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El feminismo se hace más grande para intentar cambiarlo todo

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Ana Requena Aguilar / Marta Borraz

6 de marzo de 2022 22:09 h

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En los últimos años, el feminismo se ha ensanchado. De la autoorganización de trabajadoras precarias, la defensa de la educación y de la sanidad pública, el reclamo de un sistema de dependencia fuerte y, más aún, de la necesidad de construir un sistema público de cuidados, al acceso a la vivienda, la lucha contra la crisis climática, el antirracismo o la alianza con un movimiento LGTBI que también está en el punto de mira de la extrema derecha. La eclosión vivida en 2018 con la primera huelga feminista consolidó una mirada amplia, en la que las luchas necesariamente se entrecruzan y las condiciones materiales de la existencia son el suelo que hay que asegurar para seguir construyendo.

“El espacio feminista lleva ensanchándose desde principios de los años 80. En la tercera ola, las mujeres más precarizadas, las migrantes y en Estados Unidos las chicanas y el movimiento afroamericano, ya empiezan a reclamar una lucha mucho más interseccional”, explica Carolina Meloni, escritora y profesora de filosofía en la Universidad de Zaragoza. Aunque no es un fenómeno nuevo, la tendencia sí “es más patente”, al menos en el contexto español, desde hace relativamente poco, señala la experta, autora del reciente Feminismos Fronterizos (Kaótica).

Meloni apunta a varios factores. Uno de ellos, la crisis económica que estalló en 2008, que hizo que el foco se pusiera cada vez más “en las cuestiones materiales y la precariedad” y aceleró un proceso que ha ido de la mano “de tomar conciencia de un capitalismo cada vez más salvaje”. A esto se suma la visibilidad de mujeres atravesadas por diferentes discriminaciones. “Han salido a la luz pública sujetos políticos que hasta ahora no tenían tanta voz en el espacio, entre ellas, las migrantes, las racializadas, las trabajadoras de hogar y de cuidados…”, reflexiona la filósofa. Meloni apunta además a un tercer motivo: el “relevo generacional”, que quedó patente durante el masivo 8M de 2018, cuando las calles se llenaron de jóvenes feministas “que han traído nuevas miradas” e “interiorizado mucho más cuestiones que a otras generaciones nos costó más”.

La iniciativa 'La laboratoria' se dedica a propiciar espacios de investigación feminista, a amplificar luchas y conflictos protagonizados por mujeres, a repensar maneras de organización. “Los feminismos autónomos estamos rompiendo lo sectorial y los límites de lo que significa ser feminista. Hablamos en plural y por eso intentamos que esto no sea una mera suma de luchas sino que estén todas interconectadas”, explica Julia Tabernero, que forma parte de 'La laboratoria', pero que también es activista de la PAH y participa en la Comisión 8M de Madrid. La vivienda digna, la lucha contra la precariedad y contra las violencias machistas, los servicios públicos... “todo eso es lo que hace que tengamos vidas más dignas, especialmente las mujeres, que somos las que lo tenemos más difícil”.

Para Tabernero, la huelga feminista de 2018, que obligó a repensar el propio concepto de huelga, dio paso a la idea de sindicalismo social y de sindicalismo feminista. “En un momento en que necesitábamos reinventarnos y poner nombre a lo que hacemos ese sindicalismo social nos conecta mucho con la resolución de los problemas cotidianos que tenemos. Está conectado con el proceso de las huelgas feministas porque nos hace entender el trabajo de una manera más amplia. Las feministas hacemos sindicalismo porque estamos resolviendo todo el rato problemas cotidianos”, dice. Ese sindicalismo feminista es más bien un concepto “paraguas” que busca organizar y movilizar más allá de que la lucha esté atravesada por un empleo feminizado.

