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Mya-Rose Craig, la lucha por la conservación de la biodiversidad de la 'niña pájaro'

Matías de Diego

4 de enero de 2024 22:01 h

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Pajarear: observar pájaros en su ambiente natural, como afición. ‘Gran año’: desafío personal en el que un aficionado a la ornitología trata de avistar tantas especies de aves como sea posible dentro de un año natural y en una zona geográfica delimitada.

Hasta que no llegó al refugio de Papallacta, entre la sierra andina y la selva amazónica, Mya-Rose Craig (Inglaterra, 2002) no tuvo claro cuál iba a ser el “centro absoluto” de su mundo: los pájaros. Lo descubrió al ver un colibrí picoespada revoloteando y utilizando su larga lengua para sorber agua con sirope de azúcar de un comedero.

“Era mi primera noche en Ecuador”, cuenta a elDiario.es. “Nos alojábamos en un lodge de los altos Andes cuando nos sorprendieron un montón de colibríes luchando por conseguir un sitio en esos comederos. Zumbaban y revoloteaban por todas partes. Por el rabillo de ojo vi llegar a un picoespada. Me quedé hipnotizada”.

Escribe Mya-Rose en Birdgirl. Mi familia, las aves y la búsqueda de un futuro mejor (Errata Naturae), un libro sobre su memoria familiar y sus inicios como activista climática, que por entonces tenía ocho años y un gran año en su haber. Lo había completado a sus siete avistando 325 especies en 365 días, pero el Ensifera ensifera de Ecuador supuso un punto de inflexión. “Decidí que quería ver todas las especies de colibríes vivas”.

Pajareando en todos los continentes empezó a ser consciente de la pérdida de biodiversidad causada por el cambio climático, la industria maderera o las plantaciones de aceite de palma. La disminución drástica de población del correlimos cuchareta, un pájaro de catorce centímetros con el pico con forma de cuchara que cría en Siberia, fue el detonante de su activismo político y medioambiental.

Mya-Rose hizo sus primeras campañas antes de cumplir diez años. “No era algo que yo pretendiera, sino algo que simplemente sucedió”, explica cuando se le pregunta por sus inicios en el activismo. Fue “una progresión natural” lo que trasformó Birdgirl, su blog sobre sus avistamientos y sus viajes, en una plataforma para tratar cuestiones medioambientales y de conservación de especies.

“Hoy me siento orgullosa de llamarme Birdgirl, pero el camino a la aceptación ha sido tortuoso”, escribe en sus memorias. Tortuoso porque alzó la voz porque se sentía “preocupada por nuestro planeta moribundo” y se encontró con “hombres mayores” que le decían que era mejor que se quedase sentada y que permaneciese callada. Tortuoso porque empezaron a llegar comentarios contra sus padres por no dejarle tener una “infancia normal”. “Eso me hacía gritar más fuerte”, asegura.

Su madre se preguntaba entonces si habrían recibido todas esas críticas si Mya-Rose hubiese sido un chico. Si también les habrían llamado “obsesivos” o, por el contrario, habrían celebrado el interés del pequeño por la naturaleza. “Como mujeres jóvenes –asegura Mya-Rose– nos enfrentamos a mucho sexismo y a esa expectativa de que no debemos hablar sobre temas científicos. Mi respuesta frente a quienes intentan silenciarme es seguir saltándome las normas”.

Sobre las acciones en los museos, como la de Just Stop Oil en la National Gallery de Londres, en la que dos activistas climáticos rompieron a martillazos el cristal que protege La Venus del espejo de Velázquez, Mya-Rose asegura que son “necesarias para poner de relieve el terrible impacto que el cambio climático está teniendo en la gente y en quienes ostentan el poder, y hacer que se tomen medidas”. “Creo que los medios de comunicación solo hablan y escriben sobre lo que les interesa. He asistido a protestas ecologistas de cientos de miles de personas, pero eso ni siquiera se menciona en BBC News”.

Mya-Rose reivindica el papel de la educación como “la única forma de lograr un cambio”. También propone que las instituciones trabajen para “ilegalizar la difusión de mentiras sobre el cambio climático” por su “enorme impacto” en la sociedad. “Dirijo campamentos para niños y adolescentes de minorías étnicas, y cuando hablamos sobre el impacto del cambio climático en sus países de origen se sorprenden porque ni sus familias eran conscientes de la situación”, explica.

–¿Qué le pediría a los líderes políticos?

–Nuestros gobiernos y nuestros políticos ya saben lo que tienen que hacer para salvar nuestro planeta. Hay dos crisis planetarias en marcha: la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. Y la solución a ambas es sencilla. Basta con dejar de destruir nuestros hábitats naturales y recuperar la naturaleza allí donde ya está destruida. Basta con reducir las emisiones de carbono, dejar de utilizar combustibles fósiles, pasar a las energías renovables, dejar de destruir los hábitats que son sumideros de carbono y reducir el consumo. No es tan complicado.