Muchas veces, las personas con discapacidad decimos que el mundo no está “hecho para nosotras”, sino diseñado para una “persona promedio”. Esto es un error de base, porque no hay una “persona media”: hay personas con muy distintas tallas, pesos, alturas y capacidades.
El diseño universal, según la definición de Fernando Alonso López, se refiere a la concepción de productos y entornos aptos para el uso del mayor número de personas sin necesidad de adaptaciones ni de un diseño especializado. Los pioneros del diseño accesible ya ahondaban en la cuestión el pasado siglo: Ronald L. Mace, fundador del Center for Universal Design, creó a finales de los 90 siete principios que siguen hoy tan vigentes como entonces.
El diseño universal persigue que todo el mundo, sin importar su condición, pueda usar un objeto, producto o servicio. Esto es el principio de uso equitativo: que ese algo pueda ser usado de igual manera por cualquier persona (si no es posible igual, al menos parecido), lo cual lo acerque a una gran mayoría. Un ejemplo de uso equitativo es una rampa que sustituye a escalones. Más allá de la estética, un diseño orientado al uso equitativo hace que sea más atractivo para la comunidad usuaria.
Cuando se diseña hay que tener en cuenta la diversidad y por ello el uso no solo debe ser equitativo, sino también flexible. Este segundo principio permite que cualquier persona pueda usar con comodidad y precisión algo, y que el objeto o producto se adapte a cada quien; no al revés.
Por otro lado, el uso simple e intuitivo elimina toda complejidad innecesaria. Nadie espera encontrarse con un producto complicado al adquirirlo o interactuar con él, por lo que este tercer principio hace que nuestras expectativas como usuarios se cumplan. El diseño simple organiza la información o funciones según su importancia y proporciona indicadores efectivos en el proceso; es decir, nos va guiando. Un ejemplo de uso simple es el chaleco salvavidas de un avión o un barco, o el asistente de voz de los teléfonos móviles.
El cuarto principio refiere cómo el diseño universal presenta la información comprensible en diferentes vías (imagen, verbal, táctil) y la distingue entre esencial y no esencial. Además:
- Maximiza su legibilidad (por ejemplo, posibilitando regular el contraste o las fuentes)
- Diferencia los elementos que se puedan describir (por ejemplo, los textos ALT)
- Facilita dar instrucciones o directrices (por ejemplo, con opciones plurilingües)
- Y hace compatible el uso de técnicas o dispositivos utilizados por personas con limitaciones sensoriales (por ejemplo, los semáforos sonoros)
El siguiente principio de la tolerancia al error implica que el diseño tiene que prever todo tipo de usos posibles, algunos de los cuales tienen que evitarse por suponer riesgos o provocar accidentes; por ejemplo, una lata de conservas cuyos filos pueden provocar cortes. Esto puede evitarse con el diseño de solapín, que minimiza ese riesgo.
El sexto principio, la ley del mínimo esfuerzo físico, propone que cuanto menos esfuerzo suponga utilizar un objeto, mejor diseñado estará. Un diseño universal minimiza las acciones repetitivas y evita un cansancio excesivo. Por ejemplo, en una puerta es preferible poner una manilla porque bajarla supone menos esfuerzo que girar un pomo.
Por último, consideremos el tamaño y el espacio de lo diseñado. Es importante que los elementos se vean bien independientemente de que estemos sentados o de pie, y que sean cómodos. El diseño universal también deberá prever variaciones en el tamaño de las manos y el tipo de empuñadura, así como tener en cuenta cuál el espacio adecuado para el uso de dispositivos de asistencia. Por ejemplo, los restaurantes de un parque de atracciones adaptado para personas con movilidad reducida no deberían contar con mesas y sillas ancladas, que no puedan ser ajustadas a las necesidades individuales.
Todo esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de diseñar productos o servicios porque es la única manera de incluir a cuanta más gente mejor. Estos principios generalmente no se consideran porque no solemos cuestionarnos las diferencias o aceptar que estas simplemente existen. Pero ningún diseño aparece porque sí; y creo que conviene volver sobre esto a menudo.
Muchas veces, las personas con discapacidad decimos que el mundo no está “hecho para nosotras”, sino diseñado para una “persona promedio”. Esto es un error de base, porque no hay una “persona media”: hay personas con muy distintas tallas, pesos, alturas y capacidades.
El diseño universal, según la definición de Fernando Alonso López, se refiere a la concepción de productos y entornos aptos para el uso del mayor número de personas sin necesidad de adaptaciones ni de un diseño especializado. Los pioneros del diseño accesible ya ahondaban en la cuestión el pasado siglo: Ronald L. Mace, fundador del Center for Universal Design, creó a finales de los 90 siete principios que siguen hoy tan vigentes como entonces.