Autoorganización y racismo

El de las empleadas domésticas es uno de los casos de autoorganización atravesados por el feminismo más llamativo de los últimos años. Desde un lugar extremadamente precario y atomizado, las trabajadoras del hogar lograron articularse y contribuir de manera relevante tanto al debate sobre las brechas laborales como al debate de los cuidados. Una histórica sentencia europea acaba de reconocer que España las discrimina por negarles el derecho a paro. Rafaela Pimentel, activista del colectivo 'Territorio Doméstico', cree que un feminismo “plural e inclusivo es un acierto”: “No dejar fuera a ninguna mujer, ninguna lucha, eso es lo que le ha dado potencia al feminismo. Ya no estamos hablando solo de derechos concretos sino de luchas por la vida”.

Pimentel subraya la importancia de las alianzas y de “la búsqueda de lo común”. “Si estamos con otras la lucha se hace más fuerte”, resume. La activista pone como ejemplo las reivindicaciones feministas que tienen que ver con los cambios en la Ley de Extranjería, “que no permite que muchísimas mujeres sean ciudadanas de primera y tengan derechos”. “Si estas luchas no están en el feminismo no habrá el cambio social que queremos”. Los manifiestos de la Comisión 8M han incluido en los últimos años demandas sobre la regulación de extranjería y los Centros de Internamiento para Extranjeros.

Anna Isabel Bueriberi, directora de comunicación de Afroféminas, una comunidad online para mujeres afrodescendientes y racializadas, lo ilustra con un ejemplo: “Si en una clase hay 30 alumnos y uno no ha entendido la lección, lo suyo no es que el profesor siga y el chaval ya se buscará la vida. Con los feminismos es igual. El camino para avanzar todas juntas es que tratemos de visibilizar qué nos pasa que no le pasa a la de al lado y que ésta lo entienda, para que llegue un día en que ya no hables solo por lo que te pasa a ti, sino a todas”. Para Bueriberi, esto pasa “indudablemente” por “la aceptación de los privilegios que tenemos y la situación de discriminación que sufren otras”. Es, asegura, un primer paso. “Yo vivo en España, tengo DNI, hablo idiomas…”, ejemplifica.

Coincide la integrante de Afroféminas en que en los últimos años hay una mayor visibilización de las mujeres racializadas y sus reivindicaciones, pero “no es suficiente”. Y es que el hecho de que el feminismo haya ampliado el margen de las cuestiones que considera importantes no tiene por qué traducirse así en la práctica. De hecho, explica Bueriberi, Afroféminas no acude a las movilizaciones del 8M como colectivo precisamente por ello: “El feminismo hegemónico no ha incorporado el antirracismo plenamente. Sigue centrándose en que en España la mayoría de las mujeres son blancas y hay luchas que sigue sin tocar”. Un ejemplo, manifiesta, “es hablar todo el rato del techo de cristal”, que describe la escasa representación de las mujeres en los puestos de poder, “pero es que lo que nos pasa a las racializadas no es ya que no lleguemos arriba, es que no entramos en el mercado laboral”.

La crisis climática

Antía Castillo y Marta Macías tienen 20 y 22 años respectivamente. Ambas participan en colectivos cuyo objetivo principal no es la reivindicación de los derechos de las mujeres, pero sí son organizaciones feministas. Antía sigue en el grupo de apoyo LGTBI de su instituto, el IES Politécnico de Vigo, mientras que Marta está en el movimiento de jóvenes contra la emergencia climática Fridays for Future. Para las dos, su activismo es indisoluble del feminismo: “La cuestión ecologista es feminista porque no hablamos solo de no superar la temperatura media del planeta, sino que ponemos en cuestión el sistema actual en su conjunto. Es algo que está muy relacionado con el movimiento feminista, que habla de vidas más vivibles y de poner la vida en el centro, al igual que el ecologismo. Sabemos, además, que las más vulnerables a la crisis climática son las mujeres”, señala Marta.

Antía, por su parte, pone el foco en que los propósitos del grupo al que pertenece “pasan por poner fin a la exclusión de todas las personas que pertenezcan a grupos minorizados y sufran las consecuencias del patriarcado”. Y para ella, siendo lesbiana, es especialmente importante que el feminismo no se desligue de la lucha LGTBI: “Para mí son hermanas y tienen muchos aspectos en común”, añade la joven gallega. Es este flanco, el del movimiento LGTBI y especialmente el de las reivindicaciones trans, el que más conflicto ha generado en el feminismo en los últimos tiempos.

