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Kurt antes de Kurt Cobain: nació para romper todos los moldes y murió destruyendo los suyos

Samuel Martínez

29 de mayo de 2021 22:09 h

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En una de las últimas entrevistas que Kurt Cobain (Aberdeen 1967- Seattle 1994) ofreció a la televisión, dijo: “Eres más feliz cuando encuentras un tesoro en una tienda de segunda mano, que cuando tienes dinero para comprar cualquier tienda entera”. Durante el diálogo con la periodista de Much Music, que se llevó a cabo en 1993, el líder de Nirvana habla de una niñez humilde y con pocos lujos. Sin embargo, tal y como explican David Aceituno y David M. Buisán en Kurt Cobain: una biografía, ya a la edad de siete años cayó en sus manos una primera guitarra. Se la regaló su tía Mari Fradenburg, la hermana pequeña de su madre, alguien que “vio cualidades en Kurt que sus padres no supieron ver”. De hecho, incluso le dejó grabar algo en su estudio. “Era una guitarra tipo slide hawaiana, color azul de postal de isla paradisíaca”, continúa la biografía. Por supuesto, era de plástico, “al alcance de todos los bolsillos”. Las dos anécdotas permiten dibujar un perfil, aunque poco exacto, de la niñez de Kurt Cobain. No obstante, se puede indagar mucho más para tratar de descubrir cuáles son las piezas sobre las que se elevó uno de los mayores iconos de la música para, más tarde, protagonizar, también, una de las mayores caídas.

“Kurt Cobain era un diamante en bruto y, aunque murió joven, por fortuna pudo desarrollar su talento unos años”, tercia Javier Miralles, cofundador de la escuela de música RockCamp. “Pero la suya fue una vida trágica”, continúa. Nació en el seno de una familia humilde en Aberdeen, una ciudad del condado de Grays Harbor (Washington, EEUU). “Paradójicamente”, señala Miralles, “fue un niño muy feliz y alegre, como se puede ver en un montón de vídeos que se han conservado”. Pero todo cambió con el divorcio de sus padres. Ese niño contento y radiante se tornó en uno ensimismado, introvertido y esquivo. Antes ya le habían diagnosticado hiperactividad –por la que recibió medicación– y, ya en la preadolescencia, cuando todavía no superaba los trece años, se inició en el consumo de marihuana. Sería la primera de una larga lista de adicciones que complicarían su vida sobremanera. “Pronto se dio cuenta de que la música iba a ser un buen refugio”, desliza Javier Miralles.

Desde muy pronto trató de formar una banda. “No le fue fácil”, señala. Sin embargo, tras muchas vueltas, consiguió convencer a Krist Novoselic, alumno del mismo instituto que Cobain. Kurt ya había comenzado a hacer sus pinitos con un grupo al que llamó Fecal Matter y Novoselic accedió a participar. “Cuando escuchas, hoy en día, alguna maqueta de sus temas, suenan sucias, duras y francas, como le gustaban a él”. Más adelante, cuando Nirvana arrasó con su Nevermind (1991), ya bajo un gran sello discográfico como DGC Records, “Cobain, que era el alma y el cerebro del grupo, no quedó muy contento con el sonido, más de estudio de lo que a él le hubiera gustado”. Sin embargo, fue el álbum que los consagró como uno de los primeros espadas del rock alternativo estadounidense y como los impulsores del Grunge. Smells like teen spirit, el principal sencillo del álbum, se mantuvo meses en los primeros puestos de las listas y se considera una de las mejores canciones de todos los tiempos. Paralelamente, la vida personal de Cobain se volvía cada vez más cruda. La adicción a la marihuana dejó paso a la heroína y algunos problemas médicos, en especial una bronquitis crónica, se agudizaron. 

“Él no quería ser un icono”

Kurt Cobain nació para romper todos los moldes de la música. “En estos casos siempre existe la misma duda”, reflexiona Miralles: “Tuvo una vida dura y angustiosa en muchos momentos y se acabó demasiado pronto. Es triste no poder seguir escuchando su música, pero es imposible saber si, de no haber sido exactamente ese su camino, hubiera podido alcanzar semejante nivel”. Lo que también comenta el cofundador de RockCamp es la incomodidad con que Cobain encajó la fama. “Él no tenía intención alguna de convertirse en un icono”, apunta: “Lo que quería era hacer música y ya está, pero revolucionó la escena y eso, entre otras cosas, lo convirtió en un ídolo de masas, a pesar de las extravagancias”. O, quizás, en parte, gracias a ellas. Cobain se erigió como el representante, o la voz, mejor dicho, de la denominada Generación X.

La corta vida de uno de los miembros más ilustres del trágico Club de los 27 colocó el éxito y su declive en el mismo marco temporal. A la madurez del guitarrista, cantante y compositor de Nirvana corresponden sus problemas más serios con las drogas, su relación con la también artista Courtney Love, su internamiento en un centro de desintoxicación, el nacimiento de su hija y más música. El último trabajo que lanzó la banda antes de la muerte de Cobain fue In uthero, un álbum experimental que, aunque no gozó de la misma acogida que Nevermind, sí que obtuvo una buena valoración por los sectores musicales alternativos. Cobain, en definitiva, revolucionó el mundo de la música, pero no pudo frenar a tiempo. Sin embargo, decir que su pronta muerte, siempre rodeada de un halo de misterio –aunque las investigaciones policiales la consideraron un suicidio, algunas investigaciones privadas apuntan a que pudo asesinarlo la propia Courtney Love–, marcó a toda una generación sería quitar importancia a lo que de verdad dejó una huella imborrable. Fueron su vida y su música las que lo cambiaron todo para siempre. “Y no solo entre la gente de su tiempo”, sonríe Javier Miralles: “Cada año, en el campamento de verano que organizamos para niños pequeños, no para de sonar Smells like teen spirit”.