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Gisèle Pelicot ha reescrito su historia y animado a las mujeres de todo el mundo, ¿qué pasa con los hombres?

Gisèle Pelicot, el pasado jueves tras conocerse la sentencia.
20 de diciembre de 2024 22:12 h

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En muchos países, si no la mayoría, las mujeres violadas vuelven a ser violentadas y maltratadas por el sistema judicial. Pero Gisèle Pelicot se ha convertido en una heroína para Francia y el resto del mundo por asegurarse el control del relato en su enfrentamiento a los crímenes cometidos por su marido y otros 50 hombres, todos ellos hallados culpables en un histórico conjunto de sentencias. A pesar de que algunas parecen escandalosamente cortas, la condena a los violadores y al marido que lo orquestó se siente como una especie de justicia.

Cuando descubrió que su marido la drogaba y ponía anuncios en Internet para que desconocidos la violaran mientras estaba inconsciente, Gisèle abandonó su casa, su matrimonio y la historia que se había contado a sí misma sobre su vida, para pasar un tiempo retirada. Se podía haber repetido la misma historia de siempre, con el avergonzamiento, el acoso y la culpabilización de una mujer en los tribunales, pero al salir de su aislamiento Gisèle tomó dos decisiones clave que la convirtieron en una heroína feminista, permitiéndole romper con ese relato y escribir el suyo propio.

Una de las decisiones fue de carácter práctico: renunciar a su derecho al anonimato y hacerlo público. Según su abogado, Stéphane Babonneau, si lo hubiera mantenido en privado, todo habría sido “a puerta cerrada, sin nadie más que ella, nosotros, tal vez algún familiar, 51 acusados y 40 abogados defensores”. “No quería estar encerrada en una sala con ellos durante cuatro meses; ella en un lado y las otras 90 personas en los bancos de enfrente”, dijo Babonneau.

Fue una decisión audaz. Seguía habiendo 90 personas en los bancos de enfrente, pero significó en última instancia que millones de personas que luchan por los derechos de la mujer acompañaran un día tras otro a Gisèle con flores, vítores y muestras apoyo en sus entradas y salidas del tribunal; que se manifestaran en su nombre exigiendo a Francia que asuma una misoginia rampante. Acciones que fueron en sí otro veredicto, tal vez más contundente que el del tribunal.

Esta inmensa reacción pública fue resultado de otra decisión moral y psicológica de Gisèle Pelicot: negarse a asumir la vergüenza. Por lo general, las víctimas de violación son avergonzadas en público y en privado durante cada una de las etapas que siguen a la agresión sexual: por el violador, por su abogado, por la policía, por el sistema judicial, y por los medios de comunicación. Las responsabilizan por lo ocurrido y les dicen que fue su culpa; les reprochan la vida sexual pasada, la elección de ropa, la decisión de salir al mundo, de no resistirse (aunque amenacen con matarlas), o de relacionarse con el violador, las que lo hicieron. Las desacreditan de manera sistemática cuando el trauma del suceso confunde sus recuerdos. Les dicen que no son creíbles, que son vengativas, poco fiables o deshonestas. 

La vergüenza, tan extendida en esta sociedad, se suele interiorizar desde el principio, repitiendo los efectos de la propia violación: desempoderar, silenciar y traumatizar.

Pelicot entraba y salía del tribunal con dignidad, aceptando su exposición mientras los simpatizantes hacían cola para animarla y llevarle flores. No quiso esconderse. "Quiero que esas mujeres digan 'señora Pelicot, nosotras también podemos'

Con este telón de fondo, la historia de Pelicot enfervorizó a las mujeres de todo el mundo. Pelicot entraba y salía del tribunal con dignidad, aceptando su exposición mientras los simpatizantes hacían cola para animarla y llevarle flores. No quiso esconderse. “Quiero que esas mujeres digan 'señora Pelicot, nosotras también podemos'”, declaró. “Cuando te violan hay vergüenza, y no nos toca a nosotras, les toca a ellos”, añadió en referencia a los violadores.

Muchas mujeres se niegan a demandar a sus violadores por el temor comprensible a sufrir estas consecuencias. No es un problema del pasado. Sin ir más lejos, este 9 de diciembre una mujer retiró la demanda federal por acoso sexual que había presentado contra el ex gobernador Andrew Cuomo, quien dimitió después de que en 2021 una investigación desvelara que había acosado sexualmente a varias mujeres. 

El sitio de periodismo sin ánimo de lucro Gothamist informó sobre esta mujer, que formaba parte del personal de Cuomo: “Charlotte Bennett y su abogada, Debra Katz, acusaron a Cuomo de instrumentalizar el proceso de proposición de pruebas con peticiones 'invasivas' diseñadas para 'humillarla', entre las que había peticiones de documentación por visitas al ginecólogo y otros historiales médicos”. La explicación de los abogados de Cuomo es que Bennett retiró su demanda “para evitar enfrentarse a las montañas de pruebas exculpatorias que refutan completamente sus afirmaciones”.