“Partimos de un enemigo común, que es el patriarcado y que atenta directamente contra las personas LGTBI y las mujeres”, cree Patricia Aranguren, miembro de la Comisión 8M de Madrid que participa además en otros colectivos como el Bloque Bollero. A sus 27 años la activista recalca que cuando ella aterrizó en el activismo, en 2016, el feminismo ya ampliaba su mirada. “Porque las asambleas feministas están compuestas de realidades muy diversas y nos atraviesa mucho más que ser mujeres: las facturas de la luz y la precariedad o la homofobia. A muchas también la situación irregular. No solamente somos mujeres, somos mujeres trans, bolleras, migrantes… Por eso, los derechos no pueden ser solo para unas pocas y si no hablamos de la Ley de Extranjería, los CIE o los contratos precarios, lo son”, reflexiona.

Un punto de encuentro

“Deberíamos superar, y más en este momento de crisis, esa visión del feminismo como una suma de luchas de naturaleza sectorial y reivindicar el feminismo como un punto de encuentro”, defiende la politóloga y escritora Noelia Adánez. Ese punto de encuentro, continúa Adánez, debe servir para comprender mejor las relaciones de poder, de género y de clase, “aunque a lo mejor estás con las autónomas de la cultura, o estás en la difusión de narrativas o con las kellys o con el sindicato de inquilinas”. Se trata de que el feminismo no se convierta “en un debate teórico inaccesible” que deje de apelar a la sociedad.

Al Sindicato de Inquilinas, en Barcelona, pertenece Silvia Abadía, para la que feminismo, antirracismo y vivienda van necesariamente de la mano. “Todo responde a una misma lógica y las opresiones que vivimos están conectadas. A las asambleas puede venir alguien por un problema de vivienda pero esos problemas están atravesados por el género o la raza, y los perfiles que llegan reflejan muy bien ese conjunto de presiones”, explica. Muchas de las personas que se acercan al sindicato son mujeres, muchas de ellas madres, monomarentales, buena parte racializadas, “sin trabajos estables, con grandes dificultades para llegar a fin de mes, todo eso afectado por alquileres impagables o por procesos de empobrecimiento que les han llevado a ser desahuciadas”.

“Siempre decimos que la vivienda digna es la puerta para poder alcanzar el resto de derechos. Si no la tienes, tus hijos no podrán tener una educación digna, o tendrás más difícil el acceso a la sanidad porque no podrás empadronarte, será más complicado tener un empleo o tener estabilidad… Incluso si vives una situación de violencia de género escapar es mas difícil cuando resulta tan complicado acceder a una vivienda tú sola”, agrega.

Para Noelia Adánez, existe un impulso indudable para ir hacia una visión del feminismo que haga posible el compromiso con luchas “de compañeres que están en posiciones muy distintas”. La huelga feminista fue “un proceso de subjetivación de clase”, explica, una toma de conciencia colectiva de que la clase se compone también de elementos raciales y de género y de que el feminismo puede ser ese lugar de encuentro. Y concluye: “El feminismo no tiene que aspirar a transversalizarse, sino a enraizarse para que no se convierta en un gueto”.

La socióloga Carolina Meloni argumenta que dejar de lado esas otras luchas sería “un error político” que “debilita la potencia del feminismo”. “No necesitamos una sola voz para que sea efectivo, todo lo contrario, la multiplicidad de sujetos y cuerpos lo hace mucho más fuerte porque el poder y el sistema ya ha demostrado que es versátil, con múltiples caras”, asegura la socióloga, que concibe el feminismo como “una herramienta clave para cambiar el mundo” y no solo la situación de desigualdad de algunas mujeres. “Si no lo concebimos como una propuesta de transformación social, nuestra lucha estará muy limitada”, añade. 

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