propagandística para dar mayor credibilidad al dato: 1.654, 889 y 592 sugieren un recuento minucioso de las víctimas, impresión que no transmitirían de ser números redondos, 1.650, 900 y 600. Pero imposible de contabilizar en aquellos momentos, con muchos cadáveres carbonizados, descuartizados, bajo las ruinas aún en llamas, y en los posteriores.

Las crónicas de los periodistas extranjeros con base en Bilbao que fueron los primeros en acudir a la ciudad mártir desvelaron al mundo el crimen, pero tampoco son precisas: George L. Steer, corresponsal del The Times de Londres, daba cuenta de cerca de un centenar de víctimas sólo en dos localizaciones, el hospital de las Josefinas y el refugio en construcción cercano a la Casa de Juntas. Christopher Holme, corresponsal de la agencia Reuters, dijo en su crónica del 28 de abril de 1937, que fue primera página del Times y del New York Times: “El ataque aéreo más atroz de todos los tiempos (...) [causó] cientos de muertos”. Y el corresponsal del también londinense Daily Express, Noel Monks, transmitió haber contado personalmente 600 cadáveres y en las siguientes crónicas de las nuevas visitas a Gernika, empujado por sus superiores una y otra vez a confirmar las estremecedoras noticias que enviaba, ante las contradictorias noticias puestas en circulación por ambos bandos en liza: “Volví al pueblo ennegrecido al amanecer [del día 28 de abril]. Las llamas se habían apagado pero las ruinas ardían lentamente. Vi más de ochocientos cadáveres. Otros trescientos cadáveres no eran reconocibles como tales porque no eran cuerpos, eran solo manos, piernas, brazos, cabezas y pedazos de carne humana. Muchos cuerpos tenían heridas de bala, balas de las ametralladoras de los aviones”. La agencia Associated Press calculó en 800 la cifra de muertos.

Cástor de Uriarte, que era el arquitecto municipal de Gernika, en su libro Bombas y mentiras sobre Guernica (Bilbao, 1976) ha llegado a la conclusión de que “pueden calcularse los muertos en 250 y los heridos en muchos más”, como Raúl Arias Ramos, que también estima el número de víctimas mortales en 250 en su ensayo La Legión Cóndor en la Guerra Civil (2003). Otros estudios anteriores, citados por historiadores como Antony Beevor y Stanley Payne, barajaban cifras entre 250 y 300 fallecidos. Josep Maria Solé y Joan Villarroya, en 300 en España en llamas. La Guerra Civil desde el aire (2003). Y recientemente, el historiador Xabier Irujo Ametzaga, sobrino-nieto de Manuel de Irujo –del PNV, ministro sin cartera del gobierno de Juan Negrín, al que le telegrafió: “Gernika fue”, tras el bombardeo–, vuelve a las cifras de Aguirre en Gernika: 26 de abril de 1937 (2017), manteniendo que la cifra de muertos fue alrededor de los 2.000, sin que las fuentes sean determinantes.

Personalmente, prefiero seguir los estudios del Gernikazarra Historia Taldea, el Grupo de Historiadores de Gernika, tiene documentadas, con nombres y apellidos de dos centenares de víctimas, en base desde los archivos locales, parroquiales, hospitalarios, cementerios, a los nacionales, registro civil, militares, franquistas, en ocasiones teniendo que ser reconstruidos por haber sido destruidos o manipulados, y a los internacionales, como los de la Aviazione Legionaria, habiendo desaparecido para siempre muchos de la Legión Cóndor, destruidos en la Segunda Guerra Mundial por un bombardeo. Aunque ellos mismos advierten que nunca podrá conocerse el número de víctimas con exactitud; entre los otros extremos citados que lo impiden, el hecho de que el suelo de la Gernika reconstruida, el actual, está en una cota de 1,50 a 1,80 metros sobre la anterior al bombardeo: no se retiraron las ruinas sino que se compactaron para que sirvieran de cimientos a las nuevas edificaciones; los cadáveres que no estuvieran a la vista reposan para siempre en el subsuelo guerniqués.