De Polanski a Strauss-Kahn

Durante mucho tiempo Francia ha sido un refugio para el director de cine Roman Polanski, que huyó de Estados Unidos tras declararse culpable de mantener relaciones sexuales ilícitas con una niña de 13 años a la que también había drogado. 

En mayo de 2011, cuando ejercía como director gerente del Fondo Monetario Internacional, el destacado miembro del Partido Socialista de Francia Dominique Strauss-Kahn fue acusado de agresión sexual por una limpiadora de hotel en Nueva York. Él negó los cargos y ella fue brutalmente desacreditada por los poderosos amigos de Strauss-Kahn y gran parte de la prensa. Comenzaron a circular teorías de la conspiración que liberaban de culpa a Strauss-Kahn, y el centro del relato fue rellenado con la historia de la demandante como refugiada con mutilación genital femenina. Las acusaciones de la causa penal fueron retiradas en 2011, después de que los fiscales alegaran problemas de credibilidad importantes en las pruebas aportadas por la demandante. La demanda civil se resolvió en 2012 de manera extrajudicial.

En Francia se vienen ignorando desde hace mucho tiempo las acusaciones de delitos sexuales cometidos por hombres. Los demandados son excusados o hasta celebrados mezclando lo de ser libertino con lo de ser liberado. ¿Cambiará esto ahora? Confío en que algo sí cambie. No creo que sea lo suficiente.

La audacia heroica de Gisèle Pelicot al enfrentarse a las cosas horribles que le sucedieron, negándose a ser avergonzada y defendiendo sus derechos, es admirable. Pero no es una reacción al alcance de todas las supervivientes. No todos los casos son tan claros ni están tan bien documentados como para que el público y la ley no tengan dudas sobre las personas culpables y las inocentes, sobre lo correcto y lo incorrecto. No todas tendrán los excelentes abogados y el sostén público que tiene Gisèle Pelicot. Lo cierto es que una mayoría de las mujeres no los tendrá. No pocas serán acosadas y amenazadas de muerte por denunciar una agresión sexual, como ha ocurrido con algunas de las mujeres que demandaron a Donald Trump.

No sé si Gisèle Pelicot no ha recibido amenazas, pero sí sé que el apoyo recibido no tiene precedentes. Incluso con este sostén, los abogados de los violadores han repetido las acusaciones de siempre: que es vengativa, que es una exhibicionista por permitir que los videos se muestren en la corte, o que no está lo suficientemente triste (a las víctimas de violación se les exige un estado de ánimo muy específico, o directamente inexistente, entre demasiado emocionales y muy poco emocionales).

Las francesas se han volcado en su apoyo; mujeres de todo el mundo han seguido el caso, lo han debatido y reflexionado. Pero, ¿qué han hecho los hombres? Nada cambiará mientras los hombres no se enfrenten con honestidad y seriedad a la omnipresencia de la agresión sexual y a los aspectos de la cultura que la celebran y normalizan

He escrito sobre este caso lo mismo que mucha otra gente: la señora Pelicot ha sido extraordinaria; las francesas se han volcado en su apoyo; y mujeres de todo el mundo han seguido el caso, lo han debatido, y han reflexionado sobre él. ¿Pero qué han hecho los hombres? Nada cambiará mientras los hombres no se enfrenten con honestidad y seriedad a la omnipresencia de la agresión sexual y a los aspectos de la cultura que la celebran y normalizan.

Muchos de los violadores de Gisèle Pelicot negaron ser violadores. Asumían que su marido tenía el derecho de autorizar la agresión mientras ella estaba inconsciente. Todos demostraron deseo por mantener relaciones sexuales con una mujer mayor, drogada y sin consentimiento, mientras su marido observaba y grababa su delito. Es posible que sus condenas infundan temor a los que podrían cometer una agresión sexual por las consecuencias que eso genera, ¿pero servirán para cambiar el deseo?

El sistema de justicia penal no puede cambiar la cultura y la conciencia. Eso se da en otro lugar. En los últimos sesenta años el feminismo ha hecho un trabajo asombroso para cambiar la situación de las mujeres, pero cambiar o arreglar a los hombres no es tarea de las mujeres. Aunque hay muchos hombres feministas, son demasiados los que viven inmersos en el mismo tipo de cultura de la violación que hemos visto en este juicio. Esperemos al menos que el caso de Gisèle Pelicot sirva como un disparador para este proceso, para estas conversaciones, y para esta transformación.

Que su ejemplo ayude a quienes intentan cambiar la cultura. Que las condenas a sus agresores sirvan de advertencia. Que su dignidad y aplomo inspiren a otras víctimas. Y, sobre todo, que haya menos víctimas en una cultura mejor. Esas son las cosas que pido. Para alcanzar estos objetivos hará falta la voluntad de muchos y la transformación de las instituciones. El ejemplo de Gisèle Pelicot es una fuente de inspiración y esperanza.

Traducción de Francisco de Zárate.

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