Las mentiras, el negacionismo, el remordimiento

En todo caso, fueran 200 o 2.000, consciente de que el crimen era incompatible con las ínfulas de cruzada y guerra santa de su propaganda, Franco trató de engañar al cardenal Eugenio Pacelli, secretario de Estado vaticano, próximo papa Pío XII (1939), y a la escandalizada opinión pública mundial, diciendo primero que no habían existido tales bombardeos y mucho menos por la aviación alemana o cualquier otra extranjera, puesto que no existían en la España nacional, dijo la emisión de la recién fundada Radio Nacional de España sino que había sido obra de “incendiarios rojos”, como, cuando cayó Bilbao, dijo que el Gobierno Vasco había minado Bilbao entera“con trilita”, pues había decidido destruirla por completo antes de que cayera en manos nacionales, pero que sus tropas habían podido evitarlo cortando antes la electricidad.

El vesánico general Queipo de Llano añadió desde radio Sevilla, sin empacho y con cinismo: “Para nosotros es Gernika tan sagrada como para los mismos vascos y nunca hubiéramos cometido tal felonía de bombardearla. Esa labor ha sido de los dinamiteros asturianos, que han empleado los marxistas, para después achacarnos tal crimen”.

La mentira de la propaganda franquista había dado resultados en los bombardeos anteriores de Irún, Eibar y Durango. Pero las fotografías de la desolación de Gernika, por mucho que los textos de acompañamiento se esforzaran en lo contrario, revelaban que tal grado de destrucción era imposible que hubiera sido perpetrada por simples dinamiteros en una acción improvisada. Para causar tal hecatombe, habrían sido necesarias semanas de trabajos para minar tantos edificios como habían sido destruidos y que ello se hubiera hecho a la vista de una población sumisa, que no sólo lo consintiera sin salvar siquiera sus enseres y sin huir de la destrucción planificada, sino que, al tener que explicar el número de víctimas, en todo caso elevado fuera el que fuese, hubo que inventar barbaridades como que se había metido a la gente en los refugios mientras que los milicianos empapaban la ciudad con bidones de gasolina.

Se imponía una tercera versión: el gobierno de Salamanca emitió un nuevo comunicado el 2 de mayo, transmitido por la agencia Reuters, publicado por la prensa internacional pero censurado en la prensa franquista, en el que no se descartaba “que algunas bombas hayan alcanzado Gernika en los días en que nuestros aviones operaban contra objetivos militares importantes”. De no constituir “en ningún momento objetivo militar para la Aviación nacional”, Gernika había pasado a ser uno de los “objetivos militares importantes” en sólo una semana.

Como un mal sueño, la devastación de Gernika persiguió a la dictadura durante toda su existencia, sin reconocer nunca la felonía perpetrada en comandita con nazis y fascistas, aunque en 1973 permitió la publicación del libro Arde Guernica del periodista Vicente Talón, del diario de los sindicatos verticales Pueblo, donde por primera vez se reconocía la autoría del crimen, reduciendo a “anécdota incierta” el mito de los dinamiteros y sin implicar a la aviación golpista, cuyo papel no se conoció hasta principios de este siglo, seguramente por la destrucción de casi la totalidad de los documentos que atestiguaban su intervención.

Ricardo de la Cierva, uno de los historiadores más inequívocamente franquista –“historiador cortesano por excelencia”, lo define Ángel Viñas–, mantenía a principios de 1970 que sólo había habido doce víctimas mortales (Arriba, 30 de enero de 1970), si bien fue revisando sus afirmaciones –al igual que otros notables historiadores del régimen, como los hermanos Jesús y Ramón Salas Larrazábal– y años después, muerto Franco, las elevó al centenar. Entre 1967 y 1973, Ricardo de la Cierva publicó hasta nueve versiones, entre ellas que “la destrucción de la ciudad debe atribuirse a la acción simultánea del bombardeo y de los comandos de incendio del Ejército republicano en retirada”.

Y aún colea: el general Rafael Dávila Álvarez, nieto del golpista general Fidel Dávila, jefe del ejército rebelde del norte, da por buenas las mentiras de su abuelo en La Guerra Civil en el frente Norte, nada menos que en 2021.

Tras el final de la II Guerra Mundial, los gobiernos en el exilio vasco y republicano trataron de que se juzgaran en Nüremberg los bombardeos en alfombra como crímenes de guerra del Eje, pero los aliados ignoraron la petición, acaso por haberlos practicado ellos mismos, notoriamente en Dresde, con las mismas intenciones terroristas que sus enemigos nazis y fascistas.

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